Sección doctrinal
“Hacer muchas cosas por nuestra propia voluntad”
Un caballero, miembro de la Cámara Legislativa de Estados Unidos, preguntó a José Smith cómo era capaz de gobernar a tantas personas y mantener un orden tan perfecto, diciendo que ellos eran incapaces de hacer lo mismo en ningún lugar. El Sr. Smith contestó que era muy fácil lograrlo. “¿Cómo?” —respondió el caballero—, “¡para nosotros es muy difícil!”. A lo que el Sr. Smith contestó: “Yo les enseño principios correctos, y ellos se gobiernan a sí mismos” (John Taylor, “The Organization of the Church”, Millennial Star, 15 de noviembre de 1851, pág. 339; trad.).
Esto me recuerda que muchas de las revelaciones que recibió el profeta José Smith se dieron a los santos como mandamientos, pero en la revelación de la sección 89 se indicó expresamente que en el principio se dio “no por mandamiento ni restricción, sino por revelación y la palabra de sabiduría” (D. y C. 89:2). En esta revelación, que se llama precisamente “Palabra de Sabiduría”, no se requirió que se obedeciera inmediatamente después de recibida y se dio tiempo a los miembros de la Iglesia a ir adaptándose poco a poco a los cambios que esta revelación suponía en sus hábitos. Yo me pregunto cuál sería nuestra reacción si todas las revelaciones se dieran como una “Palabra de Sabiduría”.
El Señor dijo lo siguiente en una revelación dada en la tierra de Sion a los miembros que estaban llegando y pedían saber qué se esperaba de ellos en aquel lugar de recogimiento. El Señor dijo, entre otras muchas cosas, lo siguiente: “Porque he aquí, no conviene que yo mande en todas las cosas; porque el que es compelido en todo es un siervo perezoso y no sabio; por tanto, no recibe galardón alguno. De cierto os digo que los hombres deben estar anhelosamente consagrados a una causa buena, y hacer muchas cosas de su propia voluntad y efectuar mucha justicia; porque el poder está en ellos, y en esto vienen a ser sus propios agentes. Y en tanto que los hombres hagan lo bueno, de ninguna manera perderán su recompensa. Mas el que no hace nada hasta que se le mande, y recibe un mandamiento con corazón dudoso, y lo cumple desidiosamente, ya es condenado” (D. y C. 58:26–29).
El Señor está diciendo algo muy interesante; dijo que “el poder está en ellos”. ¿El poder para qué? Pues el poder de actuar por propia iniciativa. Todos podemos hacer muchas cosas, sin necesidad de que tengan que estar empujándonos. ¿Y cómo se desarrolla ese poder? Pues viviendo con personas que no nos empujen, sino que, como decía José Smith, nos enseñen principios correctos y después nos permitan gobernarnos a nosotros mismos; es decir, que nos den un poco de margen de maniobra; que creen un ambiente que nos ayude a ir desarrollando una personalidad autosuficiente; que demuestren que creen en nosotros. Pero, claro, eso requiere más esfuerzo de todos: padres e hijos, dirigentes y dirigidos, maestros y alumnos…
A veces, los padres, los dirigentes o los maestros actuamos inhibiendo la autosuficiencia de los demás, demostrando que estamos más preocupados por los resultados que por las personas. Dios dejó muy claro que su obra y su gloria es “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna” de sus hijos (cfr. Moisés 1:39). Y todos deberíamos unir nuestros esfuerzos en esa misma dirección.