La gratitud y el servicio
“Que en su pecho arda un sentimiento ferviente; que en este día sientan lo que yo siento; que esta obra es verdadera y cuyo objetivo es el ayudarnos a llevar a cabo el plan eterno de salvación y exaltación”.
Mis queridos hermanos y hermanas, he orado para que las bendiciones del cielo estén conmigo en estos momentos en que hablo desde este pÚlpito esta tarde. Quiero expresar algunas palabras acerca de la gratitud y agradecer a algunas personas que han influido en mi vida.
Traten de remontarse al 1º; de mayo de 1890. Un joven y una joven de un pequeño poblado alrededor de 400 kilómetros de distancia del Templo de Logan deciden casarse. No había autopistas ni carreteras impresionantes; sólo había caminos entre arbustos, caminos para carretas.
Probablemente tomaba alrededor de seis o siete días de camino. Durante el mes de mayo es la temporada de lluvia en el sur de Idaho y en Utah. Imaginen el viaje en una calesa, vestidos con su mejor ropa y llevar algunas pertenencias, quizá comida para los caballos y un poco de comida para sí mismos en bolsitas de algÚn tipo. No tenían ropa lujosa ni abrigada; no tenían sacos de dormir ni linternas ni hornillas portátiles para cocinar. Seguramente tenían cerillos y tenían que buscar arbustos secos para hacer una fogata a fin de cocinar.
Imagínense, traten de pensar por un momento y de concebir la gratitud que siento y las bendiciones que ellos trajeron a mi vida al hacer un largo viaje al sitio donde iban a casarse. ¿Tuvieron inconvenientes? Eso no los detuvo y siguieron con su objetivo. Piensen en lo que ha sucedido en los Últimos años con el presidente Hinckley, la inspiración y dirección que él ha tenido para edificar templos en todo el mundo. Y piensen en lo que muchos tuvieron que pasar hace unos años para asistir al templo.
Esas bendiciones han llegado a mi vida gracias a mis padres y a otras personas que han influido en mi vida: los maestros y las buenas personas con quienes he convivido.
Cuando tenía unos 11 años de edad, llegó un hombre a nuestro pequeño poblado para enseñar en una escuela de la Iglesia. Él tocaba un poco el violín y no habíamos escuchado a nadie tocar el violín en mucho tiempo. Mi madre quedó impresionada, se consiguió un pequeño violín, supongo que lo encontró en alguna venta de beneficencia, y decidió que yo debía aprender a tocarlo.
Aun cuando yo nunca había visto a nadie tocar el violín en pÚblico, el maestro fue a mi casa y empezó a darme lecciones sencillas. Había logrado cierto progreso para cuando nos graduamos del octavo grado en la escuela primaria, y se me pidió tocar un solo en el violín para la ceremonia de graduación que iba a tomar lugar en la escuela de segunda enseñanza.
Ensayé con sumo cuidado una corta pieza que recuerdo se llamaba “Traumerei”. Mi hermana, que era cuatro años mayor que yo y quien en ese tiempo era una de las jóvenes más populares en la escuela de segunda enseñanza, me acompañó al piano. En la ceremonia de graduación, Connie McMurray era la mejor alumna y tenía el discurso de despedida. Las muchachas siempre son más listas que los muchachos. Mientras ella daba su discurso, había un pequeño pedestal con una jarra de agua y un vaso para la comitiva escolar. Los miembros de la comitiva, junto con algunos de los graduados del octavo grado, estábamos en el estrado.
A medida que Connie McMurray daba su célebre discurso de despedida, nos dimos cuenta de que la carpetita que estaba debajo de la jarra de agua en el pedestal se iba moviendo hacia el borde y ¡zas, que se cae junto con la jarra y el vaso! Connie McMurray cayó desmayada.
En medio del apuro por limpiar el agua y por arreglar las sillas, se anunció que David Haight iba a tocar un solo en el violín. Me acerqué al viejo piano y mi hermana se levantó de la audiencia. Saqué mi sencillo y pequeño violín del estuche de madera y mi hermana se sentó frente al piano y tocó la nota La. Le dije: “Empieza tÚ”.
Me dijo: “David, tienes que afinarlo”.
