“La senda de la rectitud”, capítulo 3 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo III, Valerosa, noble e independiente, 1893–1955, (2021).
Capítulo 3: La senda de la rectitud
Capítulo 3
La senda de la rectitud
Anthon Lund se encontraba visitando ramas de la Iglesia en Alemania cuando llegó la noticia a la Misión Europea de la revelación de Wilford Woodruff sobre los sellamientos. “Esta revelación traerá alegría a muchos corazones”, exclamó al enterarse de la noticia1.
La nueva práctica tenía un significado especial para muchos élderes de su misión. Desde que el Señor reveló a José Smith que los santos podían efectuar ordenanzas esenciales por los muertos, los miembros de la Iglesia procuraban identificar a sus antepasados y efectuar ordenanzas en su nombre. Algunos élderes, hijos de santos inmigrantes, habían venido a Europa con la esperanza de hallar más información sobre sus antepasados a través de sus familiares y por los archivos2.
Ahora, después de la revelación del presidente Woodruff, sus búsquedas adquirían un propósito adicional. De hecho, en toda la Iglesia, muchos santos tenían un mayor deseo de investigar sus líneas familiares para sellar las generaciones en una cadena ininterrumpida. Franklin Richards, apóstol e historiador de la Iglesia, incluso planeó organizar una biblioteca genealógica patrocinada por la Iglesia3.
Sin embargo, con los difíciles tiempos que azotaban la economía tanto en Europa como en Estados Unidos, muchos santos europeos tenían pocas esperanzas de emigrar a Utah, el único lugar con templos donde podían realizar estas ordenanzas por sus antepasados. La crisis financiera en Estados Unidos hacía casi imposible que los santos que venían a Utah encontraran trabajo, y los líderes de la Iglesia temían que los inmigrantes se marcharan del territorio en busca de empleo. Las decepciones económicas ya habían llevado a algunos de ellos a abandonar el redil4.
En julio de 1894, Anthon se enteró de lo grave que era la situación en Utah. En una carta urgente a la Misión Europea, la Primera Presidencia informaba que las cargas financieras de la Iglesia se habían vuelto casi insostenibles, ya que cada vez más barrios y estacas acudían a la Iglesia en busca de ayuda económica.
“En vista del estado de las cosas entre nosotros actualmente —escribió la Primera Presidencia—, consideramos prudente instruirle para que desaliente la emigración por el momento”5.
Al hacer esta petición, la Primera Presidencia no estaba poniendo fin al recogimiento de Israel. Durante más de cuarenta años, los santos habían tratado seriamente de cumplir las revelaciones que les mandaban congregarse. Los misioneros habían instado a los nuevos conversos de todo el mundo a trasladarse a Utah y estar cerca de la Casa del Señor. Sin embargo, esa práctica no podía continuar hasta que la situación económica mejorara6.
“Constantemente oramos por el recogimiento de Israel y nos regocijamos al ver a los santos venir a Sion”, escribieron, pero agregaron: “Debe ejercerse gran sabiduría a fin de lograr la mejor preservación de los intereses del Israel congregado así como del no congregado”.
Hasta que las condiciones en Utah hayan mejorado, instruyó la Presidencia, Anthon debía fortalecer la Iglesia en Europa. “Que los santos, todos y cada uno —escribieron—, consideren como su deber moral y religioso hacer todo lo que puedan para ayudar a los élderes misioneros a establecer ramas y mantenerlas”7.
Anthon envió inmediatamente copias de la carta a los líderes de las misiones, indicándoles que siguieran este consejo8.
El 16 de julio de 1894, el Congreso de los Estados Unidos y el presidente Grover Cleveland autorizaron al pueblo de Utah a redactar una constitución para el estado. La Primera Presidencia sintió regocijo cuando, más tarde ese mismo día, recibieron un telegrama de los aliados de la Iglesia en Washington: “Proyecto de ley de condición de estado firmado. Su pueblo es libre; y esto concluye nuestra labor”9.
Cuando los santos solicitaron por primera vez un gobierno estatal en 1849, el gobierno federal les concedió en su lugar un gobierno territorial. Como ciudadanos de un territorio, al pueblo de Utah no se le permitió elegir al gobernador ni a otros altos oficiales del gobierno. En su lugar, tuvieron que depender del presidente de los Estados Unidos, que era quien les asignaba sus autoridades. Este sistema había provocado muchos conflictos entre los santos, otros habitantes de Utah y el gobierno de los Estados Unidos a lo largo de los años. También impedía que los santos ocuparan algunos cargos gubernamentales. Bajo un gobierno estatal, el pueblo de Utah podría finalmente gobernarse a sí mismo10.
