El Fondo Perpetuo para la Educación
“Donde haya pobreza generalizada entre los de nuestro pueblo, debemos hacer todo lo que podamos para ayudarles a elevarse, a establecer su vida sobre el fundamento de la autosuficiencia que brinda la instrucción. La educación es la clave de la oportunidad”.
Hermanos, antes de dar comienzo a mi discurso, deseo expresar nuestras más cordiales felicitaciones a este coro del Sacerdocio de Melquisedec, compuesto de hermanos de todas las profesiones y condiciones sociales, cantando todos ellos con corazones llenos del testimonio de los himnos de Sión. Hermanos, muchísimas gracias.
Ahora, busco la inspiración del Señor al hablarles brevemente de lo que considero es un asunto muy importante.
Para empezar, retrocedamos en el tiempo algo más de 150 años. En 1849 nuestros antecesores hicieron frente a un serio problema. Nuestra gente había estado en el Valle del Lago Salado desde hacía dos años. Los misioneros continuaban haciendo conversos en las Islas Británicas y en Europa, los cuales se unían a la Iglesia por cientos. Una vez que se bautizaban, deseaban congregarse en Sión. Su fortaleza y aptitudes hacían falta aquí, y su anhelo de venir era muy intenso. Pero muchos de ellos eran sumamente pobres, por lo que no tenían dinero para costearse el viaje. ¿Cómo habían de llegar aquí?
Con la inspiración del Señor, se ideó un plan: se estableció lo que se conoció como el Fondo Perpetuo para la Emigración. Bajo ese plan, financiado por la Iglesia, a pesar de la suma pobreza de ésta en aquel tiempo, se prestaba dinero a los miembros que tenían poco o nada. Los préstamos se hacían con el acuerdo de que cuando los conversos llegaran aquí, buscarían empleo y, a medida que fuesen capaces de hacerlo, saldarían el préstamo. Entonces, el dinero devuelto se prestaba a otros para permitirles emigrar. Era un fondo rotatorio, en verdad, un Fondo Perpetuo para la Emigración.
Con la ayuda de ese fondo, se calcula que unos 30.000 conversos a la Iglesia pudieron congregarse en Sión. Constituyeron una gran mano de obra para el trabajo aquí. Algunos de ellos vinieron con conocimientos prácticos de mampostería y otros los adquirieron. Fueron capaces de efectuar un servicio extraordinario en la construcción de edificios y en otros trabajos que requerían conocimientos técnicos. Llegaron aquí en carromatos y con carros de mano. Pese a la espantosa tragedia de los que viajaron con carros de mano en 1856, cuando aproximadamente 200 de ellos murieron de frío y enfermedad en las llanuras de Wyoming, viajaron sin percance y llegaron a ser una parte importante de la familia de la Iglesia en estos valles entre las montañas.
Por ejemplo, James Moyle era picapedrero en Plymouth, Inglaterra, cuando fue bautizado a los 17 años de edad. De esa ocasión, él escribió: “Entonces hice convenio con el Señor de que le serviría aunque se hablara bien o mal de mí. Fue el momento decisivo de mi vida que me mantuvo alejado de las malas compañías” (Hinckley, Gordon B., James Henry Moyle, 1951, pág. 18).
No obstante su conocimiento de albañilería, tenía muy poco dinero. Pidió un préstamo al Fondo Perpetuo para la Emigración y partió de Inglaterra en 1854, viajó en barco a América, atravesó las llanuras y casi de inmediato tras su llegada aquí consiguió empleo como cantero en la Casa del León, ganando tres dólares al día. Ahorró su dinero y, cuando hubo juntado setenta dólares, que era la cantidad de su deuda, sin demora pagó el préstamo del Fondo para la Emigración. De ello, dijo: “Entonces me consideré un hombre libre” (Ibid., pág. 24).
Una vez que el Fondo Perpetuo para la Emigración ya no fue necesario, se disolvió. Creo que muchos de los que me están escuchando son descendientes de aquellos que fueron bendecidos gracias a ese fondo. Ustedes son hoy día prósperos y estables debido a lo que se hizo por sus antepasados.
Ahora, mis hermanos, hacemos frente a otro problema en la Iglesia. Tenemos muchos misioneros, hombres y mujeres jóvenes, que son llamados a servir en su tierra natal y lo hacen con honor en México, en Centroamérica, en Sudamérica, en las Filipinas y en otros lugares. Tienen muy poco dinero, pero hacen una contribución con lo que tienen. Se les sostiene en gran parte con el Fondo General Misional, al cual aportan muchos de ustedes; esas aportaciones agradecemos profundamente.
