Matrimonios misioneros: Una época para servir
“Es apropiado para un matrimonio maduro o para una hermana mayor indicar a sus líderes del sacerdocio que están dispuestos a servir en una misión y que están en condiciones de hacerlo. Les insto a que lo hagan.”
Siento la profunda responsabilidad de hablarles hoy sobre una seria necesidad que existe en la Iglesia. Mi mayor esperanza es que a medida que hable, el Espíritu Santo conmueva los corazones y en alguna parte uno o dos cónyuges miren a su compañero o compañera y surja el momento de la verdad. Hablaré de la urgente necesidad de que más matrimonios maduros presten servicio en el campo misional. Deseamos expresar nuestro agradecimiento por todos los matrimonios valientes que sirven en la actualidad, por los que han servido y por los que aÚn servirán.
En la sección 93 de Doctrina y Convenios el Señor reprende a las Autoridades Generales presidentes de la Iglesia diciendo: ”…yo os he mandado criar a vuestros hijos en la luz y la verdad.
“Y ahora te doy un mandamiento: Si quieres verte libre, has de poner tu propia casa en orden” (D. y C. 93:40, 43).
¿Cuál es la mejor forma de enseñar a nuestros hijos, y a nuestros nietos, luz y verdad? ¿Cuál es la forma más importante de poner en orden a nuestra familia, tanto a la inmediata como a la extensa? ¿Es posible que en asuntos espirituales nuestro ejemplo hable más fuerte que nuestras palabras? El matrimonio en el templo, la oración familiar, el estudio de las Escrituras y la noche de hogar para la familia son de vital importancia. Pero existe otra dimensión: la dimensión del servicio. Si estamos dispuestos a dejar a nuestros seres queridos para servir en el campo misional, los bendeciremos con un legado que les enseñará e inspirará durante generaciones.
Para mí es significativo el que, después de mandar a las Autoridades Generales a que enseñaran luz y verdad a sus hijos y pusieran en orden a sus familias, de inmediato el Señor los llamó a prestar servicio misional. “Ahora os digo, mis amigos, emprenda su viaje con rapidez mi siervo Sidney Rigdon, y también proclame… el evangelio de salvación…” (D. y C. 93:51).
Al servir en el campo misional, nuestros hijos y nietos serán bendecidos en formas que no habrían sido posibles si nos hubiéramos quedado en casa. Hablen con matrimonios que hayan servido en misiones y les hablarán sobre las bendiciones derramadas: Hijos inactivos ya activos, miembros de la familia bautizados y testimonios fortalecidos debido a su servicio.
Un matrimonio misionero dejó su granja para que su hijo la administrara. Durante el año siguiente de bastante sequía, su granja produjo dos cortes de heno, mientras que los vecinos sólo lograron uno. El vecino le preguntó por qué había tenido dos cortes en comparación con uno de ellos, y el hijo contestó: “Ustedes tienen que enviar a sus padres a la misión”.
Si las bendiciones para los matrimonios misioneros y sus familias son tantas, ¿por qué sirven sólo unos pocos miles en vez de decenas de miles, que tanto se necesitan? Considero que hay cuatro barreras que se interponen: El temor, la preocupación por la familia, las finanzas y el encontrar la oportunidad misional correcta.
Primero, el temor: El temor a lo desconocido o el temor a no tener destrezas con las Escrituras o con el idioma requerido hace que respondan con reserva al llamado a servir. Pero el Señor ha dicho: ”…si estáis preparados, no temeréis” (D. y C. 38:30). La vida de ustedes es su preparación; tienen experiencia, que es valiosa: Han criado a una familia y han servido en la Iglesia. Simplemente vayan y compórtense con naturalidad; el Señor ha prometido que irán ángeles delante de ustedes (véase D. y C. 103:19–20). Por medio de un proceso muy natural, el Espíritu les hará saber qué decir y cuándo decirlo a medida que fortalezcan a misioneros jóvenes, testifiquen a investigadores y a miembros nuevos, enseñen destrezas de liderazgo y brinden hermandad y amistad a miembros menos activos, ayudándoles así a regresar a la actividad total. Ustedes son el testimonio e influirán en la vida de aquellos con quienes lleguen a estar en contacto. Por lo general no se espera que los matrimonios vayan de puerta en puerta ni se espera que memoricen charlas ni que mantengan el mismo horario que los Élderes y las hermanas jóvenes. Simplemente compórtense con naturalidad, sirvan lo mejor que puedan y el Señor les bendecirá.
Los matrimonios misioneros proporcionan estabilidad con su amistad y sus destrezas de liderazgo en lugares donde la Iglesia apenas se inicia. Comprendí esto en forma directa mientras servía como presidente de misión en Inglaterra. A un matrimonio que había estado sirviendo en el centro de visitantes le asigné a trabajar en una unidad pequeña que tenía algunos problemas. Se sintieron un poco temerosos de dejar ese “refugio seguro”del centro de visitantes; pero con fe, pusieron manos a la obra. En menos de seis meses, una unidad que había tenido entre 15 y 20 personas que asistían a la reunión sacramental logró una asistencia de más de 100 gracias a que ese matrimonio los había hermanado y había colaborado con el sacerdocio. Hasta esta fecha, tanto ellos como sus hijos se refieren a esa época como la mejor experiencia de sus vidas.