Pero la labor en Utah apenas había comenzado. Mientras los delegados se reunían en Salt Lake City para redactar la constitución, Emmeline Wells y otras mujeres líderes escribieron una petición para que la nueva constitución restableciera el sufragio, o derecho al voto, de las mujeres de Utah. Aunque la mayoría de los estados y territorios de Estados Unidos prohibían a las mujeres votar, Utah había concedido el sufragio a sus ciudadanas en 1870. Diecisiete años después, la Ley Edmunds-Tucker había revocado ese derecho para debilitar el poder político de los santos en el territorio11.
Esa ley había indignado a Emmeline y a otras mujeres de Utah, lo que las llevó a organizar asociaciones de sufragio femenino en todo el territorio. También continuaron trabajando con otras organizaciones sufragistas nacionales e internacionales para luchar por el derecho al voto de todas las mujeres12. Para Emmeline, el sufragio y otros derechos tenían un propósito sagrado. Ella creía que la libertad era un principio del evangelio de Jesucristo. La Sociedad de Socorro instaba a sus miembros a ser autosuficientes y a desarrollar sus capacidades. En las reuniones de la Iglesia, las mujeres también votaban sobre asuntos eclesiásticos. ¿Por qué no habían de disfrutar del mismo privilegio en la esfera pública?13.
Sin embargo, el sufragio femenino fue un tema que causaba debates acalorados y dividió incluso a los líderes de la Iglesia14. Las personas que no estaban de acuerdo con el sufragio femenino solían alegar que las mujeres eran demasiado emocionales para tomar decisiones políticas. Argumentaban que las mujeres no necesitaban votar cuando tenían maridos, padres y hermanos que las representaban a la hora de votar15. El élder B. H. Roberts, que actuaba como delegado de la convención, pensaba de forma similar. También se oponía a incluir el sufragio femenino en la constitución, porque creía que podría hacer que el documento fuera demasiado controvertido para recibir la aprobación de los votantes de Utah16.
En la primavera de 1895 se dio inicio a una convención constitucional en Salt Lake City. Como los no votantes tenían prohibido participar oficialmente en estas reuniones, las mujeres consiguieron el apoyo del marido de una de las sufragistas para que presentara su petición a los delegados17.
El 28 de marzo, B. H. habló sobre el tema en la convención. “Si bien admito que la mayoría de las personas de este territorio está a favor del sufragio femenino –declaró–, hay, sin embargo, un gran número que no está a favor de él, y se opone a él con vehemencia, y votará en contra de esta constitución si contiene una disposición que lo permita”18.
Dos días más tarde, Orson Whitney, que llevaba mucho tiempo sirviendo como obispo en Salt Lake City, se dirigió a la convención en nombre de las sufragistas. Declaró que el destino de la mujer era participar en el gobierno e instó a los delegados a apoyar el sufragio femenino. “Lo considero una de las grandes palancas con las que el Todopoderoso está levantando este mundo caído, elevándolo más cerca del trono de su Creador”19, dijo.
En un editorial para El adalid de la mujer [Woman’s Exponent], Emmeline también expresó su desacuerdo con los opositores al sufragio femenino. “Es lamentable ver cómo los hombres que se oponen al sufragio femenino tratan de hacer creer a las mujeres, que eso se debe a que ellos las admiran tanto y las consideran demasiado buenas —escribió—. Las mujeres de Utah nunca han fallado en ningún momento de prueba de cualquier nombre o naturaleza, y su integridad es incuestionable”20.
Durante la reunión de la Sociedad de Socorro del 4 de abril en la conferencia general, Emmeline volvió a hablar sobre el sufragio femenino, confiando en que los delegados de la convención lo incluirían en la nueva constitución del estado. La siguiente oradora, Jane Richards, invitó a las mujeres de la sala que apoyaban el sufragio a ponerse en pie. Todas las mujeres que había en la sala lo hicieron.
A petición de Emmeline, la presidenta Zina Young ofreció entonces una oración, pidiendo la bendición del Señor para su causa21.
