Un Consolador, un Guía, un Testificador
“Ustedes pueden ser guiadas en su trayecto por la vida mediante el don y el poder del Espíritu Santo”.
¿Recuerdan la canción que dice: “Me gusta pensar al leer que JesÚs, cumpliendo su grande misión, llamaba a todos los niños a él, para darles su gran bendición”? (“Me gusta pensar en el Señor”, Himnos y cantos para los niños, pág. 51). Imaginen cómo habría sido que JesÚs les pusiera las manos sobre la cabeza y les diera una bendición, como dicen las Escrituras que él hizo cuando estuvo en la tierra.
Piensen en estar de veras cerca del Salvador; imaginen ser amadas, sanadas, bendecidas y guiadas por él como esas personas lo fueron en aquel entonces. Cuando él estuvo en la tierra, los miembros de Su Iglesia le amaban, dependían de él y eran Sus seguidores. Se podrán imaginar la tristeza que sintieron al pensar en que él les dejaría, pero él prometió: ”…yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre… el Consolador… [es] el Espíritu Santo” (Juan 14:16, 26). Entonces él les dio el valioso don del Consolador para que les acompañara cuando él no estuviese con ellos.
El Señor también les ama a ustedes, tal como a los discípulos de antaño. Se les ama más de lo que puedan imaginar. Él desea que tengan éxito en la misión de su vida; y no tienen que afrontar solas las experiencias de esta vida, ni tampoco se les ha enviado aquí a fracasar.
Por esta razón, les fue dado un don sagrado al tiempo de su bautismo y confirmación, cuando les fueron colocadas manos sobre la cabeza y les fue dicho: “Recibe el Espíritu Santo”. Es casi como si su Padre Celestial les hubiera dado un don para celebrar su entrada oficial a Su reino en la tierra. El Santo Espíritu puede estar con ustedes siempre y guiarlas de nuevo a Dios, pero a fin de gozar los beneficios de este don sagrado, deben recibirlo de verdad y luego deben utilizarlo en su vida. Qué triste sería el que se nos diera un don tan valioso para luego dejarlo de lado y nunca utilizarlo. Me gustaría hablarles en cuanto a sólo tres cosas que el Espíritu Santo puede hacer. Él puede consolar, guiar y testificar.
Primero, fijemos la atención en el poder consolador del Espíritu Santo. Cuando yo era niña, enfermé gravemente; cada día que pasaba la enfermedad se volvía más severa. Nada de lo que recomendaba el doctor parecía ayudar. En ese tiempo, la temible enfermedad de la polio azotaba en proporciones casi epidémicas; arrebataba la vida de muchas personas, y las que no morían, muchas veces quedaban lisiadas. Lo que todos más temían en aquellos días era la polio.
Una noche, mi enfermedad llegó a un punto crítico, y mi padre y mi abuelo me ungieron con aceite consagrado, y mediante el poder del santo Sacerdocio de Melquisedec, el cual eran dignos de poseer, suplicaron a Dios curación, ayuda, guía y consuelo. Luego mis padres me llevaron a un doctor de otra ciudad, quien de inmediato nos mandó a Salt Lake City, a dos horas y media de distancia, con la advertencia de que se apresuraran. Escuché al doctor decir en voz baja que estaba seguro de que era polio.
Cuando por fin llegamos al hospital de Salt Lake, nos esperaba ya el personal médico, quienes me arrancaron de los brazos de mis padres y rápidamente me llevaron a otro lugar; nos separamos sin ninguna palabra de despedida o explicación. Me encontraba totalmente sola y pensé que me iba a morir.
Tras los dolorosos procedimientos para hacer el diagnóstico, incluso una punción lumbar, me llevaron a una habitación de aislamiento del hospital, donde debía permanecer sola con la esperanza de que no fuera a infectar a nadie más, porque resultó que sí tenía polio.
