“La roca de la revelación”, capítulo 8 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo III, Valerosa, noble e independiente, 1893–1955 (2021)
Capítulo 8: “La roca de la revelación”
Capítulo 8
La roca de la revelación
Durante la primavera de 1904, John Widtsoe siguió las audiencias de Smoot a la distancia. Su amigo y mentor Joseph Tanner, que ahora prestaba servicio como superintendente de las instituciones educativas de la Iglesia y como Consejero de la Presidencia General de la Escuela Dominical, fue uno de los varios santos llamados a testificar ante el comité del Senado. Siendo que Joseph se había casado con esposas plurales después del Manifiesto, se rehusó a someterse a la investigación y, en su lugar, huyó a Canadá.
“No me siento alarmado en absoluto —le escribió a John a finales de abril, firmando la carta con un alias—. Cuando haya una sentencia sobre el caso Smoot, tal vez descansaremos por un tiempo”1.
Al igual que otros santos, John creía que las audiencias de Smoot eran simplemente otra prueba de fe para la Iglesia2. Él y Leah Widtsoe estaban de vuelta en Logan. Además de su hija, Anna, ellos tenían un hijo, Marsel, y estaban esperando un bebé. Otro hijo, John Jr., había fallecido en febrero de 1902, unos meses antes de su primer cumpleaños.
El resto de la familia Widtsoe estaba lejos. La madre de John, Anna, y su hermana Petroline Gaarden habían partido de Utah para servir una misión en Noruega, su país natal, en 1903. En una carta a Leah, la madre de John describió su labor. “Nos hemos encontrado con muchos viejos amigos y hemos hablado con ellos sobre el Evangelio; muchos de ellos nunca habían tenido una conversación con un Santo de los Últimos Días —escribió. Estamos tocando las puertas de la ‘tradición’, pero no es fácil abrirlas”3.
Mientras tanto, el hermano menor de John, Osborne, acababa de terminar una misión en Tahití y ahora estudiaba Literatura Inglesa en Harvard4.
Leah trabajaba en casa con los niños y servía en la mesa directiva de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes de su estaca. También escribía lecciones mensuales sobre economía del hogar para la Gaceta de la mujer joven. Cada lección formaba parte de un curso de un año que las mujeres jóvenes de la Iglesia podían estudiar y analizar en sus reuniones de la AMMMJ. Leah abordaba cada lección de manera científica, tomando como base su formación universitaria para enseñar a sus lectores acerca de cocina, mobiliario para el hogar, primeros auxilios y atención médica básica5.
John enseñaba Química en el Colegio Universitario de Agricultura, dirigía la estación de experimentación de la institución y estudiaba maneras de mejorar la agricultura en el clima seco de Utah. Su trabajo lo llevó a pueblos rurales de todo el estado mientras enseñaba a los agricultores cómo utilizar la ciencia para obtener mejores cosechas. También sirvió como presidente de la AMM de los Hombres Jóvenes de su barrio y como miembro de la mesa directiva de la Escuela Dominical de estaca. Al igual que Lea, escribía con regularidad para las revistas de la Iglesia.
John tenía compasión por los jóvenes santos que se esforzaban, como él una vez lo hizo, por reconciliar el conocimiento del Evangelio con el aprendizaje secular. Cada vez más personas aceptaban la idea de que la ciencia y la religión se contradecían entre sí. Sin embargo, John creía que tanto la ciencia como la religión eran fuentes de principios divinos y eternos, y que podían reconciliarse6.
Recientemente había comenzado a publicar una serie de artículos llamados “José Smith como científico” [Joseph Smith as Scientist] en Improvement Era, la revista oficial de la AMMHJ. Cada artículo explicaba cómo el Evangelio restaurado anticipaba algún descubrimiento importante de la ciencia moderna. En su artículo “Era geológica” [Geological Time], por ejemplo, John explicó cómo los pasajes del Libro de Abraham incluían las opiniones científicas de que la edad de la tierra era mucho mayor a los seis mil años que estimaron algunos eruditos bíblicos. En otro artículo, identificó paralelismos entre los aspectos de la controversial teoría de la evolución y la doctrina del progreso eterno7.
La serie de artículos fue un éxito. El presidente Joseph F. Smith, quien sirvió como editor de la revista Improvement Era, envió una carta personal elogiando la serie. Lo único que lamentaba era no poder pagarle a John por esa labor. “Al igual que algunos de nosotros —escribió—, usted, al menos por el momento, tendrá que aceptar como pago el saber que ha hecho un buen trabajo en beneficio de los jóvenes y las jovencitas de Sion”8.
