“Capítulo 50: Doctrina y Convenios 129–130”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno (2017)
“Capítulo 50”, Doctrina y Convenios: Manual del alumno
Capítulo 50
Doctrina y Convenios 129–130
Introducción y cronología
El 9 de febrero de 1843, el profeta José Smith dio instrucciones a Parley P. Pratt y a otros con respecto a cómo distinguir entre mensajeros celestiales y espíritus malignos. Esas instrucciones se encuentran en Doctrina y Convenios 129. El 2 de abril de 1843, el Profeta se reunió con miembros de la Iglesia en Ramus, Illinois, e impartió doctrina sobre varios temas del Evangelio, incluida la Trinidad, la segunda venida de Jesucristo y cómo podemos recibir las bendiciones de Dios. Esas enseñanzas se hallan en Doctrina y Convenios 130.
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7 de febrero de 1843El élder Parley P. Pratt llega a Nauvoo, Illinois, procedente de su misión en Inglaterra.
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9 de febrero de 1843El profeta José Smith da las instrucciones que se encuentran en Doctrina y Convenios 129.
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1.º de abril de 1843El profeta José Smith y otras personas viajan a Ramus, Illinois.
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2 de abril de 1843El profeta José Smith da las instrucciones que se encuentran en Doctrina y Convenios 130.
Doctrina y Convenios 129: Antecedentes históricos adicionales
El profeta José Smith recibió muchas visitas y comunicaciones de mensajeros celestiales. En una epístola que escribió a los miembros de la Iglesia el 7 de septiembre de 1842, el Profeta enumeró algunos de los acontecimientos notables de la Restauración, incluidas las visitas de mensajeros celestiales (véase Matthew McBride, “Las cartas en cuanto al bautismo por los muertos”, en Revelaciones en contexto, editado por Matthew McBride y James Goldberg, 2016, pág. 292, o history.lds.org). Se refirió a una ocasión en la que oyó “la voz de Miguel, en las riberas del [río] Susquehanna, discerniendo al diablo cuando se apareció como ángel de luz” (véase D. y C. 128:20). Aunque el Profeta no explicó cómo había detectado Miguel al diablo, en algún momento antes del verano de 1839 aprendió a discernir entre los mensajeros celestiales y Satanás y sus ángeles. Durante una reunión de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce Apóstoles efectuada el 27 de junio de 1839, Wilford Woodruff registró las enseñanzas del profeta José Smith acerca de “las llaves del reino de Dios” por las cuales los Apóstoles podrían “detectar al [diablo] cuando se transforma a sí mismo casi en un ángel de luz” (“Discourse, 27 June 1839, as Reported by Wilford Woodruff”, pág. [85], josephsmithpapers.org). El año siguiente, el Profeta dio instrucciones similares a William Clayton, un nuevo converso a la Iglesia oriundo de Inglaterra. En mayo de 1842, el Profeta dio un sermón en Nauvoo en el cual enseñó que “las llaves son ciertas señales [y] palabras mediante las que se puede discernir a los espíritus [y] los personajes falsos de los verdaderos, las cuales no se pueden revelar a los élderes mientras no se termine el templo” (“Discourse, 1 May 1842, as Reported by Willard Richards”, pág. 94, josephsmithpapers.org).
Cuando el profeta José Smith enseñó por primera vez al Cuórum de los Doce Apóstoles en 1839 en cuanto a la aparición de ángeles y espíritus, algunos de los Apóstoles estaban ausentes, entre ellos Parley P. Pratt. El élder Pratt “probablemente… supo de las enseñanzas de José Smith en cuanto al tema mientras trabajaba con los Doce en Inglaterra”. Después de regresar a Nauvoo de su misión el 7 de febrero de 1843, el élder Pratt estaba “aparentemente ansioso por aprender de José Smith en persona lo que había enseñado a los Doce en 1839” (“Historical context and overview of Doctrine and Covenants 129”, en Dennis L. Largey y Larry E. Dahl, editores, Doctrine and Covenants Reference Companion, 2012, pág. 844). Él y otras personas se reunieron con el Profeta el 9 de febrero de 1843. Durante esa reunión, el Profeta instruyó al élder Pratt y a sus compañeros en cuanto a cómo discernir a los mensajeros celestiales de los espíritus malignos. La entrada en el diario del Profeta para ese día se convirtió en la fuente del texto de Doctrina y Convenios 129. (Véase “Historical context and overview of Doctrine and Covenants 129”, págs. 844–845).
Doctrina y Convenios 129
El profeta José Smith da instrucciones sobre los ángeles ministrantes y los espíritus malignos
Doctrina y Convenios 129:1–3. “Hay dos clases de seres en los cielos”
Las Escrituras enseñan que Dios envía mensajeros celestiales a Sus hijos “para ejercer su ministerio de acuerdo con la palabra de su mandato”, para “llamar a los hombres al arrepentimiento” y para “preparar la vía” para llevar a cabo Su obra (Moroni 7:30–31). Como parte de la Restauración, los ángeles visitaron al profeta José Smith para revelar la voluntad de Dios y restaurar las llaves del sacerdocio (véanse D. y C. 13; 110; 128:20–21; José Smith—Historia 1:30–43). El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “Desde el principio, y a través de las dispensaciones, Dios se ha valido de ángeles como emisarios Suyos para transmitir Su amor e interés por Sus hijos” (véase “El ministerio de ángeles”, Liahona, noviembre de 2008, pág. 29).