Otro matrimonio sirvió hace poco en un pueblito del sur de Santiago, Chile. No hablaban español y les inquietaba el tener que vivir en otro país tan lejos de las comodidades de su hogar. Pero empezaron a trabajar con toda dedicación, amando y sirviendo a la gente. En poco tiempo, esa pequeña rama de 12 miembros creció a 75. Cuando les llegó la hora de regresar, la rama entera alquiló un autobÚs para poder ir al aeropuerto, a cuatro horas de distancia, y despedirse de sus queridos amigos.
El servicio que proporcionan los matrimonios es esencial para la obra del Señor. Los matrimonios misioneros surten una gran influencia positiva; pueden lograr cosas admirables que nadie más puede hacer.
Segundo, la preocupación por la familia: El Salvador llamó a pescadores, pidiéndoles: ”…Venid en pos de mí” (Mateo 4:19). Les suplicó que dejaran su ambiente familiar y se convirtieran en pescadores de hombres. Lo que se pide a los matrimonios misioneros es menos de la mitad del diezmo del tiempo que pasarán en la tierra. Desde una perspectiva eterna, la misión comprende sólo unos momentos lejos del ambiente al que están acostumbrados, de la familia y de pasarlo bien con sus amigos jubilados.
El Señor enviará bendiciones especiales a su familia mientras sirven. ”…yo, el Señor, les prometo abastecer a sus familias” (D. y C. 118:3). Algunas veces, los matrimonios se preocupan de que en su ausencia no estarán presentes en casamientos, nacimientos, reuniones familiares y otros acontecimientos de la familia. Hemos aprendido que el impacto que surte en las familias el que los abuelos estén en la misión vale mil sermones. Las familias se fortalecen en gran manera al orar por sus padres y abuelos y al leer cartas de ellos en las que comparten sus testimonios y hablan de la contribución que hacen en el campo misional.
Un hijo escribió una tierna carta a sus padres que estaban en el campo misional: “El servicio de ustedes establece un ejemplo para nuestros hijos. Como resultado, ellos están más dispuestos a servir en sus llamamientos de la Iglesia. Nos enseña a todos a ser más caritativos a medida que intercambiamos correspondencia y enviamos paquetes. Cuando recibimos cartas y noticias de ustedes, nuestros testimonios se fortalecen. Aun cuando ustedes ya se habían jubilado y debían haber sido felices de acuerdo con las normas del mundo, al ir a la misión nos han demostrado una nueva forma de ser felices. Han encontrado la felicidad que el dinero no puede comprar. Los hemos visto sobreponerse a adversidades médicas y de otros tipos y hemos visto que han sido bendecidos por su deseo de ir y dejar a sus hijos, nietos y bisnietos. ¡Les amamos mucho!”
Otro matrimonio informa: “Uno de nuestros nietos nos escribió mientras estábamos en Tailandia y nos dijo que él no había estado seguro de servir o no en una misión, pero que le habíamos dado el ejemplo y ahora sabía que deseaba hacerlo. Ahora está sirviendo en una misión”.
Mi propio padre y madre sirvieron en una misión en Inglaterra. Cuando les visité un día en su pequeño apartamento, observé a mi madre, que estaba abrigada con un chal alrededor de los hombros, poner chelines en el medidor de gas para mantenerse calentitos. Le pregunté: “Mamá, ¿por qué viniste a la misión?”. Mi madre dijo simplemente: “Porque tengo once nietos y deseo que sepan que su abuelo y su abuela sirvieron”.
En 1830 el Señor llamó a Thomas B. Marsh para que dejara a su familia y saliera al campo misional. El hermano Marsh estaba muy preocupado por tener que dejar a su familia en esa época. En una tierna revelación, el Señor le dijo: ”…te bendeciré a ti y a tu familia, sí, a tus pequeñitos… Alza tu corazón y regocíjate, porque la hora de tu misión ha llegado… Por consiguiente, tu familia vivirá… apártate de ellos por un corto tiempo solamente y declara mi palabra, y yo prepararé un lugar para ellos” (D. y C. 31:2–3, 5–6). Es muy posible que ésas sean las bendiciones que más necesitan sus hijos, sus nietos, sus bisnietos y su posteridad futura.
Tercero, las finanzas: Algunos matrimonios que servirían gustosos no pueden hacerlo debido a la edad, la salud, las finanzas o las circunstancias familiares. Quizás aquellos que no estén en condiciones de servir podrían ayudar a que otro matrimonio fuera a la misión.
