Capítulo 15
Doctrina y Convenios 37–38; 41
Introducción y cronología
A finales de diciembre de 1830, el profeta José Smith continuó trabajando en la traducción inspirada de la Biblia. Durante ese tiempo, José recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 37. En esa revelación, el Señor mandó al Profeta dejar de lado temporariamente la traducción de la Biblia, predicar el Evangelio y fortalecer la Iglesia. También mandó a los santos que se congregaran en Ohio.
En una conferencia de la Iglesia que tuvo lugar el 2 de enero de 1831, José Smith anunció el mandato del Señor a los santos de congregarse en Ohio. Muchos de los santos deseaban saber más acerca del mandamiento, así que el Profeta preguntó al Señor durante la conferencia. José recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 38 en presencia de la congregación. En esa revelación, el Señor mostró Sus motivos para mandar a los santos congregarse en Ohio y explicó las bendiciones prometidas por hacerlo.
La mayoría de los santos aceptaron el mandamiento y comenzaron los preparativos para mudarse a Ohio. Cerca de finales de enero de 1831, el profeta José; su esposa, Emma; y otras personas viajaron en trineo de Nueva York a Ohio y llegaron a Kirtland a principios de febrero. El 4 de febrero, José recibió la revelación que se encuentra en Doctrina y Convenios 41, en la que el Señor mandó al Profeta y a otros líderes de la Iglesia orar para recibir Su ley. Además, el Señor llamó a Edward Partridge para ser el primer obispo de la Iglesia.
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Diciembre de 1830Sidney Rigdon comienza a desempeñarse como escriba de José Smith durante la traducción inspirada de la Biblia.
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Diciembre de 1830Mientras traduce la Biblia, José Smith recibe parte del antiguo registro de Enoc (Moisés 7).
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30 de diciembre de 1830Se recibe Doctrina y Convenios 37.
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2 de enero de 1831Durante la tercera conferencia de la Iglesia, José Smith anuncia que los santos se deben congregar en Ohio.
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2 de enero de 1831Se recibe Doctrina y Convenios 38.
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Enero–febrero de 1831José y Emma Smith se mudan a Kirtland, Ohio, y llegan a principios de febrero.
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4 de febrero de 1831Se recibe Doctrina y Convenios 41.
Doctrina y Convenios 37: Antecedentes históricos adicionales
Sidney Rigdon se convirtió al Evangelio cuando escuchó la predicación de Oliver Cowdery, Parley P. Pratt y los demás misioneros que se habían detenido en Ohio en su camino hacia la frontera occidental de Misuri. En el espacio de unas cuantas semanas, los misioneros habían bautizado a más de cien conversos en el área de Kirtland, incluso a Sidney Rigdon. Tras su bautismo, Sidney, junto con Edward Partridge, viajó a Nueva York y se reunieron con el profeta José Smith. Sidney fue llamado por revelación a ayudar a José Smith como escriba mientras el Profeta continuaba la traducción inspirada de la Biblia. Con Sidney como escriba, José dictó Moisés 7, de la Perla de Gran Precio. En diciembre de 1830, el Señor les dijo que pararan la traducción y fortalecieran a los miembros de la Iglesia en Nueva York. El Señor también mandó a los santos que se congregaran en Ohio y se unieran a aquellos que se habían convertido ahí. Aunque el Señor había dicho previamente que Su pueblo necesitaría reunirse en un solo grupo a fin de ser protegido de la tribulación (véase D. y C. 29:8), esta revelación (D. y C. 37) fue el primer mandamiento respecto al recogimiento literal de los santos a una ubicación central en esta dispensación.
Doctrina y Convenios 37
El Señor manda a Su Iglesia congregarse en Ohio
Doctrina y Convenios 37:1. “… no es prudente que traduzcáis más”
En junio de 1830, el profeta José Smith comenzó una revisión inspirada de la Biblia a la que él se refirió como una traducción. De junio a diciembre de 1830, el Profeta se enfocó en el libro de Génesis del Antiguo Testamento, con Oliver Cowdery, John Whitmer, Emma Smith y Sidney Rigdon como escribas. En diciembre de 1830, el Señor mandó a José y a Sidney que pararan su obra de traducción en ese momento y les dijo que continuaran después de que llegaran a Kirtland, Ohio.