En sus instrucciones registradas en Doctrina y Convenios 129, el profeta José Smith explicó que “[hay] dos clases de seres en los cielos” (D. y C. 129:1). Los primeros son “[ángeles], que son personajes resucitados con cuerpo de carne y huesos” (D. y C. 129:1), lo cual el Profeta ilustró al citar el relato de Lucas sobre el Salvador resucitado que se apareció a Sus discípulos (véase D. y C. 129:2; véase también Lucas 24:36–43). La segunda clase de seres en los cielos son “[los] espíritus de hombres justos hechos perfectos, aquellos que no han resucitado, pero que heredan la misma gloria” (D. y C. 129:3). La frase “hombres justos” se refiere a aquellos que viven en obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio. Esos hombres pueden ser santificados y “hechos perfectos mediante Jesús, el mediador del nuevo convenio, que obró esta perfecta expiación derramando su propia sangre” (D. y C. 76:69). Por tanto, la frase “espíritus de hombres justos hechos perfectos” en Doctrina y Convenios 129:3 se refiere a espíritus que en un tiempo tuvieron un cuerpo mortal y que aguardan la resurrección (véase Guía para el Estudio de las Escrituras “Ángeles”, scriptures.lds.org).
Si bien el profeta José Smith se refirió solo a los seres resucitados como ángeles, el presidente George Q. Cannon (1827–1901), de la Primera Presidencia, explicó: “En el sentido más amplio, cualquier ser que actúa como mensajero de nuestro Padre Celestial es un ángel, ya sea un Dios, un hombre resucitado o el espíritu de un hombre justo” (“Editorial Thoughts”, The Juvenile Instructor, 15 de enero de 1891, pág. 53). Por tanto, además de los mensajeros celestiales que se describen en Doctrina y Convenios 129, entre los ángeles de Dios también se incluyen espíritus que “todavía no han obtenido un cuerpo de carne y huesos” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Ángeles”, scriptures.lds.org; véanse también Éter 3:6–16; Moisés 5:6), así como también seres trasladados: personas cuyos cuerpos mortales son cambiados para que no experimenten dolor ni la muerte (véanse 3 Nefi 28:6–9; Mormón 8:10–11; D. y C. 7:1–3).
Doctrina y Convenios 129:4–9. Discernir entre los mensajeros celestiales y el diablo y sus ángeles
Así como Dios tiene ángeles que le ayudan a realizar Su obra, el diablo tiene seguidores en el espíritu que procuran destruir la obra de Dios. El diablo “es literalmente un hijo de Dios en el espíritu, y en un tiempo fue un ángel con autoridad en la presencia de Dios (Isa. 14:12; 2 Ne. 2:17)” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Diablo”, scriptures.lds.org; véase también D. y C. 76:25–27). Cuando Satanás rechazó el plan de salvación del Padre Celestial en la vida preterrenal, “la tercera parte de las huestes del cielo”, o una tercera parte de los hijos de Dios en el espíritu, se rebelaron con él (D. y C. 29:36; véanse también Moisés 4:1–4; Abraham 3:27–28). “… fueron expulsados de los cielos y se les negó la experiencia de poseer un cuerpo terrenal y conocer la vida terrenal, quedando condenados por toda la eternidad. Desde que fue expulsado del cielo, el diablo ha intentado constantemente engañar a todo el género humano y desviarlo de la obra de Dios para que todos sean tan miserables como él (Apoc. 12:9; 2 Ne. 2:27; 9:8–9)” (véase Guía para el Estudio de las Escrituras, “Diablo”, scriptures.lds.org). Como se registra en el Libro de Mormón, Korihor, un anticristo, admitió haber sido “engañado” por “el diablo”, quien “se [le] apareció en forma de ángel” (Alma 30:53). El diablo y sus ángeles son hábiles engañadores que intentan falsificar la luz que acompaña a los verdaderos mensajeros enviados por Dios (véanse D. y C. 128:20; 129:8).
Por esa razón, el profeta José Smith explicó “tres grandes claves mediante las cuales [podremos] saber si una ministración procede de Dios” (D. y C. 129:9). Esas claves, o indicadores, incluyen el conocimiento necesario para discernir a los mensajeros celestiales de los del diablo o de uno de sus agentes cuando se aparece como “un ángel de luz” (D. y C. 129:8). Dado que los “personajes resucitados [tienen un] cuerpo de carne y huesos” (D. y C. 129:1), cuando a un mensajero celestial que es un ser resucitado se le invita a estrechar la mano, “lo hará, y sentirás su mano”, por lo que de ese modo se discierne que el ángel es un mensajero verdadero de Dios (véase D. y C. 129:4–5).
Algunos pueden preguntarse por qué el diablo o uno de sus agentes ofrecería su mano (véase D. y C. 129:8), sabiendo que al hacerlo revelaría su verdadera identidad. Parte de la respuesta tal vez se encuentre en las enseñanzas del profeta José Smith de que “los espíritus malvados tienen sus márgenes, límites y leyes que los gobiernan” (“Try the Spirits”, Times and Seasons, 1.º de abril de 1842, pág. 745). Aquellos que entienden las leyes que gobiernan a los ángeles y espíritus pueden discernir a los verdaderos mensajeros enviados por Dios de los falsos espíritus que pretenden engañar.
