Mensaje del Área
La Pascua de la Resurrección, ese don infinito
“No está aquí, porque ha resucitado”1.
¿Alguna vez se han expresado palabras más esperanzadoras? Para los discípulos de Jesucristo la historia es conocida, la hemos leído una y otra vez. A pesar de esto, cada vez que pasamos por el relato nos inunda una profunda sensación de paz. La resurrección del Salvador es el evento más significativo en la historia de la humanidad, no solamente por lo extraordinario, sino por lo que habilitaría al resto de los hijos de Dios. Jesucristo fue el único ser capaz de conceder, a través de su expiación infinita, inmortalidad a los hijos de Dios. Este legado no fue dado sin antes pagar un alto precio, tal como lo predijo Isaías, Él fue: “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores y experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado y no lo estimamos.
“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, y nosotros le tuvimos por azotado, herido por Dios y afligido.
“Mas él herido fue por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos nosotros sanados”2.
Jesucristo culminó Su obra en la tierra concediendo el don de la resurrección a todos. ¡Cuán bendecidos somos al saberlo! ¿Hemos meditado lo suficiente sobre el alcance de este milagro? ¿Cuánto ha cambiado nuestra perspectiva de la vida y la muerte?
La resurrección del Salvador nos consuela
Los desafíos de esta vida incluyen el soportar enfermedades, dolores, pérdidas tempranas de seres queridos e incapacidades físicas de distinta índole y gravedad. La promesa dada a través del don infinito indica que “ni un cabello de la cabeza se perderá, sino que todo será restablecido a su propia y perfecta forma”3.
El presidente Spencer W. Kimball añadió a esta promesa cuando dijo: “Estoy seguro de que, si podemos imaginar lo mejor de nosotros de manera física, mental y espiritual, así es como volveremos”4.
¡Cuán consoladora es esta verdad!
La resurrección del Salvador nos brinda esperanza
He tenido relaciones familiares que añoro; mi abuelo, por ejemplo, me enseñó a saludar con un fuerte apretón de manos y con una mirada franca a los ojos, me dijo que esto era señal de sinceridad y confianza, ¡cuánto extraño sus charlas! Mis dos abuelas tenían el don de contar historias, algunas relatadas y otras cantadas, aún puedo recordar su timbre armonioso, sus voces claras y serenas. La resurrección del Salvador me brinda la esperanza cierta de que volverán a vivir, y las promesas del templo me indican que puedo volver a estrechar sus manos, escuchar sus cantos y tener gozo eterno. Jesucristo ha desatado las ligaduras de la muerte y ha unido a las familias con hilos de eternidad.
El élder Joseph B. Wirthlin declaró: “Al levantarse de la tumba, siendo las primicias de la resurrección, Cristo hizo que ese don estuviera disponible para todos. Y con ese acto sublime, alivió el pesar devastador que atormenta el alma de los que han perdido a sus seres queridos”5.
¡Cuán esperanzadora es esta verdad!
La resurrección del Salvador nos trasmite confianza en Él
¿Podemos confiar en alguien que ha cumplido con su parte? ¿Podemos confiar en aquel que ha guardado sus promesas? ¿Podemos confiar en alguien que se sometió voluntariamente a padecimientos inimaginables por amor? Ciertamente, no ha existido en el mundo otro ser más digno de confianza que nuestro Señor y Redentor Jesucristo.
Aún en las peores circunstancias de nuestra vida, el acercarnos al Salvador y confiar en Sus méritos puede brindarnos el sustento necesario para sobrellevar bien nuestras pruebas y las cargas que nos son impuestas. En el Libro de Mormón hay un relato de las circunstancias adversas que un grupo de santos fieles tuvo que pasar y qué fue lo que los sustentó durante ese tiempo. En Alma 4 las circunstancias de Zarahemla eran muy complejas, tanto así que Alma decidió dejar el asiento judicial para proclamar el Evangelio y “despertar en ellos el recuerdo de sus deberes”6.
La situación del pueblo era en extremo preocupante y esto incluía a la mayor parte del pueblo del Señor donde “había grandes contenciones entre los de la iglesia; sí, había envidias y conflictos, malicia, persecución y orgullo, aun excediendo al orgullo de aquellos que no pertenecían a la iglesia de Dios”7.
En este contexto desfavorable, un pequeño grupo de santos mantenían sus convenios en alto, y esto era lo que los sostenía: “se humillaban, socorriendo a los que necesitaban su socorro, a saber, repartiendo de sus bienes al pobre y al necesitado, dando de comer al hambriento y sufriendo toda clase de aflicciones por causa de Cristo, quien había de venir según el espíritu de profecía, esperando anhelosamente ese día, reteniendo de ese modo la remisión de sus pecados; llenándose de gran alegría a causa de la resurrección de los muertos, de acuerdo con la voluntad y el poder y la liberación de Jesucristo de las ligaduras de la muerte”8.
Testifico del consuelo, la esperanza y la confianza que nos brinda el don infinito de la resurrección del Salvador y los invito con las palabras de Lehi: “Por lo tanto, cuán grande es la importancia de dar a conocer estas cosas a los habitantes de la tierra, para que sepan que ninguna carne puede morar en la presencia de Dios, sino por medio de los méritos, y misericordia, y gracia del Santo Mesías, quien da su vida, según la carne, y la vuelve a tomar por el poder del Espíritu, para efectuar la resurrección de los muertos, siendo el primero que ha de resucitar”9.
En el nombre de Jesucristo. Amén.