Llegan ellos a ser excelentes misioneros que trabajan codo a codo con los Élderes y las hermanas que van de los Estados Unidos y de Canadá. Durante ese servicio llegan a conocer cómo funciona la Iglesia y adquieren un entendimiento más amplio del Evangelio; aprenden a hablar un poco el inglés; trabajan con fe y devoción. Entonces llega el día en el que son relevados y vuelven a casa con grandes aspiraciones; pero muchos de ellos tropiezan con enormes dificultades para conseguir empleo porque no tienen la preparación necesaria y vuelven a hundirse en la pobreza de la que vinieron.
Debido a su preparación limitada, es poco probable que lleguen a ser líderes en la Iglesia; es más probable que se vean en la necesidad de recibir ayuda de bienestar. Ellos se casarán y criarán hijos que seguirán el mismo ciclo que ellos han conocido. Su futuro es en verdad sombrío. Hay algunos otros que no han ido a la misión y que tienen la misma necesidad de adquirir preparación para salir de la pobreza.
En una tentativa por remediar esa situación, proponemos un plan, un plan que creemos ha sido inspirado por el Señor. La Iglesia está estableciendo un fondo constituido en su mayor parte por las contribuciones que han hecho y seguirán haciendo fieles Santos de los Últimos Días para este fin. Estamos hondamente agradecidos a ellos. Basándonos en principios parecidos a los que sustentaron el Fondo Perpetuo para la Emigración, lo llamaremos el Fondo Perpetuo para la Educación.
Con las ganancias de la inversión de este fondo, se harán préstamos a los jóvenes de ambos sexos que tengan aspiraciones, en su mayor parte, a ex misioneros, para que cursen estudios. Entonces, cuando reÚnan los requisitos para conseguir empleo, se espera que devuelvan lo que hayan pedido prestado junto con una pequeña cantidad de interés destinada a servir de incentivo para pagar el préstamo.
Se espera que asistan a planteles educaciones de sus propias comunidades. Podrán vivir en casa. Tenemos un excelente programa de instituto establecido en esos países donde se les puede conservar cerca de la Iglesia. Los directores de esos institutos están familiarizados con los estudios que se pueden cursar en sus propias ciudades. Al principio, la mayoría de esos estudiantes asistirán a escuelas técnicas donde aprenderán informática, ingeniería de refrigeración y otras especialidades que tienen demanda y en las cuales se pueden preparar. Posteriormente, el plan se puede ampliar para abarcar estudios superiores.
Se espera que esos jóvenes y esas jóvenes asistan a instituto donde el director pueda seguir de cerca la marcha del progreso de ellos. Los que deseen participar en el programa harán una solicitud al director de instituto, quien hará que se aprueben por conducto de los obispos y de los presidentes de estaca locales para determinar que sean dignos y que necesiten la ayuda. En seguida, el nombre de ellos y la cantidad especificada de sus respectivos préstamos se enviarán a Salt Lake City donde se expedirán los fondos pagaderos no a las personas, sino a la institución donde cursarán los estudios. No habrá tentación de emplear el dinero para otros fines.
Tendremos un sólido consejo administrativo aquí en Salt Lake y un director del programa que será una Autoridad General emérita, un hombre de probada competencia empresarial y técnica, que ha aceptado esta responsabilidad como voluntario.
No supone una nueva organización ni nuevo personal, sólo un director y un secretario. Básicamente no costará nada para administrarlo.
Comenzaremos de forma modesta a partir del otoño que viene. Prevemos los tiempos en los que este programa beneficiará a un considerable nÚmero de personas.
Con buena preparación para conseguir empleo, esos jóvenes y esas jóvenes podrán salir de la pobreza que tanto ellos como sus antecesores han conocido. Proveerán mejor para su familia. Prestarán servicio en la Iglesia y progresarán en responsabilidades de liderazgo. Pagarán el préstamo para hacer posible que otros sean bendecidos como ellos lo habrán sido. Será un fondo rotatorio. Como miembros fieles de la Iglesia, pagarán su diezmo y ofrendas, y la Iglesia será mucho más firme gracias a la presencia de ellos en las regiones donde viven.
Hay un antiguo refrán que dice que si se le da a una persona un pescado, tendrá comida para un día, pero si se le enseña a pescar, tendrá comida para el resto de la vida.
Ésta es una audaz iniciativa, pero creemos en la necesidad de que exista y en el éxito que tendrá. Se llevará a cabo como un programa oficial de la Iglesia con todo lo que ello supone. Será una bendición para todos aquellos cuyas vidas toque: para los hombres y las mujeres jóvenes, para sus futuros hijos, y para la Iglesia que será bendecida con el sólido liderazgo local de ellos.