Doctrina y Convenios 130: Antecedentes históricos adicionales
El 1.º de abril de 1843, el profeta José Smith, acompañado de William Clayton, Orson Hyde y J. B. Backenstos, partió de Nauvoo y viajó 32 km en dirección sureste hacia Ramus, Illinois, para visitar a familiares y amigos. A la mañana siguiente, el Profeta llevó a cabo una reunión con miembros de la Iglesia en Ramus, durante la cual Orson Hyde predicó un sermón en el que habló de la segunda venida del Salvador y dio su interpretación de ciertos pasajes del Nuevo Testamento. (Véase The Joseph Smith Papers, Journals, Volume 2: December 1841–April 1843, editado por Andrew H. Hedges y otros autores, 2011, págs. 321, 323).
Después de la reunión de la mañana, el profeta José Smith y sus compañeros almorzaron en la casa de la hermana del Profeta, Sophronia Smith McCleary. Durante el almuerzo, el Profeta dijo: “Élder Hyde, voy a ofrecerle algunas correcciones”. El élder Hyde respondió con humildad: “Se recibirán agradecidamente”. Entonces el Profeta corrigió la interpretación que el élder Hyde había hecho de un pasaje de las Escrituras. (Véase The Joseph Smith Papers, Journals, Volume 2: December 1841–April 1843, págs. 323–324; ortografía estandarizada). Respondiendo a una pregunta de William Clayton, el Profeta compartió reflexiones doctrinales adicionales (véase Lyndon W. Cook, The Revelations of the Prophet Joseph Smith, 1985, pág. 289). El Profeta se dirigió a los miembros de Ramus durante otras dos reuniones que se efectuaron esa tarde y por la noche. En sus comentarios, el profeta José Smith repitió la corrección que le había dado a Orson Hyde y enseñó acerca de la naturaleza verdadera de la Trinidad. También enseñó la importancia de obtener conocimiento espiritual y la necesidad de obedecer las leyes de Dios para recibir Sus bendiciones (véase The Joseph Smith Papers, Journals, Volume 2: December 1841–April 1843, págs. 324–326). Las enseñanzas del Profeta se registraron en su diario y llegaron a ser la base del texto de Doctrina y Convenios 130.
Doctrina y Convenios 130
El profeta José Smith aclara y enseña doctrina
Doctrina y Convenios 130:1–3. La aparición personal de “el Padre y el Hijo”
En el sermón que pronunció en Ramus, Illinois, el 2 de abril de 1843, Orson Hyde se valió de 1 Juan 3:2 y Apocalipsis 19:11 para enseñar que cuando Jesucristo venga de nuevo “aparecerá en un caballo blanco, como un guerrero”. El élder Hyde sugirió que los miembros de la Iglesia “serán como [el Salvador]” en ese respecto y que “quizás tengamos una porción del mismo espíritu”. Entonces citó Juan 14:23 y enseñó que “es nuestro privilegio que el padre [y] el hijo moren en nuestro corazón”. (En The Joseph Smith Papers, Journals, Volume 2: December 1841–April 1843, pág. 323).
El profeta José Smith corrigió la mala interpretación de las Escrituras que había hecho el élder Hyde al enseñar que “cuando se manifieste el Salvador, lo veremos como es. Veremos que es un varón [de forma y características] como nosotros” (D. y C. 130:1), excepto con un cuerpo glorificado y resucitado (véase D. y C. 130:22). Además, explicó que “la misma sociabilidad [relaciones sociales] que existe entre nosotros aquí [como seres mortales en la tierra], existirá entre nosotros allá”, pero cuando estemos en la presencia del Señor, “la acompañará una gloria eterna que ahora no conocemos” (D. y C. 130:2).
Además, el profeta José Smith enseñó que la promesa que se halla en Juan 14:23 no se refiere a que “el Padre y el Hijo [moren literalmente] en el corazón [de una persona]” (D. y C. 130:3). Ese “antiguo concepto sectario… es falso” (D. y C. 130:3) y da por sentado que Dios es un espíritu. El Profeta aclaró que el Padre y el Hijo tienen “cuerpo[s] de carne y huesos, tangible[s] como el del hombre” (D. y C. 130:22) y por tanto son Seres glorificados y resucitados con cuerpos físicos. Durante una reunión con miembros del Cuórum de los Doce Apóstoles en el verano de 1839, el profeta José Smith (1805–1844) explicó que cuando el Salvador enseñó que Él y el Padre “[vendrían]” a aquellos que guardan los mandamientos “y [harían] morada con [ellos]” (Juan 14:23), se estaba refiriendo al don del Segundo Consolador:
“Después de que una persona tiene fe en Cristo, se arrepiente de sus pecados, se bautiza para la remisión de ellos y recibe el Espíritu Santo (por la imposición de manos), que es el primer Consolador, entonces si continúa humillándose ante Dios, teniendo hambre y sed de justicia, y viviendo de acuerdo con toda palabra de Dios, el Señor le dirá en breve: Hijo, serás exaltado… Cuando el Señor lo haya probado [completamente] y haya visto que ese hombre está resuelto a servirlo pese a cualquier riesgo, tal hombre verá que se ha confirmado su vocación y elección, y entonces tendrá el privilegio de recibir el otro Consolador, el cual el Señor ha prometido a los santos, tal como está escrito en [Juan 14:12–27]… Ahora bien, ¿cuál es este otro Consolador? No es ni más ni menos que el Señor Jesucristo mismo; y esta es la esencia de todo el asunto: que cuando un hombre obtiene este último Consolador, Jesucristo en persona lo atenderá o se le aparecerá de vez en cuando, y aun le manifestará al Padre, y harán morada con él” (en Manuscript History of the Church, tomo C-1 adenda, págs. 8–9, josephsmithpapers.org; subrayado en el original; véanse también Juan 14:16–23; D. y C. 88:68; 93:1).