Doctrina y Convenios 37:1–3. “… hasta que os trasladéis a Ohio”
De abril a octubre de 1830, casi todos los miembros de la Iglesia vivían en Nueva York; en las áreas de Palmyra, Fayette y Colesville. Eso cambió cuando los misioneros que fueron enviados a predicar a los indígenas nativos en la frontera occidental de Misuri se detuvieron en Kirtland, Ohio. Los misioneros encontraron que el Señor había preparado a muchas personas ahí para recibir el mensaje del Evangelio restaurado. Más de cien personas se convirtieron en un lapso de unas pocas semanas. El mandamiento dado a los santos de “congreg[arse] en Ohio” (véase D. y C. 37:3) —que significaba el gran valle del río Ohio en el noreste de Ohio, donde se encontraba Kirtland—, requería que los santos viajaran una distancia aproximada de 480 kilómetros desde donde vivían en Nueva York.
En septiembre de 1830, el Señor explicó que los santos fueron “llamados para efectuar el recogimiento de mis escogidos” y que “serán recogidos en un solo lugar sobre la faz de esta tierra” (D. y C. 29:7–8). La ciudad de Sion —la Nueva Jerusalén— fue designada por el Señor como el lugar en el que los santos se debían congregar. Uno de los propósitos de la misión de Oliver Cowdery era preparar el camino para el momento en el que el Señor mostrara la ubicación de Sion (véase D. y C. 28:8–9). Con el tiempo, el Señor reveló que Independence, Misuri, llegaría a ser Sion (véase D. y C. 57:1–3). Sin embargo, el Señor mandó a los santos que se congregaran en Ohio hasta que se pudiera obtener más información de Oliver Cowdery cuando regresara de su misión. Hay enseñanzas posteriores del profeta José Smith y de otros profetas de los últimos días que han aclarado que Sion se extenderá hasta llenar Norte y Sudamérica, e incluso hasta llenar toda la tierra.
Doctrina y Convenios 38: Antecedentes históricos adicionales
El 2 de enero de 1831, poco después de que el profeta José Smith recibiera el mandamiento de que la Iglesia “se congreg[ara] en Ohio” (véase D. y C. 37:3), una conferencia tuvo lugar en Fayette, Nueva York. Los miembros de la Iglesia asistieron desde las tres regiones de Nueva York en las que vivían: Palmyra, Fayette y Colesville. El Profeta anunció el mandato del Señor de congregarse en Ohio. John Whitmer registró que “las solemnidades de la eternidad reposaron sobre la congregación y… desearon conocer algo más concerniente a ese asunto” (en The Joseph Smith Papers, Histories, tomo II, Assigned Histories, 1831–1847, ed. por Karen Lynn Davidson y otros, 2012, pág. 18). José Smith preguntó al Señor y, en presencia de la congregación, recibió una revelación que brindaba una explicación detallada respecto a la razón por la que los santos debían mudarse.
Doctrina y Convenios 38:1–22
El Señor declara Su omnisciencia y asegura a los santos que Él está en medio de ellos
Doctrina y Convenios 38:2. El Señor conoce todas las cosas
El Señor conoce todas las cosas (véanse 2 Nefi 2:24; 9:20). Él conoce “el fin desde el principio” (Abraham 2:8), y puede ver y comprender todas las cosas del pasado, presente y futuro (véase D. y C. 88:41; 130:7). Ya que conoce todas las cosas, podemos ejercer fe en Él. Lectures on Faith [Discursos sobre la fe] es una colección de lecciones que fueron publicadas con la autorización y aprobación del profeta José Smith, y contiene una explicación de la relación entre el conocimiento perfecto de Dios y nuestra capacidad para ejercer completa fe en Él: “Sin el conocimiento de todas las cosas, Dios no podría salvar a ninguna porción de Sus hijos; pues es en virtud del conocimiento que Él tiene de todas las cosas, desde el principio hasta el fin, que posee la facultad de brindar ese entendimiento a Sus hijos, mediante lo cual son partícipes de la vida eterna; y, si no fuese por el concepto que tienen los hombres de que Dios tiene todo conocimiento, sería imposible que ellos ejercieran la fe en Él” (Lectures on Faith, 1985, págs. 51–52).
