2000–2009
“Humillarte ante tu Dios”
Abril 2001


“Humillarte ante tu Dios”

“La verdadera humildad nos llevará inevitablemente a decir a Dios: ’Hágase tu voluntad’ ”.

Uno de los temas memorables de la Conferencia General de octubre pasado fue que, además de estar preocupados por lo que hacemos, nosotros, los Santos de los Últimos Días, debemos prestar atención a lo que somos y a lo que nos estamos esforzando por llegar a ser1. Teniendo en mente ese principio, en noviembre pasado escuché con atención el discurso que el presidente Gordon B. Hinckley dirigió a los jóvenes de la Iglesia. Me emocionaron los seis valiosos granitos de sabiduría que él compartió al describir lo que la juventud debía ser. Uno de los seis --”Sean humildes”-- fue de especial interés para mí.

Cuando le sugerí a mi esposa hace algunas semanas que, debido al discurso del presidente, estaba considerando la “humildad”como posible tema para mis palabras de hoy, ella se detuvo, y con cierto brillo en la mirada, me dijo en broma: “Bueno, ¡te quedan sólo unos días para adquirirla!”. Al haber sido alentado de esa manera, he reflexionado en lo que podría abarcar el obedecer el mandato del presidente Hinckley: “Sean humildes”.

Para comenzar, no deberá causarnos sorpresa el saber que, a juicio de algunos, la humildad tiene una clasificación bastante baja en la escala de los rasgos de personalidad que se desean. En los Últimos años se han escrito libros muy populares acerca de la integridad, el sentido comÚn, la urbanidad y una multitud de otras virtudes, pero es evidente que hay muy poca demanda para la humildad. Es obvio que en estos tiempos sin refinamiento, en los que se nos enseña el arte de negociar por medio de la intimidación, y la agresividad se ha convertido en la expresión preferida del mundo de los negocios, los que intentan ser humildes serán una minoría reducida y despreciada pero sumamente importante.

El tratar voluntariamente de adquirir humildad es a la vez problemático. Recuerdo que una vez escuché a uno de mis colegas de los Setenta decir acerca de la humildad: “Si piensas que la tienes, es que no la tienes”. Sugirió que debíamos tratar de cultivar la humildad y de estar seguros de no enterarnos cuándo la obtuviésemos, y que de ese modo la tendríamos. Pero, si alguna vez pensábamos que la teníamos, entonces no la teníamos2.

Esa es una de las lecciones que enseña C. S. Lewis en sus conocidas Screwtape Letters. En la carta XIV, un buen hombre está siendo reclutado por un diablo y el aprendiz que está a su lado empieza a volverse humilde, y el diablo dice que “eso es muy malo”. Con gran percepción, Lewis hace que el diablo diga a su compañero: “Tu paciente se ha vuelto humilde; ¿se lo has hecho notar?”3.

Por suerte, el Salvador nos ha dado un modelo para cultivar la humildad. Cuando Sus discípulos fueron a él y le preguntaron: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”, él respondió poniendo a un niño en medio de ellos y diciendo: ”…cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos”4.

En ese pasaje, el Salvador nos enseña que el llegar a ser humildes es ser como un niño. ¿Cómo puede volverse una persona como un niño y cuáles son las cualidades de niño que debemos cultivar? El rey Benjamín, en su profundo sermón del Libro de Mormón, nos proporciona una guía:

“Porque el hombre natural es enemigo de Dios, y lo ha sido desde la caída de Adán, y lo será para siempre jamás, a menos que se someta al influjo del Santo Espíritu, y se despoje del hombre natural, y se haga santo por la expiación de Cristo el Señor, y se vuelva como un niño sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor y dispuesto a someterse a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre él, tal como un niño se somete a su padre”5.

El rey Benjamín parece enseñar que el volverse como un niño es un proceso gradual de desarrollo espiritual durante el cual obtenemos ayuda por medio del Espíritu Santo y nuestra confianza en la expiación de Cristo. Durante ese proceso, adquiriremos finalmente los atributos de un niño: mansedumbre, humildad, paciencia, amor y sumisión espiritual. La verdadera humildad nos llevará inevitablemente a decir a Dios: “Hágase tu voluntad”. Y, debido a que lo que somos afecta lo que hacemos, nuestra sumisión se reflejará en nuestra reverencia, gratitud y disposición para aceptar llamamientos, consejo y corrección.

