“Capítulo 53: Doctrina y Convenios 133”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno (2017)
“Capítulo 53”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno
Capítulo 53
Doctrina y Convenios 133
Introducción y cronología
Después de una conferencia de dos días celebrada el 1.º y 2 de noviembre de 1831 en Hiram, Ohio, que se centró en la publicación del Libro de Mandamientos, el profeta José Smith recibió la revelación registrada en Doctrina y Convenios 133. Esta revelación se recibió en respuesta a preguntas “que los élderes deseaban saber concernientes a la predicación del Evangelio a los habitantes de la tierra y en cuanto al recogimiento [de Israel]” (D. y C. 133, encabezamiento de la sección). En la revelación, el Señor mandó a los miembros de la Iglesia y a todas las personas que “[salieran] de Babilonia” y “[fueran] a la tierra de Sion” (D. y C. 133:7, 9) en preparación para Su segunda venida. También reveló algunos de los acontecimientos que acompañarían a Su segunda venida y reinado milenario, y enseñó que Su evangelio restaurado prepararía la tierra para Su segunda venida
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1.º–2 de noviembre de 1831En una conferencia de la Iglesia que se llevó a cabo en Hiram, Ohio, José Smith y un grupo de élderes deciden publicar las revelaciones que habían recibido hasta ese momento y llamarlo el Libro de Mandamientos.
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1.º de noviembre de 1831José Smith recibe la revelación registrada en Doctrina y Convenios 1, que el Señor reconoce como el “prefacio” del Libro de Mandamientos.
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Principios de noviembre de 1831José Smith recibe la revelación registrada en Doctrina y Convenios 67, en la que el Señor testifica de la veracidad del Libro de Mandamientos.
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3 de noviembre de 1831Se recibe Doctrina y Convenios 133.
Doctrina y Convenios 133: Antecedentes históricos adicionales
El 1.º y 2 de noviembre de 1831 se llevó a cabo una conferencia de la Iglesia en Hiram, Ohio. El profeta José Smith había recibido muchas revelaciones del Señor antes de ese momento y la conferencia se centró en su publicación (véanse los “Antecedentes históricos adicionales” sobre Doctrina y Convenios 1 en este manual). Parece que el Profeta dictó la revelación registrada en Doctrina y Convenios 133 el 3 de noviembre de 1831, el día después de la conclusión de la conferencia. Una relación histórica posterior de José Smith describió el contexto en el que se recibió esta revelación: “En esta época había muchas cosas que los élderes deseaban saber sobre la predicación del Evangelio a los habitantes de la tierra y en cuanto al recogimiento; y a fin de poder andar según la luz verdadera y ser instruidos de lo alto… me dirigí al Señor y recibí la siguiente revelación, la cual, debido a su importancia y distinción, se agregó desde ese entonces al Libro de Doctrina y Convenios y se la llamó el Apéndice (en Manuscript History of the Church, tomo A-1, pág. 166, josephsmithpapers.org).
Debido a que esta revelación originalmente se designó como un apéndice de Doctrina y Convenios, no está en orden cronológico con las otras secciones. Esta revelación y la registrada en Doctrina y Convenios 1, que “constituye el prefacio del Señor de las doctrinas, los convenios y los mandamientos que se han dado en esta dispensación” (D. y C. 1, encabezamiento de la sección), actúan a modo de sujetalibros de las revelaciones registradas en Doctrina y Convenios. Las primeras ediciones de Doctrina y Convenios contienen las revelaciones dadas a José Smith agrupadas entre el prefacio designado (D. y C. 1) y el apéndice (D. y C. 133).
El élder John A. Widtsoe (1872–1952), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó cómo Doctrina y Convenios 133 funciona como un apéndice de las revelaciones que había recibido el profeta José Smith:
“El ‘Apéndice’, [Doctrina y Convenios 133] complementa la introducción [Doctrina y Convenios 1]. Ambas secciones abarcan el contenido del libro de forma condensada…
“Un apéndice es algo que el escritor considera que se debería agregar para amplificar lo que está en el libro, para recalcarlo, reforzarlo o explicar el contenido de manera un poco más completa. El Apéndice, de origen divino —la Sección 133—, cumple con ese propósito” (The Message of the Doctrine and Covenants, editado por G. Homer Durham, 1969, pág. 17).
El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) también habló sobre Doctrina y Convenios 133 y su relación con Doctrina y Convenios 1: “El tenor de esta sección es muy similar al de [Doctrina y Convenios 1]; de hecho, en gran parte es una continuación del mismo tema” (Church History and Modern Revelation, 1953, tomo I, pág. 263).
Doctrina y Convenios 133:1–16
El Señor manda a Su pueblo que se prepare para Su segunda venida
Doctrina y Convenios 133:1–2. “El Señor… vendrá súbitamente a su templo”
Malaquías, un profeta del Antiguo Testamento, profetizó lo siguiente en alusión a los acontecimientos de los últimos días: “… vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis” (Malaquías 3:1). El Señor reafirmó esta profecía en la revelación registrada en Doctrina y Convenios 133 (véase D. y C. 133:2). El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó que “su templo” en esta profecía podía referirse a una serie de templos: “Esta súbita aparición de los últimos días en el templo no se refiere a Su aparición en el grande y terrible día, pues esa venida ocurrirá cuando ponga Su pie sobre el monte de los Olivos en medio de la gran guerra final. La aparición en el templo se cumplió, al menos en parte, con Su regreso al Templo de Kirtland el 3 de abril de 1836; y puede ser que vuelva de nuevo súbitamente a otros de Sus templos, en particular al que se construirá en el condado de Jackson, Misuri” (Mormon Doctrine, 2.ª edición, 1966, págs. 693–694; véanse también D. y C. 84:1–5; 97:15–16; 110:1–4).