Doctrina y Convenios 38:12. “… los ángeles esperan el gran mandamiento de segar la tierra… y he aquí, el enemigo se ha combinado”
Doctrina y Convenios 38:12 hace referencia a la parábola del Nuevo Testamento del Trigo y la Cizaña (véase Mateo 13:24–30). El simbolismo de los ángeles que esperan para segar la tierra es una alusión a la destrucción de los inicuos en el fin del mundo. El élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó cómo los seguidores de Dios pueden tener paz en un mundo que empeora:
“Hace años, me preguntaba con extrañeza qué querrían decir las palabras de las Escrituras referentes a que los ángeles esperan ‘día y noche’ ‘el gran mandamiento’ de venir a la tierra a segar la cizaña de un mundo inicuo donde reina el dolor; me preguntaba a qué se debería su impaciencia (véanse D. y C. 38:12; 86:5). Pero al considerar el innecesario y enorme sufrimiento humano, ¡ya no me extraña!
“La última siega ocurrirá solo cuando nuestro Padre Celestial determine que el mundo está ‘enteramente madu[ro]’ (véase D. y C. 86:7). Entretanto, hermanos y hermanas, el reto que tenemos es sobrevivir espiritualmente en este mundo que se deteriora y en el que ‘el trigo y la cizaña’ crecen juntos [D. y C. 86:7].
“Si bien de vez en cuando algunos apóstatas o disidentes podrían intentar fastidiarnos al reaccionar exageradamente en cuanto a sus inquietudes individuales, no obstante, el peligro inminente son los efectos aplastantes que este mundo que se deteriora tiene en los miembros de la Iglesia. ‘Las maldades y designios’ efectivamente actúan por medio de personas ‘conspirado[ras] en los últimos días’ (véase D. y C. 89:4). El Señor incluso ha anunciado: ‘… he aquí, el enemigo se ha combinado’ (D. y C. 38:12).
“Sin embargo, no debemos sentirnos intimidados ni perder la compostura ni aun al ver que lo que era moralmente inaceptable se vuelve aceptable, ya que la frecuencia no otorga respeto” (véase “‘He aquí, el enemigo se ha combinado’ (D. y C. 38:12)”, Liahona, julio de 1993, pág. 86).
Doctrina y Convenios 38:13–15. “Y… os descubro un misterio”
La revelación de que los miembros de la Iglesia debían mudarse a Ohio era inesperada y se preveían grandes sacrificios. La creencia de los santos en que José Smith era un profeta de Dios se vio probada. John Whitmer registró que algunas personas sospechaban que “José había inventado [la revelación] para engañar a las personas y, al final, poder obtener alguna ganancia” (en The Joseph Smith Papers, Histories, tomo II, Assigned Histories, 1831–1847, pág. 21).
Aunque algunos cuestionaron el papel divino de José Smith como profeta, el Señor compartió misericordiosamente con los miembros de la Iglesia algo que ellos no sabían, “un misterio, una cosa que se halla en las cámaras secretas” (D. y C. 38:13). José Smith y los santos supieron, por medio del Señor, que los enemigos estaban tramando destruirlos (véase D. y C. 38:13, 28).
Doctrina y Convenios 38:17–20. “… una tierra en la que fluye leche y miel”
Aunque los santos necesitaban hacer sacrificios para emigrar a Ohio, el Señor compartió detalles acerca de cómo Sus hijos justos encontrarían “una tierra de promisión, una tierra en la que fluye leche y miel” (D. y C. 38:18), lo que significa un lugar de gran abundancia (véase Éxodo 3:8). Esa promesa de una “tierra de… herencia” (D. y C. 38:19) puede que tenga cumplimiento temporal en el lugar de la futura ciudad de Sion, en Misuri; pero también parece referirse a la tierra cuando sea renovada y reciba una gloria paradisíaca durante el Mileno (véase Artículos de Fe 1:10; véase también D. y C. 63:20–21, 49). Los justos que vivan las leyes de Dios y busquen llegar a ser como Él recibirán una tierra eterna de herencia sobre la tierra, cuando esta llegue a ser un Reino Celestial (véase D. y C. 88:17–20). El Señor dijo a los miembros de la Iglesia que busquen esa tierra de herencia “con todo [su] corazón” (véase D. y C. 38:19).
