“¿En qué punto se encuentra usted en el ciclo del orgullo?”, Liahona, diciembre de 2024.
¿En qué punto se encuentra usted en el ciclo del orgullo?
Para salir del ciclo del orgullo […] debemos reconocer que cada bendición que recibimos proviene del Padre Celestial.
En el Libro de Mormón encontramos un patrón de conducta predominante que habitualmente se conoce como “el ciclo del orgullo”. Se repite con tanta frecuencia que uno comienza a percibir que el Señor y Sus profetas están tratando de enseñarnos algo importante, que tal vez su inclusión en el registro tiene el propósito de ser una advertencia del Señor para cada uno de nosotros en nuestros días.
12:00 — La cima del orgullo
Usando un reloj como metáfora, digamos que el ciclo del orgullo comienza a las doce en punto, en la cima del orgullo. Cuando nos encontramos en las doce en punto en el ciclo del orgullo, nosotros, como los nefitas de la antigüedad, nos sentimos tan exitosos, tan inteligentes y tan populares que comenzamos a sentirnos invencibles. Disfrutamos cuando los demás nos felicitan por nuestros éxitos y nos irritamos cuando las personas que nos rodean reciben elogios por los suyos.
A las doce en punto, tendemos a desoír el consejo de los demás. Tristemente, a menudo llegamos a la conclusión de que ni siquiera necesitamos a Dios ni a Sus siervos. Nos enfurecen sus consejos. Sencillamente, nos va bien por nuestra cuenta. Olvidamos o rechazamos lo que enseñó el rey Benjamín, que “est[amos] eternamente en deuda con [n]uestro Padre Celestial de entregarle todo lo que ten[emos] y so[mos]” (Mosíah 2:34).
Los profetas de nuestros días nos han advertido contra el perverso orgullo. El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) lo llamó “el pecado universal” y “la gran piedra de tropiezo para Sion”. El élder Dieter F. Uchtdorf, del Cuórum de los Doce Apóstoles, comparó el orgullo con “un Rameúmptom personal, un púlpito santo que justifica la envidia, la codicia y la vanidad”. El orgullo nos aleja de Dios. Nos arrastra en el ciclo del orgullo hasta las dos en punto, donde ofendemos al espíritu del Espíritu Santo.
2:00 — Confiar en el brazo de la carne
Al principio podríamos pensar que ofender al espíritu del Espíritu Santo no tiene consecuencias. Nefi lo describió como estar “adormec[idos] con seguridad carnal […]. [Creemos que] todo va bien en Sion; sí, Sion prospera, todo va bien” (2 Nefi 28:21). Curiosamente, a las dos en punto del ciclo del orgullo, si somos honestos con nosotros mismos, en realidad no somos tan felices. Tenemos la constante sensación de que nos estamos equivocando. Tratamos de luchar contra las incómodas corrientes del ciclo del orgullo. Nos aferramos a los recuerdos de los éxitos pasados e insistimos en poner nuestra confianza en el brazo de la carne. Ese es un grave error.
Jesús enseñó: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Cuando ofendemos al Espíritu, nos separamos de la fuente de todo alimento espiritual y es solo cuestión de tiempo para que comencemos a marchitarnos. Sin la ayuda del Señor y la influencia del Espíritu, la fuerza gravitacional del ciclo del orgullo nos arrastra hacia el fracaso de las cuatro.
4:00 — Fracaso insensato
El Señor enseñó a José Smith: “Aun cuando un hombre […] tenga poder para hacer muchas obras poderosas, y sin embargo se jacta de su propia fuerza, y desprecia los consejos de Dios, y sigue los dictados de su propia voluntad y de sus deseos carnales, tendrá que caer” (Doctrina y Convenios 3:4).
Podemos escoger nuestra conducta, pero no podemos escoger las consecuencias de nuestra conducta. A las cuatro en punto del ciclo del orgullo, experimentamos las dolorosas consecuencias de nuestro insensato orgullo. Tal vez perdamos el trabajo. Puede que perdamos a nuestra novia o nuestro novio. Podríamos perder el respeto de aquellos que más nos importan o, lo que es peor, podríamos perder el respeto por nosotros mismos. Y nos encontramos cara a cara con nuestras propias deficiencias. Al igual que Moisés, nos damos cuenta de que, después de todo, no somos tan importantes, “cosa que […] nunca […] había[mos] imaginado” (Moisés 1:10).
6:00 — Humildad, mansedumbre, sumisión
El fracaso y la aflicción no son cosas agradables para nadie pero, irónicamente, a menudo descubrimos que son grandes bendiciones, porque tienden a impulsarnos en el ciclo del orgullo hacia la humildad de las seis en punto. Ya no tratamos de impresionar a quienes nos rodean. Comenzamos a ver las cosas con más claridad y honestidad. Nos sentimos más cómodos con la crítica y podemos sonreír ante nuestros errores y debilidades. No es que, como ha observado un autor cristiano, pensemos mal de nosotros mismos, sino que pensamos menos en nosotros mismos.
