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Capítulo 55: Doctrina y Convenios 137–138


“Capítulo 55: Doctrina y Convenios 137–138”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno (2017)

“Capítulo 55”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno

Capítulo 55

Doctrina y Convenios 137–138

Introducción y cronología

El 21 de enero de 1836, el profeta José Smith y otros líderes de la Iglesia llevaron a cabo una reunión especial en el recién terminado Templo de Kirtland. En esa ocasión, el Profeta tuvo una visión del reino celestial, durante la cual el Señor explicó cómo juzgará a “los que [mueren] sin el conocimiento de este evangelio” (D. y C. 137:7). Esa revelación está registrada en Doctrina y Convenios 137.

El 3 de octubre de 1918, el presidente Joseph F. Smith recibió la visión que se encuentra en Doctrina y Convenios 138, la cual aclaró aún más la doctrina de la salvación de los muertos. En esa visión, el presidente Smith aprendió que entre Su muerte y Su resurrección, el Salvador ministró en el paraíso a los justos que habían estado esperando la “redención de las ligaduras de la muerte” (D. y C. 138:16). El presidente Smith también presenció la organización de la obra misional en el mundo de los espíritus.

19 de noviembre de 1823Alvin Smith muere en Palmyra, Nueva York.

Enero de 1836Está a punto de terminarse el Templo de Kirtland.

21 de enero de 1836Se recibe Doctrina y Convenios 137.

1918Una epidemia mundial de gripe causa la muerte de millones de personas en todo el mundo. En noviembre termina la Primera Guerra Mundial, en la que murieron más de 17 millones de personas. 

3 de octubre de 1918Se recibe Doctrina y Convenios 138.

3 de abril de 1976Los miembros de la Iglesia sostienen y aprueban como parte de los libros canónicos la visión que el profeta José Smith tuvo del reino celestial y la visión que el presidente Joseph F. Smith tuvo de la redención de los muertos. Ambas se agregan a La Perla de Gran Precio.

Junio de 1979La Primera Presidencia anuncia que la visión que José Smith tuvo del reino celestial (actualmente Doctrina y Convenios 137) y la que tuvo Joseph F. Smith sobre la redención de los muertos (actualmente Doctrina y Convenios 138) se incluirán en la edición de 1981 de Doctrina y Convenios.

Doctrina y Convenios 137: Antecedentes históricos adicionales

“La tarde del 21 de enero de 1836, [José Smith] y la Presidencia de la Iglesia se reunieron en la sala del consejo ubicada encima de la imprenta para avanzar en los preparativos de la investidura. Siguiendo el precedente bíblico, esos líderes de la Iglesia lavaron sus cuerpos con agua y se perfumaron con una fragancia de olor agradable”. Esa tarde, José Smith, sus consejeros de la Primera Presidencia y otros líderes de la Iglesia se reunieron en un cuarto de la planta alta del Templo de Kirtland, cuya construcción estaba ya casi concluida. “Según Oliver Cowdery, los miembros de la Presidencia de la Iglesia fueron ‘ungidos con la misma clase de aceite y de la misma manera que lo fueron Moisés y Aarón, y aquellos que se presentaron ante el Señor en la antigüedad’ [véase Éxodo 40:9–15]. La presidencia ungió primeramente la cabeza del Patriarca de la Iglesia, Joseph Smith, con aceite y le dio una bendición. Después, el patriarca ungió a los Presidentes de la Iglesia en el orden de sus edades. Cuando Joseph Smith, ungió la cabeza de [José Smith], ‘selló sobre [él] las bendiciones de Moisés para dirigir a Israel en los últimos días’.

“Después de que el patriarca bendijo a su hijo, [José Smith] recibió bendiciones y profecías bajo las manos de ‘toda la presidencia’” (en The Joseph Smith Papers, Documents, Volume 5: October 1835–January 1838, editado por Brent M. Rogers y otros autores, 2017, pág. 157).

Después de que se bendijo al profeta José Smith, “los cielos se abrieron” y el Profeta y varios de los presentes tuvieron visiones y revelaciones. José Smith escribió: “Muchos de mis hermanos que recibieron esta ordenanza conmigo vieron también visiones gloriosas, los ángeles les ministraron, así como a mí, y el poder de lo alto reposó sobre nosotros. La casa estaba llena de la gloria de Dios y exclamamos Hosanna a Dios y al Cordero”. (En The Joseph Smith Papers, Journals, Volume 1:1832–1839, editado por Dean C. Jesse y otros autores, 2008, págs. 167–168, 170; se estandarizó la puntuación y el uso de las mayúsculas). En esa ocasión, el Profeta tuvo una visión del reino celestial.

La visión que el profeta José Smith tuvo del reino celestial, que actualmente se halla en Doctrina y Convenios 137, no formó parte de los libros canónicos hasta 1976. Durante la conferencia general de abril de ese año, la Iglesia votó aceptar esa visión como Escritura. Aunque esta revelación se incluyó originalmente en La Perla de Gran Precio, en 1979 se determinó que se convirtiera en la sección 137 de la edición de 1981 de Doctrina y Convenios. (Véanse ,“Informe de la conferencia”, Liahona, agosto de 1976, pág. 1; “Texto para las visiones que se incorporarán a La Perla de Gran Precio”, Liahona, agosto de 1976, pág. 111; “Additions to DC Approved”, Church News, 2 de junio de 1979, pág. 3; “Three Additions to Be in Doctrine and Covenants”, Ensign, agosto de 1979, pág. 75).