Doctrina y Convenios 38:23–42
El Señor manda a los santos ser uno y explica la razón por la que los llamó a congregarse en Ohio
Doctrina y Convenios 38:24–27. “… estime cada hombre a su hermano como a sí mismo”
A medida que el Señor preparó a los santos en esta dispensación para establecer Sion, les enseñó concerniente a Enoc y al antiguo pueblo de Sion. En diciembre de 1830, el profeta José Smith recibió una revelación acerca de la ciudad de Sion, en la cual los del pueblo de Enoc “eran uno en corazón y voluntad, y vivían en rectitud; y no había pobres entre ellos” (Moisés 7:18). En una revelación recibida el 2 de enero de 1831, el Señor reiteró el principio eterno de que ayudaría a Sus hijos a establecer una Sion en los últimos días, que incluiría unidad, rectitud y el cuidado de los pobres. Su mandamiento de que “estime cada hombre a su hermano como a sí mismo” (D. y C. 38:24) se aplica a todos, ya que todos somos hermanos y hermanas, e hijos de Dios. Cuidar y respetar a los demás es vital a fin de prepararse para vivir la ley de consagración, que fue dada aproximadamente un mes después, tras la llegada de José Smith a Kirtland, Ohio (véase D. y C. 42:30).
El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, ilustró la importancia de considerar a cada persona como alguien a quien servir y amar:
“A menudo, por lo general sin darnos cuenta, podemos ser bastante insensibles a las circunstancias y dificultades de las personas que nos rodean. Todos tenemos problemas y, en definitiva, cada persona debe asumir la responsabilidad de su propia felicidad. Ninguno de nosotros está tan libre de dificultades ni es tan bendecido con tiempo y dinero que pueda dedicarse totalmente a atender a quienes necesitan ‘consuelo’ y ‘aliviar su soledad’ (‘Señor, yo te seguiré’, Himnos, nro. 138). Sin embargo, al examinar el ejemplo de la vida del Salvador, intuyo que probablemente podríamos hallar alguna manera de hacerlo con más frecuencia de lo que lo hacemos…
“Quisiera poder regresar a mi juventud y tener otra oportunidad de tender la mano a aquellos que, en ese tiempo, no atrajeron mucho mi atención. Los jóvenes quieren sentirse incluidos e importantes, percibir que son importantes para los demás… Fueron esas relaciones de amistad que no tuve, los amigos a los que no me acerqué, lo que me ha ocasionado algo de dolor ahora, después de todos estos años.
“Permítanme citar un caso, que causará suficiente remordimiento por ahora. En 1979, en St. George, Utah, tuvimos una reunión para celebrar el vigésimo aniversario de nuestra graduación de la Escuela Secundaria Dixie. Pasamos magníficos años en la secundaria allí, colmados de juegos estatales de fútbol americano, campeonatos de baloncesto y un sinnúmero de otros recuerdos típicos estadounidenses de nuestra ciudad natal. Se hizo un gran esfuerzo por encontrar las direcciones actuales de todos los alumnos y lograr que todos asistieran a la reunión.
“En medio de toda aquella diversión, recuerdo una carta terriblemente dolorosa escrita por una joven muy inteligente —aunque en su niñez no fue precisamente popular—, que escribió algo semejante a lo siguiente:
“‘Felicidades a todos nosotros por haber sobrevivido el tiempo suficiente para tener esta vigésima reunión de exalumnos. Espero que todos lo pasen de maravilla, pero por favor no me reserven un lugar. De hecho, he pasado la mayoría de estos veinte años tratando de olvidar los momentos dolorosos de los días que pasamos juntos en la escuela. Ahora que casi he superado esos sentimientos de soledad y de una autoestima destrozada, no tengo el valor de verlos a todos y correr el riesgo de recordar todo de nuevo. Pásenlo bien y perdónenme; es mi problema, no el de ustedes. Tal vez pueda asistir al trigésimo aniversario’.
“Y me alegra decir que asistió en esa siguiente ocasión, pero estaba terriblemente equivocada sobre algo: Sí era nuestro problema y lo sabíamos.
“He derramado lágrimas por ella —mi amiga— y por otros amigos como ella, de mi juventud, a quienes obviamente ni yo ni muchos otros dimos el ‘consuelo que añoraban’ (Himnos, nro. 138). Simplemente no fuimos los agentes o discípulos del Salvador que Él espera que las personas sean. No puedo evitar preguntarme qué podría haber hecho yo para velar un poco más por quienes no estaban integrados, para asegurarme de que el gesto de una palabra amigable, de un oído comprensivo, o de una breve conversación informal y de compartir un poco de tiempo hubiera bastado para integrar a aquellos que estaban al borde del círculo social o que, en algunos casos, apenas si existían.
