Mensaje del Área
¿Qué bien haré?
Un joven rico preguntó al Salvador: “¿Qué bien haré para tener la vida eterna?”. En su respuesta, el Salvador le mencionó el guardar los mandamientos como requisito esencial para obtener la vida eterna, pero el joven, al notar que había cumplido con este requisito desde niño, preguntó al Señor: “¿Qué más me falta?”, el Salvador le dijo: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y da a los pobres, y tendrás tesoros en el cielo; y ven, sígueme” (Mateo 19:16–22).
Al meditar en la respuesta del Salvador, podemos notar que las oportunidades de progresar en la vida nunca terminan; es por eso que no debemos creer que ya lo hemos hecho todo. No importa cuán comprometidos estemos en guardar los mandamientos de Dios, el deseo sincero de servir al Señor siempre nos brindará nuevas oportunidades para perfeccionarnos y prepararnos para ser merecedores de la vida eterna.
El verdadero significado de la vida y la plenitud no se encuentra en lo que tenemos, sino en lo que compartimos con nuestros semejantes. El servicio a los demás es la clave para encontrar una vida significativa y trascendente. Cuando nos enfocamos en ayudar a los demás, en compartir nuestros recursos, tiempo y talentos con generosidad, encontramos una satisfacción y alegría que las posesiones materiales nunca podrían brindarnos.
Creo firmemente que todos debemos preguntarnos, tal como el joven rico preguntó al Salvador: “¿Qué bien haré para tener la vida eterna?”. Y, al meditar en el bien que ya estamos haciendo, sentir la necesidad de preguntarnos también, “¿qué más me falta?”. Con valor, debemos dar lo mejor de nosotros mismos para que en el día en que nos toque comparecer ante el Padre Celestial, lo escuchemos decir como enseñó el Salvador: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis a mí” (Mateo 25:34–36).
La parábola del Buen Samaritano relata la historia de un hombre que fue atacado por ladrones y dejado medio muerto en el camino. Tanto un sacerdote como un levita pasaron junto a él sin prestarle ayuda, pero un samaritano, considerado enemigo de los judíos en ese tiempo, se detuvo y cuidó de él. El samaritano curó sus heridas, lo llevó a un lugar seguro y pagó por la atención recibida. La parábola destaca la importancia de amar y servir a los demás, independientemente de su origen étnico, religión o posición social. El samaritano mostró compasión y se preocupó por el bienestar del hombre necesitado.
Siempre he creído que el comportamiento del samaritano no representa un hecho aislado, sino más bien el estilo de vida y la forma compasiva que tenía ese hombre de tratar a los demás. De igual manera, cada uno de nosotros debe tratar de llenar su vida con actos de servicio caritativo y expresiones de amor sincero por nuestros semejantes, como lo hizo el samaritano que tuvo compasión del hombre herido. El Salvador nos invita a todos: “Ve y haz tú lo mismo”. Y Su propósito es que lleguemos a conocerlo a Él y a nuestro Padre Celestial, y así prepararnos para ser dignos de volver a Su presencia. El rey Benjamín enseñó: “Porque ¿cómo conoce un hombre al amo a quien no ha servido, que es un extraño para él, y se halla lejos de los pensamientos y de las intenciones de su corazón?” (Mosíah 5:13), por lo tanto, si queremos conocer al Salvador, la respuesta es servirle de todo corazón.
Jesucristo no solo nos enseñó la importancia del servicio caritativo, sino que nos dio el ejemplo perfecto, Su ministerio estuvo lleno de expresiones de bondad y amor por los demás, en Su visita a los nefitas no pudo evitar que Su corazón se llenara de compasión por ellos y les dijo: “¿Tenéis enfermos entre vosotros? Traedlos aquí. ¿Tenéis cojos, o ciegos, o lisiados, o mutilados, o leprosos, o atrofiados, o sordos, o quienes estén afligidos de manera alguna? Traedlos aquí y yo los sanaré, porque tengo compasión de vosotros; mis entrañas rebosan de misericordia” (3 Nefi 17:7).
Ruego que el Padre Celestial nos bendiga para que podamos comprender la importancia de llenar nuestras vidas con actos de bondad y servir a los demás con amor, permitiendo que nuestras entrañas se llenen de caridad. Les prometo que el gozo y la satisfacción que sentirán les permitirán enfrentar con mayor facilidad sus propios desafíos, y su capacidad de amar a los demás aumentará significativamente. Recuerden que el segundo y grande mandamiento es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos y el rey Benjamín nos enseñó que “cuando os halláis al servicio de vuestros semejantes, solo estáis al servicio de vuestro Dios”.
Testifico que Jesús es el Cristo, el Redentor y el Salvador del mundo y es el ejemplo perfecto de amor y servicio a los demás. Amo a mi Padre Celestial y le agradezco las oportunidades que me da de servir en esta gran obra. Sé que todo el bien que hagamos en beneficio de nuestros semejantes nos traerá gozo en esta vida y estaremos haciendo tesoros en el cielo y asegurando así la vida eterna. En el nombre de Jesucristo. Amen.