Principios de ministración
¿Cómo podemos crear una cultura de inclusión en la Iglesia?
Cuando echamos un vistazo a nuestros barrios y ramas, vemos personas que parecen congeniar con facilidad. De lo que no nos damos cuenta es que, incluso entre quienes parecen congeniar, hay muchos que se sienten excluidos. Por ejemplo, un estudio descubrió recientemente que cerca de la mitad de los adultos de los Estados Unidos se sienten solos, excluidos o aislados de los demás1.
Es importante sentirse incluido; es una necesidad humana fundamental y duele cuando nos sentimos excluidos. Ser excluido puede producir sentimientos de tristeza o enojo2. Cuando sentimos que no formamos parte de algo, tendemos a buscar un lugar en el que estemos más cómodos. Debemos ayudar a todos a sentir que pertenecen a la Iglesia.
Incluir como lo hizo el Salvador
El Salvador fue el ejemplo perfecto de cómo valorar e incluir a los demás. Cuando escogió a Sus apóstoles, no prestó atención a posiciones sociales, riquezas ni profesiones encumbradas. Valoró a la mujer samaritana junto al pozo al testificarle de Su divinidad a pesar de que los judíos menospreciaban a los samaritanos (véase Juan 4). Él mira el corazón y no hace acepción de personas (véanse 1 Samuel 16:7; Doctrina y Convenios 38:16, 26).
El Salvador dijo:
“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis los unos a los otros.
“En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros” (Juan 13:34–35).
¿Qué podemos hacer nosotros?
A veces es difícil distinguir si alguien se siente excluido. La mayoría de las personas no lo dicen, al menos no de forma tan clara. Pero, con un corazón lleno de amor, con la guía del Espíritu Santo y haciendo un esfuerzo por ser conscientes de los demás, podemos reconocer cuando alguien no se siente incluido en las reuniones y las actividades de la Iglesia.
Posibles señales de que alguien se siente excluido:
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Lenguaje corporal cerrado; por ejemplo, tener los brazos cruzados con firmeza o la mirada baja.
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Sentarse en la parte de atrás del salón o sentarse solo.
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No asistir a la Iglesia o asistir irregularmente.
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Irse de las reuniones o actividades antes de que terminen.
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No participar en las conversaciones o en las lecciones.
Puede que esas sean señales de otras emociones también, tales como timidez, ansiedad o sentirse incómodo. Los miembros pueden sentirse “diferentes” cuando son nuevos en la Iglesia, cuando son de otro país o cultura, o cuando han sufrido algún cambio de vida traumático reciente, como un divorcio, la muerte de un familiar o el regreso de la misión antes de tiempo.
Independientemente de la razón, no debemos vacilar en tender la mano con amor. Lo que decimos y hacemos puede crear un sentimiento de que todos son bienvenidos y de que a todos se les necesita.
Algunas maneras de ser inclusivo y cordial
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No sentarse siempre con las mismas personas en la Iglesia.
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Ver más allá de la apariencia exterior a fin de ver a la verdadera persona. (Para más información sobre este tema, véase “Ministrar es ver a los demás como el Salvador los ve”, Liahona, junio de 2019, págs. 8–11).
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Incluir a otras personas en las conversaciones.
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Invitar a otras personas a ser parte de su vida. Puede incluirlas en actividades que ya esté planeando.
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Buscar y cultivar intereses en común.
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No dejar de ofrecer su amistad solo porque alguien no esté a la altura de sus expectativas.
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Cuando se observa algo singular en una persona, poner interés en ello en lugar de pasarlo por alto o evitarlo.
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Expresar afecto y hacer elogios sinceros.
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Tomar tiempo para pensar en lo que significa realmente cuando decimos que la Iglesia es para todas las personas, sin que importen sus diferencias. ¿Cómo podemos hacer eso realidad?
No siempre es fácil sentirse cómodo alrededor de personas que son diferentes de nosotros; pero, con la práctica, podemos valorar más las diferencias y apreciar las contribuciones singulares que cada persona brinda. Como enseñó el élder Dieter F. Uchtdorf, del Cuórum de los Doce Apóstoles, nuestras diferencias pueden ayudarnos a hacer de nosotros personas mejores y más felices: “Vengan, ayúdennos a edificar y fortalecer una cultura de sanación, bondad y misericordia para con todos los hijos de Dios”3.
Bendecidos por la inclusión
Christl Fechter se mudó a otro país después de que la guerra destruyera su tierra natal. No hablaba bien el idioma ni conocía a nadie en su nuevo vecindario, así que se sintió aislada y sola al principio.
Siendo miembro de la Iglesia, se armó de valor y comenzó a asistir a su nuevo barrio. Le preocupaba que su fuerte acento fuera un impedimento para que las personas quisieran hablar con ella o que se la juzgara por ser soltera.
Sin embargo, conoció a personas que pasaron por alto sus diferencias y la acogieron en su grupo de amigos. Le tendieron una mano de amor y pronto se encontró ocupada ayudando a enseñar una clase de la Primaria. Los niños fueron grandes ejemplos de aceptación, y el sentimiento de ser amada y necesitada fortaleció su fe y la ayudó a renovar su devoción al Señor por el resto de su vida.