¡Mi mejor jornada laboral!
Cuando se aprende a amar y valorar el trabajo, se puede encontrar en él una fuente importante de gozo.
Hace algunos años, me encontraba en un auditorio del Instituto Churchill de la Universidad de Cambridge, Inglaterra, en una reunión anual de la compañía para la que trabajaba. En esa ocasión, tuve el privilegio de recibir un premio, a nombre de mi equipo, de manos del presidente y director general de la compañía a nivel mundial, por el excelente trabajo realizado ese año.
Mientras los líderes de la compañía de todo el mundo, en representación de ochenta mil empleados, aplaudían y elogiaban a nuestro equipo por sus logros, pensé: “¡Esta debe ser mi mejor jornada laboral!”. Se podía percibir un ambiente extraordinario en ese momento.
Pan compartido
Por otra parte, en mi mente volví a mi primer día de trabajo, hacía unos cuarenta años. Mi padre era dueño de una panadería con la que abastecía varios negocios pequeños en nuestra ciudad del sur de Brasil. Cuando era niño, le insistía a mi padre para que me llevara a trabajar con él. ¡Un día por fin dijo que sí!
Mi madre cosió un pequeño delantal blanco y un gorro de panadero para mí, y mi papá y yo nos fuimos a la panadería. Mezclamos y preparamos la masa juntos, dimos forma a unas hogazas con nuestras manos y luego las pusimos en el horno de ladrillo. Cuando el pan estaba horneado, usamos una larga paleta de madera para sacarlo del horno con cuidado. Esperamos algunos segundos y luego compartimos una hogaza del pan todavía caliente. ¡Sabía maravilloso!
Tras reflexionar, concluí que cuando recibí el premio en Cambridge, había vivido mi segunda mejor jornada laboral. Mi mejor y más feliz jornada la viví en un escenario mucho más humilde: una pequeña panadería en la que no había público ni una gran ovación. Solo estábamos mi papá y yo. Ese día, él me enseñó a amar y valorar el trabajo y me ayudó a sentir el gozo de hacer algo, desde cero, con mis propias manos. Aprendí que el trabajo duro es gratificante tanto para el cuerpo como para el espíritu.
El trabajo es una bendición
Cuando el Señor dijo a Adán y Eva: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Génesis 3:19), daba la impresión de que Él los estaba castigando. En realidad, les estaba dando la oportunidad de experimentar la gozosa y gratificante sensación de llegar a ser autosuficientes, de proveer para sí mismos.
Muchos de nosotros vemos el trabajo solo como una forma de proveer temporalmente para nosotros mismos y nuestras familias, o quizás como una forma de adquirir estatus social al ostentar un cargo importante. Pero, por sobre todo, Dios desea que trabajemos para que podamos sentirnos profundamente satisfechos al realizar una tarea, crear algo nuevo, innovar, mejorar algo que ya existe, y agregar valor al mundo en el que vivimos.
En términos espirituales, una vida centrada en el Evangelio siempre conlleva trabajo. El élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, ha dicho: “Una vida consagrada está llena de trabajo, a veces repetitivo, de poca importancia o no apreciado, pero siempre produce mejoras, establece orden, sostiene, eleva, asiste, impulsa”1.
Cuando eran niños, seguramente les preguntaban: “¿Qué quieres ser cuando seas grande?”. En sus años de adolescencia, esa pregunta seguramente se ha reemplazado por: “¿Qué vas a estudiar en la universidad?”.
Entusiasmo, honor y determinación
Cualquiera sea la profesión a la que se dediquen, cualquiera sea la ocupación por la que opten, procuren hacer su trabajo con entusiasmo, honor y determinación. Deben trabajar duro y siempre deben tratar de obtener los mejores resultados. Esa actitud hacia el trabajo les ayudará a sentirse seguros temporal, emocional y espiritualmente. La oportunidad de trabajar es una bendición del Señor. A medida que aprendan a apreciar y amar su trabajo, encontrarán la felicidad y determinación que provienen de la autosuficiencia.
Todavía puedo oír los aplausos y las palabras de estímulo de esa audiencia en la Universidad de Cambridge, pero me es mucho más preciado el recuerdo de ese día en la panadería con mi padre y el aroma de esas hogazas de pan al salir del horno.