A las seis en punto del ciclo del orgullo, llegamos a ser verdaderamente humildes y mansos. La humildad y la mansedumbre son principios fundamentales del Evangelio. A menudo hablamos de la fe, la esperanza y la caridad. Sin embargo, el profeta Mormón sugirió que hay una cuarta virtud que hace posible las otras tres:
“Y además, he aquí os digo que el hombre no puede tener fe ni esperanza, a menos que sea manso y humilde de corazón.
“Porque si no, su fe y su esperanza son vanas, porque nadie es aceptable a Dios sino los mansos y humildes de corazón; y si un hombre es manso y humilde de corazón, y confiesa por el poder del Espíritu Santo que Jesús es el Cristo, es menester que tenga caridad” (Moroni 7:43–44).
Otro atributo de las Escrituras que a menudo se relaciona con la humildad de las seis en punto es la sumisión. El rey Benjamín enseñó que “el hombre natural es enemigo de Dios, […] y lo será para siempre jamás, a menos que […] se vuelva como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente infligir sobre él, tal como un niño se somete a su padre” (Mosíah 3:19).
Se ha dicho que la mansedumbre no es el reconocimiento de nuestra debilidad, sino más bien el reconocimiento de la verdadera fuente de nuestra fortaleza. No hay nada débil en la mansedumbre. Cuando somos humildes y mansos, no nos elevamos a nosotros mismos; elevamos a Dios.
A las seis en punto del ciclo del orgullo, cuando somos verdaderamente humildes y mansos, nos volvemos a Dios porque a menudo no hay otro lugar al que acudir. Nuestro corazón ahora está quebrantado y nuestro espíritu es contrito. Un corazón quebrantado es aquel que ha sido entrenado por medio de la experiencia para ser obediente y receptivo a los mandatos del Maestro. Solo con un corazón quebrantado podemos ser verdaderamente útiles y productivos en el servicio del Señor. Las Escrituras explican que tener un corazón quebrantado es una condición de paz y esperanza y, en última instancia, un requisito previo para la gloria eterna (véanse 2 Nefi 2:7; Doctrina y Convenios 97:8).
8:00 — Las bendiciones del Espíritu Santo
Al entregar nuestro corazón quebrantado a Dios, y debido a que somos humildes, el Señor comienza a “llevar[nos] de la mano y [dar] respuesta a [nuestras] oraciones” (Doctrina y Convenios 112:10). Con Su guía, continuamos girando en el ciclo del orgullo hacia las ocho, cuando invitamos al espíritu del Espíritu Santo nuevamente a nuestra vida.
La influencia del Espíritu cambia nuestro corazón. Al igual que el pueblo del rey Benjamín, “no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente” (Mosíah 5:2). Comenzamos a guardar los mandamientos de Dios, y Él comienza a derramar Sus bendiciones sobre nosotros, bendiciones que siempre ha deseado darnos, pues esa es Su naturaleza, pero que nos negamos a recibir a causa de nuestro insensato orgullo. Comenzamos a recibir bendiciones porque ahora estamos obedeciendo las leyes sobre las cuales estas se basan (véase Doctrina y Convenios 130:20–21). Pagamos nuestro diezmo y el Señor abre las ventanas de los cielos y derrama tantas bendiciones que no podemos recibirlas todas (véase Malaquías 3:10).
10:00 — Bendita felicidad
Nuestra humilde obediencia a los mandamientos impulsa nuestro progreso en el ciclo del orgullo hacia las diez, cuando nos encontramos en un estado de bendita felicidad. Experimentamos el éxito, lo cual no debe sorprendernos, ya que es una promesa que se encuentra en las Escrituras: “Quisiera que consideraseis el bendito y feliz estado de aquellos que guardan los mandamientos de Dios. Porque he aquí, ellos son bendecidos en todas las cosas, tanto temporales como espirituales” (Mosíah 2:41).
Las diez en punto del ciclo del orgullo es un lugar agradable y maravilloso, pero por desgracia también es un lugar peligroso. Las personas que nos rodean comienzan a felicitarnos por todos nuestros éxitos y, desafortunadamente, comenzamos a creerles.
Si no tenemos cuidado, los cumplidos pueden nublar nuestro juicio y crear en nosotros un deseo impío de recibir más y más elogios y reconocimiento. Al igual que nuestro viejo adversario (véase Moisés 4:1), nos decimos que merecemos ese reconocimiento, porque ciertamente lo hemos logrado.
“Y así podemos ver cuán falso e inconstante es el corazón de los hijos de los hombres; sí, podemos ver que el Señor en su grande e infinita bondad bendice y hace prosperar a aquellos que en él ponen su confianza.
“Sí, y podemos ver que es precisamente en la ocasión en que hace prosperar a su pueblo, sí, en el aumento de sus campos, sus hatos y sus rebaños, y en oro, en plata y en toda clase de objetos preciosos de todo género y arte; […] sí, y en una palabra, haciendo todas las cosas para el bienestar y felicidad de su pueblo; sí, entonces es la ocasión en que endurecen sus corazones, y se olvidan del Señor su Dios, y huellan con los pies al Santo; sí, y esto a causa de su comodidad y su extrema prosperidad” (Helamán 12:1–2).
