El poder del sacerdocio
“Aun cuando el poder del sacerdocio es ilimitado, nuestro poder individual en el sacerdocio está limitado por nuestro grado de rectitud o de pureza”.
Hermanos poseedores del sacerdocio de todo el mundo: Espero que apreciemos el inestimable privilegio de poseer el sacerdocio de Dios. Su valor es inconmensurable.
Por medio de su poder se han creado, se crean y aÚn se crearán y organizarán mundos, e incluso universos. Por medio de su poder se efectÚan ordenanzas que, al ir acompañadas de rectitud, permiten que las familias vivan juntas para siempre, que se perdonen los pecados, que se sane al enfermo, que el ciego vea e incluso que se restaure la vida.
Dios desea que nosotros, Sus hijos, poseamos el sacerdocio y que aprendamos a usarlo adecuadamente. Nos ha explicado que:
“NingÚn poder o influencia se puede ni se debe mantener en virtud del sacerdocio, sino por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero;
“por bondad y por conocimiento puro…”1.
Porque si ”…ejerce[mos] mando, dominio o compulsión sobre las almas de los hijos de los hombres, [especialmente sobre nuestras esposas e hijos] en cualquier grado de injusticia, he aquí, los cielos se retiran, el Espíritu del Señor es ofendido, y cuando se aparta, se acabó el sacerdocio o autoridad de tal hombre”2.
Y así vemos que, aun cuando el poder del sacerdocio es ilimitado, nuestro poder individual en el sacerdocio está limitado por nuestro grado de rectitud o de pureza.
Así como se requieren cables limpios conectados debidamente para llevar el poder de la electricidad, también se precisan manos limpias y corazones puros para conducir el poder del sacerdocio. La suciedad disminuye o impide el paso de la electricidad. Las acciones y los pensamientos impuros interfieren con el poder individual del sacerdocio. Si somos humildes, limpios y puros de manos, de corazón y de mente, nada que sea justo es imposible. Un antiguo refrán oriental declara: “Si un hombre vive una vida pura, nada podrá destruirle”3.
Por el amor que nos tiene, Dios ha decretado que cualquier hombre digno, no importa su riqueza, educación, color, cultura o idioma, puede poseer Su sacerdocio. Así, cualquier hombre adecuadamente ordenado, que sea limpio de manos, de corazón y de mente puede conectarse con el poder ilimitado del sacerdocio. Aprendí bien esa lección hace años, cuando era un joven misionero en el Pacífico Sur.
Mi primera asignación fue en una pequeña isla a cientos de kilómetros de la oficina de la misión, donde nadie hablaba inglés y yo era el Único hombre blanco. Se me había dado un compañero local de nombre Feki, que en ese entonces servía en una misión de servicio a la Iglesia en obras de construcción y era presbítero en el Sacerdocio Aarónico.
Después de ocho días con sus noches, mareado en una pequeña y maloliente embarcación, llegamos a Niuatoputapu. Tuve problemas con el calor, los mosquitos, la comida desconocida, la cultura y el idioma, además de sentir añoranza por mi hogar. Una tarde escuchamos llantos de angustia y vimos a una familia que nos traía el cuerpo flácido y casi sin vida de su hijo de ocho años. Entre gemidos dijeron que su hijo se había caído de un árbol de mango y que no respondía a nada. Los fieles padres lo pusieron en mis brazos y dijeron: “Usted tiene el Sacerdocio de Melquisedec; devuélvanoslo sano y salvo”.
Aun cuando mi conocimiento del idioma todavía era limitado, entendí lo que deseaban y tuve miedo. Quería escapar lejos, pero las expresiones de amor y de fe que brillaban en los ojos de los padres y de los hermanos y hermanas me mantuvieron inmóvil en mi lugar.
Miré esperanzado a mi compañero. Se encogió de hombros y dijo: “Yo no tengo la autoridad adecuada. Usted y el presidente de rama poseen el Sacerdocio de Melquisedec”. Como Último recurso, dije: “Entonces éste es el deber del presidente de la rama”.
No bien hube dicho eso, apareció el presidente de la rama. Había escuchado la conmoción y salió de su huerto. Estaba sudando y cubierto de tierra y barro. Me volví a él y le expliqué lo que pasaba y traté de entregarle el niño. Retrocedió y dijo: “Me voy a lavar y a cambiar de ropa y luego lo bendeciremos y veremos qué dice Dios”.
Alarmado exclamé: “¿No lo ve? ¡Necesita ayuda ahora!”.
Calmadamente replicó: “Sé que necesita una bendición. Una vez que me lave y me cambie de ropa, traeré aceite consagrado y nos dirigiremos a Dios y veremos cuál es Su voluntad. No puedo ni me dirigiré a Dios con las manos sucias y con barro en la ropa”. Se fue y me dejó con el niño en brazos. Me quedé sin palabras.