Doctrina y Convenios 133:2–3. “El Señor… desnudará su santo brazo”
Cuando la revelación registrada en Doctrina y Convenios 133 habla de que el Señor “descenderá en juicio sobre el mundo con una maldición” (D. y C. 133:2), se refiere a la segunda venida de Jesucristo. Durante Su segunda venida, el Salvador derramará Sus juicios y justicia no solo “sobre todas las naciones que olviden a Dios”, sino también “sobre todos los impíos que haya entre [los santos]” (D. y C. 133:2).
Valiéndose del simbolismo de los escritos del profeta Isaías, el Señor dijo que “desnudar[ía] su santo brazo ante los ojos de todas las naciones” (D. y C. 133:3; véase también Isaías 52:10). En las Escrituras, el brazo puede ser un símbolo de fuerza y poder. El hecho de “[desnudar] su santo brazo” significa revelar Su fuerza y poder. Si bien esta profecía puede referirse al poder y la gloria que se manifestarán en la segunda venida de Jesucristo, también puede referirse a la gran obra del Señor de recoger a Israel en preparación para Su segunda venida en los días postreros. Refiriéndose a la profecía de Isaías registrada en Isaías 52:10, Nefi, un profeta del Libro de Mormón, enseñó que en los últimos días “el Señor Dios procederá a desnudar su brazo a los ojos de todas las naciones, al llevar a efecto sus convenios y su evangelio para con los que son de la casa de Israel” (1 Nefi 22:11; véase 1 Nefi 22:8–11). Mediante la restauración del Evangelio, el Señor sacará a Su pueblo “otra vez de su cautividad, y serán reunidos en las tierras de su herencia; y serán sacados de la obscuridad y de las tinieblas; y sabrán que el Señor es su Salvador y su Redentor, el Fuerte de Israel” (1 Nefi 22:12). Por consiguiente, “todos los extremos de la tierra verán la salvación de su Dios” (D. y C. 133:3) por medio de la Restauración y la predicación del Evangelio.
Doctrina y Convenios 133:4. “… santificaos, juntaos vosotros… sobre la tierra de Sion”
El Señor mandó a los miembros de la Iglesia que se prepararan para Su segunda venida: “Por tanto, preparaos, preparaos, oh mi pueblo; santificaos, juntaos vosotros, oh pueblo de mi iglesia, sobre la tierra de Sion” (D. y C. 133:4). Para ser santificada, la persona “se libra del pecado y se vuelve pura, limpia y santa mediante la expiación de Jesucristo (Moisés 6:59–60)” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Santificación”, scriptures.lds.org; véase también D. y C. 20:30–31). La santificación es un proceso de toda la vida que requiere fe en Jesucristo, arrepentimiento y obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio. Las Escrituras enseñan que Sion solo se puede edificar entre aquellos que se esfuerzan por ser santificados y “puros de corazón” (D. y C. 97:21).
Al hablar sobre el deber que tenemos de ayudar a reunir al Israel disperso, el presidente Russell M. Nelson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó:
“La opción de venir a Cristo no depende del lugar donde se viva, sino que es un asunto de dedicación individual. Las personas pueden ‘[ser llevadas] al conocimiento del Señor’ [3 Nefi 20:13] sin dejar su tierra natal. Cierto es que, en los primeros días de la Iglesia, la conversión solía comprender también la emigración, pero en la actualidad, el recogimiento se lleva a cabo en cada nación. El Señor ha decretado el establecimiento de Sion [véanse D. y C. 6:6; 11:6; 12:6; 14:6] en cada lugar donde Él ha dado a Sus santos su nacimiento y nacionalidad. Las Escrituras predicen que las personas ‘[serán reunidas] en las tierras de su herencia, y [serán establecidas] en todas sus tierras de promisión’ [2 Nefi 9:2]. ‘Cada nación es el lugar de recogimiento de su propia gente’ [Bruce R. McConkie, en Conference Report, Ciudad de México, Conferencia del Área México, 1972, pág. 45]. El lugar de recogimiento de los santos brasileños es Brasil; el de los santos nigerianos es Nigeria; el de los santos surcoreanos es Corea del Sur, y así sucesivamente. Sion es ‘los puros de corazón’ [D. y C. 97:21]. Sion es cualquier lugar donde haya santos justos. Las publicaciones, los comunicados y las congregaciones han llegado a tal punto que casi todos los miembros de la Iglesia tienen acceso a las doctrinas, las llaves, las ordenanzas y las bendiciones del Evangelio sin importar su ubicación.
“La seguridad espiritual siempre dependerá de la forma en que se viva y no de dónde se viva. Los santos de todos los países tienen el mismo derecho a recibir las bendiciones del Señor” (véase “El recogimiento del Israel disperso”, Liahona, noviembre de 2006, pág. 81).
Doctrina y Convenios 133:5–14. “Salid de Babilonia”
En la revelación registrada en Doctrina y Convenios 133, el Señor hizo referencia al relato del Antiguo Testamento sobre los judíos que salían del cautiverio en Babilonia cuando mandó a los miembros de la Iglesia que “[salieran] de en medio de las naciones, sí, de Babilonia, de en medio de la iniquidad, que es la Babilonia espiritual” (D. y C. 133:14; véase también D. y C. 1:16). En Doctrina y Convenios 133, Babilonia simboliza la iniquidad del mundo. El Señor también mandó a “los élderes de [Su] iglesia” elevar una voz similar de amonestación “a las naciones que se encuentran lejos; a las islas del mar… a los países extranjeros” (D. y C. 133:8). Mandó que esos élderes dijesen a todos los pueblos “congregaos de entre las naciones” e “id a la tierra de Sion” (D. y C. 133:7, 9). Al hablar sobre lo que significa en nuestros días salir de Babilonia y congregarnos en Sion, el élder D. Todd Christofferson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó:
“Sion es a la vez un lugar y un pueblo; fue el nombre que se le dio a la antigua ciudad de Enoc en los tiempos anteriores al Diluvio… Más tarde, a Jerusalén y su templo se les llamó el monte de Sion, y las Escrituras profetizan de una futura Nueva Jerusalén donde Cristo reinará como ‘Rey de Sion’, cuando ‘por el espacio de mil años la tierra descansará’ (Moisés 7:53, 64)…
“La antítesis y antagonista de Sion es Babilonia. La ciudad de Babilonia originalmente era Babel, la de la conocida Torre de Babel, y más adelante llegó a ser la capital del Imperio babilónico… Su edificio principal era el templo de Bel, o Baal, el ídolo al que los profetas del Antiguo Testamento se referían como ‘vergüenza’, dadas las perversiones sexuales relacionadas con su adoración (véase la Guía para el Estudio de las Escrituras, “Baal”). Su deseo de lo mundano, su adoración del mal y el cautiverio de Judá después de la conquista en el año 587 a. C., todo ello se combina para que Babilonia se considere el símbolo de las sociedades decadentes y de la esclavitud espiritual.
“Es con ese antecedente que el Señor dijo a los miembros de Su Iglesia: ‘Salid de Babilonia; congregaos de entre las naciones, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro’ (D. y C. 133:7). Mandó que los élderes de Su Iglesia fueran enviados a todo el mundo para llevar a cabo ese recogimiento, lo cual dio comienzo a un empeño que continúa en pleno vigor hoy día…
“Así es como se está congregando actualmente el pueblo del Señor ‘de entre las naciones’ al reunirse en congregaciones y estacas de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días esparcidas entre las naciones” (véase “A Sion venid”, Liahona, noviembre de 2008, pág. 37).
Doctrina y Convenios 133:5. “Sed limpios, los que lleváis los vasos del Señor”
Para obtener más información sobre el significado de la frase “sed limpios, los que lleváis los vasos del Señor” (D. y C. 133:5), consulta los comentarios sobre Doctrina y Convenios 38:42 en este manual.
Doctrina y Convenios 133:6. “Convocad vuestras asambleas solemnes”
Para ver una explicación sobre las asambleas solemnes, consulta los comentarios sobre Doctrina y Convenios 88:70–76 en este manual.
Doctrina y Convenios 133:8–9. “Enviad a los élderes de mi iglesia”
Así como el Señor mandó a Sus antiguos Apóstoles: “Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19), también mandó a los líderes de la Iglesia en nuestra dispensación que enviaran misioneros a llevar el mensaje del Evangelio “a las naciones que se encuentran lejos; a las islas del mar… a los países extranjeros” (D. y C. 133:8). En los tiempos del Nuevo Testamento, el evangelio de Jesucristo se enseñó primeramente a los judíos y luego fue llevado a los gentiles (véanse Hechos 10; 13:45–46; Romanos 1:16). En nuestra dispensación, el Señor mandó a los miembros de la Iglesia que “llama[ran] a todas las naciones, primeramente a los gentiles y luego a los judíos” (D. y C. 133:8; véase también 1 Nefi 13:42). “En las Escrituras, el vocablo gentiles tiene varios significados. A veces se usa para designar a gentes que no son de linaje israelita, y otras veces para referirse a los que no son de linaje judío. También se usa para indicar a las naciones que no tienen el Evangelio, aunque en ellas haya algunos que sean de sangre israelita” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Gentiles”, scriptures.lds.org). En la revelación registrada en Doctrina y Convenios 133, gentiles se refiere a las naciones que no tienen el Evangelio.
Al predicar el Evangelio a gentiles y judíos, los miembros de la Iglesia ayudan a preparar el mundo para la segunda venida de Jesucristo. El élder Neil L. Andersen, del Cuórum de los Doce Apóstoles, testificó:
“El sacerdocio de Dios ha sido restaurado en la tierra y el Señor ha extendido Su mano a fin de preparar el mundo para Su glorioso regreso. Estos son días de grandes oportunidades e importantes responsabilidades. Estos son los días de ustedes…
“La misión de ustedes será una oportunidad sagrada de traer a otras personas a Cristo y ayudar en la preparación de la segunda venida del Salvador…
“… El mundo se está preparando para la segunda venida del Salvador en gran medida gracias a la obra del Señor que se realiza mediante Sus misioneros” (véase “Preparar al mundo para la Segunda Venida”, Liahona, mayo de 2011, págs. 49–51).
Doctrina y Convenios 133:10–11. “… salid a recibir al Esposo”
En la revelación registrada en Doctrina y Convenios 133, el Señor usó el lenguaje y las imágenes de la parábola de las diez vírgenes (véase Mateo 25:1–13) mientras mandaba a Sus siervos que advirtieran a los demás acerca de Su segunda venida (véase D. y C. 133:10). De acuerdo con la costumbre judía de las bodas en los días de Jesucristo, el novio, acompañado por familiares cercanos y amigos, iba por la noche a la casa de la novia para la ceremonia de matrimonio. Después, los que asistían a la boda se dirigían a la casa del novio para una fiesta mientras otros invitados se unían a ellos en el camino. Se esperaba que los que se unían a la procesión de bodas llevaran su propia luz, como una antorcha o una lámpara.
En la parábola de las diez vírgenes, diez mujeres esperaban a que pasaran el novio y sus invitados a fin de acompañar a la procesión a la fiesta de bodas, pero como “el novio [tardaba], cabecearon todas y se durmieron” (Mateo 25:5). Despertaron “a la medianoche [cuando] se oyó un clamor: He aquí el novio viene; salid a recibirle” (Mateo 25:6). Sin embargo, solo cinco de las mujeres estaban preparadas con suficiente aceite en sus lámparas para poder unirse a la procesión de bodas y participar en la fiesta. Las otros cinco tuvieron que ir a comprar más aceite y se las excluyó de la fiesta (véase Mateo 25:7–12).
