Nacer de nuevo
“El pleno beneficio del perdón de los pecados por medio de la expiación del Salvador empieza con el arrepentimiento y el bautismo, y luego se extiende al recibir el Espíritu Santo”.
Mis queridos hermanos, hermanas y amigos, para mí la responsabilidad de hablarles a todos ustedes es un asunto de gran preocupación. Oro para que me comprendan.
Mi bautismo en esta Iglesia constituyó uno de los acontecimientos memorables de mi vida; yo tenía ocho años. Mis padres nos habían enseñado a mis hermanos y a mí el significado de esta gran ordenanza. Mi madre me dijo que después del bautismo sería responsable de las cosas malas que hiciera. Recuerdo vívidamente el día de mi bautismo: fui bautizado en la pila bautismal del Tabernáculo de la Manzana del Templo. Aquellos que iban a bautizarse se vistieron con ropas blancas y uno a uno fueron llevados con cuidado para bajar los peldaños hasta el agua. A uno de los niños que se bautizó ese día no se le sumergió totalmente y entonces la ordenanza tuvo que repetirse. Eso era necesario porque, como lo indican las Escrituras, “el bautismo simboliza la muerte, la sepultura y la resurrección, y sólo puede efectuarse por inmersión”1. También sigue el modelo establecido por el Salvador, quien se bautizó en el río Jordán, donde había mucha agua. Tal como Mateo lo registra: “Y JesÚs, después que fue bautizado, subió luego del agua”2.
A pesar de que sólo tenía ocho años, las palabras de la oración bautismal penetraron profundamente en mi alma. Después de decir mi nombre, el hermano Irvin G. Derrick, que me bautizó, dijo: “Habiendo sido comisionado por Jesucristo, yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén”3.
Desde que fui bautizado, más de 11 millones de personas han sido bautizadas en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días de manera similar y por la misma autoridad. Se han bautizado en lagos congelados, en el océano o en lagunas, algunas de las cuales se cavaron para ese propósito. Una de esas lagunas tiene gran significado histórico. En 1840, Wilford Woodruff, en ese entonces uno de los Doce Apóstoles, servía en una misión en Inglaterra y tuvo la impresión de ir a un distrito rural cerca de Ledbury. Allí conoció a John Benbow, que tenía una granja grande y una pequeña laguna. John lo presentó a una congregación llamada “United Brethren” (Hermanos Unidos) que estaba deseosa de escuchar el mensaje del Evangelio. Escribió más tarde en su diario que el 7 de marzo de 1840, sin nadie que le ayudara, “pasé la mayor parte del… día limpiando y preparando un estanque de agua para los bautismos, puesto que me di cuenta de que muchos recibirían esa ordenanza. Más tarde, bauticé seiscientas personas en ese estanque de agua”4.
El Salvador nos enseñó que todos los hombres y las mujeres deben nacer de nuevo. Nicodemo, uno de los principales entre los judíos, fue al Salvador de noche subrepticiamente y dijo: ”…Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tÚ haces, si no está Dios con él.
“Respondió JesÚs y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”5.
Nicodemo quedó perplejo y preguntó: ”…¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?”
JesÚs explicó que él estaba hablando sobre el nacer espiritualmente, y dijo:
“…De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.
“Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”6.
Todos tenemos que nacer espiritualmente, desde los 8 años hasta los 80, o incluso los 90. Cuando la hermana Luise Wulff, de la RepÚblica Democrática Alemana, se bautizó en 1989, exclamó: “¡Qué les parece: 94 años y nacida de nuevo!”7. Nuestro primer nacimiento ocurre cuando nacemos en la vida terrenal. Nuestro segundo nacimiento comienza cuando somos bautizados por agua por alguien que tenga el sacerdocio de Dios, y finaliza cuando somos confirmados, y ”…entonces viene una remisión de vuestros pecados por fuego y por el Espíritu Santo”8.
Hace varios años, Albert Peters relató la experiencia que tuvieron él y su compañero referente a un hombre que nació de nuevo. Un día, fueron a la choza de Atiati, que está en la villa de Sasina, en Samoa. Allí encontraron un hombre sin afeitar, desarreglado y deforme que yacía en la cama, quien les pidió que pasaran y se presentaran. A él le agradó saber que eran misioneros y quiso escuchar su mensaje; entonces ellos le dieron la primera charla, expresaron su testimonio y partieron. Al salir, comentaron la condición de Atiati: había tenido polio hacía 22 años, lo que lo había dejado inutilizado de brazos y piernas; por lo tanto, ¿cómo podría bautizarse algÚn día estando tan discapacitado?
