2021
Hallar un sentimiento de pertenencia en Cristo
Septiembre de 2021


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Hallar un sentimiento de pertenencia en Cristo

La autora vive en la prefectura de Kanawaga, Japón.

A medida que los muros de los prejuicios relacionados con los desafíos de mis hijos se derrumbaban, mi familia encontró un sentido de pertenencia y la gran alegría que proviene del evangelio de Jesucristo.

madre abrazando a su hijo

A menudo oímos que el amor puede curar todas las heridas, pero no supe cuán cierto era eso hasta que lo viví.

Durante años, mi familia luchó por encontrar un lugar donde sentir que pertenecíamos. A mis dos hijos les diagnosticaron autismo y TDAH a edad temprana, y debido a su comportamiento incontrolable y a menudo disruptivo, muchas personas no entendían su situación. En mi país, Japón, el 98% de la población es japonesa. En cualquier zona en la que haya poca diversidad puede ser difícil para la sociedad aceptar a los que son incluso un poco diferentes.

Cuando mis hijos eran pequeños, intenté inscribirlos en la escuela infantil. Empecé a presentar solicitudes en las escuelas de la zona, pero con cada una de ellas me encontraba la misma difícil respuesta: en cuanto el personal conocía a mis hijos y se enteraba de su situación, nos informaban de que el colegio ya no tenía plazas. Finalmente, un centro de una ciudad vecina nos acogió, pero solo después de que nos rechazaran todos los centros de educación infantil de nuestra ciudad.

Fue increíblemente doloroso.

Viajar en transporte público tampoco fue mucho más fácil. A veces, cuando regañaba a los niños por hacer demasiado ruido en el tren, exageraban su reacción, lo que hacía que los desconocidos me dijeran que estaba siendo abusiva. Otras veces, me contenía de hacer callar a los niños por miedo a cómo pudieran reaccionar, solo para que otros pasajeros me dijeran que estaba siendo negligente.

Incluso hubo trabajadores sociales que insistieron en que ingresara a uno de mis hijos en un centro semipermanente, con contacto solo una vez cada dos años, porque creían que nunca sería capaz de criar a dos niños con autismo y TDAH siendo madre soltera. Sin embargo, habiendo experimentado personalmente las dificultades de una infancia complicada —mis padres se divorciaron cuando yo era una niña muy pequeña y, por diversas razones, no pudieron cuidar de mí— estaba decidida a hacer todo lo posible para dar a mis hijos el amor profundo que todo niño merece.

Congregados en un entorno seguro

Hace varios años, asistí a un seminario de trabajo, y me di cuenta de que algunos de los líderes del seminario se cruzaban de brazos e inclinaban la cabeza antes de comer. Estas personas suelen ser muy amables, pensé en mi interior. ¿Por qué se ponen de tan mal humor cada vez que se sientan a comer?

Enseguida me di cuenta de que estaban orando —no enfadados— y no pude evitar hacer más preguntas sobre su fe. Eran sumamente amables e irradiaban un sentimiento muy especial, y yo anhelaba saber más. Me enteré de que eran miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y rápidamente aceptamos su invitación de asistir a la Iglesia con ellos.

Debido a su autismo, mi hijo menor tenía miedo de estar en grupos grandes y de conocer nuevas personas, pero el barrio nos acogió con los brazos abiertos e hizo todo lo posible para adaptarse a nuestras necesidades. Los miembros reservaron una sala especial al fondo del salón sacramental solo para mi hijo, y cumplieron nuestra petición de evitar el contacto visual con él hasta que se sintiera más cómodo. Incluso si uno de mis hijos interrumpía la reunión sacramental, nos trataban con el máximo respeto y amabilidad.

Vi a mis hijos desplegarse en el calor del abrazo del barrio. Rápidamente hicieron nuevos amigos, y mis hijos incluso empezaron a asistir a la Primaria los días que yo no podía asistir a la Iglesia.

Finalmente nos bautizamos, un recuerdo que todavía trae lágrimas de emoción a mis ojos. En el servicio bautismal, los miembros del barrio —comprendiendo el miedo de mis hijos a las multitudes— entraron con mucho cuidado a la parte de atrás de la sala después de que mis niños se hubieran sentado, para evitar asustarlos. Después, nos ofrecieron una montaña de dulces de felicitación, y el amor en la sala era tan palpable que mis hijos exclamaron: “¡Quiero ser bautizado otra vez!”

No siento más que gratitud en mi corazón cuando pienso en el profundo amor que demostraron los miembros de nuestro barrio, un amor que al final nos permitió encontrar la luz del Evangelio. El barrio demostraba claramente lo que significa tener “entrelazados [los] corazones con unidad y amor el uno para con el otro” (Mosíah 18:21). Mi familia fue realmente bendecida por la amabilidad de esos acogedores Santos de los Últimos Días.

Hallar paz y un sentimiento de pertenencia

Ya han pasado dos años desde que mis hijos y yo fuimos bautizados. Mis dos hijos han sido ordenados al Sacerdocio Aarónico, y he visto un cambio increíble en su comportamiento.

Estoy agradecida por las muchas personas amorosas que aceptaron a mi familia y que ayudaron a mis hijos a superar sus temores gracias al poder del amor. Estoy agradecida por el evangelio de Jesucristo, a través del cual se pueden curar incluso las heridas más profundas causadas por los prejuicios. Y sobre todo, estoy agradecida por un Padre Celestial amoroso, que preparó un camino para que mi familia encontrara paz y pertenencia, incluso cuando yo no podía ver cuál sería ese camino.

He aprendido que cuando aceptamos nuestras diferencias, demostramos un amor mayor. Cada uno de nosotros es un hijo amado de padres celestiales, y al recordar esa verdad, todos podemos —sin importar dónde estemos o quiénes seamos— llegar a ser uno en Cristo (véase Doctrina y Convenios 38:27).