Mapa 7: Kirtland, Ohio, EE. UU., 1830–1838

Doctrina y Convenios 137

El profeta José Smith tiene una visión del reino celestial

Doctrina y Convenios 137:1–4. “… vi el reino celestial de Dios y su gloria”

El profeta José Smith describió la gloria y la belleza del reino celestial, diciendo que “la puerta por la cual entrarán los herederos [del reino celestial]… era semejante a llamas circundantes de fuego” y “las hermosas calles de ese reino… parecían estar pavimentadas de oro” (D. y C. 137:2, 4). En las Escrituras, el fuego es un “símbolo de purificación o santificación. También simboliza la presencia de Dios” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Fuego”, scriptures.lds.org). El color dorado y el dorado metal con frecuencia se relacionan con la realeza, la riqueza y el poder.

Si bien esas imágenes sirven para describir el reino celestial, somos incapaces de empezar a comprender su gloria. En otra ocasión, el profeta José Smith aprendió que incluso “la gloria [del reino] telestial… sobrepuja a toda comprensión” y “la gloria [del reino] celestial… sobrepuja a todas las cosas” (D. y C. 76:89, 92).

Doctrina y Convenios 137:1. “… si fue en el cuerpo o fuera del cuerpo, no puedo decirlo”

Cuando el profeta José Smith describió su visión del reino celestial y dijo que no sabía “si [estaba] en el cuerpo o fuera del cuerpo” (D. y C. 137:1), se hizo eco de las palabras que utilizó el apóstol Pablo cuando describió ser “arrebatado hasta el tercer cielo”: “… si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe” (2 Corintios 12:2–3). Cuando el Señor da revelación a hombres y mujeres mortales, revela las verdades por medio de Su Espíritu a los espíritus de ellos (véase 1 Corintios 2:9–14), y el Espíritu los envuelve y se llenan de Su gloria a tal punto que se vuelven ajenos a las cosas del mundo natural. El profeta José Smith (1805–1844) explicó ese proceso de recibir comunicación espiritual: “Todas las cosas que Dios en Su infinita sabiduría ha considerado conveniente y apropiado revelarnos mientras nos hallamos en el estado mortal, en lo que concierne a nuestros cuerpos mortales, se nos revelan de forma abstracta y sin relación con este tabernáculo mortal, pero se revelan a nuestro espíritu precisamente como si no tuviésemos cuerpo” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 506).

Doctrina y Convenios 137:5–6. “Vi a… mi padre, y a mi madre, y a mi hermano Alvin”

Además de ver a Dios el Padre y a Su Hijo Jesucristo, el profeta José mencionó a cinco personas específicas que vio en su visión del reino celestial: “Vi a Adán, nuestro padre, y a Abraham, y a mi padre, y a mi madre, y a mi hermano Alvin, que murió hace mucho tiempo” (D. y C. 137:5). En la época en que ocurrió esa visión, el padre y la madre del Profeta aún vivían y su padre estaba presente en la habitación. Alvin había fallecido doce años antes, el 19 de noviembre de 1823, después de enfermar con dolorosos espasmos estomacales. Era el mayor de los hijos de la familia Smith y había creído el relato de José sobre la visita del ángel Moroni y la existencia de las planchas del Libro de Mormón. Antes de morir, Alvin alentó a José para que fuese obediente y fiel, e hiciera “cuanto [estuviese] en [su] poder por obtener los registros [del Libro de Mormón]” (en Enseñanzas: José Smith, pág. 427).

sepultura de Alvin Smith, Palmyra, Nueva York

Alvin, el hermano mayor de José Smith, falleció en noviembre de 1823 y fue sepultado aquí, en Palmyra, Nueva York.

La muerte de Alvin fue “una aflicción muy grande” para la familia (José Smith—Historia 1:56), particularmente para José, que tenía 17 años de edad, y que más tarde escribió: “Recuerdo bien el inmenso pesar que se arraigó en mi joven pecho y que casi hizo que estallara mi tierno corazón cuando él murió” (en The Joseph Smith Papers, Journals, Volume 2: December 1841–April 1843, editado por Andrew H. Hedges y otros autores, 2011, pág. 116). “Cuando Alvin murió, la familia pidió a un ministro presbiteriano de Palmyra, Nueva York, que oficiara en el servicio funerario. Como el joven no era miembro de la congregación del ministro, este afirmó en su sermón que Alvin no podía ser salvo. William Smith, hermano menor de José, comentó: ‘[El ministro]… dio a entender muy claramente que [Alvin] había ido al infierno por no ser miembro de su iglesia; pero había sido un buen muchacho, y a mi padre no le gustó aquello’” (Enseñanzas: José Smith, págs. 427, 429).

Cuando el profeta José Smith vio a Alvin en el reino celestial en la visión que recibió el 21 de enero de 1836, se “maravill[ó] de que hubiese recibido una herencia en ese reino, en vista de que había salido de esta vida antes que el Señor hubiera extendido su mano para juntar a Israel por segunda vez, y no había sido bautizado para la remisión de los pecados” (D. y C. 137:6). Al traducir el Libro de Mormón, y a través de otras revelaciones, el Profeta aprendió que “esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios” al aceptar el Evangelio, arrepentirse y ser bautizado (véase Alma 34:32–33; véase también D. y C. 76:51). Cuando el Profeta recibió la visión registrada en Doctrina y Convenios 137 aún no comprendía la obra vicaria por los muertos. Sin embargo, cuatro años más tarde, el 15 de agosto de 1840, el profeta José Smith enseñó públicamente la doctrina del bautismo por los muertos en un funeral. “Al mes de haber hablado en aquel funeral, el Profeta visitó a su padre, que estaba muy enfermo, a punto de morir. Habló con él de la doctrina del bautismo por los muertos, lo cual hizo que el anciano Smith pensara en su amado hijo Alvin; luego, pidió que ‘de inmediato’ se hiciera la obra por este. Pocos minutos antes de morir, dijo que veía a Alvin. A finales de 1840, la familia Smith tuvo la gran alegría de que Hyrum efectuara la ordenanza del bautismo a favor de su hermano muerto” (Enseñanzas: José Smith, págs. 429–430).