Le dije: “No, no, ya lo afiné con el piano en casa”. Teníamos un viejo piano en casa. Ya saben cómo era en esos tiempos: un piano y unos libros era todo lo que se necesitaba para la familia. Había afinado cuidadosamente las cuerdas girando las clavijas de ébano del violín, pero no sabía que no todos los pianos eran iguales. Así que cuando mi hermana dijo: “Tienes que afinarlo”, yo le contesté: “No, no, ya está afinado. Lo afiné en casa”.
Ella prosiguió y tocó la introducción, y luego yo toqué mi primera nota. Estábamos desafinados por dos notas.
Ella tocó más despacio y le dije: “Sigue tocando”, porque no podía imaginar el desperdiciar el tiempo de la audiencia tan famosa para la que estaba tocando, aproximadamente 100 personas en ese pequeño auditorio. Uno no hace esperar a la audiencia en Carnegie Hall para afinar el violín. Sería de muy mal gusto. Eso se hace tras las bambalinas, de manera que cuando empiezas a tocar es porque ya estás listo.
Ella aminoró la velocidad. Le dije: “Sigue tocando”. Terminamos y no me dirigió la palabra por varios días.
Quiero rendir honores al pequeño poblado donde viví con mis padres, donde me crié y donde fueron amables y buenos conmigo. Agradezco el conocimiento que recibí de mis amorosos padres.
Estoy agradecido por mi esposa, Ruby, que llegó a mi vida, por nuestros hijos, por nuestros nietos y por nuestros bisnietos, y también por las personas que forman parte de mi vida actual y que son una influencia en mi vida. Espero tener cierta influencia para bien en la vida de ellas.
Recordarán el pasaje de Juan el Bautista cuando habló a Juan el Amado y a Andrés en la ocasión en que se reunieron con el Salvador. Juan el Bautista comentó: “He aquí el Cordero de Dios” (Juan 1:36). Y el Salvador, uniéndose a ellos, a Juan el Bautista, Juan el Amado y Andrés, dijo: “¿Qué buscáis?”.
Y en la conversación que está registrada, uno de ellos dijo: “¿Dónde moras?” (Juan 1:38).
Y el Salvador dijo, “Venid y ved” (Juan 1:39).
Siguieron al Salvador, y segÚn la breve relación que tenemos, estuvieron con él hasta la hora décima. Parece que pasaron la noche con él, pero no se sabe dónde moraba él o qué tipo de vivienda tenía.
Juan y Andrés permanecieron con el Salvador durante varias horas. Imaginen el estar en Su presencia y poder sentarse ante él y verle a los ojos, o escucharle explicar quién era y por qué había venido a la tierra y escuchar la inflexión de Su voz al describir lo que dijo a esos jóvenes. Seguramente le estrecharon la mano y sintieron esa preciosa y maravillosa presencia al escucharle.
Después de ese encuentro, el pasaje cuenta que Andrés fue a buscar a su hermano Simón porque tenía que contarle a alguien lo sucedido. Cuando nos reunimos en una grandiosa conferencia como ésta y hablamos del Evangelio y de la responsabilidad y la oportunidad que tenemos, imaginen si esto nos hubiese sucedido a cualquiera de nosotros, el haber estado ante esa divina y preciosa presencia, y haberle escuchado a él, y haberle estrechado la mano, y haberle visto a los ojos, y haber escuchado lo que tenía que decir.
Cuando Andrés encontró a su hermano Simón, le dijo: “Hemos hallado al Mesías” (Juan 1:41). Probablemente le dijo: “Estuvimos en Su presencia; sentimos Su personalidad; sabemos que lo que dice es verdad”. Sí, Andrés tenía que decírselo a alguien.
Eso es lo que hacemos cuando damos a conocer lo que sabemos y lo que entendemos. Agradezco el conocimiento que tengo de que Dios vive y de que es nuestro Padre, y el entendimiento que tengo de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo, JesÚs el Cristo, nuestro Salvador y Redentor de toda la humanidad.
Hace unos días recibí una carta de un hermano de Edimburgo, Escocia. Su nombre es George Stewart. Se sorprenderá de que mencione esto, pero él quería agradecerme porque cuando tenía 15 años de edad, hace unos 40 años, yo fui presidente de misión en Escocia. Él deseaba darme las gracias por los misioneros que llegaron a su casa en Thornliebank, una de las áreas de Glasgow, donde se unió a la Iglesia junto con su madre.
