Oremos cerca del templo
Juan Beltrame
Buenos Aires, Argentina
Cuando nuestro hijo Marco tenía tres años, él y yo comimos algo que nos produjo una intoxicación. Marco se puso tan enfermo que perdió el conocimiento. Mi esposa, Marianela, y yo lo llevamos de urgencia al hospital. Para el momento en que llegamos, parecía estar muerto. Finalmente, al cabo de unas cuatro horas, recobró el conocimiento.
De ahí en adelante, Marco sufrió convulsiones de vez en cuando durante los cinco años siguientes. Cada noche, cuando lo llevábamos a la cama, nos preguntábamos si en la mitad de la noche tendríamos que volver a llevarlo de urgencia al hospital. Tuvimos dificultades para dormir durante aquellos años llenos de estrés y confiamos en la oración, la fe, el ayuno y las bendiciones del sacerdocio.
Cuando Marco tenía aproximadamente seis años, Marianela me llamó al trabajo y me dijo que fuera rápidamente al hospital. Marco había sufrido una convulsión grave y estaba en coma. Cuando llamó, yo estaba trabajando en la renovación del Centro de Capacitación Misional de Argentina, situado junto al Templo de Buenos Aires, Argentina.
Antes de ir al hospital, un amigo y compañero de trabajo me dijo: “Ya que estamos tan cerca de la Casa del Señor, ¿por qué no oramos juntos primero?”. El templo estaba cerrado para su renovación y ampliación, pero nos acercamos a la Casa del Señor, donde oré por Marco.
A pesar de todo lo que habíamos pasado con Marco, me sentí agradecido a Dios por el tiempo que Marianela y yo habíamos podido compartir con él. Mientras oraba, le dije al Padre Celestial que habíamos tratado de ser buenos padres y habíamos cuidado de Marco lo mejor que habíamos podido. También le dije que aceptaríamos Su voluntad si Él llamaba a Marco a Su hogar.
Al llegar al hospital, no sabía si Marco sobreviviría al coma o, si salía de él, si sería capaz de caminar o de hablar de nuevo. Después de dos horas agotadoras, se despertó. Estaba exhausto, pero estaba bien. Desde ese momento, mejoró milagrosamente. Poco a poco, Marco fue reduciendo la medicación y salió definitivamente del hospital.
Marianela y yo recordamos aquella época difícil agradecidos de que todavía tenemos a Marco y por las cosas que aprendimos. Nuestra prueba nos unió y nos hizo más fuertes espiritualmente. Sin ella, puede que no hubiéramos aprendido a reconocer las muchas formas en que el Señor muestra Su mano en nuestra vida.
Como dice Marianela: “Vimos una montaña de evidencias y experiencias que nos han dado un testimonio de la presencia de Dios, de que Él está con nosotros y de que nos escucha. Si perseveramos y tenemos paciencia, pueden llegar las bendiciones cuando menos las esperamos”.