Doctrina y Convenios 137:7–9. “Todos los que han muerto sin el conocimiento de este evangelio”

La visión que tuvo el Profeta en el Templo de Kirtland en 1836, registrada en Doctrina y Convenios 137, reveló que el plan del Padre Celestial hace que las bendiciones de la salvación estén al alcance de todos Sus hijos. El élder Quentin L. Cook, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó que el Plan de Salvación se aplica a todos y cada uno de los hijos de Dios: “Cuando José Smith recibió revelaciones y organizó la Iglesia, la gran mayoría de las iglesias enseñaban que la expiación del Salvador no salvaría a la mayor parte del género humano. El precepto general era que unos pocos se salvarían y la inmensa mayoría sería condenada a la más terrible y atroz tortura sin fin [de una intensidad indescriptible]. La maravillosa doctrina revelada al profeta José nos dio a conocer un plan de salvación que se aplica a toda la humanidad, incluso a los que no oigan de Cristo en esta vida, a los niños que mueran antes de la edad de responsabilidad y a los que carezcan de entendimiento [véanse D. y C. 29:46–50; 137:7–10]” (véase “El plan de nuestro Padre: lo suficientemente amplio para todos Sus hijos”, Liahona, mayo de 2009, pág. 37).

Aunque la revelación registrada en Doctrina y Convenios 137 no explicaba la manera en que la salvación estaría al alcance de aquellos que mueren sin un conocimiento del Evangelio o de sus ordenanzas esenciales de salvación, revelaciones posteriores ayudaron a aclarar esta doctrina (véanse D. y C.  127; 128; 138).

Doctrina y Convenios 137:9. “… yo, el Señor, juzgaré a todos los hombres… según el deseo de sus corazones”

En la revelación registrada en Doctrina y Convenios 137, el profeta José Smith aprendió que el plan de salvación de nuestro Padre Celestial es justo y misericordioso para con todos Sus hijos. Para Alvin Smith y otros como él que “[mueren] sin el conocimiento de este evangelio, quienes lo habrían recibido si se les hubiese permitido permanecer” (D. y C. 137:7), hay esperanza de que obtengan el reino celestial. Esa esperanza se centra en la doctrina de que Dios juzgará a todas las personas “según sus obras, según el deseo de sus corazones” (D. y C. 137:9).

El élder Dallin H. Oaks, del Cuórum de los Doce Apóstoles, proporcionó mayor conocimiento sobre esa doctrina y explicó cómo los deseos justos de una persona le permitirán recibir las bendiciones del Evangelio si esa oportunidad no estuviera disponible en esta vida:

“Los deseos de nuestro corazón serán una consideración importante en el juicio final. Alma enseñó que Dios ‘concede a los hombres según lo que deseen, ya sea para muerte o para vida… según la voluntad de ellos, ya sea para salvación o destrucción. Sí… el que conoce el bien y el mal, a este le es dado según sus deseos’ (Alma 29:4–5).

“Esa es una enseñanza aleccionadora, pero a la vez gratificante. Significa que cuando hemos hecho todo lo que podemos, nuestros deseos se encargarán del resto. Además, quiere decir que si nuestros deseos son rectos, podemos ser perdonados de los errores que inevitablemente cometeremos al tratar de llevar a cabo esos deseos. ¡Qué gran consuelo para nuestros sentimientos de ineptitud!… 

“… no debemos suponer que los deseos de nuestro corazón bastarán para sustituir una ordenanza del Evangelio. Consideren las palabras del Señor cuando mandó que se observaran dos ordenanzas del Evangelio: ‘De cierto, de cierto te digo que el que no naciere de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios’ (Juan 3:5). Y con respecto a los tres grados en la gloria celestial, la revelación de nuestros días establece que ‘para alcanzar el más alto, el hombre tiene que entrar en este orden del sacerdocio [es decir, el nuevo y sempiterno convenio del matrimonio]’ (D. y C. 131:2). No se implica excepción alguna en estos mandatos, ni se autoriza en ninguna parte de las Escrituras.

“En la justicia y la misericordia de Dios, estos rígidos mandamientos relacionados con las ordenanzas esenciales se ven atenuados por la autorización divina para llevar a cabo dichas ordenanzas en nombre de aquellos que no las recibieron en esta vida. De modo que a una persona en el mundo de los espíritus que así lo desee se le contará como si hubiese participado personalmente en una ordenanza determinada. De esta manera, mediante el servicio amoroso de representantes vicarios, los espíritus que han partido también son premiados por los deseos de su corazón” (véase “Los deseos de nuestro corazón”, Liahona, junio de 1987, pág. 24).

El élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles, recalcó la importancia de aprender a cultivar deseos justos:

“… lo que persistimos en desear es lo que, con el tiempo, llegaremos a ser y lo que recibiremos en la eternidad… 

“… Solamente si los educamos y capacitamos, nuestros deseos llegarán a ser nuestros aliados en vez de nuestros enemigos” (“Según nuestros deseos”, Liahona, enero de 1997, págs. 21–22).

Doctrina y Convenios 137:10. “… todos los niños que mueren antes de llegar a la edad de responsabilidad se salvan en el reino celestial”

La revelación de que “todos los niños que mueren antes de llegar a la edad de responsabilidad se salvan en el reino celestial de los cielos” (D. y C. 137:10) indudablemente brindó consuelo a muchos miembros de la Iglesia, entre ellos Emma y José Smith, quienes habían tenido hijos que habían muerto en la infancia. Para cuando se recibió esta revelación, José y Emma Smith ya habían perdido a cuatro de sus primeros seis hijos. De los once hijos de José y Emma —nueve fueron propios y dos adoptados—, solo cinco vivieron hasta alcanzar la edad adulta (véase The Joseph Smith Papers, Documents, Volume 1: July 1828–June 1831, editado por Michael Hubbard McKay y otros autores, 2013, pág. 464).