Recuerdo el miedo que tenía; estaba a oscuras y me sentía muy enferma y muy sola. Pero mis padres me habían enseñado a orar. Me puse de rodillas a un lado de la barandilla de la cama que parecía cuna y le pedí a mi Padre Celestial que me bendijera. Recuerdo que yo lloraba. Mi Padre Celestial oyó mi oración a pesar de que yo era sólo una niña. Sí, lo hizo. Él envió Su poder consolador que pareció envolverme en un manto de amor. Sentí el poder del Espíritu Santo y no estaba sola.
Permítanme contarles otra experiencia. Sé de una preciosa jovencita que necesita consuelo debido a una triste situación en su vida. Ella está preocupada por la situación de su familia y la discordia que existe entre sus padres, algo que le causa tristeza y preocupación a ella y a sus hermanos. Ella es la mayor y se pregunta qué puede hacer ante ese serio problema. Tal vez ustedes se encuentren en una situación similar. Aunque no hay solución fácil ni fórmula para todo el que esté afligido o preocupado, hay Alguien que está muy interesado en lo que les está pasando y sabe qué deben hacer. Esa persona es nuestro Padre Celestial. Él se preocupa tanto por ustedes como si estuviera aquí y pudiese hablarles cara a cara; él conoce los sentimientos del corazón de esa joven así como los de ustedes. Para bendecirlas, se les ha dado el don de paz que brinda el Espíritu Santo. JesÚs dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” (Juan 14:27). Jovencitas, oren para recibir consuelo y recibirán ese don.
El segundo punto que quiero destacar es que el Espíritu Santo tiene el poder para guiar. Una jovencita de 15 años sintió que necesitaba encontrar nuevas amistades. ¿Se han sentido así alguna vez? Ella escribe: “No sé si alguna vez han tenido que cambiar de amistades, pero fue en verdad lo más difícil que jamás he tenido que hacer”. Ella decidió dejar el asunto en las manos del Señor, y también recibió consejos de sus padres. Dijo que después de varios meses “quería darse por vencida”. Una tarde, se encontraba conversando con su maestro de seminario y ella le confió su problema. Luego él dijo: “No sé por qué te lo pregunto, pero, ¿conoces a esas chicas?” Esa joven respondió que sí. Luego él dijo: “¿Has pensado alguna vez en hacerte amiga de ellas?”.
“Le dije que no me sentía aceptada. Luego me preguntó si él podría hablar con una de las muchachas. Decidí que estaría bien, si me prometía que no me haría pasar una vergüenza.
“Al día siguiente recibí una llamada telefónica de una de las muchachas. Es importante que sepan que esa joven formaba parte del consejo estudiantil, y aunque detesto el término, ella era ’sumamente popular’. Me preguntó si me gustaría acompañarla esa noche al juego de baloncesto. Ésa fue una de las ocasiones más divertidas y tranquilas de mi vida. Al día siguiente, ella me presentó a otras dos muchachas de la escuela. Al instante nos hicimos amigas. Esto ha cambiado mi vida”.
Ella concluye con estas palabras: “No sé lo que ustedes piensen, pero yo preferiría que el Señor, que sabe cómo saldrán todas las cosas, dirigiera mi vida en vez de hacerlo yo, que sólo veo las cosas del momento. Él está a nuestro lado, ayudándonos a través de la vida, aun cuando nos sintamos solas” (carta en el archivo de la oficina de las Mujeres Jóvenes).
El Señor nos promete que “por motivo de la mansedumbre y la humildad de corazón viene la visitación del Espíritu Santo, el cual Consolador llena de esperanza y de amor perfecto, amor que perdura por la diligencia en la oración” (Moroni 8:26).
Su Padre Celestial les ayudará a encontrar el camino correcto a medida que busquen Su guía. Sin embargo, recuerden que después de orar se deben poner de pie y empezar a hacer algo positivo; encamínense en la dirección correcta. Él enviará personas a lo largo del camino que les ayudarán, pero ustedes también deben hacer su parte. Ustedes pueden ser guiadas en su trayecto por la vida mediante el don y el poder del Espíritu Santo.
