Voces de Miembros
Jesucristo me tomó de la mano
Somos afortunados por haber recibido el regalo del Mesías en nuestras vidas; su ejemplo, valentía, firmeza y constancia, nos transforman en los hombres que debemos ser; sin embargo, hay mujeres que, de manera extraordinaria, han encontrado a Jesucristo y han sentido Su amor y protección, como así lo experimentara en su propia vida, Ramona Rosario, quien conoció La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en el año 1981, en la República Dominicana, Municipio Constanza; uno de los lugares más hermosos del Caribe.
Nos cuenta que, cuando sólo tenía dieciocho años, viviría uno de los momentos más desesperantes y claros del sentido de la vida, el cual afirmaría su testimonio hacia el señor Jesucristo y le ayudaría a escuchar con humildad a los misioneros, meses después.
República Dominicana, producto de una gran sequía, vivió momentos de carencias de agua muy difíciles, lo que obligaba a una gran mayoría de la población a desplazarse a ríos y canales para abastecerse de este preciado líquido. Ramona Rosario era una de estas personas afectadas por la escases.
Nos cuenta que, mientras caminaba en un día de los tantos que se vio obligada a llevar latas y galones sobre sus hombros, en las orillas del río Yaque del Norte, le tocó observar cómo extraían arena con equipos pesados, creando agujeros que luego desaparecían en las aguas turbias del río, lo que hacía imposible detectar los peligrosos agujeros que constantemente amenazaban a las personas necesitadas del entorno, tanto adultos como niños.
Una mañana de un miércoles de noviembre de 1981, nunca pensó que sería ella misma una de las víctimas de estos temibles agujeros; cayó en uno de los agujeros que hacía movimientos de remolino y no podía salir. Comenzó a sentir un terror que amenazaba con arrancar su vida; recuerda que, en ese momento de agonía, oró y clamó al señor Jesucristo, con toda la energía que le quedaba, pidiéndole una oportunidad, suplicándole Su ayuda, mientras el agua la ahogaba cada vez más.
Seguía esforzándose, con la poca fuerza que le quedaba por las paredes barrosas del agujero; sus lágrimas se mezclaban con la suciedad marrón del agua, hasta que, en un último intento, una amiga que la buscaba desesperada, se paró al lado del agujero y ella pudo tomar su pie; lo que hizo que su amiga se resbalará y cayera provocando que, por sus gritos de auxilio, vinieran a ayudar y la sacaran del agujero del maligno, como ella lo describió.
Ya hace más de 30 años de esta experiencia, ella expresa y testifica que la mano del Señor preservó su vida. Dos de sus hijas sirvieron la misión en Sudamérica, bautizando decenas de personas en Chile y Nicaragua, que hoy son miembros y líderes en la Iglesia; en verdad, cuando clamamos con todo nuestro corazón al Señor, El responde nuestras oraciones.
Expresa Ramona: “No tenemos que esperar un momento desesperado para orar a nuestro Padre Celestial y a Su Hijo Jesucristo, sino que cada ocasión es oportuna para orar al Señor por fortaleza y agradecimiento por todas las bendiciones que recibimos”.
“Más he aquí, os digo que debéis orar siempre, y no desmayar; que nada debéis hacer ante el Señor, sin que primero oréis al Padre en el nombre de Cristo, para que él os consagre vuestra acción, a fin de que vuestra obra sea para el beneficio de vuestras almas” (2 Nefi 32:9).