Doctrina y Convenios 130:2. “… la misma sociabilidad… existirá entre nosotros allá”
La palabra sociabilidad se refiere a nuestras interacciones y relaciones personales. El profeta José Smith enseñó que para los miembros fieles de la Iglesia, las relaciones sociales que disfrutan en la tierra entre sus familiares y amigos continuarán en las eternidades, pero “[las] acompañará una gloria eterna” (D. y C. 130:2). El presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, testificó de la naturaleza eterna de las relaciones familiares:
“La idea y la esperanza de tener lazos eternos me permiten sobrellevar las pruebas de la separación y la soledad que son parte de la vida terrenal. La promesa a los miembros fieles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es que tendremos lazos familiares y una expansión de nuestra familia en las eternidades; tal certeza cambia para siempre, y para mejor, todas las relaciones familiares.
“… Debido a la restauración del conocimiento de la familia eterna, somos más optimistas y bondadosos en todas nuestras relaciones familiares. Las mayores alegrías de esta vida se centran en la familia, como sucederá en los mundos venideros. Me siento tan agradecido por la certeza que tengo de que, si somos fieles, la misma sociabilidad que disfrutamos en esta vida nos acompañará para siempre en la venidera, con una gloria eterna” [véase D. y C. 130:2]” (véase “La Iglesia verdadera y viviente”, Liahona, mayo de 2008, pág. 22).
Doctrina y Convenios 130:4–7. “… todas las cosas… pasadas, presentes y futuras… [están] continuamente delante del Señor”
En respuesta a una pregunta de William Clayton en cuanto al tiempo, el profeta José Smith confirmó que “se calcula el tiempo de Dios, el de los ángeles, el de los profetas y el del hombre, de acuerdo con el planeta en que residen” (D. y C. 130:4). Esa enseñanza reafirma lo que se enseña en el libro de Abraham, que José Smith comenzó a publicar aproximadamente un año antes, en marzo de 1842, en el periódico de la Iglesia Times and Seasons (véase “Historical context and overview of Doctrine and Covenants 130”, en Largey y Dahl, Doctrine and Covenants Reference Companion, pág. 846). El libro de Abraham enseña que “una revolución”, o un día, en el planeta Kólob, equivale a “mil años de acuerdo con el tiempo que le es señalado” en la tierra (véase Abraham 3:4).
El profeta José Smith enseñó que los ángeles exaltados y resucitados “no moran en un planeta como esta tierra; sino que viven en la presencia de Dios, en un globo [planeta] semejante a un mar de vidrio y fuego, donde se manifiestan todas las cosas para su gloria, pasadas, presentes y futuras, y están continuamente delante del Señor” (D. y C. 130:6–7). Al hablar sobre cómo se relaciona el principio del tiempo con la presciencia que Dios tiene de todas las cosas, el élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó:
“Dios no vive en la dimensión del tiempo como nosotros. Más aún, ya que ‘para [Dios] todas las cosas están presentes’ [Moisés 1:6], la Suya no es simplemente una predicción que se basa solo en el pasado. De formas que no nos resultan claras, Él realmente ve, en vez de prever, el futuro porque todas las cosas están presentes ante Él a la vez…
“… Él es el Dios viviente que está, a la vez, en las dimensiones del pasado, el presente y el futuro, mientras que nosotros trabajamos restringidos por las limitaciones del propio tiempo” (“A More Determined Discipleship”, Ensign, febrero de 1979, págs. 72–73).
Doctrina y Convenios 130:5. “… [los] ángeles que [ministran] en esta tierra… pertenecen o han pertenecido a ella”
El profeta José Smith explicó que los “ángeles que [ministran] en esta tierra” son aquellos que han vivido o que vivirán en ella (D. y C. 130:5). Además, el presidente Joseph F. Smith (1838–1918) enseñó que los ángeles que visitan esta tierra no son ajenos a ella ni para aquellos a quienes ministran: “… cuando se manda a mensajeros para ministrar a los habitantes de esta tierra, no son extraños, sino que vienen de las filas de nuestros parientes y amigos, semejantes y consiervos. Los antiguos profetas que murieron fueron los que vinieron a visitar a sus semejantes en la tierra… De igual manera, nuestros padres y madres, hermanos, hermanas y amigos que han dejado ya esta tierra, por haber sido fieles y dignos de disfrutar de estos derechos y privilegios, pueden recibir una misión de visitar nuevamente a sus parientes y amigos en la tierra, trayendo de la Presencia divina mensajes de amor, de amonestación, o reprensiones e instrucción para aquellos a quienes aprendieron a amar en la carne” (véase Doctrina del Evangelio, 1978, págs. 429–430).
