Una invitación con promesa
“No basta con ser miembro de la Iglesia ni tampoco basta el serlo por puro formulismo”.
Para aquellos que anhelan la verdad espiritual, algunas cosas son fáciles de reconocer, y es de estas cosas que quiero dar testimonio. Dios está en los cielos, y nosotros, seres mortales, somos Su progenie. JesÚs es nuestro Redentor. José Smith fue un profeta de Dios y Gordon B. Hinckley es el profeta actual. Se reciben revelaciones, como en la antigüedad, y el reino de Dios, que es La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, está una vez más sobre la tierra.
Satanás es real y también él está sobre la tierra, y con sus legiones crea gran confusión entre los hijos de los hombres. Él no dice la verdad, no siente amor, no promueve el bien y no admite nada más que muerte y destrucción.
Por todo ello, levanto en este día “la voz de amonestación”1. Se trata de un recordatorio urgente y aleccionador, una invitación a todo hombre y mujer buenos de cualquier parte. Presten atención a las palabras de esta revelación recibida el 1 de noviembre de 1831:
“Por tanto, yo, el Señor, sabiendo las calamidades que sobrevendrían a los habitantes de la tierra, llamé a mi siervo José Smith, hijo, y le hablé desde los cielos y le di mandamientos…
“Porque no hago acepción de personas, y quiero que todo hombre sepa que el día viene con rapidez; la hora no es aÚn, mas está próxima, cuando la paz será quitada de la tierra, y el diablo tendrá poder sobre su propio dominio”2.
El Señor habla de calamidades que sobrevendrán a los habitantes de la tierra, las cuales vienen de diversas maneras. De vez en cuando, las fuerzas de la naturaleza se convulsionan y nos vemos afectados por su poder destructivo.
No obstante, más devastadoras son las calamitosas fuerzas del mal que de continuo nos acechan. De acuerdo con la profecía de 1831, la paz ha sido quitada de la tierra y el diablo tiene poder sobre su propio dominio. Sus modos seductores están cautivando a la gente. La tentación está en todas partes; la vulgaridad y las disputas se han convertido en un estilo de vida; lo que antes era algo espantoso, hoy es aceptado; lo que en un principio despierta la curiosidad, pronto cautiva y luego destruye.
Esta calamidad de la maldad continuará extendiéndose hasta que “todo el mundo… [gima] bajo… la servidumbre del pecado”3.
Por tanto, esta “voz de amonestación”nos advierte:
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Cuídense de las concupiscencias del mundo. Éstas estimulan los sentidos, pero esclavizan el alma. Los que caen en la red de la sensualidad descubren que no se puede salir fácilmente de ella.
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Cuídense de la riqueza del mundo. Sus promesas son tentadoras, pero su felicidad es un espejismo. El apóstol Pablo escribió: “Porque raíz de todos los males es el amor al dinero”4.
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Cuídense de la preocupación excesiva por uno mismo. Los puntos altos son un engaño; los puntos bajos son desesperantes. El amor, la amabilidad, el desarrollo personal y el verdadero amor propio se hallan en el servicio a Dios y a nuestros semejantes, y no en el servicio a uno mismo.
En medio de estos peligros existe un puerto seguro. De la revelación anteriormente citada procede la siguiente certeza:
“Y también el Señor tendrá poder sobre sus santos, y reinará en medio de ellos, y bajará en juicio sobre Idumea, o sea, el mundo”5.
Hay seguridad en ser un santo. A los miembros de la Iglesia de Jesucristo se les conoce como Santos de los Últimos Días, apelativo que, aparte de ser la designación del Señor para los que pertenecen a Su Iglesia, sirve también de invitación a llevar una vida mejor.
Fui consciente de ello cuando, hace unos años, siendo un padre joven, precisaba comprar ropa para asistir al templo. Tras entrar en una tienda, dirigí mi atención a un letrero que había en el mostrador y que decía: “Sólo para Santos de los Últimos Días”. El mensaje me sorprendió y comencé a cavilar: ¿Por qué dice “Sólo para Santos de los Últimos Días”?, me pregunté. ¿Por qué no dice algo como “Sólo para miembros de la Iglesia investidos”? ¿Por qué saca el tema de ser “Santo de los Últimos Días?”