Al comentar sobre el significado de la parábola de las diez vírgenes, el élder James E. Talmage (1862–1933), del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “El Esposo es el Señor Jesús; la fiesta de bodas simboliza Su venida en gloria para recibir para Sí mismo a Su Iglesia en la tierra en calidad de desposada” (véase Jesús el Cristo, 1964, pág. 609). Ya que nadie sabe “ni el día ni la hora” de la venida del Salvador, se nos advierte a todos que despertemos, nos levantemos de nuestro letargo espiritual y estemos atentos para prepararnos y aguardar Su regreso (véase D. y C. 133:10–11).
Doctrina y Convenios 133:14–15. “… no mire hacia atrás”
Así como Sion es un lugar tanto como una condición espiritual (véase Moisés 7:18–21), lo mismo ocurre con Babilonia. Aunque hubo una ciudad antigua conocida como Babilonia, en la revelación registrada en Doctrina y Convenios 133 el Señor describió la condición de iniquidad como la “Babilonia espiritual” (D. y C. 133:14) y el Señor advirtió a los que huían de la “Babilonia espiritual” y se congregaban en Sion que “no [miraran] hacia atrás… no sea que [les] sobrevenga una destrucción repentina” (D. y C. 133:15). Esa instrucción aludía al relato del Antiguo Testamento sobre Lot y su familia, que huían de la inicua ciudad de Sodoma. Aunque se le advirtió que no mirara hacia atrás, la esposa de Lot lo hizo y se convirtió en un pilar de sal (véase Génesis 19:17–26). La descripción de que se convirtió en sal quizás sugiera que no solo miró hacia atrás, sino que también permaneció donde no era un lugar seguro y fue destruida con la ciudad y su gente (véase Lucas 17:30–33). El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó lo que podemos aprender del relato de la esposa de Lot:
“¿Exactamente qué hizo la esposa de Lot que haya sido tan malo? Como me gusta estudiar historia, he pensado sobre eso y tengo una respuesta parcial al respecto. Aparentemente, lo malo que hizo no fue solo mirar atrás, sino que en su corazón deseaba volverse atrás. Parece que aun cuando ya había salido de los límites de la ciudad, echaba de menos lo que Sodoma y Gomorra le habían ofrecido…
“Es posible que la esposa de Lot haya mirado atrás con resentimiento hacia el Señor por lo que Él le mandaba dejar tras de sí… Así que no se trata de que ella mirara hacia atrás, sino de que haya mirado con ansia de volver; en suma, su apego al pasado tuvo en ella una influencia mayor que su confianza en el futuro. Aparentemente, eso fue al menos parte de su pecado” (véase “Lo mejor aún está por venir”, Liahona, enero de 2010, págs. 17–18).
Doctrina y Convenios 133:17–35
El Salvador describe algunos acontecimientos que acompañarán a Su segunda venida y reinado milenario
Doctrina y Convenios 133:16–17. “Preparad la vía del Señor”
La frase “preparad la vía del Señor y enderezad sus senderos” en Doctrina y Convenios 133:17 proviene de los escritos del profeta Isaías, quien dijo: “Preparad el camino de Jehová; enderezad calzada en el yermo para nuestro Dios” (Isaías 40:3). Las palabras de Isaías también se utilizaron para describir el ministerio de Juan el Bautista: “… como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías, que dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” (Lucas 3:4; véase también Juan 1:23). Juan el Bautista preparó el camino del Señor y enderezó Sus sendas al predicar el Evangelio de arrepentimiento y bautismo para la remisión de pecados. Así fue como preparó a las personas para el ministerio y las enseñanzas del Salvador.
El Evangelio restaurado es también un mensajero enviado para preparar el camino para la segunda venida del Salvador. En una revelación dada por medio del profeta José Smith el 7 de marzo de 1831, el Señor enseñó: “… he enviado al mundo mi convenio sempiterno, a fin de que sea una luz al mundo y un estandarte a mi pueblo… y sea un mensajero delante de mi faz, preparando el camino delante de mí” (D. y C. 45:9). Los miembros de la Iglesia pueden “prepara[r] la vía del Señor y endereza[r] sus senderos” (D. y C. 133:17) al arrepentirse, obedecer Sus mandamientos, procurar hacer Su voluntad y compartir el Evangelio con los demás a fin de que puedan arrepentirse y recibir los convenios y las ordenanzas de salvación del Evangelio (véase D. y C. 133:16). Así contribuimos a prepararnos a nosotros mismos y a los demás para la segunda venida de Jesucristo.
Para una explicación del ángel al que se alude en Doctrina y Convenios 133:17, consulta los comentarios sobre Doctrina y Convenios 133:36–39 en este capítulo.
Doctrina y Convenios 133:18–21. “… el Cordero estará en pie sobre el monte de Sion… se pondrá de pie sobre el monte de los Olivos”
Las Escrituras se refieren a varias apariciones que Jesucristo hará antes de que se aparezca a todos los pueblos en Su segunda venida. La revelación registrada en Doctrina y Convenios 133 menciona dos “montes” sobre los que el Salvador aparecerá cuando venga de nuevo. El primero es el “monte de Sion” (D. y C. 133:18), que se refiere a la ciudad de la Nueva Jerusalén que se edificará en el condado de Jackson, Misuri (véase D. y C. 84:2). El segundo es “el monte de los Olivos” (D. y C. 133:20), “que está frente a Jerusalén al oriente” (Zacarías 14:4; véase Zacarías 14:2–5), a donde el Salvador irá a liberar al pueblo judío de sus enemigos (véase D. y C. 45:48–53).
Tal como está registrado en Doctrina y Convenios 133, el Señor también reafirmó la profecía de Isaías de que “de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová” (Isaías 2:3) cuando dijo: “Y alzará su voz desde Sion, y hablará desde Jerusalén, y se oirá su voz entre todo pueblo” (D. y C. 133:21). Refiriéndose a esa profecía, el presidente Joseph Fielding Smith enseñó: “Estas dos ciudades, una en la tierra de Sion y otra en Palestina, llegarán a ser las capitales del reino de Dios durante el Milenio” (véase Doctrina de Salvación, compilación de Bruce R. McConkie, 1956, tomo III, págs. 66–67).
