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Buscar y obtener “una esperanza más excelente”
La esperanza nos ayuda a superar las pruebas, a perseverar hasta el fin y a obtener la vida eterna.
El Señor Jesucristo profetizó que en los últimos días “desmayará el corazón de los hombres” (Doctrina y Convenios 45:26). Vemos que esto se cumple, en parte, por el desaliento y la desesperación que plagan nuestro mundo, lo que lleva a una desesperanza generalizada.
Sin embargo, nuestro Salvador no nos ha dejado sin una manera de afrontar este azote de la desesperación. En el Libro de Mormón, Él revela por medio de Sus profetas cómo podemos obtener “una esperanza más excelente” (Éter 12:32) que puede ser como “un ancla a [nuestras] almas” (Éter 12:4) en medio de las olas del desaliento y de la desesperanza.
¿Qué es la esperanza?
En el lenguaje cotidiano, la esperanza se utiliza a menudo para describir un deseo; por ejemplo, “Espero que hoy no llueva”. Sin embargo, en el lenguaje del Evangelio, la esperanza no es fugaz ni incierta; por el contrario, “es segura, inquebrantable y activa”. “La esperanza es el anhelo de las bendiciones prometidas de la justicia y de la expectativa segura de que llegarán”. Por ejemplo, el profeta Moroni enseñó que podemos “tener la firme esperanza de un mundo mejor, sí, aun un lugar a la diestra de Dios” (Éter 12:4).
¿En qué debemos tener esperanza?
Las Escrituras a menudo hablan de tener esperanza en la mayor de todas las bendiciones prometidas de Dios: la vida eterna en el Reino Celestial de Dios (véase Doctrina y Convenios 14:7). El profeta Mormón ilustró esto cuando enseñó: “Y, ¿qué es lo que habéis de esperar? He aquí, os digo que debéis tener esperanza, por medio de la expiación de Cristo y el poder de su resurrección, en que seréis levantados a vida eterna, y esto por causa de vuestra fe en él, de acuerdo con la promesa” (Moroni 7:41).
¿Cómo obtenemos y desarrollamos la esperanza?
En pocas palabras, la “esperanza viene por la fe” (Éter 12:4). Parte de creer en Jesucristo es confiar en las promesas que Él nos ha hecho. Debido a que la fe y la esperanza están interrelacionadas, a medida que nuestra fe en el Señor aumenta, también lo hace nuestra esperanza de recibir Sus bendiciones prometidas. Como resultado, aquello que hace que nuestra fe aumente también hace que aumente nuestra esperanza.
Por ejemplo, cuando ejercemos fe en el Señor mediante la oración sincera, la asistencia a la Iglesia, el participar de la Santa Cena, la adoración en el templo, el estudio de las Escrituras, el dar oído a las palabras de los profetas vivientes, el guardar los mandamientos de Dios y el arrepentirnos de nuestros pecados, invitamos al Espíritu Santo a confirmar la veracidad de estas cosas. Esto aumenta nuestra esperanza porque el Espíritu nos asegura que el Evangelio de Jesucristo es verdadero y que estamos viviendo fieles a Su Evangelio. En otras palabras, estamos guardando nuestros convenios del Evangelio y, por lo tanto, podemos confiar en recibir Sus bendiciones prometidas.
¿En qué forma nos ayuda la esperanza?
A medida que guardamos fielmente nuestros convenios con el Señor, podemos recibir una confirmación espiritual por medio del Espíritu Santo de que el Padre Celestial ha aceptado nuestros esfuerzos y de que, con el tiempo, todas las promesas que nos ha hecho se cumplirán. Ese “fulgor perfecto de esperanza” de que recibiremos la vida eterna nos ayudará a “persever[ar] hasta el fin” en medio de las pruebas y los desafíos a medida que “s[igamos] adelante con firmeza en Cristo” (2 Nefi 31:20). Esta esperanza perfecta de la vida eterna es “un ancla a las almas” de aquellos que la reciben, haciéndolos “seguros y firmes, abundando siempre en buenas obras” (Éter 12:4).
Esa esperanza está al alcance de todos nosotros. Al ser fieles a nuestros convenios bautismales y del templo, podemos tener la confianza perfecta de que, pase lo que pase en la vida, sean cuales sean los desafíos o tropiezos que afrontemos, el Señor cumplirá las promesas que nos ha hecho, incluida la vida eterna en Su presencia. Tenemos una esperanza segura en Cristo de que “en el debido tiempo del Señor, no se privará a Sus santos fieles de ninguna bendición”.