12:00 — Otra vez la cima del orgullo
Lentamente, y sin ser del todo conscientes, nos acercamos una vez más a la cima del orgullo de las doce en punto, tan ocupados mirando a nuestro alrededor en busca de alabanzas que no miramos hacia adelante, a la caída que nos aguarda, porque “la soberbia [siempre va] […] antes de la caída” (Proverbios 16:18). Y, así, el ciclo continúa.
Seamos sinceros. La mayoría de nosotros, al igual que los nefitas de la antigüedad, ha dado algunas vueltas alrededor del ciclo del orgullo. Yo solía preguntarme cómo pudo la nación nefita completar el ciclo entero en solo cinco años. Desde entonces, he llegado a creer que podemos completar ese ciclo en cinco años y podemos completarlo en cinco minutos. Es un patrón pernicioso de pensamiento y conducta que impregna nuestra sociedad, y es tan común que a veces se hace difícil reconocerlo.
Cómo romper el ciclo del orgullo
¿Estamos condenados a continuar para siempre en este bucle interminable de desesperación? ¿No hay manera de romper el ciclo del orgullo? Sí, la hay. De hecho, hay dos puntos en los que podemos escapar del ciclo del orgullo: uno para nuestra destrucción eterna y el otro para nuestra felicidad sempiterna.
A las cuatro en punto —cuando nos enfrentamos al fracaso o a la aflicción y sentimos que todo está perdido— si en lugar de humillarnos, nos enojamos, si perdemos la esperanza o cedemos a la autocompasión, o si comenzamos a culpar a otras personas, incluso a Dios, de nuestra desgracia, entonces saldremos del ciclo del orgullo, pero descenderemos hacia la destrucción, como hicieron los nefitas de la antigüedad.
Sin embargo, a las diez en punto, cuando parece que no podemos equivocarnos, cuando todo va bien, si en lugar de sentirnos orgullosos somos agradecidos, saldremos del ciclo del orgullo, pero esta vez será una salida ascendente hacia Dios. Para romper el ciclo del orgullo a las diez en punto, debemos reconocer que cada bendición que recibimos proviene del Padre Celestial. Él es la fuente de todo lo que es bueno en nuestra vida, la fuente de toda bendición. Debemos aceptar la enseñanza del rey Benjamín de que “dependemos todos del mismo Ser, sí, de Dios, por todos los bienes que tenemos; por alimento y vestido; y por oro y plata y por las riquezas de toda especie que poseemos” (Mosíah 4:19).
Escapar con éxito a las diez de la poderosa atracción del ciclo del orgullo no es fácil, pero es posible. Tenemos algunos ejemplos en el registro nefita que lo demuestran. Considere este caso:
“Mas no obstante sus riquezas, su poder y su prosperidad, no se ensalzaron en el orgullo de sus ojos, ni fueron lentos en acordarse del Señor su Dios, sino que se humillaron profundamente delante de él.
“Sí, recordaban cuán grandes cosas había hecho el Señor por ellos: cómo los había librado de la muerte, y del cautiverio, y de cárceles, y de todo género de aflicciones, y los había rescatado de las manos de sus enemigos.
“Y oraban al Señor su Dios continuamente, al grado de que él los bendijo de acuerdo con su palabra, de modo que se hicieron fuertes y prosperaron en la tierra” (Alma 62:49–51; véase también Alma 1:29–31).
Es probable que cada uno de nosotros se encuentre en algún punto del ciclo del orgullo. ¿Dónde se encuentra usted? Si se encuentra en las cuatro en punto, si siente que todo está perdido y que es un fracaso total, no se desespere. Está en un buen lugar. Evite culpar a otras personas de su fracaso. Vuélvase humildemente a Dios y reconozca su dependencia de Él.
“Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia.
“Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Proverbios 3:5–6).
No obstante, si se encuentra en las diez, disfrutando de la falsa luz del éxito, tenga cuidado. Evite la tendencia a encerrarse en sí mismo y volverse orgulloso. “Ve tus bendiciones; cuenta y verás”. Siga el consejo de las Escrituras de recordar todo lo que el Señor ha hecho por usted (véase Moroni 10:3). Tal como nos recuerda la oración sacramental, hacemos convenio de recordarlo, no por una o dos horas, sino siempre (véase Doctrina y Convenios 20:77, 79). No debemos subestimarlo a Él ni a Su sacrificio. No debemos dejar de sentir gratitud hacia Él por cada bendición.
Todo lo bueno proviene de Dios, Él es la fuente de toda bendición que recibimos. El llenar nuestro corazón de gratitud por Su misericordiosa bondad nos protegerá contra el orgullo y nos dará una vía para escapar del ciclo del orgullo.
Del discurso “The Pride Cycle”, pronunciado en la Universidad Brigham Young el 7 de noviembre de 2017.