Además de “[estar] en pie sobre el monte de Sion” y “sobre el monte de los Olivos” (D. y C. 133:18, 20), el Salvador también “se pondrá… sobre el potente océano, sí, el gran abismo, y sobre las islas del mar” (D. y C. 133:20). Al hablar de las muchas apariciones que el Salvador hará en Su segunda venida, el élder Bruce R. McConkie enseñó:
“La segunda venida del Hijo del Hombre no consiste en una sino en muchas apariciones. Nuestro bendito Señor vendrá, acompañado de todas las huestes del cielo y en toda la gloria del reino de Su Padre, no a uno, sino a muchos lugares. Pondrá Su pie en un continente tras otro, hablará a un gran grupo tras otro y obrará Su voluntad entre grupos subsiguientes de mortales…
“… Pondrá Sus pies en el monte de los Olivos, en el este de Jerusalén, y vendrá con los 144 000 sumos sacerdotes al monte de Sion en Estados Unidos. ¿Y dónde más? Sobre los océanos, las islas y los continentes; en la tierra de Sion y en otros lugares. El claro significado es que habrá muchas apariciones en muchos lugares y a muchas personas” (The Millennial Messiah: The Second Coming of the Son of Man, 1982, págs. 575, 578).
Doctrina y Convenios 133:18. “… ciento cuarenta y cuatro mil”
Para obtener una explicación acerca de los “ciento cuarenta y cuatro mil” que se mencionan en Doctrina y Convenios 133:18, consulta los comentarios sobre Doctrina y Convenios 77:11 en este manual.
Doctrina y Convenios 133:22–25. “Y el Señor, sí, el Salvador, estará en medio de su pueblo”
La segunda venida de Jesucristo vendrá acompañada de grandes agitaciones y transformaciones de la tierra (véase D. y C. 133:22–24, 41, 44). Esto probablemente sea parte de la renovación de la tierra cuando reciba su “gloria paradisíaca” en preparación para el reinado milenario del Salvador (véase Artículos de Fe 1:10). La revelación registrada en Doctrina y Convenios 133 dice que durante ese periodo, “el Señor… estará en medio de su pueblo y reinará sobre toda carne” (D. y C. 133:25).
Refiriéndose al reinado milenario del Señor, el profeta José Smith (1805–1844) enseñó: “No se trata de que Jesús vaya a vivir en la tierra mil [años] con los santos, sino que reinará sobre los santos y descenderá e instruirá, como lo hizo con los quinientos hermanos [véase 1 Corintios 15:6], y los de la primera resurrección también reinarán con Él sobre los santos” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 271).
Doctrina y Convenios 133:26–32. “… los que estén en los países del norte”
La frase “los que estén en los países del norte” (D. y C. 133:26) se refiere a las diez tribus perdidas de Israel. Antiguamente, esas “diez tribus… componían el reino del norte (Israel) y, en el año 721 a. C., fueron llevadas cautivas a Asiria. En esa época fueron a los ‘países del norte’ y se perdieron en lo que concierne al conocimiento que tenemos de ellas” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Israel”, scriptures.lds.org). Nefi, un profeta del Libro de Mormón, explicó: “… hay muchos de quienes ningún conocimiento tienen ya los que están en Jerusalén; sí, la mayor parte de todas las tribus [de Israel] han sido llevadas; y se encuentran esparcidas acá y allá sobre las islas del mar; y dónde se hallan, ninguno de nosotros sabe, solo sabemos que se las han llevado” (1 Nefi 22:4). Por tanto, las diez tribus perdidas de Israel están dispersadas por toda la tierra.
El 3 de abril de 1836, el profeta Moisés se apareció al profeta José Smith y a Oliver Cowdery en el Templo de Kirtland y “[les] entregó las llaves del recogimiento de Israel de las cuatro partes de la tierra, y de la conducción de las diez tribus desde el país del norte” (D. y C. 110:11). El élder Bruce R. McConkie citó ese pasaje y propuso cómo serán congregadas y conducidas las diez tribus de Israel “desde el país del norte”:
“Esta comisión abarca dos cosas: Primero, Israel —todo Israel, incluso las diez tribus— habrá de ser recogido ‘de las cuatro partes de la tierra’, de cada nación y de cada pueblo. Habrá de ser recogido en la verdadera Iglesia y redil del Dios de Israel. Ese recogimiento es principalmente espiritual, pero también es temporal, ya que las ovejas recogidas están congregadas en las estacas de Sion, donde fluyen las aguas vivas. Pero luego, esa comisión instruye a quien posee las llaves del recogimiento, es decir, el Presidente de la Iglesia, que conduzca a las diez tribus de la tierra del norte a su destino en su tierra natal. Serán llevadas a sus herencias prometidas después de que se unan a la Iglesia, después de que regresen al Señor, después de que crean en Cristo y acepten Su evangelio, después de que reciban de nuevo, individual y colectivamente, el convenio de Abraham. Esa parte del recogimiento de Israel es el Milenio, porque ese es el período asignado en el cual las diez tribus han de aparecer; ese es el día en que el reino le será restaurado a Israel tanto en el sentido político como eclesiástico…
“… Después de que el Señor vuelva, se levantará un camino —Isaías lo llama el camino de la santidad, donde no puede pasar nada inmundo, lo cual significa que es el camino angosto y estrecho que conduce a la vida eterna— y las diez tribus regresarán por él. Una vez más, creerán en el Evangelio y recibirán las bendiciones del bautismo, tal como las poseyeron en el día cuando el Señor resucitado ministró entre ellos [véase 3 Nefi 16:1–3]. Esas bendiciones y las bendiciones del templo las recibirán de manos de Efraín [los siervos del Señor que son descendientes de Efraín]. Y luego, a la hora señalada y bajo la dirección del Presidente de la Iglesia, que posee las llaves del recogimiento de Israel y la conducción de las diez tribus de la tierra del norte, partes al menos representativas y designadas del reino de Israel irán de las tierras al norte de Palestina de regreso a su antigua herencia, a la misma tierra prometida a Abraham, Isaac y Jacob como una herencia eterna” (A New Witness for the Articles of Faith, 1985, págs. 529–530, 642).