El programa es posible. Tenemos dinero suficiente, ya donado, para respaldar la operación inicial. Dará buenos resultados porque seguirá los conductos del sacerdocio y porque funcionará en el ámbito local. Tendrá que ver con especialidades prácticas y con necesarios campos de conocimientos técnicos. El participar en este programa no ocasionará ninguna vergüenza a los que tomen parte en él, sino más bien un sentimiento de orgullo. No será una obra de bienestar, no obstante el carácter encomiable de esos esfuerzos, sino una oportunidad de adquirir instrucción. Los beneficiarios devolverán el dinero y, cuando lo hagan, experimentarán una magnífica sensación de libertad debido a que no se habrán superado gracias a una beca ni a un regalo, sino a un préstamo que habrán pagado. Podrán levantar la cabeza con un espíritu de independencia. Y grandes son las probabilidades de que permanezcan fieles y activos [en la Iglesia] a lo largo de su vida.
Ya estamos llevando a cabo en unos cuantos lugares servicios de empleo bajo el programa de bienestar de la Iglesia, que consta principalmente de oficinas que son bolsas de trabajo. El asunto de la educación será responsabilidad del Fondo Perpetuo para la Educación. La operación de los centros de empleo será responsabilidad del programa de bienestar. Esos centros de empleo tratan con hombres y mujeres que buscan trabajo y que tienen preparación, pero que carecen de las referencias adecuadas. Uno es un fondo rotatorio de educación para hacer posible el aprendizaje de especialidades. El otro se encarga de colocar en empleos mejores a hombres y a mujeres que ya tienen conocimientos especializados que se requieren en el mercado laboral.
El presidente Clark solía decirnos en esas reuniones generales del sacerdocio que no hay nada que el sacerdocio no pueda lograr si trabajamos unidos para sacar adelante un programa destinado a bendecir a las personas (véase J. Reuben Clark, hijo, en Conference Report, abril de 1950, pág. 180).
Ruego que el Señor nos dé visión y entendimiento para llevar a cabo lo que ayudará a nuestros miembros no tan sólo espiritualmente sino también temporalmente. Sobre nuestros hombros descansa una obligación muy seria. El presidente Joseph F. Smith dijo hace casi cien años que una religión que no ayude a una persona en esta vida no hará mucho por ella en la existencia venidera (véase “The Truth about Mormonism”, revista Out West, septiembre de 1905, pág. 242).
Donde haya pobreza generalizada entre los de nuestro pueblo, debemos hacer todo lo que podamos para ayudarles a elevarse, a establecer su vida sobre el fundamento de la autosuficiencia que brinda la instrucción. La educación es la clave de la oportunidad. Los estudios deben cursarlos [los participantes] en las regiones donde viven, puesto que de ese modo se adaptarán a las oportunidades que haya en ellas. Y costarán mucho menos en esos lugares que lo que costarían si se cursaran en los Estados Unidos, en Canadá o en Europa.
Éste no es un sueño. Contamos con los medios por parte de la bondad y la gentileza de amigos maravillosos y generosos. Tenemos la organización. Tenemos el nÚmero de personas y dedicados siervos del Señor para sacarla adelante con éxito. Es una obra de voluntarios que no costará a la Iglesia prácticamente nada. Con humildad y agradecimiento rogamos a Dios que prospere esta labor y que ésta traiga bendiciones, ricas y maravillosas, sobre la cabeza de cientos de personas tal como la organización que la precedió, el Fondo Perpetuo para la Emigración, trajo innumerables bendiciones a las personas que participaron de sus oportunidades.
Como he indicado, algunos ya han donado sumas muy importantes para formar el capital cuyos dividendos se utilizarán para satisfacer la mencionada necesidad, pero necesitaremos considerablemente más. Invitamos a las demás personas que deseen hacer una aportación a hacerla.
Prevemos que habrá algunos incumplimientos en el pago de los préstamos, pero confiamos en que la mayoría cumplirá con lo que se espera de ellos, y generaciones por venir serán bendecidas. Podemos prever que generaciones futuras también se hallarán necesitadas, pues como JesÚs dijo: “Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros…” (Juan 12:8). Por consiguiente, debe ser un fondo rotatorio.
Es nuestra solemne obligación, es nuestra inevitable responsabilidad, mis hermanos, “socorre[r] a los débiles, levanta[r] las manos caídas y fortalece[r] las rodillas debilitadas” (D. y C. 81:5). Debemos ayudarles a ser autosuficientes y a salir adelante con éxito.
Creo que el Señor no desea ver a los de Su pueblo condenados a vivir en la pobreza. Creo que él desea que los fieles disfruten de las cosas buenas de la tierra. Él desea que hagamos esas cosas para ayudarles. Y él nos bendecirá si lo hacemos. Por el éxito de esta empresa, ruego humildemente, al mismo tiempo que pido su interés, su fe y sus oraciones y su preocupación en beneficio de ella. Lo hago en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.