José y Emma con el bebé Alvin, por Liz Lemon Swindle

José y Emma con el bebé Alvin, por Liz Lemon Swindle. José y Emma Smith tuvieron once hijos (dos de los cuales fueron adoptados), pero solo cinco vivieron hasta llegar a la edad adulta.

Cuando se dio esta revelación, muchas iglesias enseñaban que los niños que morían antes de ser bautizados eran condenados, o sea, que Dios no podía salvarlos. Varios pasajes de las Escrituras de los últimos días, incluso esta revelación registrada en Doctrina y Convenios 137, revelan la misericordia de Dios para con los niños que mueren antes de la edad de responsabilidad, que es la edad de ocho años (véanse Moroni 8:8–22; D. y C. 29:46–47; 68:25, 27).

El presidente Thomas S. Monson proporcionó consuelo a aquellos cuyos hijos han muerto antes de alcanzar la edad de responsabilidad:

“Solo hay una fuente de paz verdadera. Estoy seguro de que el Señor, que sabe cuando un pajarillo cae a tierra, mira con compasión a aquellos que han sido llamados a separarse, aunque sea de manera temporal, de sus preciados hijos. Se necesitan con desesperación los dones de la sanidad y la paz, y Jesús nos los ha proporcionado por medio de Su expiación.

“El profeta José Smith habló palabras inspiradas de revelación y consuelo:

“‘… todos los niños que mueren antes de llegar a la edad de responsabilidad se salvan en el reino celestial de los cielos’ [D. y C. 137:10].

“‘… cuando la madre [y el padre] queda[n] privad[os] del placer, el gozo y la satisfacción de criar a su[s] [hijos] hasta el estado maduro de hombre o mujer en este mundo, por causa de la muerte, después de la resurrección tendrán todo el gozo, la satisfacción y el placer —incluso más de lo que les sería posible tener en esta vida— de [verlos] crecer hasta la completa madurez de [sus] espíritu[s]’ [citado en Joseph F. Smith, Doctrina del Evangelio, pág. 447]. Esto es como bálsamo de Galaad para los que lloran, para aquellos que han amado, y perdido, a sus preciados hijos” (véase “El profundo poder de la gratitud”, Liahona, septiembre de 2015, págs. 7–8).

El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) enseñó que los niños que mueren antes de la edad de responsabilidad no solo serán “[salvos] en el reino celestial de los cielos” (D. y C. 137:10), sino que disfrutarán “el privilegio de todas las bendiciones de sellamiento que pertenecen a la exaltación… 

“Los niños que mueran en la infancia no serán privados de ninguna bendición. Cuando crezcan, después de la resurrección, hasta la completa madurez del espíritu, tendrán derecho a todas las bendiciones de que pudieron haber sido acreedores si hubieran tenido el privilegio de permanecer aquí y recibirlas” (Doctrina de Salvación, compilación de Bruce R. McConkie 1955, tomo II, págs. 30–31; véase también Mosíah 15:25).

Doctrina y Convenios 138: Antecedentes históricos adicionales

El 3 de octubre de 1918, el presidente Joseph F. Smith tuvo una visión del mundo de los espíritus que reveló verdades importantes sobre “la redención de los muertos” (D. y C. 138:54, 60). Recibió esta revelación mientras se encontraba “meditando sobre las Escrituras, y reflexionando en el gran sacrificio expiatorio que el Hijo de Dios realizó” (D. y C. 138:1–2). La muerte del padre de Joseph F. Smith, Hyrum Smith, en 1844, cuando Joseph F. tenía solo cinco años de edad, y la muerte de su madre, Mary Fielding Smith, en 1852, cuando él tenía solo trece años de edad, le hicieron conocer a temprana edad lo que era perder a un ser querido. Además, durante su vida, el presidente Smith había perdido también a varios de sus propios hijos y a otros familiares. Eso le causó enorme dolor y tal vez es lo que le llevó a reflexionar en el tema de los muertos.

Hyrum Mack Smith

Hyrum Mack Smith fue Apóstol y era hijo del presidente Joseph F. Smith. Falleció el 23 de enero de 1918, a los 45 años de edad.

El año 1918 fue particularmente difícil para el presidente Joseph F. Smith. “En enero, su amado hijo mayor, el élder Hyrum Mack Smith, murió repentinamente por una ruptura del apéndice… En febrero, un joven yerno murió a causa de una caída accidental; y en septiembre, la esposa de Hyrum, Ida, murió solo unos días después de dar a luz, dejando cinco niños huérfanos”. En el momento de esa revelación, la devastación de la Primera Guerra Mundial y una epidemia mundial de gripe se habían cobrado millones de vidas. Tal vez su propia mala salud también haya estado en sus pensamientos. (Lisa Olsen Tait, “Susa Young Gates y la visión de la redención de los muertos”, en Revelaciones en contexto, editado por Matthew McBride y James Goldberg, 2016, pág. 341).

El día después de que el presidente Smith recibió la visión del mundo de los espíritus, habló durante la sesión de apertura de la conferencia general de octubre de 1918: “No intentaré —no me atrevo a hacerlo— entrar en muchos asuntos que ocupan mi mente esta mañana, y pospondré hasta un momento futuro, si el Señor lo desea, mi intento de decirles algunos de los que tengo en la mente y que guardo en el corazón. No he vivido solo durante estos cinco meses. Me he apoyado en el espíritu de oración, súplica, fe y determinación, y he tenido una comunicación continua con el Espíritu del Señor” (en Conference Report, octubre de 1918, pág. 2).

Casa de la Colmena, Salt Lake City, Utah

El presidente Joseph F. Smith recibió una visión del mundo de los espíritus en octubre de 1918, mientras vivía en la Casa de la Colmena en Salt Lake City, Utah.