“Nuestra situación parece ser la más grave ahora”, escribió el apóstol Francis Lyman en su diario. El testimonio de Joseph F. Smith en la audiencia de Reed Smoot había hecho poco para resolver las preocupaciones del comité del Senado en cuanto a la existencia de matrimonios plurales posteriores a la publicación del Manifiesto en la Iglesia. Tampoco ayudó al caso de los santos que los apóstoles John W. Taylor y Matthias Cowley, actuando bajo el consejo de los líderes de la Iglesia, huyeran poco después de que el comité del Senado los llamara a testificar en las audiencias. Al igual que Joseph Tanner y otros miembros de la Iglesia, ambos hombres se habían casado con esposas plurales después del Manifiesto. Los dos apóstoles también habían llevado a cabo muchos nuevos matrimonios plurales y habían alentado a los santos a mantener viva la práctica9.
Como Presidente de los Doce, Francis había resuelto que cada hombre del cuórum debía cumplir con el Segundo Manifiesto recién publicado. Había enviado cartas a varios apóstoles advirtiéndoles de la determinación de la Primera Presidencia de implementar la proclamación. “Es bueno que comprendamos este importante asunto de la misma forma y nos conduzcamos en consecuencia —escribió—, para que no haya disensiones ni disputas entre nosotros”10.
Más tarde, el presidente Smith asignó a Francis que se asegurara de que no se llevaran a cabo más matrimonios plurales en la Iglesia. Desde finales de la década de 1880, algunos apóstoles habían sido autorizados para efectuar sellamientos fuera de los templos en las zonas más alejadas de Utah. En septiembre de 1904, el presidente Smith declaró que todos los sellamientos ahora deberían llevarse a cabo en los templos, lo que haría imposible que los santos efectuaran matrimonios plurales legítimos en México, Canadá o en otros lugares. Francis informó de inmediato a los apóstoles sobre esa decisión11.
En diciembre, el presidente Smith envió a Francis para persuadir a John W. Taylor a testificar en las audiencias de Smoot. Francis encontró a John W. en Canadá y lo alentó a seguir el consejo del profeta. Finalmente, John W. accedió a testificar y comenzó a prepararse para viajar a Washington.
Esa noche Francis se fue a dormir, su misión fue todo un éxito. Pero a las tres de la mañana se despertó temblando. La idea de que John W. testificara en las audiencias le preocupaba. John W. estaba profundamente comprometido con el matrimonio plural. Si revelaba que había llevado a cabo matrimonios plurales después del Manifiesto, eso avergonzaría a la Iglesia y arruinaría las posibilidades de Reed Smoot de servir en el Senado.
Un sentimiento de tranquilidad y paz se asentó sobre Francis cuando consideró aconsejar a John W. para que no fuera a Washington. Le pidió al Señor que confirmara que esa era la decisión correcta. Lo invadió un sueño apacible y soñó que veía al presidente Wilford Woodruff. Sorprendido y lleno de emoción, llamó al presidente Woodruff y lo abrazó. Entonces se despertó, confiando en que su cambio de opinión era lo correcto. Buscó inmediatamente a John W. y le habló del sueño. John W. estaba listo para partir hacia Washington, pero se sintió aliviado cuando Francis le aconsejó que no fuera12.
Francis regresó a Salt Lake City poco tiempo después. Joseph F. Smith aprobó su labor en Canadá, pero quedaba la pregunta de qué hacer con los dos apóstoles. El presidente Smith sabía que debía demostrar que la Iglesia estaba firmemente comprometida a poner fin al matrimonio plural. Para satisfacer al comité del Senado, tendría que retirar formalmente a John W. y a Matthias del liderazgo de la Iglesia, ya fuera por medio de la disciplina de la Iglesia o pidiéndoles que renunciaran. No le gustaba ninguna de las dos opciones13.
Los líderes de la Iglesia estaban divididos en cuanto a cómo manejar la crisis. Sin embargo, en octubre de 1905, los asesores de Reed Smoot les advirtieron que se estaba acabando el tiempo para que la Iglesia actuara. Cuando testificó ante el comité del Senado a principios de ese año, Reed había prometido que las autoridades de la Iglesia investigarían las acusaciones hechas contra John W. y Matthias. Seis meses después, aún no se había llevado a cabo ninguna investigación y ahora, algunos senadores cuestionaban la honradez de Reed. Continuar posponiendo la investigación indicaría al mundo que los líderes de la Iglesia actuaban de mala fe cuando afirmaban oponerse activamente a la poligamia14.
Se convocó a los dos apóstoles a las Oficinas Generales de la Iglesia y, durante la semana siguiente, los Doce se reunieron día tras día para analizar qué hacer. Al principio, John W. y Matthias defendieron sus acciones, haciendo una distinción entre el retiro formal de la Iglesia del apoyo al matrimonio plural y su decisión individual de continuar contrayendo nuevos matrimonios. Sin embargo, ninguno de los dos sostuvo plenamente el Segundo Manifiesto, una posición que ahora comprometía su condición en la Iglesia.