La obra misional siempre conlleva sacrificios. Si se tienen que hacer algunos sacrificios, entonces las bendiciones serán aÚn más abundantes. Hijos, alienten a sus padres a servir y ayÚdenles con apoyo financiero si es necesario. Es posible que por un tiempo no tengan a alguien que les ayude con los niños, pero las recompensas eternas que reciban ustedes y sus familiares compensarán mucho más el pequeño sacrificio.
A los matrimonios jóvenes que aÚn tengan hijos en el hogar, les insto a que se decidan ahora a servir en el futuro y que planifiquen y se preparen para estar en condiciones financieras, físicas y espirituales para hacerlo. AsegÚrense de que el gran ejemplo del servicio misional sea un legado que dejarán a su posteridad.
Hay sólo dos oportunidades Únicas en nuestras vidas en que podemos vivir realmente la ley de consagración y dedicar todo nuestro tiempo al servicio del Señor. Una es cuando un joven o una jovencita sirven en una misión regular. La otra es la época especial que se les concede después de haber cumplido con los requisitos de ganarse la vida. Esta Última puede llamarse los “años patriarcales”, cuando pueden valerse de sus valiosas experiencias de toda una vida para ir, como matrimonio, y consagrarse a servir de lleno como siervos del Señor.
Las bendiciones de servir con su compañero eterno son inapreciables y sólo las pueden entender aquellos que las han experimentado. Mi esposa y yo tuvimos ese privilegio en el campo misional. Cada día es un día especial con recompensas diarias que nos hacen crecer personalmente y mejorarnos en el tiempo del Señor y a la manera del Señor. La realización que viene de esa clase de servicio les bendecirá a ustedes, a su matrimonio y a sus familias por la eternidad.
Finalmente, el encontrar la oportunidad misional correcta: Las formas en que pueden servir los matrimonios son prácticamente ilimitadas. Desde ayudar en la oficina de la misión y hacer capacitación de liderazgo hasta trabajar en historia familiar, la obra del templo y el servicio humanitario, hay una oportunidad de emplear casi cualquier destreza o talento con que el Señor los haya bendecido.
Siéntense a conversar con su cónyuge; hagan un inventario de su salud, de sus recursos financieros y de sus talentos y dones especiales. Luego, si todo está en orden, vayan a su obispo y díganle: “Estamos listos”. Tal vez piensen que es impropio hablar a su obispo o a su presidente de rama sobre sus deseos de servir en una misión, pero es apropiado para un matrimonio maduro o para una hermana mayor indicar a sus líderes del sacerdocio que están dispuestos a servir en una misión y que están en condiciones de hacerlo. Les insto a que lo hagan.
Obispos, no debe existir ninguna vacilación por parte suya de iniciar la entrevista para la Recomendación misional, a fin de hablar del tema y alentar a los matrimonios a servir en una misión.
El Élder Clarence R. Bishop, director del Centro de Visitantes de los Carros de Mano, ha servido en cinco misiones. La primera fue cuando era joven; las cuatro Últimas se realizaron gracias a que le entrevistaron al respecto líderes inspirados del sacerdocio. Dice que quizás no habría servido en ninguna de las cuatro Últimas a no ser por el aliento de su obispo.
Algunos matrimonios y hermanas mayores han sido llamados a enseñar inglés como segundo idioma a estudiantes, a maestros y a oficiales gubernamentales de Tailandia. Este personal docente jubilado, compuesto tanto de maestros como de administradores, al dar libremente de sus dones y talentos cultivados a través de sus muchos años de experiencia en el campo pedagógico, han logrado un progreso admirable en lo que se refiere a enseñar inglés a estudiantes, a capacitar maestros y a ser buenos embajadores de la Iglesia en Tailandia.
Jerry y Karen Johnson sirvieron en Hong Kong enseñando inglés como segundo idioma. Un día, después de clases, casi al final de su misión, una pequeña de segundo grado, con quien la hermana Johnson se había encariñado, se le acercó y, abriendo los brazos como si volara, le preguntó: “¿Meiguo?”, que significa “¿América?”. La hermana Johnson la miró y contestó: “Sí, volveremos a América”. La niña recostó la cabeza en el pecho de la hermana Johnson y lloró. “La estreché fuerte y lloré con ella”, dijo la hermana Johnson. “Cincuenta alumnos más se reunieron a nuestro alrededor, llorando con nosotros. Nuestra misión nos había puesto en el centro de un torbellino de amor que parecía envolvernos”.
Cuando JesÚs envió a los Doce a ir a sus misiones, les mandó, diciendo: ”…de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8). Cuando mucho se da, mucho se espera y ustedes han recibido mucho en sus vidas; vayan y den de gracia en el servicio a nuestro Señor y Salvador. Tengan fe; el Señor sabe dónde se les necesita. La necesidad es tan grande, hermanos y hermanas, y los obreros tan pocos.
“…cuando os halláis al servicio de vuestros semejantes, sólo estáis al servicio de vuestro Dios” (Mosíah 2:17). Yo sé que ésta es Su obra. ¡Vayan y sirvan!
Ruego que tanto ustedes como sus familias puedan experimentar las bendiciones que resultan del servicio misional, es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén.