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Dos lecciones de las luces de Navidad desalineadas
La autora vive en Utah, EE. UU.
Las sendas de la vida no siempre son rectas, pero la luz de Cristo sigue brillando a lo largo del camino.
Han pasado casi ocho años desde que puse luces de Navidad en la casa de mis padres. Debido a diversas circunstancias, mi familia no ha podido estar junta por mucho tiempo. No me gustaba decorar mi casa, porque resentía el hecho de no estar con mi familia. Sin embargo, no podía ocultar lo que sentía mi corazón: tenía el impulso de poner luces de Navidad.
Convencí a mi hermano para que me ayudara a colgarlas. Entre el trabajo, la escuela y diferentes responsabilidades, tardamos varios días en terminar de colgar las luces. Cuando terminamos, la experiencia me ayudó a reconocer dos lecciones.
La primera es que la vida no siempre sigue un camino recto. Comenzamos a colgar las luces en filas ordenadas, pero cuando llegamos a la parte de atrás de la casa, notamos que teníamos más luces de lo previsto. Decidimos dejar que las luces sobrantes colgaran en la parte más baja de la casa, mucho más desalineadas que el resto de las luces. Fue entonces que me di cuenta de que mi vida ha sido como esas luces. Trato de ir en línea recta, sin desviarme de la senda del Evangelio de Jesucristo, pero a veces cometo errores y no sé qué hacer. El Señor ha dicho: “Quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más” (Doctrina y Convenios 58:42). Aunque las luces de Navidad estaban enredadas, continuaron cumpliendo su propósito: alumbrar e iluminar mi casa. Al igual que las luces, no soy perfecta. He cometido errores, pero aun así puedo encontrar la luz y seguir el plan que Dios tiene para mí, gracias a la Expiación de Jesucristo.
La segunda cosa que aprendí es que la luz de Cristo siempre está presente. Arriba, abajo, a la derecha, a la izquierda, está ahí, lista para guiarnos y corregirnos. En Moroni 7:19 leemos que debemos buscar diligentemente en la luz de Cristo para poder discernir entre el bien y el mal. Siento que fue el Espíritu Santo el que me habló al corazón para que pudiera colgar esas luces y recordar que Jesucristo está allí, llamándome y dándome guía. La luz de Cristo ilumina todo el año, no solo en épocas especiales como la Navidad.
Puede que las luces de mi casa no sean las mejores del vecindario, pero me recuerdan que mis esfuerzos por seguir al Salvador traen bendiciones a mi vida.