Mensaje del Área
¿Estáis dispuestos a ser testigos de Dios en todo tiempo?
Un deseo sincero de servir y ministrar puede hacer la diferencia para toda la vida.
Siendo poseedor del Sacerdocio Aarónico, se nos asignó a los hombres jóvenes visitar a una hermana anciana del barrio, por lo que acordamos ir un sábado en la tarde. El punto de reunión fue la capilla; sin embargo, uno de los compañeros del cuórum llevó una pelota de fútbol, con lo cual en un momento perdimos de vista el enfoque de reunirnos y decidimos jugar “mientras esperábamos” al resto de jóvenes.
Al estar el grupo completo el partido se intensificó, al punto de no recordar la asignación hasta casi caer la tarde. Nos apresuramos en salir del edificio y fuimos a la casa de la hermana, quien vivía en una cuesta empedrada. Al llegar, una de sus nietas, quien no era miembro de la Iglesia, nos abrió la puerta y nos dijo que su abuelita acababa de fallecer hacía algunos minutos y que pasáramos a despedirla.
Esa experiencia fue una gran lección personal la cual me enseñó que debemos estar en el momento preciso en donde se nos requiera y seguir las indicaciones espirituales aun sin “saber de antemano” a quién debemos ministrar.
Para bendición nuestra, como miembros de la Iglesia de Jesucristo, tenemos los recursos para desarrollar la guía del Espíritu y no dejar ir esas oportunidades de ministrar como el Señor lo requiere. Entre los recursos más valiosos que poseemos están el Libro de Mormón y las palabras de los profetas vivientes.
Aun en estos tiempos difíciles de enfermedad, de mucha presión en todos los aspectos, o cuando el egoísmo tiende a dominar a las personas, nosotros debemos tomar intencionalmente el tiempo para hacer las cosas que más importan, entre ellas el velar los unos por los otros.
Alma, el sumo sacerdote, lo enseñó a su pueblo: “y ya que deseáis entrar en el redil de Dios y ser llamados su pueblo, y estáis dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras; sí, y estáis dispuestos a llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo, y ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar en que estuvieseis, aun hasta la muerte, para que seáis redimidos por Dios, y seáis contados con los de la primera resurrección, para que tengáis vida eterna”1.
El “estar dispuestos” nos indica que debemos tener la disposición, el tiempo, el deseo, pero sobre todo el amor para cumplir con el convenio que hemos concertado de ser testigos de Dios en todo tiempo, en todas las cosas y en todo lugar, especialmente al momento de servir, consolar y ministrar a aquellos que se nos han asignado, pero más aún, a aquellos que no se nos han asignado, ya que ello requiere una disposición y sintonía espiritual adicional.
Me conmueve sobremanera que, de las últimas cosas que el profeta Moroni registra en sus escritos, comparte enseñanzas específicas dadas en un “mensaje de texto” por su padre Mormón en cuanto a desarrollar la fe, la esperanza y la caridad. Algunas de las poderosas razones por las cuales esto me conmueve es porque estaba bajo las más difíciles circunstancias de su vida: su país y pueblo habían sido destruidos, estaba sin un cómodo hogar, sin una familia, sin siquiera un lugar para descansar, de seguro con muchas limitaciones de alimentación y salud, pero sobre todo siendo perseguido a muerte por “no negar a Cristo”. Pero aun bajo esas dificilísimas circunstancias afloran en él las impresiones espirituales más tiernas, puras y sencillas de comprender que comparte con nosotros:
“Por tanto, amados hermanos míos, si no tenéis caridad, no sois nada, porque la caridad nunca deja de ser. Allegaos, pues, a la caridad, que es mayor que todo, porque todas las cosas han de perecer; pero la caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre; y a quien la posea en el postrer día, le irá bien”2.
Aprendemos entonces que aun bajo nuestras peores circunstancias podemos velar y cuidar de aquellos que están alrededor nuestro y que necesitan sentir el amor puro de Cristo por medio de palabras de consuelo, de un mensaje, una llamada o videollamada, de nuestro servicio y de nuestro amor. Pero ¿qué sucede si se nos hace difícil tener esa sintonía espiritual para saber a quién servir? Moroni da la respuesta:
“Por consiguiente, amados hermanos míos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo; para que lleguéis a ser hijos de Dios”3.
Personalmente, aún siento no haber estado con la hermana Bernabela ese día que teníamos que servirle como jóvenes. Pero sé que algún día la encontraré en el mundo de los espíritus y podré pedirle perdón por no haber estado con ella; por lo que mi sencilla invitación es que no dejemos ir las oportunidades de ministrar y servir que se nos presentan, tanto las que se nos han asignado, pero sobre todo aquellas que el Espíritu nos asigna continuamente.
Testifico que, si desarrollamos con verdadera intención más fe, esperanza y caridad, podremos tener la paz prometida que el Maestro nos da en nuestras vidas y sé que nuestras cargas se aligerarán, y testifico de ello en Su nombre, sí, en el nombre de Jesucristo. Amén.