Diez días después de la conferencia, el presidente Smith dictó la visión del mundo de los espíritus a su hijo Joseph Fielding Smith, que en aquel entonces era miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles. Los consejeros del presidente Smith de la Primera Presidencia, el Cuórum de los Doce Apóstoles y el Patriarca de la Iglesia aprobaron la visión como revelación el 31 de octubre de 1918. (Véanse Tait, “Susa Young Gates”, pág. 342; D. y C.  138, encabezamiento de la sección). El relato escrito de la visión se agregó a La Perla de Gran Precio en 1976. En 1979, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles anunciaron que la visión se agregaría a Doctrina y Convenios como la sección 138 en la edición de 1981 de las Escrituras (véase “Additions to DC Approved”, Church News, 1.º de junio de 1979, pág. 3).

Mapa 11: El desplazamiento de la Iglesia hacia el oeste

Doctrina y Convenios 138:1–11

El presidente Joseph F. Smith “[medita] sobre las Escrituras” y tiene una visión del mundo de los espíritus

Doctrina y Convenios 138:1–11. “Mientras meditaba en estas cosas”

La experiencia que tuvo el presidente Joseph F. Smith mientras se encontraba “meditando sobre las Escrituras, y reflexionando en el gran sacrificio expiatorio que el Hijo de Dios realizó para redimir al mundo” (D. y C. 138:1–2) ilustra que el Señor bendice a aquellos que procuran estudiar y aprender al meditar en las Escrituras. Meditar significa “pensar o reflexionar profundamente, a menudo tocante a las Escrituras u otras cosas divinas. Al combinarse con la oración, la meditación sobre las cosas de Dios puede traer consigo la revelación y la comprensión” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Meditar”, scriptures.lds.org).

Al dirigirse a los jóvenes durante la conferencia general, el élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, describió la forma de incorporar la meditación durante el estudio de las Escrituras: “A veces es bueno leer un libro de las Escrituras en un periodo establecido a fin de obtener una impresión general de su mensaje, pero para los fines de la conversión, debes prestar más atención al tiempo que pases en las Escrituras que a la cantidad de texto que leas en ese tiempo. A veces te imagino leyendo algunos versículos, deteniéndote a meditar en ellos, volviéndolos a leer con detenimiento y, al pensar en lo que significan, orando para recibir entendimiento, haciéndote preguntas en la mente, esperando recibir impresiones espirituales y anotando las impresiones e ideas que recibas para recordarlas y aprender más. Al estudiar de este modo, tal vez no leas muchos capítulos o versículos en media hora, pero harás lugar en tu corazón para la palabra de Dios, y Él se dirigirá a ti” (“Cuando te hayas convertido”, Liahona, mayo de 2004, págs. 11–12).

Doctrina y Convenios 138:3–4. “… que el género humano fuese salvo, mediante [Su] expiación”

Al describir lo que condujo a la visión del mundo de los espíritus, el presidente Joseph F. Smith enseñó que “el grande y maravilloso amor… [del] Padre y [del] Hijo” se manifestó “en la venida del Redentor al mundo” (D. y C. 138:3). También enseñó “que el género humano [es] salvo, mediante la expiación [del Salvador] y la obediencia a los principios del evangelio” (D. y C. 138:4). Esa doctrina es un mensaje fundamental de la visión del presidente Smith y se aplica tanto a los vivos como a los muertos.

El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó que la expiación de Jesucristo brinda a los hijos de nuestro Padre Celestial dones incondicionales y condicionales a los que tienen acceso tanto los vivos como los muertos:

“Algunos de los dones que recibimos gracias a la Expiación [de Jesucristo] son universales, infinitos e incondicionales; entre estos se cuenta Su rescate de la transgresión original de Adán… [véase Artículos de Fe 1:2]. Otro don universal es la resurrección de los muertos de todo hombre, mujer y niño que viva ahora, que haya vivido y que viva después en la tierra.

“Otros aspectos del don expiatorio de Cristo son condicionales y dependen de la diligencia que se tenga para cumplir los mandamientos de Dios. Por ejemplo, aun cuando todos los miembros de la familia humana reciben gratuitamente una absolución del pecado de Adán, sin tener que poner nada de su parte, no se les concede la absolución de sus propios pecados a menos que prometan tener fe en Cristo y se arrepientan de esas transgresiones, se bauticen en Su nombre, reciban el don del Espíritu Santo y la confirmación en la Iglesia de Cristo, y avancen con fiel perseverancia durante el resto de su jornada por la vida… 

“Por supuesto, ni las bendiciones incondicionales ni las condicionales de la Expiación estarían a nuestro alcance de no ser por medio de la gracia de Cristo. Obviamente, las bendiciones incondicionales de la Expiación no se ganan, pero las condicionales tampoco se ganan plenamente por méritos. Si se vive fielmente y se guardan los mandamientos de Dios, se pueden recibir privilegios adicionales; no obstante, estos se nos dan libremente y no porque, técnicamente, nos los ganemos. En el Libro de Mormón se afirma de modo enfático que ‘ninguna carne puede morar en la presencia de Dios, sino por medio de los méritos, y misericordia, y gracia del Santo Mesías’ [2 Nefi 2:8].

“Por esa misma gracia, Dios proporciona la salvación de los niños pequeños, de las personas mentalmente discapacitadas, de las que vivieron sin oír el evangelio de Jesucristo, etc.; ellos son redimidos por el poder universal de la expiación de Cristo y tendrán la oportunidad de recibir la plenitud del Evangelio después de la muerte, en el mundo de los espíritus, donde residen esperando la resurrección [véanse Alma 40:11; D. y C. 138; compárese con Lucas 23:43; Juan 5:25]” (véase “La expiación de Jesucristo”, Liahona, marzo de 2008, págs. 35–37).