Cuando visitaron a su nuevo amigo al día siguiente, no estaban preparados para el cambio de Atiati. Ahora se veía lleno de vida y afeitado; incluso se había cambiado la ropa de cama. “Hoy día”, dijo, “empiezo a vivir de nuevo porque ayer mis oraciones fueron contestadas y ustedes vinieron… He esperado por más de 20 años que alguien viniera a decirme que tenía el verdadero Evangelio de Cristo”.
Durante varias semanas esos dos misioneros enseñaron los principios del Evangelio a ese hombre sincero e inteligente y él adquirió un testimonio fuerte de la verdad y de la necesidad del bautismo. Les pidió que ayunaran con él para que tuviera la fuerza de entrar en el agua y ser bautizado. La pila bautismal más cercana estaba a 14 kilómetros, por lo que aquel día los misioneros lo llevaron en su auto hasta la capilla y lo sentaron en una banca. El líder del distrito inició el servicio con un fuerte testimonio sobre la sagrada ordenanza del bautismo. Luego el Élder Peters y su compañero tomaron a Atiati y lo llevaron en brazos hasta la pila. Mientras lo hacían, Atiati les dijo: “Por favor, bájenme”. Como vio que dudaron, repitió: “Bájenme”.
Mientras lo miraban algo confusos, Atiati sonrió y dijo: “éste es el momento más importante de mi vida. No tengo ninguna duda de que éste es el Único camino hacia la salvación eterna. ¡No quiero que nadie me tenga que llevar en brazos a la salvación!”Así es que bajaron a Atiati al suelo. Tras un gran esfuerzo, logró enderezarse. El hombre que había estado postrado durante 20 años sin moverse, ahora estaba de pie. Lentamente, un tembloroso paso a la vez, Atiati bajó cada peldaño metiéndose en el agua, donde el admirado misionero lo tomó de la mano y lo bautizó. Luego pidió que lo llevaran desde la pila hasta la capilla, donde se le confirmó miembro de la Iglesia.
Atiati continuó su progreso y llegó a caminar con sólo la ayuda de un bastón. Le dijo al Élder Peters que la mañana de su bautismo supo que volvería a caminar. Dijo: “Dado que la fe puede mover una porfiada montaña, no tuve ninguna duda de que podría arreglar mis piernas”9. ¡Creo que podemos decir que Atiati realmente nació de nuevo!
Al igual que Atiati, cuando nos bautizamos, somos nacidos espiritualmente de Dios y tenemos el derecho de recibir Su imagen en nuestros rostros10. Deberíamos experimentar un gran cambio en nuestros corazones11 para así llegar a ser “nuevas criaturas”12 y ejercer la fe en la redención de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, con objeto de mantener nuestras normas de dignidad. Las normas personales de dignidad para ser bautizado en esta Iglesia son claras:
“…Todos los que se humillen ante Dios, y deseen bautizarse, y vengan con corazones quebrantados y con espíritus contritos, y testifiquen ante la iglesia que se han arrepentido verdaderamente de todos sus pecados, y que están dispuestos a tomar sobre sí el nombre de Jesucristo, con la determinación de servirle hasta el fin, y verdaderamente manifiesten por sus obras que han recibido del Espíritu de Cristo para la remisión de sus pecados, serán recibidos en su iglesia por el bautismo”13.
El bautismo por inmersión en el agua es “la ordenanza introductoria del Evangelio… y después del bautismo se debe recibir el don del Espíritu Santo a fin de que aquél sea completo”14. Como lo dijo una vez el profeta José Smith: “Tan provechoso sería bautizar un costal de arena como a un hombre, si su bautismo no tiene por objeto la remisión de los pecados y la recepción del Espíritu Santo. El bautismo de agua no es sino medio bautismo, y no vale nada sin la otra mitad, es decir, el bautismo del Espíritu Santo”15.
El pleno beneficio del perdón de los pecados por medio de la expiación del Salvador empieza con el arrepentimiento y el bautismo, y luego se extiende al recibir el Espíritu Santo. Como dijo Nefi, el bautismo es la puerta ”…y entonces viene una remisión de vuestros pecados por fuego y por el Espíritu Santo”16. La puerta del bautismo abre el camino a convenios y bendiciones adicionales por medio del sacerdocio y de las bendiciones del templo.