Doctrina y Convenios 130:8–9. “Esta tierra, en su estado santificado e inmortal… será un Urim y Tumim”
En una revelación de diciembre de 1832, el profeta José Smith aprendió que “es menester que [la tierra] sea santificada de toda injusticia, a fin de estar preparada para la gloria celestial; porque después de haber cumplido la medida de su creación, será coronada de gloria, sí, con la presencia de Dios el Padre; para que los cuerpos que son del reino celestial la posean para siempre jamás; porque para este fin fue hecha y creada” (D. y C. 88:18–20; véase también D. y C. 88:25–26). El 18 de febrero de 1843, José Smith enseñó que al final la tierra sería santificada y llegaría a ser un Urim y Tumim (véase The Joseph Smith Papers, Journals, Volume 2: December 1841–April 1843, pág. 266). El Profeta repitió esa instrucción el 2 de abril de 1843, tal y como consta en Doctrina y Convenios 130:8–9. “Esta tierra, en su estado santificado e inmortal” (D. y C. 130:9) hace referencia a la tierra exaltada después de convertirse en el reino celestial de Dios tras el reinado milenario del Salvador. En su estado celestial, “esta tierra… será un Urim y Tumim para los habitantes que moren en ella” (D. y C. 130:9). Esta es una expresión simbólica. Isaías habló de un día futuro en que “la tierra estará llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar” (Isaías 11:9). El Urim y Tumim fue un instrumento que Dios preparó para ayudar a Sus siervos a obtener revelación y traducir idiomas (véanse Éxodo 28:30; Mosíah 8:13; D. y C. 17:1; Abraham 3:1). Así como el Urim y Tumim revelaba luz y verdad a los siervos de Dios, la tierra celestializada será un lugar donde se manifestarán la gloria, el poder y el conocimiento de Dios.
El élder Mark E. Petersen (1900–1984), del Cuórum de los Doce Apóstoles, testificó:
“… esta tierra no tuvo como fin ser solo morada de los mortales… Tuvo un destino mayor que ese. Esta tierra no permanecerá en su estado actual, sino que ha de llegar a ser inmortal. Pasará por un proceso de refinamiento por medio del cual llegará a ser una esfera celestial y será como un Urim y Tumim en los cielos. (Véase D. y C. 130:9). Esto requerirá nuevos actos de creación divina…
“El Salvador residirá aquí cuando la tierra sea celestializada, y Su Padre la visitará de vez en cuando. Entonces será la morada eterna de aquellos que alcancen la gloria celestial en el reino de Dios.
“Tal es el destino final de la tierra. Tal era la finalidad que Dios tuvo al crearla, porque así lo dispuso Él en el principio” (véase “El Creador y Salvador”, Liahona, julio de 1983, pág. 96).
Si deseas más información en cuanto a la tierra celestializada, consulta los comentarios sobre Doctrina y Convenios 77:1 y Doctrina y Convenios 88:17–20, 25–26 en este manual.
Doctrina y Convenios 130:10–11. “… una piedrecita blanca”
El libro de Apocalipsis, en el Nuevo Testamento, es un registro de la revelación del Señor al apóstol Juan, la cual contiene un mensaje de esperanza y aliento para los miembros fieles de la Iglesia, que atravesaban por un momento de intensa tribulación y persecución. El Señor prometió grandes bendiciones, incluida la exaltación y “la corona de la vida [eterna]”, a aquellos que venzan la maldad del mundo (véase Apocalipsis 2:7, 10), es decir, a aquellos que reciben la vida eterna en el reino celestial de Dios. La revelación también enseña que a cada persona que “venciere” al mundo se le dará “una piedrecita blanca” (Apocalipsis 2:17). En sus enseñanzas registradas en Doctrina y Convenios 130, el profeta José Smith explicó que cada piedrecita blanca funcionará como un Urim y Tumim personal (véase D. y C. 130:10). Mientras que la tierra celestial revelará “todas las cosas pertenecientes a un reino inferior, o sea, a todos los reinos de un orden menor”, la piedrecita blanca revelará “cosas pertenecientes a un orden superior de reinos” (véase D. y C. 130:9–10).
Doctrina y Convenios 130:12–13. “… las dificultades… empezarán en Carolina del Sur”
El 25 de diciembre de 1832, el profeta José Smith dictó una “revelación y profecía sobre la guerra” (D. y C. 87, encabezamiento de la sección) que se encuentra en Doctrina y Convenios 87. La revelación advirtió que “pronto [acaecerían guerras], comenzando por la rebelión de Carolina del Sur [en los Estados Unidos], de las cuales finalmente [resultarían] la muerte y la miseria de muchas almas” (D. y C. 87:1–2). El Profeta supo de un serio conflicto entre el gobierno de los Estados Unidos y el estado de Carolina del Sur por los aranceles federales o los impuestos sobre los bienes importados. En aquel entonces, el gobierno de los Estados Unidos cobraba a los estados unos impuestos elevados por los productos importados de otros países, lo cual afectaba especialmente a los agricultores de los estados del sur. En noviembre de 1832, los líderes del gobierno estatal de Carolina del Sur aprobaron una ordenanza que declaraba que las leyes federales de aranceles eran inconstitucionales y amenazaron con separarse de los Estados Unidos si el gobierno federal intentaba imponer las leyes arancelarias en Carolina del Sur. La crisis casi resultó en un conflicto armado, pero el gobierno de los Estados Unidos resolvió pacíficamente el problema en febrero de 1833. (Véase Jed Woodworth, “Paz y guerra”, en McBride y Goldberg, Revelaciones en contexto, págs.169–172, o history.lds.org).