Doctrina y Convenios 138:5–11. “… leí el tercero y el cuarto capítulo de la primera epístola de Pedro”

La visión del presidente Joseph F. Smith, registrada en Doctrina y Convenios 138, aclaró el significado de las palabras de Pedro de que Cristo “padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” y que “fue y predicó a los espíritus encarcelados” (1 Pedro 3:18–19). “Porque por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos; para que sean juzgados en la carne según los hombres, pero vivan en el espíritu según Dios” (1 Pedro 4:6). Además, el presidente Joseph Fielding Smith, hijo del presidente Joseph F. Smith, dio la siguiente interpretación de las enseñanzas de Pedro: “El Salvador inauguró esta gran obra [de la redención de los muertos] cuando fue y predicó a los espíritus encarcelados, a fin de que pudiesen ser juzgados según los hombres en la carne (o en otras palabras, de acuerdo con los principios del Evangelio) para que vivan de acuerdo con Dios en el espíritu, mediante su arrepentimiento y aceptación de la misión de Jesucristo, que murió por ellos” (Doctrina de Salvación, tomo II, pág. 76).

Doctrina y Convenios 138:12–24

El presidente Joseph F. Smith ve a los justos en el mundo de los espíritus esperando que aparezca el Salvador

Doctrina y Convenios 138:12–19, 23–24. “… firmes en la esperanza de una gloriosa resurrección”

El presidente Joseph F. Smith vio “una compañía innumerable” y una “innumerable multitud” de almas justas que habían vivido desde los tiempos de Adán hasta el momento de la muerte de Jesucristo, las cuales se habían reunido para esperar la llegada del Salvador (D. y C. 138:12, 18). Esos hombres y mujeres justos fueron “fieles en el testimonio de Jesús mientras vivieron en la carne” y “habían partido de la vida terrenal, firmes en la esperanza de una gloriosa resurrección” (D. y C. 138:12, 14). No obstante, esos espíritus justos se consideraban atados por “las ligaduras de la muerte” o las “cadenas de la muerte” y como “cautivos” (D. y C. 138:16, 18). Esos espíritus “habían considerado como un cautiverio la larga separación de sus espíritus y sus cuerpos” (D. y C. 138:50). Por tanto, vieron el momento en que “apareció el Hijo de Dios” en el mundo de los espíritus como “la hora de su liberación” (D. y C. 138:18). Tal como prometió Isaías, un profeta del Antiguo Testamento, el Redentor “[declararía] libertad a los cautivos que habían sido fieles” (D. y C. 138:18; véase también Isaías 61:1). Esa liberación fue posible cuando Jesucristo resucitó de los muertos, abriendo así el camino para que todos los hijos de nuestro Padre Celestial también fuesen resucitados.

El élder Paul V. Johnson, de los Setenta, explicó: “Después de resucitar, el espíritu no se separará del cuerpo nunca jamás porque la resurrección del Salvador trajo una victoria total sobre la muerte; y a fin de alcanzar nuestro destino eterno, es preciso que tengamos esa alma inmortal —espíritu y cuerpo— unida para siempre. Con el espíritu y el cuerpo inmortal inseparablemente ligados, podemos ‘recibir una plenitud de gozo’ [D. y C. 93:33; 138:17]; de hecho, sin la resurrección no podríamos recibirla nunca sino que seríamos miserables para siempre [véanse 2 Nefi 9:8–9; D. y C. 93:34]. Incluso las personas fieles y rectas consideran esa separación del cuerpo y el espíritu como un cautiverio; por medio de la resurrección, que es la redención de las ligaduras de la muerte, somos liberados de ese cautiverio [véase D. y C. 138:14–19]. Sin el cuerpo y el espíritu juntos no hay salvación” (véase “Y ya no habrá más muerte”, Liahona, mayo de 2016, págs. 121–122).

Doctrina y Convenios 138:12–17. “… el espíritu y el cuerpo iban a ser reunidos para nunca más ser separados”

representación artística del cuerpo de Jesús siendo depositado en el sepulcro

Jesucristo visitó el mundo de los espíritus mientras Su cuerpo yacía en el sepulcro (véase D. y C. 138:16–18).

Si bien los seguidores de Jesucristo en Jerusalén experimentaron tristeza y confusión al observar Su crucifixión (véanse Mateo 27:55–58; Marcos 15:40–43; Lucas 23:49; Juan 19:25–27), la aparición del Salvador en el mundo de los espíritus después de Su muerte estuvo llena de “regocijo” (véase D. y C. 138:18). Los espíritus de los fieles santos que estaban “esperando el advenimiento del Hijo de Dios al mundo de los espíritus” sabían que recibirían la “redención de las ligaduras de la muerte”, lo que ocasionaría la reunión de sus cuerpos físicos con sus espíritus “para nunca más ser separados” (D. y C. 138:16–17). El profeta José Smith afirmó: “Vinimos a esta tierra para tener un cuerpo y presentarlo puro ante Dios en el reino celestial. El gran principio de la felicidad consiste en tener un cuerpo” (Enseñanzas: José Smith, pág. 222).

El presidente Russell M. Nelson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó: “… el tiempo vendrá cuando cada ‘espíritu y… cuerpo serán reunidos otra vez en… perfecta forma; los miembros así como las coyunturas serán restaurados a su perfecta forma’ [Alma 11:43; véanse también Eclesiastés 12:7; Alma 40:23; D. y C. 138:17], para nunca más estar separados” (“Demos gracias a Dios”, Liahona, mayo de 2012, pág. 79).