“Jesucristo dijo en Su sermón más extraordinario: ‘Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?’ (Mateo 5:46–47).
“Hago un llamado a que vayamos más allá de nuestra complacencia, a que salgamos del ámbito de nuestra comodidad y amistades a fin de tender la mano a quienes no siempre es fácil llegar” (“Come unto Me”, Ensign, abril de 1998, págs. 21–22).
Doctrina y Convenios 38:27. “… si no sois uno, no sois míos”
El presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, enseñó cómo podemos llegar a ser uno con aquellos que nos rodean:
“Sabemos por experiencia que tenemos gozo cuando se nos bendice con unidad. Como hijos [procreados en espíritu] de nuestro Padre Celestial anhelamos el gozo que una vez sentimos con Él en una vida anterior. Por Su amor hacia nosotros, Él desea concedernos ese sagrado deseo de la unidad.
“Él no puede concedernos ese deseo a cada uno de manera individual. El gozo de la unidad que tanto desea concedernos no va solo; debemos buscarlo y ser dignos de él junto con las demás personas. Por lo tanto, no es de sorprender que Dios nos inste a reunirnos para bendecirnos. Él quiere que nos unamos en familias; ha establecido clases, barrios y ramas, y nos ha mandado que nos reunamos a menudo. En esas reuniones, que Dios ha designado para nosotros, yace nuestra gran oportunidad; podemos orar y trabajar para lograr la unidad que nos traerá gozo y multiplicará nuestro poder de prestar servicio” (véase “Entrelazados nuestros corazones en uno”, Liahona, noviembre de 2008, pág. 69).
Doctrina y Convenios 38:27, 34–36. Cuidar de los pobres y ser unidos
En Doctrina y Convenios 38, el Señor mandó a los santos ser unidos y cuidar de los pobres. Estos son dos de los principios fundamentales sobre los que Sion debe establecerse y son parte de la ley del Reino Celestial. También se recalcan esos dos mandamientos en Moisés 7:18 y en 4 Nefi 1:2–3. Más adelante, cuando los santos intentaron vivir la ley de consagración en Misuri, no tuvieron éxito porque “no [dieron] de sus bienes a los pobres ni a los afligidos entre ellos… ni [estaban] unidos” (véase D. y C. 105:3–4; véase también D. y C. 105:5). En la actualidad, hay muchas oportunidades en la Iglesia para cuidar de aquellos que están necesitados, entre ellas la de dar una ofrenda de ayuno generosa.
Doctrina y Convenios 38:28–32. “… si estáis preparados, no temeréis”
En Doctrina y Convenios 38:28–32, el Señor advirtió a los santos con relación a acontecimientos que solo Él conocía a causa de Su perspectiva divina, y les mandó que fueran a Ohio. Hizo hincapié en que, mediante la obediencia y la preparación, ellos no tendrían necesidad de temer (véase D. y C. 38:15, 30).
El élder L. Tom Perry (1922–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, habló de la importancia de la preparación:
“A diario somos testigos de grandes alzas de inflación; de guerras; de conflictos entre las personas; de desastres nacionales; de variaciones en las condiciones climáticas; de innumerables muestras de las fuerzas de la inmoralidad, el crimen y la violencia; de ataques y presiones sobre la familia y las personas; de avances tecnológicos que dejan obsoletas muchas ocupaciones; etc. La necesidad de la preparación es absolutamente evidente. La gran bendición de estar preparados nos libera del temor, tal como el Señor lo garantiza en Doctrina y Convenios: ‘… si estáis preparados, no temeréis’ (D. y C. 38:30).
“Así como es importante estar preparados espiritualmente, también lo es prepararnos para nuestras necesidades temporales. Cada uno de nosotros debe preguntarse: ¿Qué tipo de preparación se requiere para satisfacer mis necesidades y las de mi familia?” (véase “Si estáis preparados, no temeréis”, Liahona, enero de 1996, pág. 40).
Doctrina y Convenios 38:31–32. “… allí os daré mi ley, y allí seréis investidos con poder de lo alto”
Además de ayudar a Su pueblo a escapar de la destrucción, el Señor también prometió que cuando los santos se congregaran en Ohio, Él les daría Su ley y los investiría con poder. El 9 de febrero de 1831, poco después de haber llegado a Kirtland, el profeta José Smith recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 42:1–72. Recibió instrucciones adicionales el 23 de febrero (véase D. y C. 42:73–93). En conjunto, esas revelaciones se conocen como “la ley de la Iglesia” (D. y C. 42, encabezamiento de sección). Más adelante, en junio de 1833, el Señor recordó a los santos sobre Su mandato de “edificar una casa, en la cual me propongo investir con poder de lo alto a los que he escogido” (D. y C. 95:8; véase también D. y C. 88:119). José Smith y Oliver Cowdery fueron investidos con poder el 3 de abril de 1836, cuando recibieron las llaves de la autoridad del sacerdocio de manos de mensajeros celestiales (véase D. y C. 110:9). Los santos justos que participaron en la dedicación del Templo de Kirtland y en otras reuniones en el templo recibieron una multitud de dones y manifestaciones espirituales. Esa investidura de poder no es lo mismo que la ordenanza que se dio a los miembros justos de la Iglesia más adelante en Nauvoo, Illinois.
Doctrina y Convenios 38:42. “Sed limpios, los que lleváis los vasos del Señor”
El élder Jeffrey R. Holland describió el significado de una frase que se encuentra en Doctrina y Convenios 38:42:
“Permítanme decirles lo que significa la frase ‘los que lleváis los vasos del Señor’. Antiguamente, tenía por lo menos dos significados, ambos relacionados con la obra del sacerdocio.
“El primero tiene que ver con la recuperación y la devolución a Jerusalén de varios implementos que el rey Nabucodonosor había llevado a Babilonia. Al manipular físicamente esos artículos para su devolución, el Señor recordó a aquellos hermanos de antaño la santidad de cualquier cosa que tuviera que ver con el templo. Por lo tanto, al llevar de nuevo a su tierra los diversos utensilios, vasijas, tazas y otros vasos, ellos mismos tenían que estar tan limpios como los instrumentos ceremoniales que llevaban [véanse 2 Reyes 25:14–15; Esdras 1:5–11].
“El segundo significado se relaciona con el primero. En el hogar se solían usar tazones e implementos similares para ritos de purificación. El apóstol Pablo, al escribirle a su joven amigo Timoteo, dijo en cuanto a estos: ‘… en una casa grande… hay utensilios de oro y… plata… de madera y de barro’, siendo estos métodos de lavar y purificar comunes en la época del Salvador. Pero Pablo prosigue diciendo: ‘… si alguno se limpia de [indignidad], [este] será instrumento… santificado, y útil para el Señor, y preparado para toda buena obra’. Por tanto, Pablo dice: ‘Huye… de las pasiones juveniles y sigue la justicia, … invo[ca] al Señor con un corazón puro [véase 2 Timoteo 2:20–22; cursiva agregada].
“En ambos relatos bíblicos, el mensaje es que como poseedores del sacerdocio no solo habremos de manipular los vasos sagrados y los emblemas del poder de Dios —piensen en la preparación, bendición y el reparto de la Santa Cena, por ejemplo—, sino que también habremos de ser un instrumento santificado a la vez. En parte debido a lo que hemos de hacer, pero más importante aun, debido a lo que hemos de ser, los profetas y apóstoles nos dicen que ‘hu[yamos]… de las pasiones juveniles’ e ‘invo[quemos] al Señor con un corazón puro’. Ellos nos dicen que seamos puros” (“Santificaos”, Liahona, enero de 2001, págs. 47–48).
Doctrina y Convenios 41: Antecedentes históricos adicionales
José y Emma Smith dejaron Nueva York con Sidney Rigdon y Edward Partridge para ir a Kirtland, Ohio. Cuando llegaron a Kirtland a principios de febrero de 1831, José se detuvo en la tienda de Newel K. Whitney. Newel Whitney y su esposa, Ann, eran conversos recientes a la Iglesia, pero todavía no habían conocido al Profeta. José entró en la tienda, extendió la mano sobre el mostrador y dijo: “Newel K. Whitney, ¡usted es el hombre!”. Cuando Newel expresó que se encontraba en desventaja ya que no conocía a la persona con la que estaba hablando, el Profeta respondió: “Soy José, el Profeta; usted ha orado para que viniese, ¿ahora qué quiere de mí?” (en Mark Staker, “Thou Art the Man”, Ensign, abril de 2005, pág. 37).