Doctrina y Convenios 133:30–34. “… por la mano de los siervos del Señor, los hijos de Efraín”
Uno de los doce hijos de Jacob, o Israel, se llamaba José, el mismo José que fue vendido por sus hermanos como esclavo a Egipto. José tuvo dos hijos, Efraín y Manasés. Aunque Efraín era el menor, recibió de Jacob la bendición de la primogenitura en lugar de su hermano mayor, Manasés (véanse Génesis 46:20; 48:13–20). “… en los últimos días esta tribu ha tenido el privilegio… de… llevar el mensaje de la restauración del Evangelio al mundo y… congregar al Israel disperso (Deuteronomio 33:13–17; D. y C. 64:36; 133:26–34)” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Efraín”). Al recibir sus bendiciones patriarcales, muchos Santos de los Últimos Días han descubierto que pertenecen a la tribu de Efraín y que tienen la responsabilidad de contribuir al recogimiento de Israel.
El presidente Joseph Fielding Smith enseñó: “… el Señor llamó a los descendientes de Efraín para iniciar Su obra en la tierra durante esta época… Las llaves están con Efraín. Es Efraín quien será investido con poder para bendecir y dar a las demás tribus… sus bendiciones” (Doctrina de Salvación, tomo II, pág. 143; véase también D. y C. 113:5–6).
Un relato del Antiguo Testamento presagió la obra de Efraín en los últimos días. Años después de que los hermanos de José lo vendieran a Egipto, la tierra de Canaán sufrió una grave sequía y Jacob mandó a sus hijos a Egipto a comprar alimentos para sobrevivir (véase Génesis 41:56–42:3). José se había convertido en gobernante en Egipto y supervisaba la distribución del grano que se daba a la gente. En un momento dado del relato bíblico, José reveló su identidad a sus hermanos. Al ver que estaban “turbados” (Génesis 45:3), los consoló con estas palabras: “… no os entristezcáis ni os pese haberme vendido acá, porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros… Y Dios me envió delante de vosotros para preservaros un remanente en la tierra, y para daros vida por medio de una gran liberación” (Génesis 45:5, 7). En los últimos días, los descendientes de José, principalmente aquellos a través de su hijo Efraín, ayudarán una vez más a llevar la salvación a los miembros de las otras tribus de Israel (véanse Traducción de José Smith, Génesis 48:10–11, en el apéndice de la Biblia; 2 Nefi 3:4–8, 11–15).
Doctrina y Convenios 133:35. “Y también los de la tribu de Judá… serán purificados en santidad”
Debido a que rechazó “al Santo de Israel”, la tribu de Judá ha sido repetidamente dispersada y maltratada como pueblo, y ha llegado a ser “un escarnio y un oprobio, y… aborrecid[a] entre todas las naciones” (1 Nefi 19:14; véase también 3 Nefi 16:9). En la oración dedicatoria del Templo de Kirtland, el profeta José Smith suplicó al Señor que tuviese “misericordia de los hijos de Jacob, para que desde esta misma hora comience Jerusalén a ser redimida; y empiece a quebrantarse el yugo de servidumbre de sobre la casa de David; y los hijos de Judá comiencen a volver a las tierras que diste a Abraham, su padre” (D. y C. 109:62–64). Poco a poco, esta oración profética se está cumpliendo. La plenitud del Evangelio se enseñará a los descendientes de Judá y, con el tiempo, muchos judíos “[serán] persuadidos a creer en Cristo, el Hijo de Dios” (2 Nefi 25:16; véase también 3 Nefi 20:30–31). Al aceptar al Salvador y Su evangelio, “también los de la tribu de Judá, después de su aflicción, serán purificados en santidad ante el Señor, para morar en su presencia día y noche, para siempre jamás” (D. y C. 133:35; véase también D. y C. 45:51–53).
Doctrina y Convenios 133:36–56
El Señor revela que el Evangelio restaurado será predicado a todo el mundo y describe Su segunda venida
Doctrina y Convenios 133:36–39. “… he enviado a mi ángel… con el evangelio eterno”
En su visión de los postreros días, el apóstol Juan vio “a [un] ángel volar por en medio del cielo, que tenía el evangelio eterno para predicarlo a los que moran en la tierra, y a toda nación, y tribu, y lengua y pueblo” (Apocalipsis 14:6). En la revelación registrada en Doctrina y Convenios 133, el Señor afirmó que la visión o profecía de Juan se había cumplido: “… he enviado a mi ángel para volar por en medio del cielo con el evangelio eterno, el cual ha aparecido a algunos y lo ha entregado al hombre” (D. y C. 133:36). Luego de citar Apocalipsis 14:6, el presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) enseñó: “Ese ángel ya ha venido; se llama Moroni” (“Mantengámonos firmes; guardemos la fe”, Liahona, enero de 1996, pág. 80). El ángel Moroni se apareció al profeta José Smith y le entregó un antiguo registro que contenía “la plenitud del evangelio de Jesucristo”, de donde el Profeta tradujo el Libro de Mormón (véase D. y C. 20:6–12).
Al hablar de la labor del Libro de Mormón en la predicación del Evangelio y el recogimiento de Israel, el presidente Russell M. Nelson enseñó:
“El Libro de Mormón declara el advenimiento del recogimiento y es el instrumento de Dios para llevarlo a cabo. Sin el Libro de Mormón no habría recogimiento de Israel.
El Libro de Mormón contiene la plenitud del Evangelio; sin él sabríamos muy poco de la expiación de Jesucristo. Debido a que enseña sobre la Expiación, el Libro de Mormón nos ayuda a arrepentirnos, a hacer y a guardar convenios sagrados, y a ser merecedores de las ordenanzas de salvación y exaltación; nos conduce al templo, donde podemos llegar a ser dignos de la vida eterna” (El Libro de Mormón, el recogimiento de Israel y la Segunda Venida”, Liahona, julio de 2014, pág. 29).
El ángel Moroni ayudó a restaurar la plenitud del Evangelio tal cual se registra en el Libro de Mormón. El élder Bruce R. McConkie explicó: “El ángel Moroni trajo el mensaje, es decir, la palabra; pero otros ángeles trajeron las llaves y el sacerdocio, el poder. En el análisis final, la plenitud del Evangelio eterno consiste en todas las verdades y los poderes necesarios para facultar a los hombres para que obtengan la plenitud de la salvación en el cielo celestial” (Doctrinal New Testament Commentary, 1973, tomo II, pág. 530). Por tanto, el ángel al que se hace referencia en Doctrina y Convenios 133:36 tal vez represente un compuesto de los muchos ángeles, incluido Moroni, que colaboraron en la restauración del evangelio de Jesucristo.
Doctrina y Convenios 133:40–45. “… cuán grandes cosas has preparado para aquel que te espera”
Las palabras del Señor registradas en Doctrina y Convenios 133:40–45 reiteran las enseñanzas del antiguo profeta Isaías, quien enseñó que el pueblo del Señor orará por Su segunda venida y por la salvación que será suya cuando Él venga de nuevo (véase Isaías 64:1–4). Las imágenes de “fuego de fundición”, “fuego que hace hervir las aguas” y “se derritan los montes” (D. y C. 133:41, 44; véase también Isaías 64:2–3) pueden ilustrar los enormes cambios que ocurrirán en la tierra cuando el Salvador venga en gloria. En ese tiempo, “toda cosa corruptible… que more sobre la faz de la tierra, será consumida; y también lo que fuere de elemento se derretirá con calor abrasador”. La tierra será purificada por fuego, “y todas las cosas serán hechas nuevas” (D. y C. 101:24–25). La frase “cosas terribles” en Doctrina y Convenios 133:43 hace referencia a obras maravillas y prodigios similares, quizás, a los que el Señor realizó cuando liberó a los hijos de Israel de Egipto (véanse Éxodo 34:10; Deuteronomio 10:21–22). A los inicuos, tales demostraciones de poder divino les pueden parecer “terribles” u horripilantes. Si bien la segunda venida de Jesucristo será un “día terrible” para los inicuos, será un día bendito para los justos (véase Malaquías 4:5). Cuando vuelva de nuevo, el Salvador “[recibirá] a [aquellos] que se regocija[n] y obra[n] rectamente, que se acuerda[n] de [Él] en [Sus] vías” (D. y C. 133:44). Aquellos que fielmente lo “[esperan]”, experimentarán “grandes cosas” que no han “percibido con sus oídos, ni ha visto ojo alguno” (D. y C. 133:45). Esas “grandes cosas” comprenden el reinado milenario de Jesucristo, la gloria celestial y la exaltación.
Esperar al Señor significa más que tan solo pasar el tiempo hasta que Él venga; significa estar alerta para vigilar y prepararse para Su venida. El élder Jeffrey R. Holland sugirió qué podemos hacer a fin de prepararnos fielmente para la segunda venida de Jesucristo:
“Debemos estar atentos a las señales e interpretar los cambios de las estaciones; debemos vivir tan fielmente como nos sea posible y compartir el Evangelio para que las bendiciones y la protección estén al alcance de todos; pero no podemos ni debemos paralizarnos solo porque [la Segunda Venida] y… los acontecimientos que [la] acompañan… están ante nosotros en algún lugar. No podemos dejar de vivir la vida. De hecho, deberíamos vivirla más plenamente que nunca. Después de todo, esta es la Dispensación del Cumplimiento de los Tiempos…
“Dios espera que ustedes tengan suficiente fe, determinación y confianza en Él, que sigan adelante, que sigan viviendo y sigan regocijándose. En realidad, Él espera que ustedes no sólo hagan frente al futuro —eso parece sombrío y estoico—, sino que lo acepten y den forma al futuro, que lo amen, se regocijen en él y se deleiten en sus oportunidades.
“Dios aguarda deseoso la oportunidad de contestar sus oraciones y cumplir sus sueños, como siempre lo ha hecho, pero no puede hacerlo si ustedes no oran ni tienen sueños. En suma, Él no puede hacerlo si ustedes no creen.” (véase “Terror, triunfo y una fiesta de bodas”, charla fogonera de la Universidad Brigham Young, 12 de septiembre de 2004, págs. 2–3, speeches.byu.edu).
Doctrina y Convenios 133:46–51. “… los vestidos del Señor serán rojos”
Las palabras del Señor registradas en Doctrina y Convenios 133:46–51 reafirman las enseñanzas de Isaías, que profetizó que cuando Jesucristo venga de nuevo, será “rojo [su] vestido” o vestimenta, “[habiendo] pisado [Él] solo el lagar” (Isaías 63:2–3; véase también Apocalipsis 19:13). Antiguamente, una prensa de vino o un contenedor de vino era un gran recipiente lleno de uvas. Para extraer el jugo de las uvas, varios obreros se metían en el recipiente y las pisaban. El jugo que salía de las uvas manchaba sus pies y sus ropas de un color rojo fuerte. La ropa roja del Salvador en Su segunda venida tendrá varios significados. Representará “los juicios de Dios sobre los inicuos y la destrucción que vendrá sobre ellos cuando, al igual que las uvas de la vid, hayan llegado a la madurez de su iniquidad y sean hollados en el ‘lagar de la ira de Dios’ [Apocalipsis 14:19]” al tiempo de la segunda venida de Jesucristo (Nuevo Testamento: Manual del alumno, manual del Sistema Educativo de la Iglesia, 2014, pág. [556]).