Doctrina y Convenios 138:20–22. “Mas a los inicuos no fue”

Al relatar su visión de la visita de Jesucristo al mundo de los espíritus, el presidente Joseph F. Smith destacó que el Salvador “no fue… entre los impíos y los impenitentes que se habían profanado mientras estuvieron en la carne” (D. y C. 138:20), ni visitó a “los rebeldes que rechazaron el testimonio y las amonestaciones de los antiguos profetas” (D. y C. 138:21). Según Doctrina y Convenios 138:37, el Salvador “no podía ir personalmente” a los inicuos “por motivo de la rebelión y transgresión de ellos”.

El presidente Smith también describió las diferencias que había entre el estado de los inicuos y el de los justos en el mundo de los espíritus: “Prevalecían las tinieblas donde… se hallaban [los inicuos]; pero entre los justos había paz” (D. y C. 138:22; véase también Alma 40:12–14). El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó que antes de la visita del Salvador al mundo de los espíritus había un “abismo” entre los espíritus justos y los inicuos:

“Antes de que Cristo sorteara el abismo entre el paraíso y el infierno, a fin de que los justos pudiesen mezclarse con los inicuos y predicarles el Evangelio, los inicuos en el infierno estaban confinados a lugares que les impedían entrar en contacto con los justos en el paraíso… 

“Ahora que a los espíritus rectos en el paraíso se les ha comisionado llevar el mensaje de salvación a los espíritus inicuos en el infierno, existe cierta interacción entre los espíritus buenos y los malos. El arrepentimiento abre las puertas de la prisión a los espíritus en el infierno; permite que los que están atados con las cadenas del infierno se liberen de las tinieblas, la incredulidad, la ignorancia y el pecado. Tan rápidamente como puedan superar esos obstáculos (obtener luz, creer en la verdad, adquirir inteligencia, desechar el pecado y quebrantar las cadenas del infierno), pueden abandonar el infierno que los mantiene cautivos y morar con los justos en la paz del paraíso” (Mormon Doctrine, 2.ª edición, 1966, pág. 755).

Doctrina y Convenios 138:25–60

El presidente Joseph F. Smith aprende cómo organizó el Salvador la predicación del Evangelio en el mundo de los espíritus

Doctrina y Convenios 138:30–37. “… para que fuesen juzgados en la carne según los hombres”

En su visión de la visita del Salvador al mundo de los espíritus, el presidente Joseph F. Smith aprendió que para llevar a cabo el plan de Dios de llevar la redención a los muertos “[se nombraron] mensajeros… investidos con poder y autoridad” y se les “comisionó para que fueran y llevaran la luz del evangelio a los que se hallaban en tinieblas, es decir, a todos los espíritus de los hombres” y “a los que habían muerto en sus pecados, sin el conocimiento de la verdad, o en transgresión por haber rechazado a los profetas” (D. y C. 138:30, 32). El mensaje que se enseña a esos espíritus se centra en la doctrina de Jesucristo y es el mismo mensaje que se enseña a los hijos de nuestro Padre Celestial en vida (véase D. y C. 138:33–34). Todas las personas, tanto vivas como muertas, que desean entrar en el reino de nuestro Padre Celestial deben recibir los principios y las ordenanzas del Evangelio. En nuestra dispensación eso fue posible por los muertos a partir del 15 de agosto de 1840, cuando el profeta José Smith dio a conocer la doctrina del bautismo vicario por los muertos (véase Enseñanzas: José Smith, pág. 429). Ya sea que las personas escuchen el Evangelio en la tierra o en el mundo de los espíritus, nuestro Padre Celestial garantiza que todos tengan la oportunidad de aceptarlo o rechazarlo para que todos Sus hijos sean juzgados de acuerdo con la misma norma.

Doctrina y Convenios 138:38–52. “Entre los grandes y poderosos”

Al describir su visión del mundo de los espíritus, el presidente Joseph F. Smith mencionó los nombres de varios profetas antiguos y de otras personas, entre ellas “nuestra gloriosa madre Eva, con muchas de sus fieles hijas” (D. y C. 138:39), quienes se encontraban entre los espíritus justos a quienes instruyó el Señor. A esas personas se les dio “poder para levantarse, después que [Jesucristo] resucitara de los muertos, y entrar en el reino de su Padre, y ser coronados allí con inmortalidad y vida eterna… y ser partícipes de todas las bendiciones que estaban reservadas para aquellos que lo aman” (D. y C. 138:51–52), bendiciones que son posibles gracias a las ordenanzas y el poder del sacerdocio.

Doctrina y Convenios 138:53–56. “… recibieron sus primeras lecciones en el mundo de los espíritus”

A Abraham, un profeta del Antiguo Testamento, se le dio una visión en la que vio el mundo preterrenal. Vio que entre todos los hijos de Dios en espíritu, algunos, como Abraham mismo, eran “nobles y grandes” y fueron “escogido[s]” para ser “gobernantes” en el reino de Dios en la tierra (Abraham 3:22–23). El presidente Joseph F. Smith también vio a muchos “nobles y grandes” en su visión del mundo de los espíritus (D. y C. 138:55), y entre esos “nobles y grandes” se encontraban su padre, Hyrum Smith; su tío, el profeta José Smith; y otros líderes de los primeros días de la Iglesia (D. y C. 138:53). El presidente Smith también observó que, además de esos líderes, había “muchos otros” que “recibieron sus primeras lecciones en el mundo de los espíritus, y fueron preparados para venir en el debido tiempo del Señor a obrar en su viña en bien de la salvación de las almas de los hombres” (D. y C. 138:56). Eso se refiere a la doctrina de la preordenación, que enseña que “en el mundo preterrenal de los espíritus, Dios designó a ciertos espíritus para que cumplieran misiones concretas durante su vida en la tierra… La preordenación no garantiza que las personas vayan a recibir ciertos llamamientos o responsabilidades. Dichas oportunidades vienen en esta vida como resultado del ejercicio justo del albedrío, tal y como la preordenación fue el resultado de la rectitud en la vida premortal” (véase “Preordenación”, topics.lds.org).