El don trascendental del Espíritu Santo, junto con la calidad de miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, se da por medio de la confirmación, por la imposición de manos de los que tienen la autoridad del sacerdocio. Esto lo aclaró bien Pablo a los efesios cuando dijo: ”…¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo.
“Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan.
“Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en JesÚs el Cristo.
“Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor JesÚs.
“Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo…”17.
Si son dignos, los que poseen este don espiritual pueden llegar a disfrutar mayor entendimiento y progreso y recibir guía en todas las actividades de la vida, tanto espirituales como temporales. El Espíritu Santo nos testifica de la verdad y estampa con tanta seguridad en nuestras almas la realidad de Dios el Padre y de Su Hijo, Jesucristo, que ningÚn poder o autoridad terrenal puede separarnos de ese conocimiento18. De hecho, el no tener el don del Espíritu Santo es algo parecido a tener un cuerpo sin un sistema inmunológico.
Creemos que el Espíritu de Cristo ilumina a todos los hombres y las mujeres19. Esto es distinto del don del Espíritu Santo.
El profeta José Smith enseñó que “hay una diferencia entre el Espíritu Santo y el don del Espíritu Santo”20. Muchos fuera de la Iglesia han recibido revelación por el poder del Espíritu Santo que los convenció de la verdad del Evangelio. Por medio de ese poder, los investigadores sinceros adquieren un testimonio del Libro de Mormón y de los principios de Evangelio antes de bautizarse. Sin embargo, las administraciones del Espíritu Santo tienen sus limitaciones si no se recibe el don del Espíritu Santo.
Aquellos que poseen el don del Espíritu Santo después del bautismo y la confirmación pueden recibir más luz y testimonio, y esto es porque el don del Espíritu Santo es “un testigo permanente y un don espiritual mayor que las manifestaciones comunes del Espíritu Santo”21. Es un don espiritual mayor porque el don del Espíritu Santo puede actuar como un “agente limpiador para purificar a la persona y santificarla de todos los pecados”22.
Debido a que el bautismo por agua y por el Espíritu es esencial para la salvación completa, en la naturaleza eterna de las cosas todos los hijos de Dios deben tener esta oportunidad, incluso aquellos que han vivido siglos antes. La doctrina del bautismo en el templo de los vivos por los muertos se entendía y practicaba en la iglesia cristiana primitiva. Pablo, en su gran análisis sobre la resurrección, razonó: “De otro modo, ¿qué harán los que se bautizan por los muertos, si en ninguna manera los muertos resucitan? ¿Por qué, pues, se bautizan por los muertos?”23. El hacer algo tan vital por aquellos que no pueden hacerlo por sí mismos es verdaderamente cristiano. Al dar Su vida para expiar los pecados de todo el género humano, JesÚs hizo por nosotros lo que no podemos hacer por nosotros mismos. El profeta Malaquías se refirió a este concepto cuando habló de la venida de Elías el profeta, quien haría “volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición”24. Esto se logra en gran medida por medio de la obra vicaria por los muertos.
Ninguna otra organización de la tierra hace más por cumplir la promesa de Malaquías que la Iglesia. A un gran costo y esfuerzo, la Iglesia es guardiana ahora del tesoro de registros familiares más grande del mundo. En la actualidad la Iglesia tiene 660 millones de nombres en el sitio web FamilySearch25. Esos registros se comparten libremente con cualquier persona que desee hacer investigación.
Como he vivido tantos años después de mi bautismo por agua, he llegado a valorar los dones espirituales del Espíritu Santo que he recibido por medio del bautismo por el Espíritu. Fui confirmado hace 72 años por alguien que tenía la autoridad, Joseph A. F. Everett, un amigo íntimo de mis padres y hombre muy noble.
Ruego humildemente que el Espíritu del Señor ponga Su sello sobre la importancia de las cosas sobre las cuales he hablado. Doy testimonio de que no podemos estar realmente convertidos hasta que “andemos en vida nueva”26y sintamos que somos una nueva persona, purificados “de [nuestros] antiguos pecados”27. Esto sólo puede lograrse al haber nacido de nuevo del agua y del Espíritu por medio del bautismo y de la recepción del don del Espíritu Santo. De esta forma recibimos perdón divino, por medio de lo cual podemos saber en nuestro corazón que nuestros pecados son perdonados28. Sé que esto es verdadero y lo testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.