Mientras las mujeres del territorio de Utah solicitaban el voto, Albert Jarman viajó desde Londres al suroeste de Inglaterra para dar testimonio a su padre. Esperaba hacer cambiar de opinión a William sobre la Iglesia y poner fin a sus dañinas conferencias. Creía que sus palabras, presentadas de forma clara y comprensiva, podrían hacer bien a su padre, si tan solo le escuchaba22.
Albert encontró a William viviendo cómodamente en una ciudad llamada Exeter. Gozaba de buena salud, aunque su abundante cabello blanco y su tupida barba le hacían parecer más viejo de lo que era. Había pasado más de una década desde que se habían visto por última vez y, al principio, William todavía parecía dudar de la identidad de Albert23. William afirmó que después de regresar a Inglaterra, él había oído un rumor sobre el asesinato de Albert y escribió a la Primera Presidencia al respecto. Como no le respondieron, dijo, él asumió lo peor24.
Sin embargo, después de encontrarse cara a cara, Albert pudo convencerle de su error25. El consejo del presidente Lund de que Albert estudiara el Evangelio antes de intentar rebatir a William resultó sabio. Después de reunirse con su padre, Albert pudo ver que él era un hombre inteligente26.
Pero William no fue desagradable ni abusivo con él. El invierno de 1894–1895 había sido duro en Inglaterra, agravando los problemas respiratorios que Albert había desarrollado. William le permitió quedarse en la casa de su familia para recuperarse hasta que el tiempo mejorara. Su esposa, Ann, también hizo todo lo posible para ayudar a Albert a recuperarse27.
Durante su estancia, Albert intentó dar testimonio a su padre, sin éxito. En esos momentos, Albert no podía saber si su padre mentía deliberadamente sobre la Iglesia o si por haber dicho cosas absurdas tantas veces, las había llegado a creer28.
Un día, William le dijo a Albert que estaba dispuesto a dejar de atacar a los santos si la Iglesia le pagaba 1000 libras. Por este módico precio, dijo, admitiría públicamente que estaba equivocado sobre los santos y no volvería a entrar en una sala de conferencias para criticar a la Iglesia. Albert transmitió la propuesta al presidente Lund, pero la Primera Presidencia la rechazó29.
Al no poder hacer cambiar de opinión a su padre sobre la Iglesia, Albert se marchó de Exeter después de unas semanas. Antes de separarse, él y William fueron al estudio de un fotógrafo para retratarse juntos. En una de las fotografías, William estaba sentado junto a una mesa, con la mano derecha señalando una página de un libro abierto, mientras Albert estaba de pie detrás de él. En otra, los dos hombres estaban de pie, uno al lado del otro, como padre e hijo. Detrás de los bigotes de William se vislumbraba una sonrisa30.
La convención constitucional de Salt Lake City terminó en mayo. Para alegría de Emmeline Wells y de muchas otras personas en Utah, los delegados votaron a favor de incluir el sufragio femenino en la constitución31.
Después de la convención, B. H. Roberts siguió activo en la política, a pesar de sus responsabilidades eclesiásticas a tiempo completo. Sus discursos contra el sufragio femenino habían sido impopulares en todo el estado. Sin embargo, su reputación como predicador y conferenciante seguía siendo sólida dentro y fuera de la Iglesia. En septiembre, dos meses antes de las siguientes elecciones, los demócratas de Utah nominaron a B. H. como su candidato a la Cámara de Representantes de los Estados Unidos32.
Durante décadas, los líderes de la Iglesia habían ocupado a menudo importantes puestos en el gobierno de Utah. Los santos también habían votado en bloque, sacrificando a veces sus creencias políticas personales para preservar la influencia de la Iglesia en el territorio. Pero después de que los santos se dividieran en diferentes partidos políticos a principios de la década de 1890, los líderes de la Iglesia prestaron mayor atención a mantener separados los asuntos de la Iglesia y del estado, reconociendo que no todos en Utah tenían las mismas opiniones políticas. En ese momento, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles acordaron que las Autoridades Generales no debían influir en los votantes hablando públicamente sobre política33.
Sin embargo, durante la convención constitucional, la Primera Presidencia suspendió temporalmente este consejo, permitiendo a B. H. y a otras Autoridades Generales actuar como delegados. Cuando B. H. recibió más tarde la nominación del Partido Demócrata, no pensó que se estaría equivocando al aceptarla. Tampoco percibió ninguna objeción por parte de la Primera Presidencia. El apóstol Moses Thatcher pensó lo mismo cuando los demócratas lo nominaron para ser candidato al Senado de los Estados Unidos34.