Al hablar sobre la importancia de cultivar nuestra naturaleza espiritual, el presidente Russell M. Nelson enseñó:

“Su espíritu es un ser eterno… 

“Su Padre Celestial los ha conocido por mucho tiempo. Ustedes, como Sus hijos o hijas, fueron escogidos por Él para venir a la tierra precisamente en esta época, para ser líderes en Su gran obra en la tierra [véanse Alma 13:2–3; D. y C. 138:38–57]. Se los escogió, no por sus características corporales, sino por sus atributos espirituales, tales como la valentía, la intrepidez, la integridad de corazón, la sed de la verdad, el hambre de sabiduría y el deseo de servir a los demás.

“Ustedes cultivaron algunos de esos atributos en la vida premortal. Los demás los pueden cultivar aquí en la tierra a medida que los procuren con persistencia [véanse 1 Corintios 12; 14:1–12; Moroni 10:8–19; D. y C. 46:10–29]” (“Decisiones para la eternidad”, Liahona, noviembre de 2013, pág. 107).

Doctrina y Convenios 138:54. “… la construcción de templos y la efectuación en ellos de las ordenanzas para la redención de los muertos”

Templo de Cedar City, Utah

Efectuar las ordenanzas del templo hace posible la redención de los muertos (véase D. y C. 138:54).

El presidente Joseph F. Smith recalcó la importante función que tienen los templos y la obra de las ordenanzas vicarias en la salvación de los muertos: “No terminaremos nuestra obra sino hasta que nos hayamos salvado a nosotros mismos, y después, hasta que hayamos salvado a todos los que dependan de nosotros; así llegaremos a ser salvadores en el monte de Sion, al igual que Cristo. Somos llamados a esta misión. Los muertos no pueden ser perfeccionados sin nosotros, ni tampoco nosotros sin ellos [véase D. y C. 128:18]. Todos tenemos una misión que cumplir por parte y a favor de ellos; tenemos que efectuar cierta obra en particular para liberar a aquellos que, por motivo de su falta de conocimiento y por las circunstancias desfavorables en que se encontraron mientras estuvieron aquí, no están preparados para la vida eterna. Nosotros somos quienes tenemos que abrirles la puerta y para eso debemos efectuar las ordenanzas que ellos no pueden hacer por sí mismos, y que son esenciales para su liberación de las ‘casas de prisión’, a fin de que salgan y vivan en espíritu según Dios y sean juzgados en la carne según los hombres [véase D. y C. 138:33–34]” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Joseph F. Smith, 1998, pág. 410).

Doctrina y Convenios 138:57. “… los fieles… continúan sus obras… en el gran mundo de los espíritus de los muertos”

“… los espíritus de los muertos” (D. y C. 138:57) deben oír el mensaje del Evangelio si es que han de ejercer fe en Jesucristo, arrepentirse de sus pecados y recibir las ordenanzas vicarias que se efectúen a favor de ellos (véase D. y C. 138:33). El presidente Joseph F. Smith vio en su visión “que los fieles élderes de esta dispensación, cuando salen de la vida terrenal, continúan sus obras en la predicación del evangelio… entre aquellos que están en tinieblas y bajo la servidumbre del pecado en el gran mundo de los espíritus de los muertos” (D. y C. 138:57). Años antes de que el presidente Smith tuviese esa visión, el presidente Wilford Woodruff (1807–1898) enseñó lo siguiente sobre la obra misional en el mundo de los espíritus: “Todo Apóstol, todo Setenta, todo élder, etc., que haya muerto en la fe, tan pronto como pasa al otro lado del velo accede a la obra del ministerio, y allí hay mil veces más [personas a las que] predicar que aquí… Tienen trabajo del otro lado del velo; quieren hombres, y los llaman” (en “Discourse by Prest. Wilford Woodruff”, Deseret News, 25 de enero de 1882, pág. 818).

El presidente Joseph F. Smith enseñó que, junto con los hombres, se llama también a mujeres fieles a predicar el Evangelio en el mundo de los espíritus: “Ahora bien, de todos estos millones de espíritus que han vivido en la tierra y han muerto sin el conocimiento del Evangelio, de generación en generación desde el principio del mundo, podemos estar seguros de que por lo menos entre estos la mitad son mujeres. ¿Quién va a predicar el Evangelio a las mujeres? ¿Quién va a llevar el testimonio de Jesucristo al corazón de las mujeres que han muerto sin el conocimiento del Evangelio? Para mí la respuesta es fácil. Estas buenas hermanas que han sido apartadas, ordenadas para la obra, llamadas y autorizadas por la autoridad del Santo Sacerdocio para ministrar a las de su propio sexo en la casa de Dios en bien de los vivos y de los muertos, estarán plenamente autorizadas y facultadas para predicar el Evangelio y ministrar a las mujeres” (véase Doctrina del Evangelio, 1978, pág. 454).

Doctrina y Convenios 138:58–60. “Los muertos que se arrepientan serán redimidos”

Así como los hijos de nuestro Padre Celestial que viven en la tierra son libres de aceptar o rechazar el mensaje del Evangelio tal como se les enseñó, los muertos pueden elegir si aceptan o no la obra vicaria efectuada a favor de ellos. El presidente Lorenzo Snow (1814–1901) enseñó acerca de cómo recibirán el Evangelio aquellos que están en el mundo de los espíritus: “Creo firmemente que cuando el Evangelio se predique a los espíritus encarcelados, el éxito que acompañe a esa predicación será mucho mayor que el que acompaña a la predicación de nuestros élderes en esta vida. Creo que serán realmente pocos los espíritus que no recibirán alegremente el Evangelio cuando se les presente. Las circunstancias allí serán mil veces más favorables” (“Discourse by President Lorenzo Snow”, The Latter-day Saints’ Millennial Star, 22 de enero de 1894, pág. 50).