Finalmente regresó, limpio de cuerpo y de ropa, y percibí que de corazón también. “Ahora estoy limpio”, dijo, “así que recurriremos al trono de Dios”.
Ese maravilloso presidente de rama tongano, con manos limpias y corazón puro, dio una hermosa y poderosa bendición del sacerdocio. Yo me sentí más como testigo que como participante. A mi mente vinieron las palabras del salmista: “¿Quién subirá al monte de Jehová?… El limpio de manos y puro de corazón”4. En esa pequeña isla un digno poseedor del sacerdocio ascendió al monte del Señor y el poder del sacerdocio descendió de los cielos y autorizó que la vida de un niño continuara.
Con el fuego de la fe brillándole en los ojos, el presidente de rama me dijo qué hacer. Se requirió mucha más fe y esfuerzos pero, el tercer día, ese niño de ocho años, lleno de vida, estaba reunido con su familia.
Espero que entiendan y sientan estas verdades. Ésa era una isla pequeñísima en medio de un inmenso océano, sin electricidad, ni hospital ni doctores, pero nada de eso importaba; porque además de mucho amor y fe, había un presidente de rama que poseía el Sacerdocio de Melquisedec, que entendía la importancia de la pureza de las manos y del corazón y de la expresión externa de mantener limpio el cuerpo y la ropa, y quien ejerció el sacerdocio en rectitud y pureza de acuerdo con la voluntad de Dios. Ese día, su poder individual en el sacerdocio fue suficiente para ponerse en contacto con el poder ilimitado del sacerdocio sobre la vida terrenal.
Cuando observo los cielos de noche y contemplo las galaxias sin fin que en ellos hay, me asombro ante el pequeño punto que representa la tierra y en cuán infinitamente pequeño soy yo. Sin embargo, no siento temor, soledad, insignificancia ni distancia de Dios, porque he sido testigo del poder de Su sacerdocio que está relacionado con las manos limpias y un corazón puro en una diminuta isla en el vasto océano.
Hermanos, esa conexión está a disposición de todos nosotros, no importa dónde, cuándo ni en qué circunstancias vivamos, siempre que nuestras manos, nuestro corazón y nuestras mentes estén limpios y puros. No se puede tener poder individual en el sacerdocio si se carece de pureza individual.
Simplemente debemos trabajar más fuerte para purificar nuestras vidas por medio del servicio a los demás en formas más cristianas. Siempre hay oportunidades de servir: en nuestras familias, en la Iglesia, en una misión, en los templos y entre nuestros semejantes. El servicio noble requiere trabajo duro, profundo sacrificio y desinterés completo. Cuanto mayor sea el sacrificio, tanto mayor es el nivel de pureza.
Dios, que está lleno de luz, vida y amor, desea que poseamos Su sacerdocio y que lo utilicemos apropiadamente para transmitir esa luz, esa vida y ese amor a todos los que nos rodean. Por otra parte, Satanás, el príncipe de las tinieblas, desea disminuir al máximo la luz, la vida y el amor. Dado que no hay nada que Satanás pueda hacer en cuanto al poder del sacerdocio, concentra sus energías en tratar de limitar nuestro poder individual en el sacerdocio al tratar de ensuciar nuestras manos, corazones y mentes por medio del abuso, la ira, la negligencia, la pornografía, el egoísmo o cualquier otra iniquidad que pueda tentarnos a hacer o pensar. Él sabe que si nos puede corromper lo suficiente en forma individual, puede mantenernos, hasta ese grado, lejos de la pureza necesaria para ejercer el sacerdocio en forma apropiada y para traer más luz, vida y amor a esta tierra y a todos sus habitantes, tanto del pasado, como del presente y del futuro.
Queridos hermanos, no vendan su preciosa primogenitura del sacerdocio por un plato que se presente en forma inapropiada o pornográfica. Recuerden que los castillos de arena que edificamos en la playa de la vida terrenal, no importa cuán detallados sean, al final se los llevarán las olas. Sólo la pureza de las manos, del corazón y de la mente nos permitirá tener acceso al máximo poder del sacerdocio para bendecir de verdad a los demás y un día poder edificar mansiones eternas más hermosas y perdurables de lo que podamos imaginar.
He aprendido por mí mismo que Dios vive, que JesÚs es el Cristo, que él es mi amigo y su amigo. Sé que JesÚs es la personificación perfecta del poder puro del sacerdocio. Sigámosle.
Ruego que todos sirvamos con más pureza de corazón para que nuestro poder individual en el sacerdocio llegue a su plenitud por medio del amor perfecto de él, cuyo sacerdocio poseemos.
En el nombre de Jesucristo. Amén.