Habiéndose resuelto la crisis y evitado la guerra, algunos quizás hayan creído que la profecía registrada en Doctrina y Convenios 87 no se cumplió. Sin embargo, casi once años después, el profeta José Smith reafirmó la profecía que recibió en 1832, recalcando que antes de la segunda venida del Salvador habría “dificultades que [causarían] el derramamiento de mucha sangre… [y que empezarían] en [el estado de] Carolina del Sur” y “probablemente [surgirían]” por el asunto de la esclavitud (D. y C. 130:12–13). El cumplimiento de esa profecía comenzó en diciembre de 1860, cuando Carolina del Sur se separó de los Estados Unidos debido a las disputas sobre la esclavitud. Cuatro meses más tarde se produjeron los primeros disparos de la Guerra Civil estadounidense en el fuerte Sumter, situado en la bahía de Charleston, en Carolina del Sur.
El élder Orson Pratt, que había llevado consigo una copia de la revelación registrada en Doctrina y Convenios 87 cuando era misionero y la había compartido con otras personas, describió la forma en que reaccionaron a esa profecía las personas a las que enseñó:
“Salí… siendo un joven de diecinueve años… y a partir de ese momento publiqué esas nuevas entre los habitantes de la tierra. Llevaba conmigo la revelación escrita, prediciendo esa gran contienda, unos veintiocho años antes de que comenzara la [Guerra Civil estadounidense]. Esa profecía se ha imprimido y distribuido extensamente en esta y otras naciones e idiomas. Indicaba el lugar donde debería comenzar en Carolina del Sur…
“¿Qué me dijo [le gente]? Se rieron y se burlaron de mí, y consideraron esa revelación como lo hacen con todas las demás que Dios ha dado en estos últimos días, como si no tuviera autoridad divina. Mas he aquí, aconteció a su debido tiempo, estableciendo de nuevo la divinidad de esta obra y dando otra prueba de que Dios está en ella y está llevando a cabo lo que habló por boca de los antiguos profetas” (“Discourse by Elder Orson Pratt”, Deseret News, 20 de abril de 1870, pág. 127).
Para una explicación adicional en cuanto a la profecía del profeta José Smith sobre la guerra, consulta los comentarios sobre Doctrina y Convenios 87 en este manual.
Doctrina y Convenios 130:14–17. “… la venida del Hijo del Hombre”
En 1843, un predicador cristiano llamado William Miller predijo que la segunda venida de Jesucristo ocurriría en algún momento entre la primavera de 1843 y la de 1844. Esa predicción se publicó extensamente y provocó que muchos especularan sobre la segunda venida del Señor, incluidos algunos de los primeros santos. Las enseñanzas del profeta José Smith a los miembros de la Iglesia en Ramus, Illinois, registradas en Doctrina y Convenios 130:14–17, “pueden haberse debido a que alguien en la reunión hiciera preguntas o manifestara inquietudes con respecto a las predicciones de Miller” (“Historical context and overview of Doctrine and Covenants 130”, en Largey y Dahl, Doctrine and Covenants Reference Companion, pág. 847). El Profeta compartió una revelación que había recibido cuando “[en] una ocasión estaba orando con mucha diligencia para saber la hora de la venida del Hijo del Hombre” (D. y C. 130:14). Explicó que “[oyó] una voz” que le decía: “… si vives hasta tener ochenta y cinco años de edad, verás la faz del Hijo del Hombre” (D. y C. 130:14–15). El Profeta expresó su incertidumbre en cuanto a cómo interpretar esa revelación del Señor (véase D. y C. 130:16). Al responder la pregunta del profeta José Smith de la manera en que lo hizo, el Señor esencialmente rehusó darle a conocer el tiempo de Su venida y le pidió que “no [lo importunara] más sobre el asunto” (D. y C. 130:15).
Las revelaciones anteriores que recibió el profeta José Smith acerca de la segunda venida de Jesucristo reflejaban las enseñanzas del Salvador a Sus discípulos durante Su ministerio terrenal. Una revelación de mayo de 1831 enseñó: “… mas la hora y el día ningún hombre sabe, ni los ángeles del cielo, ni lo sabrán hasta que él venga” (D. y C. 49:7; véase también D. y C. 39:21). De igual modo, poco antes de que se cumpliera el tiempo que William Miller había señalado para la segunda venida del Salvador, el profeta José Smith advirtió a los santos en cuanto a aquellos que decían saber la hora de ese acontecimiento: “Jesucristo jamás reveló a nadie el tiempo preciso de Su venida [véanse Mateo 24:36; D. y C. 49:7]. Vayan y lean las Escrituras, y verán que no hay nada que especifique la hora exacta en que ha de venir; y todos los que dicen lo contrario son maestros falsos” (véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 266).
Doctrina y Convenios 130:18–19. “Cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida”
El profeta José Smith enseñó que “cualquier principio de inteligencia que logremos en esta vida se levantará con nosotros en la resurrección” (D. y C. 130:18). El élder Neal A. Maxwell aclaró el significado de la palabra inteligencia como se usa en Doctrina y Convenios 130:18–19: “Si reflexionamos en qué es lo que se levantará con nosotros en la resurrección, está muy claro que nuestra inteligencia se levantará con nosotros, lo cual significa más que nuestro cociente intelectual, sino también nuestra capacidad para recibir y aplicar la verdad. Nuestros talentos, atributos y habilidades se levantarán con nosotros; y por cierto, también nuestra capacidad para aprender, nuestro grado de autodisciplina y nuestra capacidad para trabajar” (We Will Prove Them Herewith, 1982, pág. 12).