Decía que a medida que iba adquiriendo un testimonio del Libro de Mormón, y lo empezó a leer, no podía dejar de leerlo porque sabía que era verdad. Continuó leyéndolo y obtuvo un testimonio del Evangelio en su juventud. Él recuerda que visitaba la casa de la misión y que éramos amables con él y que pasábamos mucho tiempo con los jóvenes debido a que asistían a la mutual, la cual estábamos empezando en las ramas.
Luego mencionó las bendiciones que habían llegado a su vida cuando era joven, que había conocido a su amada esposa en esa pequeña rama, y que se casaron y tuvieron cuatro hijos: uno que sirvió una misión en Washington, D.C.; otro que sirvió una misión en Leeds, Inglaterra; una hija que se casó en el templo; y otra que está esperando el regreso de un misionero. Expresó su gratitud por todas las bendiciones que había recibido en el transcurso de su vida y en la vida de sus hijos que habían servido misiones y en la de sus hijas.
Durante los Últimos 40 años, ha sido cuatro veces obispo en cuatro unidades distintas y su esposa ha sido presidenta de la Sociedad de Socorro en tres ocasiones. Actualmente, él es consejero de la presidencia de la estaca de Edimburgo. Él dice: “Me jubilaré muy pronto de la empresa donde trabajo. He logrado mucho y ahora planeamos servir una misión juntos”.
Luego me dijo: “Esta maravillosa Iglesia ha tejido un manto de milagros en nuestras vidas”. Lo voy a repetir: “Esta maravillosa Iglesia ha tejido un manto de milagros en nuestras vidas”.
Luego relató cómo el Evangelio llegó a su vida, a la de su esposa, a la de todos sus hijos y a la de sus nietos. Los nietos son miembros activos de la Iglesia, y él y su esposa tienen el gran deseo de salir al mundo cuando se jubilen de sus profesiones.
Cuando concebimos la majestuosidad, el impacto y la dirección espiritual que surte en la tierra, y que esta obra está destinada a llegar a todos los pueblos del mundo, es emocionante contemplar lo que nos espera.
El hermano y la hermana Andrus de Walnut Creek, California, habían servido cuatro misiones y fueron llamados a servir en Zimbabue y asignados al distrito de Bulawayo en Zimbabue. Esa fue su quinta misión.
Al relatar las cosas maravillosas que lograron hacer para reactivar a los miembros, ella cuenta que había un pequeño órgano electrónico portátil en la capilla y que enseñó a algunos de los niños de Bulawayo a tocar el órgano. También había un pequeño teclado en otra habitación, así que ella daba una clase donde estaba el órgano y otra donde estaba el pequeño teclado. Enseñaba a los niños a tocar el órgano después de la escuela. Como parte del proceso de reactivación, empezaron una clase de preparación para el templo y antes de finalizar su misión pusieron a 28 miembros en un autobÚs desde Bulawayo hasta Johanesburgo para asistir al templo, un viaje de 1.040 kilómetros que toma dos días y una noche. Ellos comentan: “Hablamos de cómo nos sentimos ahora que tenemos 70 años, este par de ancianos que recorre áfrica y que vive la mejor época de su vida; no podría ser mejor”.
El Dr. Alan Barker, quien se ha jubilado de una clínica de Salt Lake, es un experimentado cardiólogo de esta ciudad, y junto con su esposa, aceptó un llamamiento misional en las Filipinas. Mientras estaba allá, lograron una obra extraordinaria al ayudar a corregir un serio problema con una enfermedad. Estuvo allá el tiempo suficiente para ayudar a encontrar una solución para el problema y obtener el equipo médico y las medicinas necesarias.
Estos son ejemplos del estupendo servicio que brindan los matrimonios misioneros en diferentes partes del mundo.
Les dejo mi amor y mi testimonio de que Dios vive y de que esta obra es verdadera. La palabra jubilación no se encuentra en la Biblia. Tampoco creo que se encuentre en el diccionario de la Biblia. ¿Acaso no es fascinante pensar en lo que puede suceder en nuestras vidas ahora y en las posibilidades que se presentan ante nosotros si creemos y entendemos que tenemos un compromiso y una dedicación de vivir los principios del Evangelio de Jesucristo y de bendecir la vida de otras personas?
Es mi ruego que sean bendecidos. Que en su pecho arda un sentimiento ferviente; que en este día sientan lo que yo siento; que esta obra es verdadera y cuyo objetivo es el ayudarnos a llevar a cabo el plan eterno de salvación y exaltación. En el nombre de Jesucristo. Amén.