Sin embargo, en la reunión general del sacerdocio de octubre de 1895, Joseph F. Smith reprendió públicamente a los dos por aceptar las nominaciones sin consultar primero a los miembros de sus cuórums. “Tenemos los oráculos vivientes en la Iglesia, y se debe buscar su consejo —recordó a la congregación—. En el momento en que un hombre con autoridad decide hacer lo que le place, pisa un terreno peligroso”35.
En su mensaje, el presidente Smith no criticó las creencias políticas de B. H. Más bien, reafirmó la neutralidad política de la Iglesia, así como la norma de que los líderes a tiempo completo de la Iglesia deben centrar su tiempo y sus esfuerzos en su ministerio. Sin embargo, después de la reunión, miembros del Partido Republicano aprovecharon la reprimenda para atacar la campaña de B. H. Como Joseph F. Smith era republicano, muchos demócratas lo acusaron de utilizar su posición en la Iglesia para perjudicar a su partido36.
Poco después, en una entrevista en un periódico, B. H. habló de su respeto por la autoridad de la Iglesia y no acusó a la Primera Presidencia de intentar perjudicar su campaña. Sin embargo, insistió en su derecho a buscar un cargo político, a pesar de las objeciones de la Primera Presidencia, porque creía que no había violado ninguna norma de la Iglesia. Posteriormente, habló con mayor descaro. En un acto político, condenó a los hombres que utilizaban su influencia en la Iglesia para influir en los votantes37.
El día de las elecciones, los republicanos en todo el país obtuvieron victorias aplastantes sobre los demócratas como B. H. Roberts y Moses Thatcher. Y los votantes de Utah aprobaron la nueva constitución con su cláusula que otorgaba el derecho al voto a las mujeres.
B. H. trató de poner cara alegre en público. Él y su partido sabían que alguien tenía que perder. “Parece que esta vez le ha tocado a nuestro partido”, dijo.
Pero por dentro sentía el dolor de su derrota38.
El 4 de enero de 1896, Utah se convirtió en el cuadragésimo quinto estado de los Estados Unidos de América. En Salt Lake City, la gente disparó salvas y tocó silbatos. Las campanas repicaban en el cielo frío y azul mientras la gente se agolpaba en las calles, agitando banderas y pancartas39.
Sin embargo, Heber J. Grant seguía preocupado por sus amigos B. H. Roberts y Moses Thatcher. Ambos hombres se negaron a disculparse por no haber consultado a sus líderes del sacerdocio antes de aspirar a un cargo público, lo que llevó a la Primera Presidencia y a los Doce a la conclusión de que ellos estaban anteponiendo sus carreras políticas a su servicio en la Iglesia. La Primera Presidencia también creía que B. H. los había criticado injustamente a ellos y a la Iglesia en algunos de sus discursos y entrevistas políticas40.
El 13 de febrero, la Primera Presidencia y la mayoría de los Doce se reunieron en el Templo de Salt Lake con B. H. y otros presidentes de los Setenta. Durante la reunión, los Apóstoles preguntaron a B. H. sobre sus declaraciones contra la Primera Presidencia. B. H. confirmó todo lo que había dicho y hecho, sin retractarse de nada.
A medida que se desarrollaba la reunión, el corazón de Heber se llenó de enorme tristeza. Uno por uno, los líderes suplicaron a B. H. que fuera humilde, pero sus palabras no surtieron efecto. Cuando Heber se puso de pie para dirigirse a su amigo, la emoción lo abrumó, ahogando sus palabras.
Después de que cada Apóstol y Setenta habló, B. H. se puso en pie y dijo que prefería perder su lugar en la Presidencia de los Setenta antes que disculparse por lo que había hecho. Luego pidió a los hombres de la sala que oraran para que él no perdiera su fe.
—¿Orará usted por usted mismo? —preguntó el apóstol Brigham Young, hijo.
—A decir verdad —dijo B. H.—, no tengo muchas ganas ahora.
Cuando la reunión terminó, Heber ofreció la oración final. B. H. intentó entonces salir de la sala, pero Heber lo agarró y lo abrazó. B. H. se soltó y se alejó ofendido, con una expresión dura en su semblante41.
Unas semanas más tarde, el 5 de marzo, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles volvieron a reunirse con B. H. y vieron que su actitud no había cambiado. El presidente Woodruff le dio tres semanas para reconsiderar su posición. Si seguía sin arrepentirse, lo relevarían de los Setenta y le prohibirían usar el sacerdocio42.