Los años han atenuado mi naturaleza impetuosa y aquel encuentro argumentativo de hace tanto tiempo se ha convertido en un momento atesorado y decisivo. La experiencia me enseñó que no basta con ser miembro de la Iglesia ni tampoco basta el serlo por puro formulismo en esta época de cinismo e incredulidad. Se hacen necesarias la espiritualidad y la vigilancia de los que son santos.
El ser santo es ser bueno, puro y honrado. Para tales personas, las virtudes no sólo se expresan, sino que se viven. Para los Santos de los Últimos Días, el reino de Dios, o la Iglesia, no es algo secundario, sino que es la esencia y la sustancia de sus vidas. El hogar es “un pedacito de cielo”6 y no un hotel. La familia no es tan sólo una entidad social o biológica, sino que es la unidad básica eterna del reino de Dios, donde el Evangelio de Jesucristo se enseña y se vive. De hecho, los Santos de los Últimos Días se esfuerzan diligentemente por ser un poco mejores, más amables y nobles en los aspectos cotidianos de la vida.
Es el Señor quien marca la senda para llevar a cabo este progreso. Él dijo: “Por tanto, no busquéis las cosas de este mundo, mas buscad primeramente edificar el reino de Dios, y establecer su justicia…”7.
El aferrarse a este curso provee a los Santos de los Últimos Días de los medios para evitar los traicioneros arrecifes del mundo; y al vivir de este modo, permite que los miembros de la Iglesia lleguen a ser el pueblo del convenio del Señor. Disponemos para nuestra época de la siguiente guía profética del presidente Hinckley respecto a cómo hacerlo. Cito:
“Somos un pueblo de convenios. He tenido la impresión de que si podemos motivar a nuestro pueblo a vivir de acuerdo con tres o cuatro convenios, todo lo demás encajará en su sitio…
“El primero de estos convenios es la Santa Cena, donde tomamos sobre nosotros el nombre del Salvador y acordamos guardar Sus mandamientos con la promesa que nos hace de que nos bendecirá con Su espíritu…
“Segundo, el convenio del diezmo… La promesa… dice que él reprenderá al devorador y que abrirá las ventanas de los cielos y derramará bendición hasta que sobreabunde…
“Tercero, los convenios del templo: El sacrificio o la disposición para sacrificarse por la obra del Señor --e inherente a esta ley es la esencia misma de la Expiación… La consagración, relacionada con la anterior, es la disposición para darlo todo, si fuere necesario, para colaborar con el progreso de esta obra. También es un convenio de amor y lealtad mutuos a los vínculos del matrimonio, la fidelidad, la castidad y la moralidad.
“Si tan sólo nuestro pueblo aprendiera a vivir segÚn estos convenios, todo lo demás encajaría en su sitio y yo me daría por satisfecho”8.
Las concupiscencias del mundo pierden su atractivo cuando la Santa Cena ocupa su debido lugar en nuestra vida. Este convenio permite a los fieles mantenerse “sin mancha del mundo”9.
La riquezas del mundo pierden su peligro a través de la lealtad consciente al diezmo del Señor. El devolverle una décima parte de todo lo que él nos da engendra en la persona un amor hacia Dios por encima de todo lo demás; hace que el obediente acceda a la ley mayor de dar sin que se le mande. Se aceptan el ayuno y sus ofrendas, y se genera un poder que nos libra de las ataduras de la iniquidad, aligera nuestras pesadas cargas, bendice a los menos afortunados y fortalece los lazos familiares10. El convenio del diezmo aleja a los fieles del amor al dinero y sus correspondientes trampas.
La preocupación excesiva por uno mismo se entrega al sacrificio, la consagración y los demás sagrados convenios del templo. Puesto que el Salvador del mundo lo dio todo para que podamos ser salvos, estos convenios nos permiten darlo todo en el cumplimiento de los propósitos de nuestro Padre Celestial para con Sus hijos.
Así que, no tengamos miedo. Las cosas que el mundo considera débiles vencen las maldades que parecen fuertes y poderosas. Los hombres rectos hablan en el nombre de Dios el Señor. La fe aumenta en la tierra y los convenios sempiternos florecen en la vida de los Santos de los Últimos Días. La plenitud del Evangelio de Cristo se proclama mediante el precepto y el ejemplo hasta los confines del mundo, y el pueblo del convenio del Señor prepara esta tierra para Su Segunda Venida11. Éste es nuestro deber. Ruego que el Señor nos sostenga, es mi oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.