Es costumbre hablar de obtener conocimiento e inteligencia a través del estudio. Sin embargo, el Señor mandó a los santos en una revelación previa que “busca[ran] conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (D. y C. 88:118). Las enseñanzas del Profeta en Ramus, Illinois, sirven para aclarar lo que significa aprender “por la fe”. Cuando los hijos de Dios actúan por la fe “por medio de su diligencia y obediencia” a Él, “[adquieren] más conocimiento e inteligencia” y “hasta ese grado llevará[n] la ventaja en el mundo venidero” (D. y C. 130:19; véase también D. y C. 93:26–28, 36). En otra ocasión, el profeta José Smith enseñó: “… Dios ha creado al hombre con una mente capaz de recibir instrucción, y una facultad que puede ser ampliada en proporción al cuidado y [la] diligencia que se [le] dé a la luz que se comunica del cielo al intelecto” (véase Enseñanzas: José Smith, pág. 222).
Doctrina y Convenios 130:20–21. “Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo”
Una ley irrevocable es permanente e inmutable. La ley irrevocable que Dios “[decretó] en el cielo antes de la fundación de este mundo” fue que “cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa” (D. y C. 130:20–21). Al hablar sobre el concilio premortal en el cielo, el profeta José Smith enseñó: “Dios, hallándose en medio de espíritus y gloria, porque era más inteligente, consideró propio instituir leyes por medio de las cuales los demás podrían tener el privilegio de avanzar como Él lo había hecho” (Enseñanzas: José Smith, pág. 221).
El presidente Dieter F. Uchtdorf, de la Primera Presidencia, explicó que las leyes o mandamientos de Dios son dones que nos ha dado un Padre Celestial amoroso y bondadoso que está deseoso de bendecir a Sus hijos:
“Nuestro Padre Celestial es un ser eterno cuya experiencia, sabiduría e inteligencia son infinitamente más grandes que las nuestras [véase Isaías 55:9]. No solo eso, sino que Él también es eternamente amoroso, compasivo y está concentrado en una meta bendita: llevar a cabo nuestra inmortalidad y vida eterna [véase Moisés 1:39].
“En otras palabras, no solo sabe lo que es mejor para ustedes, sino que ansiosamente desea que elijan lo que es mejor para ustedes.
“Si creen esto en su corazón —si en verdad creen que la gran misión de nuestro Padre Celestial es exaltar y glorificar a Sus hijos y que Él sabe mejor cómo lograrlo—, ¿no les parece lógico adoptar y seguir Sus mandamientos, incluso los que parezcan difíciles? ¿No deberíamos apreciar los postes de luz que Él ha proporcionado para guiarnos a través de la oscuridad y las pruebas de la vida terrenal? ¡Son los que nos marcan el camino de regreso a nuestro hogar celestial!…
“Parte de nuestro desafío, creo yo, es que imaginamos que Dios tiene todas Sus bendiciones encerradas en una nube enorme en el cielo, negándose a dárnoslas a menos que cumplamos con ciertos requisitos estrictos y paternalistas que ha impuesto. Pero los mandamientos no son así en absoluto. En realidad, nuestro Padre Celestial está constantemente derramando bendiciones sobre nosotros; son nuestros temores, dudas y pecados los que, al igual que un paraguas, impiden que esas bendiciones lleguen a nosotros.
“Sus mandamientos son instrucciones amorosas y la ayuda divina para que cerremos el paraguas a fin de que podamos recibir la lluvia de bendiciones celestiales” (véase “Vivir el Evangelio con gozo”, Liahona, noviembre de 2014, pág. 121).
Doctrina y Convenios 130:22. “El Padre tiene un cuerpo de carne y huesos, tangible como el del hombre; así también el Hijo”
En las palabras finales que el profeta José Smith dirigió a los miembros de la Iglesia en Ramus, Illinois, hizo alusión nuevamente a las enseñanzas incorrectas de Orson Hyde con respecto al Padre y al Hijo, e instruyó a esos santos en cuanto a los atributos correctos de la Trinidad. Enseñó que Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo son seres separados y distintos que tienen cuerpos físicos “de carne y huesos, tangible[s] como el del hombre” (D. y C. 130:22). En un sermón pronunciado en una conferencia general de la Iglesia en Nauvoo, Illinois, al año siguiente, el profeta José Smith se explayó en lo referente a esta doctrina y explicó la importancia de comprender la naturaleza y el carácter de Dios:
“Si los hombres no comprenden la naturaleza de Dios, no se comprenden a sí mismos. Deseo volver al principio, y así elevar sus mentes a esferas más sublimes y a un entendimiento más exaltado de los que la mente humana generalmente anhela.
“¡Dios mismo una vez fue como nosotros ahora; es un hombre glorificado, y está sentado sobre Su trono allá en los cielos! Ese es el gran secreto. Si el velo se partiera hoy y el gran Dios que conserva este mundo en su órbita y sostiene todos los mundos y todas las cosas con Su poder se manifestase a Sí mismo, digo que si lo vieran hoy, lo verían con la forma de un hombre, así como ustedes se hallan en toda la persona, imagen y forma misma de un hombre; porque Adán fue creado a la misma imagen y semejanza de Dios, y de Él recibió instrucciones, y anduvo y conversó con Él, como un hombre habla y se comunica con otro” (véase Enseñanzas: José Smith, págs. 42–43).