Emma Smith estaba embarazada y esperaba tener gemelos en un par de meses, y los Whitney invitaron a José y a Emma a quedarse con ellos en su hogar. Sin embargo, José y Emma necesitaban un lugar más permanente para vivir, al igual que Sidney y Phebe Rigdon. Con su conversión a la Iglesia, los Rigdon habían renunciado a la oportunidad de vivir en un hogar que la antigua congregación de Sidney había edificado para ellos cuando él era ministro en Mentor, Ohio. Leman Copley, que tenía una granja extensa en Thompson, Ohio, alrededor de treinta y dos kilómetros al este de Kirtland, ofreció proporcionar casas y suministros para José y Sidney (véase The Joseph Smith Papers, Documents, tomo I, julio de 1828–junio de 1831, ed. Michael Hubbard MacKay y otros, 2013, pág. 241). José oró y recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 41, que indica que los santos deben edificar una casa para el Profeta y que Sidney Rigdon “viva como mejor le parezca” (D. y C. 41:8). José y Emma se quedaron con los Whitney solo por algunas semanas, y después se trasladaron al hogar de Isaac Morley mientras los santos edificaban una pequeña casa de madera para ellos en la granja Morley.
Doctrina y Convenios 41
El Señor enseña que los verdaderos discípulos guardarán Su ley
Doctrina y Convenios 41:5. “El que recibe mi ley y la guarda, tal es mi discípulo”
En una revelación recibida el 4 de febrero de 1831, el Señor dijo que los líderes de la Iglesia recibirían Su ley “por [su] oración de fe” (véase D. y C. 41:3). A los pocos días de esa promesa, el 9 de febrero, el Señor reveló Su ley a la Iglesia (véase D. y C. 42:1–72). En anticipación a esa revelación, el Señor explicó que, para llegar a ser verdaderos discípulos, Sus seguidores deben recibir Su ley y guardarla (véase D. y C. 41:5). Aunque muchas personas puedan profesar creer en Jesucristo, no todas están dispuestas a hacer lo que Él dice. Se promete a aquellos que harán lo que Él pide que entrarán en el Reino de los Cielos (véase Mateo 7:21).
El élder Dallin H. Oaks, del Cuórum de los Doce Apóstoles, nos recordó lo que significa ser verdaderos discípulos del Señor Jesucristo: “Seguir a Cristo no supone un ejercicio ocasional o casual, sino una dedicación continua y una manera de vivir que se aplica en todo tiempo y en todo lugar” (“Seguidores de Cristo”, Liahona, mayo de 2013, pág. 97).
El presidente Dieter F. Uchtdorf, de la Primera Presidencia, también testificó:
“No es suficiente hablar de Jesucristo ni proclamar que somos Sus discípulos. No es suficiente con rodearnos de símbolos de nuestra religión. El discipulado no significa ser espectadores. Del mismo modo que no podemos experimentar los beneficios de la salud al quedarnos sentados en un sillón mirando deportes en la televisión y dándoles consejos a los atletas, no podemos esperar recibir las bendiciones de la fe si nos quedamos inmóviles fuera del área de juego. Aun así, algunos prefieren ‘ser espectadores en el discipulado’, o directamente es la primera opción de adoración que escogen.
“La nuestra no es una religión de segunda mano. No podemos recibir las bendiciones del Evangelio simplemente por medio de observar lo que hacen otros. Debemos salir de los laterales y practicar lo que predicamos” (“El camino del discípulo”, Liahona, mayo de 2009, págs. 76–77).
Doctrina y Convenios 41:9. “… he llamado… y… [será] nombrado por la voz de la iglesia y… ordenado obispo”
En la revelación registrada en Doctrina y Convenios 41, el Señor no solo llamó a Edward Partridge a servir como obispo en Su Iglesia, sino que también reveló el modelo que atañe a todo aquel que es llamado a servir en la Iglesia. Primero, la persona tiene que ser llamada por Dios mediante la revelación a aquel que tiene la autoridad. En el llamamiento de Edward Partridge, el Señor reveló al profeta José Smith que Edward debía servir como el primer obispo de la Iglesia en esta dispensación. Segundo, aquellos que son llamados adecuadamente por el Señor deben ser nombrados o sostenidos “por la voz de la iglesia”. Por último, las personas deben ser ordenadas o apartadas en su oficio o llamamiento por la autoridad del sacerdocio.
