Voces de los santos
“Y todo comenzó con un himno Santo de los Últimos Días silbado en la calle”
Corría el año 1972 cuando el hermano Martin caminaba por una céntrica calle de la ciudad de A Coruña silbando como solía hacerlo, y aún suele hacer, un himno de la Iglesia que llamó la atención de un viandante, un uruguayo de Montevideo que reconoció el son. Era el hermano Montes, que le preguntó si era mormón, a lo que Alex le contestó formalmente: “Sí, soy Santo de los Últimos Días”, sorprendido por la pregunta del desconocido. Alex y Sara Martin se habían convertido al Evangelio en Escocia, a comienzos de 1971 y, al año siguiente, no mucho antes de regresar a la tierra natal de Sara en Galicia, ya se habían sellado en el Templo de Londres, junto a sus tres hijos mayores, Alex, Carmen y Andy.
Tras este primer contacto en la calle y con otros miembros de la Iglesia, comenzaron en su humilde piso del popular barrio de Monte Alto las primeras reuniones en las que, el ya élder, hermano Martin bendecía y repartía la Santa Cena entre la decena de participantes que solían asistir cada domingo. Poco después, un buen día, decidió sin más escribir al presidente Spencer W. Kimball, profeta y Presidente de la Iglesia por entonces, que inmediatamente le contestó enviándole misioneros que llegaron y dedicaron la ciudad para su apostolado y organizaron la Rama A Coruña.
La historia del hermano Martin no se puede concluir sin relatar lo sucedido muy poco después. Él trabajaba reparando e instalando la distribución de energía eléctrica en Galicia. Así, en pleno mes de agosto, Alex Martin se encontraba subido a un poste instalando un equipo eléctrico cuando un alambre mal colocado tocó su espalda, dando entrada en su cuerpo a 20 000 voltios que lo recorrieron dejándolo prácticamente sin vida.
Costó mucho bajarlo del poste en el que se encontraba, ya que buena parte de su cuerpo estaba carbonizado. Lo metieron en un Land Rover y durante el trayecto por las vías rurales tuvieron un accidente en el que el vehículo volcó. Lograron ponerlo de nuevo en posición de seguir el viaje. El exceso de velocidad hizo que una pareja de la Guardia Civil de tráfico los detuviera. Los guardias, al ver el agujero en la espalda de Alexander, creyeron que se trataba de un acto criminal y les costó dar crédito a lo que veían, pero les permitieron seguir su camino. Tres horas después del fatal accidente ingresó en el Hospital Juan Canalejo de A Coruña, donde los médicos notificaron a su esposa Sara, que se preparara para lo peor dada la gravedad de su estado. Le dieron un plazo máximo de treinta y seis horas de vida. Alexander se resistió a morir. Una enfermera, esposa de un miembro de la rama, relató que se resistió estando inconsciente a ser despojado de sus carbonizadas investiduras. Sara, en medio de la desesperación, se comunicó con los misioneros y el élder Gómez y su compañero, el élder Turley, se las ingeniaron para saltar todas las barreras que encontraron hasta llegar al hermano Martin y darle una bendición de salud a pesar de las reticencias del personal sanitario. Al momento, el monitor reflejó una inesperada reacción vital del paciente, con lo cual el médico que lo observaba preguntó que quién era la persona que le había visitado, claramente sorprendido por tal anormal e inesperada reacción. La bendición y las promesas pronunciadas en esa inspirada ordenanza sobre la cabeza de Alexander Martin se cumplieron a pesar de todas las evidencias médicas en contra y ante la incredulidad del equipo médico que le atendía.
Hoy en día el hermano Martin, como le conocen todos en el barrio, vive jubilado en el pueblo de Oza-Cesuras, cerca de A Coruña, acudiendo cada domingo que su salud se lo permite a las reuniones dominicales del Barrio A Coruña. Su amada esposa, Sara, falleció poco después de compartir estas experiencias. Alexander ahora reparte su tiempo visitando a sus hijos en Canarias o el Reino Unido.
Nuestro más sentido, sincero y agradecido cariño por ambos por su ejemplo de perseverancia y fe que supone hoy un valioso legado para los santos en esta parte de la viña del Señor.