A la semana siguiente, Heber y el también Apóstol, Francis Lyman, hicieron los arreglos para reunirse en privado con B. H. Mientras hablaban, B. H. dijo a los Apóstoles que no cambiaría de opinión. Si la Primera Presidencia necesitaba encontrar a alguien que ocupara su lugar en la Presidencia de los Setenta, dijo, eran libres de hacerlo.
B. H. se puso el abrigo y empezó a marcharse. “Quiero que sepan que la acción que se va a tomar contra mí me causa el más profundo dolor —dijo—. No quiero que piensen que no sé valorar todo lo que voy a perder”.
Heber notó lágrimas en los ojos de su amigo, y le pidió que se sentara. B. H. habló entonces de las veces en que los líderes de la Iglesia le habían faltado al respeto en público y habían predicado a favor del Partido Republicano. Durante dos horas, Heber y Francis respondieron a sus preocupaciones y le suplicaron que cambiara de rumbo. Heber se sintió como si él y Francis estuvieran siendo bendecidos para saber qué decir.
Cuando terminaron de hablar, B. H. dijo a sus amigos que quería pensar sobre su situación esa noche y regresar por la mañana para comunicarles su decisión. Heber entonces se despidió de su amigo, orando para que el Señor lo bendijera43.
A la mañana siguiente, B. H. envió una breve carta a Heber y Francis. “Me someto a la autoridad de Dios en los hermanos —decía en parte—. Ya que ellos piensan que estoy equivocado, me inclinaré ante ellos, y me pondré en sus manos como siervos de Dios”.
Heber hizo una copia de la carta inmediatamente y cruzó corriendo la calle hasta la oficina del presidente Woodruff44.
Unas dos semanas más tarde, en el Templo de Salt Lake, B. H. Roberts se disculpó ante la Primera Presidencia, admitiendo su error al no solicitar permiso para presentarse a un cargo político. Lamentó si algo de lo que había dicho en público había causado desavenencias entre los santos, y prometió enmendar cualquier ofensa que hubiera expresado.
También dijo que durante su conversación con Heber J. Grant y Francis Lyman, los pensamientos sobre sus antepasados le ablandaron el corazón.
“Soy el único representante masculino en la Iglesia por parte de mi padre, y también por parte de mi madre —dijo—, y la idea de perder el sacerdocio y dejar a mis antepasados sin un representante en el sacerdocio me hizo sentir muy mal.
“Acudí al Señor y recibí luz e instrucción a través de su Espíritu de someterme a la autoridad de Dios —continuó—. Les expreso mi deseo y mi oración de cumplir tal obligación, y pasar por cualquier humillación que consideren apropiado imponer sobre mí, con la esperanza de retener al menos el sacerdocio de Dios, y tener el privilegio de hacer la obra por mis padres en esta santa casa”45.
La Primera Presidencia aceptó las disculpas de B. H. Diez días más tarde, bajo la dirección del presidente Woodruff, George Q. Cannon redactó una declaración que aclaraba la posición de la Iglesia sobre la participación de sus líderes en política. Luego presentó la declaración a la Primera Presidencia y a las Autoridades Generales de la Iglesia para su aprobación46.
Al día siguiente, en la Conferencia General de abril de 1896, Heber J. Grant leyó la declaración a los santos. Todas las Autoridades Generales de la Iglesia la habían firmado, excepto Anthon Lund, que todavía estaba en Europa, y Moses Thatcher, que se había negado a reconciliarse con la Primera Presidencia y los demás Apóstoles.
La declaración, llamada el “Manifiesto Político”, afirmaba la creencia de la Iglesia en la separación de la Iglesia y el estado. También requería que todas las Autoridades Generales, que se comprometieran a servir a tiempo completo en la obra del Señor, obtuvieran la aprobación de los líderes de su Cuórum antes de buscar o aceptar cualquier cargo político47.
En la conferencia, B. H. Roberts instó a los santos a sostener a sus líderes eclesiásticos, y testificó de la obra imperecedera del Señor. “En esta dispensación, la palabra infalible de Dios se ha comprometido con la estabilidad de la obra, a pesar de las imperfecciones de las personas”, declaró.
“Aunque algunos hayan tropezado en la oscuridad —dijo–, todavía pueden volver a la senda de la rectitud, aprovechando su guía inequívoca hacia el bien de la salvación”48.