Hasta la próxima
Procurar los dones espirituales
De The Latter-day Saints Millennial Star, 23 de abril de 1894, págs. 258–261; la puntuación y las mayúsculas se han estandarizado.
¿Cuántos de ustedes procuran los dones que Dios ha prometido dar?
Todo hombre y mujer de la Iglesia de Cristo puede recibir dones del Espíritu provenientes de Dios, de acuerdo con su fe y según la voluntad de Él…
¿Cuántos de ustedes… procuran los dones que Dios ha prometido dar? ¿Cuántos de ustedes, cuando se inclinan ante su Padre Celestial en su círculo familiar o en sus lugares secretos, ruegan que esos dones les sean otorgados? ¿Cuántos de ustedes piden al Padre, en el nombre de Jesús, que se manifieste a ustedes mediante esos poderes y esos dones? ¿O van por la vida día a día, como una puerta que va y viene, sin sentir nada en cuanto al tema, sin ejercer ninguna fe, conformándose con haber sido bautizados y ser miembros de la Iglesia, y ahí se quedan, pensando que su salvación es segura porque han hecho eso?…
Sé que Dios está dispuesto a sanar a los enfermos, que está dispuesto a otorgar el don del discernimiento de espíritus, el don de sabiduría, de conocimiento y de profecía, así como otros dones que fuesen necesarios. Si alguno de nosotros es imperfecto, es nuestro deber orar con el fin de recibir el don que nos haga perfectos. ¿Tengo yo imperfecciones? Estoy lleno de ellas. ¿Cuál es mi deber? Orar a Dios para que me dé los dones que corregirán esas imperfecciones. Si soy un hombre iracundo, es mi deber orar para tener caridad, la cual es sufrida y benigna. ¿Soy un hombre envidioso? Es mi deber procurar la caridad, que no tiene envidia. Y así es con todos los dones del Evangelio; están allí para ese propósito. Ningún hombre debería decir: “No lo puedo evitar; es mi naturaleza”. No está justificado, por la sencilla razón de que Dios ha prometido darnos fortaleza para corregir esas cosas, y darnos los dones que las erradicarán. Si un hombre es falto en sabiduría, es su deber pedir a Dios sabiduría. Igual es con todo lo demás. Ese es el designio de Dios en lo que concierne a Su Iglesia. Él desea que Sus santos se perfeccionen en la verdad. Por ese propósito da estos dones y los otorga a los que los procuran, con el fin de que sean un pueblo perfecto sobre la faz de la tierra a pesar de sus muchas debilidades, porque Dios ha prometido dar los dones que sean necesarios para su perfeccionamiento.