Una historia familiar que preservan los descendientes de Brigham Young, ilustra la naturaleza sumisa de la humildad. Se dice que en una reunión pÚblica, el profeta José, quizás como prueba, reprendió severamente a Brigham Young por algo que había hecho o que se suponía debía haber hecho pero que no hizo; los detalles no están muy claros. Cuando José terminó de reprenderlo, todos los presentes se quedaron esperando la respuesta de Brigham Young. Ese hombre poderoso, al que se le conocería más adelante como el León del Señor, en una voz que denotaba sinceridad, dijo sencilla y humildemente: “José, ¿qué desea que haga?”6.

El poder de esa respuesta brinda un sentimiento de humildad. Nos recuerda que el acto más grandioso de valor y amor en la historia de la humanidad --el sacrificio expiatorio de Cristo-- fue también el acto más grandioso de humildad y sumisión. Algunos se preguntarán si quienes tratan de ser humildes deben ceder ante las firmes opiniones y posiciones de los demás. Por cierto, la vida del Salvador pone de manifiesto que la verdadera humildad no tiene nada que se asemeje a la ciega sumisión, ni a la debilidad, ni al servilismo.

Otra perspectiva Útil sobre la humildad se obtiene al examinar lo contrario: el orgullo. De la misma forma que la humildad conduce a otras virtudes, tales como la modestia, el ser dóciles para la enseñanza y la sencillez, el orgullo conduce a muchos otros vicios. La teología de los Santos de los Últimos Días muestra que fue por el orgullo que Satanás se convirtió en el adversario de la verdad. El aumento de esa arrogancia, llamada hubris [en griego], fue lo que los hombres sabios de la antigua Grecia describieron como el camino seguro a la destrucción.

Hace doce años, el presidente Ezra Taft Benson pronunció un poderoso discurso en una conferencia en la que declaraba que el orgullo es “el pecado universal, el gran vicio”7. Enseñó que el orgullo es de naturaleza fundamentalmente competitiva y hace referencia a esta cita de C. S. Lewis: “El orgullo no encuentra placer en poseer algo, sino en poseerlo en mayor cantidad que el vecino. Decimos que la gente está orgullosa de ser rica o inteligente o bien parecida, pero no es así. Ellos están orgullosos de ser los más ricos, los más inteligentes o mejor parecidos que los demás. Si alguien más llega a ser igualmente rico, inteligente o bien parecido, no hay nada de lo cual estar orgulloso. Lo que nos enorgullece es la comparación, el placer de colocarnos por encima de los demás. Una vez que desaparece el elemento de competencia, el orgullo deja de existir”8. ¡Qué comentario interesante acerca del mundo altamente competitivo y por consiguiente orgulloso! ¡Qué importante recordatorio también para los que somos bendecidos con la “plenitud del Evangelio”para evitar así tanto la condición como la apariencia de altanería o condescendencia en todas nuestras relaciones humanas.

En ocasiones pienso cómo sería la vida si todos poseyéramos más humildad.

Imaginen un mundo en el cual el pronombre nosotros reemplazara al predominante pronombre yo.

Piensen en el impacto que tendría en la bÚsqueda de conocimiento si el instruido sin ser arrogante fuese la norma.

Reflexionen en el ambiente que existiría dentro de un matrimonio o una familia, o en realidad cualquier organización, si por medio de una sincera humildad los errores se admitieran y se perdonaran con franqueza, si no tuviéramos miedo de alabar a los demás por temor de que ellos se aprovecharan de nosotros, y si todos nosotros pudiéramos escuchar tan bien como ahora hablamos.

Consideren las ventajas de la vida en una sociedad en la cual las consideraciones de los niveles sociales fuesen sólo secundarias, donde los ciudadanos se preocuparan más por sus responsabilidades que de sus derechos y donde los que poseen autoridad incluso obraran en ocasiones por iniciativa propia y admitiesen con humildad: “¡Quizás esté equivocado!”¿Debe la necesidad de “tener la razón”consumirnos totalmente? No hay duda de que esa intolerancia hacia los demás y sus puntos de vista no es nada más ni nada menos que el hubris [orgullo] que los griegos veían y contra el cual amonestaban como el pecado suicida. Nos preguntamos lo diferente que se habría escrito incluso la reciente historia del mundo si sus personajes principales hubiesen sido receptivos a la tierna influencia de la humildad.

