Voces de los Santos de los Últimos Días
Con paso firme y sin dudar
Tengo apenas 20 años y ya llevo dos años de casada y de vivir una vida de adulta que no imaginaba. Me convertí en esposa muy joven, pero desde que recibí la propuesta matrimonial he vivido muchas experiencias espirituales que me han ayudado a actuar por fe.
Soy miembro de la Iglesia desde muy pequeña. Aunque mi padre no es miembro y mi mamá es menos activa, tuve la oportunidad de participar en todos los programas de mi barrio: la Primaria, Seminario y Mujeres Jóvenes. Así que el matrimonio en el templo siempre fue una meta. Sin embargo, debido a que ninguno de mis parientes se ha sellado, yo lo veía como un sueño muy distante.
Al cumplir 18 años empecé a participar en el programa de los Jóvenes Adultos Solteros (JAS). El representante de los JAS en mi estaca era Óscar Machado, quien hoy es mi esposo. Nos conocimos porque me escribió por WhatsApp para pedirme que diera la oración inicial en una charla. El día de la actividad no pude llegar a tiempo para cumplir mi asignación, pero Óscar comprendió que tuve un inconveniente y me asignó la oración final. Al concluir la reunión hablamos y así fue como iniciamos una breve relación de tres semanas que terminaron con una sorpresiva propuesta matrimonial.
Óscar tenía 23 años entonces y una beca para estudiar en la Universidad Brigham Young (BYU). En nuestra cultura dentro de la Iglesia, no se acostumbra que las mujeres nos casemos a una edad temprana; así que, después de miles de comentarios y opiniones, no sabía si debía recibir las ordenanzas del santo templo y casarme. Los temores y las dudas se apoderaron de mí.
Mientras llevábamos una relación a distancia, yo tenía muchas preguntas. ¿Seré muy joven para el matrimonio? ¿Estoy lista? ¿Y si mejor sirvo una misión o termino mis estudios? Llegó el punto en el que me sentía angustiada y triste, sin saber qué hacer.
Después de luchar en vano contra mis miedos, decidí ir a buscar las respuestas al templo. Recuerdo que le llevé todas mis dudas al Padre Celestial porque sabía que Él me contestaría y yo estaba dispuesta a seguir Su consejo. Pero cuanto más pedía para saber si casarme en ese momento de mi vida era lo correcto, menos venía la contestación.
Antes de salir del templo, justo frente a la recepción, uno de los obreros me detuvo. Me indicó que no sabía hablar español, pero que había sentido una fuerte impresión de compartir conmigo unas palabras de un artículo de la Liahona que él estaba leyendo. Cuando tomé la revista para leer la parte que me sugirió, encontré mi respuesta: “Duden de sus dudas antes que dudar de su fe”. El discurso era de la conferencia general de octubre de 2013, con el título “Vengan, únanse a nosotros”, por el élder Dieter F. Uchtdorf, que entonces era el segundo consejero de la Primera Presidencia.
Ese discurso disipó al instante mis miedos, mis preguntas y mis dudas sobre si era el momento de formar una familia.
Todas las decisiones importantes de la vida vienen acompañadas de oposición. Casarse, estudiar una carrera universitaria, tener hijos o ir a una misión de tiempo completo, son oportunidades de progreso en esta vida que pueden traernos muchas bendiciones. Pero, por experiencia propia, puedo decir que también son una oportunidad para que el enemigo de toda verdad siembre dudas y haga tambalear nuestra fe.
Las respuestas a nuestras preguntas no siempre vienen de forma extraordinaria, pero puedo decir que llegan cuando estamos en los lugares correctos y estamos dispuestos a recibir el consejo del Padre Celestial, que sabe qué es lo mejor para nosotros.
Óscar y yo nos casamos cuando él volvió de BYU. No teníamos un plan de qué hacer con nuestra vida juntos. Pensamos en irnos juntos a la universidad, pero el día de nuestra boda elegimos quedarnos en nuestro país, El Salvador. No teníamos nada, pero el Señor nos bendijo pronto. Óscar consiguió un empleo y pudimos rentar un apartamento muy bonito.
Estoy segura de que el empleo, la vivienda, los muebles y todas las pequeñas bendiciones que hemos recibido en estos meses no habrían llegado si no hubiéramos tomado la decisión correcta. Creo que por separado ambos podríamos tener un futuro prometedor, sin tener que preocuparnos tan jóvenes de cosas de adultos; pero juntos hemos superado pruebas de todo tipo. Yo soy su fortaleza cuando él se siente mal y él es la mía cuando yo decaigo. Juntos somos fuertes y con la ayuda de Dios seguiremos adelante, con pasos firmes y sin dudar.