Doctrina y Convenios 41:9–11. “… mi siervo Edward Partridge”
Edward Partridge oyó por primera vez el Evangelio restaurado en el otoño de 1830, cuando los misioneros que habían sido enviados a los lamanitas se detuvieron en Kirtland, Ohio, mientras iban rumbo a Misuri (véanse D. y C. 28:8; 30:5–8; 32:2–3). No obstante, no se bautizó sino hasta diciembre. Lucy Mack Smith, la madre del Profeta, escribió lo siguiente respecto a la decisión de Edward Partridge de bautizarse: “En diciembre [de 1830], José llamó a una reunión en nuestra casa y mientras estaba presidiendo entraron Sidney Rigdon y Edward Partridge y se sentaron con la congregación. Cuando José hubo concluido su discurso, dio la oportunidad de que hablaran aquellos que desearan hacer comentarios. Enseguida, el señor Partridge se levantó e indicó que había estado en Manchester con la intención de obtener información en cuanto a la doctrina que predicábamos; [pero], como no nos encontró, había preguntado entre nuestros vecinos sobre nuestro carácter, quienes dijeron que había sido intachable hasta que José nos había engañado en cuanto al Libro de Mormón. También dijo que había caminado por nuestra granja y había observado el orden y la laboriosidad que demostraba; y, al ver lo que habíamos sacrificado por nuestra fe, y también al haber escuchado que nuestra honestidad no se había cuestionado en ningún otro punto que no fuera el de nuestra religión, creyó nuestro testimonio y dijo que estaba listo para ser bautizado ‘si’, dijo él, ‘el hermano José me bautiza’” (“Lucy Mack Smith, History, 1845”, pág. 191, josephsmithpapers.org; se estandarizó la ortografía y la puntuación). José Smith bautizó a Edward Partridge el 11 de diciembre de 1830.
En Kirtland, Ohio, Edward Partridge fue llamado para ser el primer obispo de la Iglesia y, más tarde, en Misuri, sufrió mucha persecución, lo que incluyó que el populacho lo llenara de brea y plumas por no renunciar a su fe en el Libro de Mormón. Cuando murió en 1840 en Nauvoo, Illinois, a la edad de cuarenta y seis años, era un miembro fiel de la Iglesia. Un obituario [necrológica] registró lo siguiente respecto a la muerte de Edward: “Perdió la vida en las persecuciones de Misuri, y su sangre, junto con la de otros, será demandada de manos de sus enemigos” (obituary for Edward Partridge, Times and Seasons, junio de 1840, pág. 128). (Para más información acerca de Edward Partridge, véanse D. y C. 36; 41:9–11; 42:10; 50:39; 51:1–5, 18; 52:24; 57:7; 58:14–16, 24–25, 61–62; 60:10; 64:17; 124:19; véase también La historia de la Iglesia en la dispensación del cumplimiento de los tiempos: Manual para el alumno, 2da. edición [Manual del Sistema Educativo de la Iglesia, 2003], pág. 89).
La disposición de Edward Partridge de “de[jar] su comercio para dedicar todo su tiempo al servicio de la iglesia” (véase D. y C. 41:9) se confirma en el siguiente relato: “La hija de [Edward] Partridge más adelante recordó que después de que esa revelación se dictara, su padre vendió su propiedad y ‘obtuvo poco dinero’ de la transacción. Ella agregó: ‘La conducta de mi padre al unirse a la religión mormona y al sacrificar sus propiedades hizo que sus amigos del mundo lo creyeran loco. No podían ver qué había en la religión que hiciera que un hombre abandonara todas las recompensas del mundo por ella’” (en The Joseph Smith Papers, Documents, tomo I, julio de 1828–junio de 1831, pág. 244).
Fuente adicional de consulta
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Elizabeth Maki, “Trasladaos a Ohio”, en Revelaciones en Contexto, ed. por Matthew McBride y James Goldberg, 2016, págs. 75–78, o en history.lds.org.