Y más importante aÚn, piensen en el papel que desempeña la humildad en el proceso del arrepentimiento. ¿No es la humildad, junto con una fe firme en Cristo, lo que lleva al transgresor hacia Dios en oración, a pedir disculpas a la persona que ha ofendido, y, cuando sea necesario, a su líder del sacerdocio en confesión?

Me siento agradecido por los ejemplos de humildad que he tenido en la vida.

Una vez mi padre, en el acaloramiento y la frustración de una hÚmeda tarde de julio, reaccionó exageradamente ante mis errores de agricultor novato y me castigó de una forma que yo consideré excesiva dado el delito cometido. Más tarde, se acercó a mí con una disculpa y una muy apreciada expresión de confianza en mi capacidad. Esa humilde expresión ha permanecido en mis recuerdos por más de 40 años.

He visto una humildad constante en mi maravillosa esposa. Al igual que Nefi pidió guía a Lehi después de que éste hubo flaqueado momentáneamente, ella ha permanecido a mi lado por 34 años y me ha apoyado y amado con constancia “a pesar de mi debilidad”9.

A menudo me siento conmovido por las manifestaciones de humildad en las Escrituras. Tomemos en cuenta a Juan el Bautista, quien declaró acerca del Salvador: “Es necesario que él crezca, para que yo mengüe”10. Piensen en Moroni, quien nos ruega que no le condenemos por sus imperfecciones, sino que demos gracias a Dios por haber puesto de manifiesto sus imperfecciones para que aprendiéramos a ser más sabios que él11. Tampoco debemos olvidar la exclamación de Moisés, quien, después de haber visto la grandeza de Dios y de Sus creaciones, reconoció que “Por esta causa, ahora sé que el hombre no es nada, cosa que yo nunca me había imaginado”12. ¿No es acaso la admisión de Moisés de nuestra dependencia total en Dios el comienzo de la verdadera humildad?

Estoy de acuerdo con la declaración memorable del autor inglés John Ruskin de que “la primera prueba de un hombre verdaderamente notable es su humildad”. Luego dijo: “Por humildad, no me refiero a dudar de su propia valía; sin embargo, los hombre notables de verdad tienen un sentimiento inusual de que su grandeza no está en ellos sino que se manifiesta a través de ellos. Y ven algo divino en cada hombre y son siempre, inocentemente, increíblemente agradecidos”13.

Miqueas, el profeta del Antiguo Testamento, al igual que nuestro profeta viviente, el presidente Hinckley, se preocupaba por nutrir el desarrollo de la humildad. A su pueblo, dijo: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”14.

Que Dios nos bendiga a todos para que nos humillemos ante Dios y ante todos los hombres. Testifico que el presidente Gordon B. Hinckley es un profeta verdadero y que su consejo “Sean humildes”proviene de Dios. Testifico que Jesucristo, el manso y dócil Hijo de Dios, personifica la humildad. Sé que será en humildad que un día nos arrodillaremos a los pies del Salvador para ser juzgados por él15. Que vivamos para estar preparados para ese humilde momento, es mi oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Neal A. Maxwell, “Los artificios y las tentaciones del mundo”, Liahona, enero de 2001, pág. 43; Dallin H. Oaks, “El desafío de lo que debemos llegar a ser”, Liahona, enero de 2001, págs. 40–43.

  2. Albert Choules, Jr., minutas no publicadas de una reunión del Quórum de los Setenta, 15 de abril de 1993.

  3. The Screwtape Letters, 1982, págs. 62–63.

  4. Mateo 18:1, 4.

  5. Mosíah 3:19.

  6. Véase Truman G. Madsen, “Hugh B. Brown--Youthful Veteran”, New Era, abril de 1976, pág. 16.

  7. Presidente Ezra Taft Benson, “Cuidaos del orgullo”, Liahona, mayo de 1989, pág. 6.

  8. Mere Christianity, 1960, pág. 95.

  9. 2 Nefi 33:11.

  10. Juan 3:30.

  11. Véase Mormón 9:31.

  12. Moisés 1:10.

  13. The Works of John Ruskin, ed. E. T. Cook y Alexander Weddenburn, 39 tomos, 1903–1912, tomo 5, pág. 331.

  14. Miqueas 6:8.

  15. Véase Mosíah 27:31; D. y C. 88:104.