Mensaje de los líderes del Área
El mayor y más preciado regalo
Cada año, al celebrar la Navidad, empezamos a pensar en los regalos. Algunas personas anticipan con alegría lo que pueden regalar y cómo pueden sorprender a alguien. Para otros, esta tradición anual encaja mejor en la categoría de una actividad estresante. En nuestra familia, mi esposa lleva en su ADN el gozo de regalar, mientras que yo soy el que suele experimentar dificultades para encontrar algo que tenga sentido y valor. He reflexionado sobre por qué esto puede ser así. Aunque hay muchos factores que contribuyen a ello, como diferentes personalidades y preferencias, les ofrezco un indicador que podría ayudarnos a todos a entender en qué ocasiones un regalo resulta significativo tanto para el que lo da como para el que lo recibe.
El Salvador enseñó: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos”1. Juan escribió: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”2. Sabemos que el mayor y más preciado regalo de todos los tiempos fue el de la expiación de Jesucristo, un don otorgado tanto por el Padre como por el Hijo. Gracias a Su regalo, la muerte no tiene aguijón y el sepulcro no tiene victoria3. Gracias a la expiación de Cristo, la redención, la salvación eterna y la exaltación están disponibles para toda la humanidad; sí, para cuantos quieran4.
Estos dones nos atraen a causa de su valor personal imperecedero. Sin embargo, saber que un amor genuino y divino nos los concedió sobrepasa toda imaginación posible. Piensen en esto: el Salvador los ama tanto que realmente dio Su propia vida por ustedes. Su Padre Celestial los ama tanto que de buen grado dio a Su Hijo Unigénito por ustedes. Cuando empecemos a comprender estas verdades tan impactantes, ese mismo amor llenará nuestros corazones de tal modo que, con profunda gratitud, querremos cantar:
“Asombro me da el amor que me da Jesús. Confuso estoy por Su gracia y por Su luz, y tiemblo al ver que por mí Él Su vida dio; por mí, tan indigno, Su sangre Él derramó. Cuán asombroso es que por amarme así muriera Él por mí. Cuán asombroso es lo que dio por mí”5.
Sabiendo lo desconsiderado, rebelde y orgulloso que puedo ser a veces, me asombra que Dios, sin embargo, me extienda tal misericordia, amor y devoción. ¿Cómo puedo, por tanto, mostrarle mi gratitud?
En primer lugar, recibamos conscientemente el regalo: “Porque, ¿en qué se beneficia el hombre a quien se le confiere un don, si no lo recibe? He aquí, ni se regocija con lo que le es dado, ni se regocija en aquel que le dio la dádiva”6. Recibamos el don y aceptemos al Benefactor al mostrarle nuestra gratitud por medio del gozo y el amor. El Salvador mandó: “… [Amaos] los unos a los otros, como yo os he amado”7; y “Si me amáis, guardad mis mandamientos”8.
En segundo lugar, aprendamos de nuestro Salvador. Nuestro gozo por Su incomprensible regalo se multiplicará cuando lo compartamos con amor y compasión. Cuando ministramos a los demás, en realidad estamos compartiendo el mensaje de Cristo, que dijo: “… en cuanto lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”9.
Ruego que, durante estas fiestas navideñas, oremos con verdadera intención para que el Señor nos envíe oportunidades en las próximas semanas y meses para amar más, compartir más e invitar a más hermanos y hermanas nuestros a recibir el mayor y más preciado regalo de nuestro Salvador. Su dádiva nos llenará realmente de un gozo inmenso, porque es deseable, para hacernos felices10.