Reunirse para servir en Chennai

La noche del 25 de diciembre de 2004, los miembros de la Rama Chennai Uno, en la costa este de la India, disfrutaban de una actividad navideña. Poco sabían que a la mañana siguiente habría un terremoto masivo en el Océano Índico, frente a la costa de Sumatra. La fuerza del terremoto se irradió a través del océano, impulsando imponentes paredes de agua de mar hacia la costa. Enormes olas azotaron pueblos y aldeas en India, Indonesia, Sri Lanka, Malasia y Tailandia, inundando calles y arrasando casas y edificios. Un número desconocido de personas desaparecieron o murieron.

Cuando los élderes Allwyn Kilbert y Revanth Nelaballe, misioneros que servían en Chennai, llegaron a la iglesia más tarde esa mañana, sintieron que algo andaba mal. En la playa, los agentes de policía habían levantado barricadas para mantener alejados a los espectadores y patrullaban la zona a caballo. A lo largo de la playa, las personas sacaban cuerpos del agua. Los misioneros pudieron ver que el agua y la destrucción habían llegado a más de 800 metros (media milla) tierra adentro desde la playa.

Esa noche, la Iglesia envió camiones cargados de suministros desde una ciudad a casi 640 km (400 millas) de distancia para que los santos los distribuyeran entre los necesitados de Chennai. Por la mañana, miembros y misioneros se reunieron en el centro de reuniones de la Rama Chennai Uno, para ayudar con un proyecto de servicio organizado por las dos ramas de la ciudad. Durante los dos días siguientes, armaron y clasificaron kits de ayuda que contenían ropa, ropa de cama, artículos de higiene y utensilios para comer.

Desde la llegada del tsunami, los Santos de los Últimos Días del país habían estado distribuyendo artículos proporcionados por la Iglesia entre las víctimas. Después de cargar los camiones con cientos de kits de higiene y otros suministros, los misioneros y otras personas viajaron con el presidente Brent Bonham, de la Misión India Bengaluru, para llevarlos a una estación de la Cruz Roja en la India.

En la estación, el hombre que los recibió reconoció sus placas. “Oh, son de la Iglesia”, dijo él. “¿Qué trajeron?”.

Ellos respondieron que tenían linternas, kits de higiene y varias toneladas de ropa. El funcionario quedó encantado con las donaciones y les dijo que condujeran los camiones al interior de las instalaciones.

En el interior encontraron gente apiñada alrededor de enormes pilas de ropa. Personas de diferentes religiones y organizaciones también estaban entregando suministros, y los misioneros pasaron varias horas descargando los camiones y trasladando los suministros adonde se necesitaban.

Cuando el élder Kilbert observó a las personas de diferentes grupos, le impresionó cómo todos trabajaban juntos por amor a sus semejantes. “Hay gente buena en todas partes”, pensó él.