Refiriéndose a las enseñanzas del Profeta acerca de que Dios el Padre tiene un cuerpo físico, el élder Dallin H. Oaks, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “Esta creencia no significa que afirmemos poseer la suficiente madurez espiritual como para comprender a Dios; ni tampoco comparamos nuestros cuerpos mortales e imperfectos con Su ser inmortal y glorificado. Pero en cambio, podemos entender lo que Él ha revelado sobre Sí mismo y sobre los otros miembros de la Trinidad, y ese conocimiento es esencial para comprender el propósito de la vida terrenal y de nuestro destino eterno como seres resucitados después de esta vida” (“La Apostasía y la Restauración”, Liahona, julio de 1995, pág. 97).
Doctrina y Convenios 130:22–23. “… el Espíritu Santo… es un personaje de Espíritu”
La descripción que el profeta José Smith dio del Espíritu Santo como “un personaje de Espíritu” (D. y C. 130:22) indica que Él es una persona separada y distinta del Padre y del Hijo, aunque “estos tres personajes son uno en perfecta unidad y armonía de propósito y doctrina” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Dios, Trinidad”, scriptures.lds.org). El élder Gary E. Stevenson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “… el Espíritu Santo tiene un cuerpo de espíritu; no como el Padre y Jesucristo, quienes tienen cuerpos físicos. Esa verdad aclara otros nombres que se le dan al Espíritu Santo y que nos son familiares, entre ellos, el Santo Espíritu, el Espíritu de Dios, el Espíritu del Señor, el Santo Espíritu de la promesa y el Consolador” (“¿Cómo te ayuda el Espíritu Santo?”, Liahona, mayo de 2017, pág. 118). Al ser un “personaje de Espíritu” (D. y C. 130:22), el Espíritu Santo solo puede estar en un lugar a la vez. Sin embargo, su influencia y poder pueden manifestarse al mismo tiempo en todas partes .
El profeta José Smith explicó que si el Espíritu Santo no fuera un espíritu, “no podría morar en nosotros” (D. y C. 130:22). El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Cuórum de los Doce Apóstoles, aclaró lo que significa que el Espíritu Santo more en nosotros: “Como personaje que es, el Espíritu Santo no habita en el cuerpo de los hombres mortales, pero ese miembro de la Trinidad mora en un hombre en el sentido de que sus impresiones, los susurros del Espíritu, hallan morada en el alma humana. Cuando el Santo Espíritu habla al espíritu del hombre, el Espíritu Santo está de ese modo morando en el hombre, porque las verdades que luego ese hombre expone son las que han venido del Espíritu Santo” (Doctrinal New Testament Commentary, 1973, tomo I, pág. 738).
Doctrina y Convenios 130:23. “… no permanecer con él”
Valiéndose del ejemplo del centurión romano Cornelio en el Nuevo Testamento (véase Hechos 10), el profeta José Smith explicó cómo el Espíritu Santo puede influir en alguien que no ha sido bautizado ni ha recibido el don del Espíritu Santo, pero no así “permanecer” ni quedarse con esa persona: “Existe una diferencia entre el Espíritu Santo y el don del Espíritu Santo. Cornelio recibió el Espíritu Santo antes de bautizarse, que para él fue el poder convincente de Dios de la veracidad del Evangelio; mas no podía recibir el don del Espíritu Santo sino hasta después de ser bautizado. De no haber tomado sobre sí esta seña u ordenanza, el Espíritu Santo que lo convenció de la verdad de Dios se habría apartado de él [véase Hechos 10:1–48]” (Enseñanzas: José Smith, pág. 102).
Además, el Espíritu Santo “no [permanecerá]” (D. y C. 130:23) con aquellos que han recibido el don del Espíritu Santo pero luego se alejan de Su compañía. El élder David A. Bednar, del Cuórum de los Doce Apóstoles, alentó a los miembros de la Iglesia a considerar la manera en que las decisiones que toman afectan a su capacidad de disfrutar de la compañía del Espíritu Santo:
“Debemos… esforzarnos por percibir cuándo nos ‘[separamos] del Espíritu del Señor, para que no tenga cabida en [nosotros] para [guiarnos] por las sendas de la sabiduría, a fin de que [seamos] bendecidos, prosperados y preservados’ (Mosíah 2:36)…
“La norma es clara: si algo que pensemos, veamos, escuchemos o hagamos nos separa del Espíritu Santo, entonces debemos dejar de pensar, ver, escuchar o hacer eso. Por ejemplo, si algo que supuestamente es para nuestra diversión nos aleja del Espíritu Santo, entonces esa clase de diversión no es para nosotros puesto que el Espíritu no puede tolerar lo que es vulgar, grosero o inmodesto y, por tanto, es obvio que esas cosas no son para nosotros. Ya que alejamos al Espíritu del Señor al participar en actividades que sabemos que debemos rechazar, entonces definitivamente ese tipo de cosas no son para nosotros.
“Admito que somos hombres y mujeres en un estado caído que vivimos en un mundo terrenal y que es posible que no tengamos la presencia del Espíritu Santo con nosotros cada segundo de cada minuto de cada hora del día. Sin embargo, el Espíritu Santo puede permanecer con nosotros si no la mayoría del tiempo, sí gran parte de él; y en verdad es más el tiempo que podría estar con nosotros que el que no lo está. Al enfrascarnos cada vez más en el Espíritu del Señor, debemos esforzarnos por reconocer las impresiones cuando se reciban y las influencias o los acontecimientos que hacen que nos alejemos del Espíritu Santo” (véase “Para que siempre podamos tener Su Espíritu con nosotros”, Liahona, mayo de 2006, pág. 30).