Punto nÚmero tres: el Espíritu Santo también es un testificador. Este Espíritu Santo en realidad les puede ayudar a comprender la verdad más importante de todas, que Jesucristo es el Salvador del mundo, y que gracias a él cada uno de nosotros que haya vivido vivirá nuevamente algÚn día, y que gracias a él podemos arrepentirnos de nuestros errores y seguir el sendero que nos llevará de nuevo a nuestro Padre Celestial. Eso es lo que significa la Expiación. El Espíritu Santo testificará esa verdad a nuestro corazón si nos esforzamos por saber, y él testifica a los demás cuando nosotros les testificamos de esas verdades.
El Élder Jeffrey R. Holland enseña que cuando expresamos nuestro testimonio a los demás, no solamente escuchan nuestro testimonio de Cristo, sino que escuchan el eco de otros testimonios previos, incluso el de ellos mismos, porque ellos se encontraban entre los valientes que eligieron a Cristo y eligieron seguirlo a él en vez de a Satanás en la vida preterrenal. El Élder Holland afirma: “Cuando ellos escuchan a otros expresar su testimonio de la misión de Cristo, captan un sentimiento familiar; evocan un eco de verdad que ellos mismos ya conocen. Más aÚn, cuando ustedes dan testimonio de la misión de Cristo, invocan el poder de Dios el Padre y del Espíritu Santo” (véase “Missionary Work and the Atonement”, Ensign, marzo de 2001, págs. 11–12). En Moroni, capítulo 10, versículo 5, se nos promete que “por el poder del Espíritu Santo podréis conocer la verdad de todas las cosas”. Mis queridas hermanas, esfuércense por obtener un testimonio de la misión de Cristo; lo recibirán por el poder del Espíritu Santo; luego compartan su testimonio y háganlo con frecuencia.
El Espíritu Santo es un consolador, un guía, un testificador. ¡Qué miembro tan sagrado y extraordinario de la Trinidad! ¡Y ustedes tienen el derecho a recibir su influencia e inspiración! ¡Qué bendecidas y favorecidas son! Y bien, debido a que se les ha dado tanto, ustedes también deben dar. De modo que esta noche, y considerando ese factor, quisiéramos hacerles una sÚplica especial. En realidad es una invitación, y esperamos que la acepten y que hagan algo al respecto. ¿Están listas? ésta es la invitación:
¿Tenderán una mano de ayuda y traerán a otra jovencita a la plena actividad de la Iglesia durante este año que empieza? Sin duda cada una de ustedes conoce a una joven que sea menos activa, a una conversa reciente, o a alguien que no sea miembro. Les suplicamos que hagan el esfuerzo y compartan el Evangelio de Jesucristo con otra jovencita a fin de que ella también pueda disfrutar de las dulces bendiciones del cielo, de las que hemos hablado esta noche.
Piensen cuántas vidas serían bendecidas, cuántas jóvenes recibirían consuelo, guía y tendrían testimonios más fuertes. Este año hay más de medio millón de mujeres jóvenes en la Iglesia. Piensen en que si cada una de ustedes acepta esta invitación para esforzarse y traer tan sólo a una, el año próximo habrá el doble de mujeres jóvenes activas. Permitan que el Espíritu Santo las guíe en sus esfuerzos; sus padres y sus líderes también les ayudarán a saber qué hacer y cómo hacerlo. Estaremos ansiosas por enterarnos de sus experiencias y de sus éxitos. En el mensaje que les di no utilicé una historia para ilustrar el tercer punto de este discurso, el cual era testificar, porque serán ustedes las que escriban esa historia al aceptar nuestra invitación. Espero que empiecen esa historia esta noche.
Di comienzo con una canción que nos recordaba los días en que el Salvador vivió en la tierra entre los hombres. Finalizo ahora con las palabras de un himno que nos recuerda que aunque él ya no esté más ante nuestra vista, nuestro Redentor, el Señor Jesucristo, aÚn vive para bendecirnos con Su amor: “El vive para alentar y mis angustias sosegar. El vive para ayudar y a mi alma consolar” (“Yo sé que vive mi Señor”, Himnos, pág. 73). Testifico que él lo hace mediante el don y el poder del Espíritu Santo. Ruego que recibamos y utilicemos este sagrado don de Dios, en el santo nombre de nuestro amado Salvador, Jesucristo. Amén.