Mensaje de la Primera Presidencia
Profecía y revelación personal
La Iglesia verdadera de Jesucristo se ha restaurado y se encuentra sobre la tierra en la actualidad. La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días siempre ha sido dirigida por profetas y apóstoles que reciben guía constante de los cielos.
En la antigüedad, también se siguió ese modelo divino. En la Biblia leemos: “Porque no hará nada Jehová el Señor sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7).
Dios ha vuelto a hablar en nuestra época mediante el profeta José Smith. Por medio del profeta José, Él reveló el evangelio de Jesucristo en su plenitud; restauró Su santo sacerdocio con las llaves y todos los derechos, poderes y funciones del sagrado poder del sacerdocio.
En nuestros días, profetas y apóstoles vivientes están autorizados para hablar, enseñar y dirigir con la autoridad otorgada por Dios el Padre y el Señor Jesucristo. El Señor le dijo al Profeta: “Lo que yo, el Señor, he dicho, yo lo he dicho, y no me disculpo; y aunque pasaren los cielos y la tierra, mi palabra no pasará, sino que toda será cumplida, sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo” (D. y C. 1:38).
Dos veces al año, en la conferencia general, se nos bendice con la oportunidad de escuchar las palabras del Señor por medio de Sus siervos. Ese es un privilegio que no tiene precio. Pero el valor de esa oportunidad depende de si recibimos las palabras bajo la influencia del mismo Espíritu por medio del cual las recibieron esos siervos (véase D. y C. 50:19–22). De la misma manera que ellos reciben guía de los cielos, también debemos recibirla nosotros. Eso requiere de nosotros el mismo esfuerzo espiritual.
“Haz el esfuerzo”
Hace muchos años, uno de los miembros del Cuórum de los Doce Apóstoles me pidió que leyera el discurso que él estaba preparando para la conferencia general. Yo era uno de los miembros más recientes del Cuórum. Me sentí honrado de que confiara en mí para que pudiera ayudarlo a encontrar las palabras que el Señor quería que él pronunciara. Me dijo con una sonrisa: “Esta es la revisión número veintidós del discurso”.
Recordé el consejo que el amoroso y amble presidente Harold B. Lee (1899–1973) me había dado hacía años con mucho énfasis: “Hal, si quieres recibir revelación, haz el esfuerzo”.
Leí y medité esa vigésimo segunda revisión del discurso, y oré en cuanto a ella. La estudié lo mejor que pude bajo la influencia del Espíritu Santo. Para cuando llegó el momento en que ese miembro del cuórum dio su discurso, yo había hecho el esfuerzo. No estoy seguro de haber ayudado, pero sé que se produjo un cambio en mí cuando escuché el discurso. Recibí mensajes más allá de las palabras que había leído y que él expresó. Las palabras tenían más significado que las que leí en la versión del discurso; y los mensajes parecían ser específicos para mí, adaptados a mis necesidades.
Los siervos de Dios ayunan y oran para recibir el mensaje que Él quiere que transmitan a aquellos que necesitan revelación e inspiración. Lo que aprendí de esa experiencia, y de muchas otras similares, es que para disfrutar de los grandes beneficios que se pueden recibir al escuchar a los profetas y apóstoles vivientes, debemos pagar el precio que requiere el recibir revelación.
El Señor ama a todas las personas que escuchan el mensaje, y conoce el corazón y la situación de cada uno. Él sabe qué corrección, qué incentivo y qué verdad del Evangelio ayudará mejor a cada persona a escoger su camino a lo largo del sendero hacia la vida eterna.
Con frecuencia, quienes escuchamos y vemos los mensajes de la conferencia general, al terminar, pensamos: “¿Qué es lo que más recuerdo?”. El Señor tiene la esperanza de que la respuesta de cada uno de nosotros sea: “Nunca olvidaré los momentos en que sentí la voz del Espíritu, en la mente y en el corazón, diciéndome lo que podía hacer para complacer a mi Padre Celestial y al Salvador”.
Podemos recibir esa revelación personal cuando escuchamos a los profetas y apóstoles, y al esforzarnos con fe para recibirla, tal como lo dijo el presidente Lee. Sé que eso es verdad por experiencia propia y porque me lo ha testificado el Espíritu.