El hecho de que el Salvador esté vestido de rojo también nos “[recordará Su] sufrimiento… en Getsemaní, cuando Su sangre expiatoria fue prensada de Su cuerpo al igual que el jugo es prensado de las uvas en el lagar” (Nuevo Testamento: Manual del alumno pág. [563]). Al hablar sobre el sufrimiento del Salvador en Getsemaní, el élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó que la vestimenta roja del Salvador al tiempo de Su segunda venida recordará a los justos la sangre que Él derramó por ellos:
“Habiendo sangrado por cada poro, ¡cuán roja debe de haber quedado [la] vestimenta [del Salvador], cuán enrojecido Su manto!
“Nada tiene de extraño que cuando Cristo venga con poder y gloria, lo haga vestido de rojo (véase D. y C. 133:48), dando a entender no solo el lagar de su ira, sino que también nos hará recordar de qué manera padeció por cada uno de nosotros, ¡tanto en Getsemaní como en el Calvario!” (véase “Al que venciere… así como yo he vencido”, Liahona, julio de 1987, pág. 72).
Doctrina y Convenios 133:52–53. “En todas las aflicciones de ellos, él fue afligido”
“… el día de venganza [del Señor]” (D. y C. 133:51), que alude a la destrucción de los inicuos al tiempo de la segunda venida de Jesucristo, dará inicio al “año de [los] redimidos [del Señor]” (D. y C. 133:52). Esas frases “tal vez se refieran al año de jubileo” que se celebraba en el antiguo Israel, cuando todos los israelitas en cautiverio o esclavitud eran redimidos o liberados (Donald W. Parry, Jay A. Parry y Tina M. Peterson, Understanding Isaiah, 1998, pág. 555; véanse también Éxodo 21:2; Levítico 25:9–10, 39–40). Del mismo modo, al tiempo de la segunda venida del Señor “seremos liberados de todas las ataduras de nuestros enemigos y opresores” (Parry, Parry y Peterson, Understanding Isaiah, pág. 555). En ese día, los justos alabarán al Señor por “todo lo que sobre ellos ha conferido de acuerdo con su bondad, y de acuerdo con su amorosa misericordia, para siempre jamás” (D. y C. 133:52). Recordarán que “en todas las aflicciones de ellos, él fue afligido” y que “en su amor y en su clemencia los redimió, los sostuvo y los llevó” a través de las tribulaciones de la mortalidad (D. y C. 133:53; véase también Alma 7:11–13).
Al hablar sobre el sacrificio expiatorio del Salvador, el élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, testificó: “El Salvador no solo ha sufrido por nuestras iniquidades, sino también por la desigualdad, la injusticia, el dolor, la angustia y la aflicción emocional que con tanta frecuencia nos asolan. No hay ningún dolor físico, ninguna angustia del alma, ningún sufrimiento del espíritu, ninguna enfermedad o debilidad que ustedes o yo experimentemos en la vida terrenal que el Salvador no haya experimentado primero… y, debido a que Él pagó el precio máximo y llevó esa carga, [nos] entiende perfectamente y puede extendernos Su brazo de misericordia en muchas etapas de la vida. Él puede extender la mano, tocarnos, socorrernos… y fortalecernos para que seamos más de lo que jamás podríamos ser, y para ayudarnos a hacer lo que nunca podríamos lograr si dependiéramos únicamente de nuestro propio poder” (véase “La Expiación y el trayecto de la vida terrenal”, Liahona, abril de 2012, pág. 19).
Doctrina y Convenios 133:57–74
Se predica el Evangelio para preparar el mundo para la segunda venida de Jesucristo
Doctrina y Convenios 133:57–59. “… con lo débil de la tierra trillará el Señor a las naciones”
Para obtener una explicación de “lo débil de la tierra” y el significado de la frase “trillará el Señor a las naciones por el poder de su Espíritu” (D. y C. 133:59), consulta los comentarios sobre Doctrina y Convenios 35:13 en este manual.
Doctrina y Convenios 133:62–64. “… no les dejará ni raíz ni rama”
A aquellos que “se arrepienta[n] y se santifique[n] ante el Señor, se [les] dará la vida eterna” (D. y C. 133:62), que, según enseñan las Escrituras, es el mayor de todos los dones de Dios” (D. y C. 14:7). El presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, explicó lo que significa recibir la vida eterna: “Ese don consiste en vivir en la presencia de Dios el Padre y de Su Hijo Amado como familias para siempre. Los lazos de amor de la vida familiar solo continuarán en el más alto de los reinos de Dios: el celestial” (“La esperanza del amor familiar eterno”, Liahona, agosto de 2016, pág. 4).
En comparación con los que recibirán el don de la vida eterna, aquellos que se nieguen a obedecer la voz del Señor “serán desarraigados de entre el pueblo [del convenio del Señor]” (D. y C. 133:63). Aquellos que sean “desarraigados”, o separados, del pueblo del Señor a causa de su desobediencia e iniquidad “serán estopa; y aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama” (D. y C. 133:64; véase también Malaquías 4:1). El élder Theodore M. Burton (1907–1989), de los Setenta, explicó el significado de la frase “no les dejará ni raíz ni rama” en Malaquías 4:1: “Esta expresión simplemente significa que las personas malvadas e indiferentes que rechazan el evangelio de Jesucristo no tendrán herencia familiar ni linaje patriarcal, ni raíz (antepasados o progenitores) ni rama (hijos o posteridad). A tales personas no se les puede recibir en el reino celestial de la gloria de los seres resucitados, sino que deben conformarse con una bendición menor” (en Conference Report, octubre de 1967, pág. 81).