Finalmente, el Cuórum pidió a los dos apóstoles que firmaran cartas de renuncia. Al principio, John W. se negó a renunciar. Acusó a su cuórum de ceder a la presión política. Matthias respondió con más moderación, pero él también se mostró reacio a cumplir con la petición. No obstante, al final ambos hombres quisieron lo mejor para la Iglesia. Firmaron los papeles, dispuestos a sacrificar su lugar en los Doce por el bien común15.
“Fue una experiencia muy dolorosa y grave —escribió Francis ese día en su diario—. Todos estábamos sumamente angustiados por ello”. John W. y Matthias salieron de la reunión con la buena voluntad y las bendiciones de sus hermanos. Sin embargo, aunque los Doce les permitieron retener su condición de miembros de la Iglesia y su apostolado, ya no eran miembros del Cuórum16.
Dos meses después, en la mañana del 23 de diciembre de 1905, Susa Gates subió a un carruaje en Vermont, en el noreste de los Estados Unidos. El profeta José Smith había nacido exactamente cien años antes en una granja a unos cinco kilómetros al este, en la pequeña aldea de Sharon. Ahora Susa y unos cincuenta santos iban a la granja para dedicar un monumento a su memoria17.
El presidente Joseph F. Smith lideraba el grupo. Con las audiencias de Smoot aún en curso, permaneció bajo el constante escrutinio de funcionarios gubernamentales y reporteros de periódicos. A principios de ese año, el periódico Salt Lake Tribune había publicado su testimonio en las audiencias de Smoot junto con editoriales que arrojaban dudas sobre su llamado profético e integridad personal.
“Joseph F. Smith públicamente ha negado que reciba revelaciones, o que alguna vez haya recibido revelación, de Dios, para guiar a la iglesia mormona —decía un editorial—. ¿Hasta dónde deben los mormones seguir a esa clase de líderes?”18. Los editoriales dejaron a algunos santos confundidos y llenos de preguntas.
Como sobrino de José Smith, Joseph F. Smith tenía razones personales para ir a Vermont. Sin embargo, la dedicación también le daría otra oportunidad de hablar públicamente sobre la Iglesia y testificar de la obra divina de la Restauración19.
Una vez que Susa y el grupo estuvieron ubicados en sus carruajes, partieron hacia la ceremonia de dedicación. La granja estaba en la cima de una colina cercana, y los empinados caminos rurales estaban llenos de lodo con nieve que se descongelaba. Los trabajadores locales habían acarreado el monumento de noventa toneladas a lo largo de los mismos caminos, pieza por pieza. Al principio, simplemente habían planeado jalar la carga con animales de tiro. Pero cuando un grupo de veinte caballos fuertes no pudo mover la piedra principal, los trabajadores pasaron casi dos meses agotadores arrastrando el monumento colina arriba con un sistema de cuerdas y poleas tirado por caballos20.
Al acercarse a la granja, el grupo se quedó sin aliento al doblar la última curva del camino. Delante de ellos había un obelisco de granito pulido que se elevaba hacia el cielo con 38 pies y medio de altura [11,58 m], un pie por cada año de la vida de José Smith. En la base del obelisco había un gran pedestal con una inscripción que testificaba de la misión sagrada del profeta. Las palabras de Santiago 1:5, el pasaje que lo había inspirado a buscar revelación de Dios, estaban talladas en la parte superior del pedestal21.
Junius Wells, el diseñador del monumento, se reunió con el grupo en una cabaña construida sobre los cimientos del lugar donde nació José Smith. Al entrar en la casa, Susa admiraba la piedra plana y gris de la chimenea que los constructores habían preservado de la casa original. La mayoría de los santos que habían conocido personalmente al profeta estaban muertos. Pero esa piedra de la chimenea era un testimonio perdurable de su vida. Ella podía imaginarlo jugando al lado de la piedra cuando era un niño pequeño22.
La ceremonia comenzó a las once de la mañana. Al dedicar el monumento, el presidente Smith dio gracias por la restauración del Evangelio y pidió una bendición para las personas de Vermont que habían apoyado la construcción del monumento. Apartó el sitio como un lugar donde las personas pudieran venir a meditar, aprender más sobre la misión profética de José Smith y regocijarse en la Restauración. Hizo una semejanza de la base del monumento con el fundamento de profetas y apóstoles de la Iglesia, con Jesucristo como la principal piedra del ángulo. También comparó la base con la roca de la revelación sobre la cual se edificó la Iglesia23.
En los días siguientes, Susa, Joseph F. Smith y otros santos hicieron un breve recorrido por los sitios de la Iglesia en el este de los Estados Unidos. Bajo la dirección del presidente Smith, la Iglesia había comenzado a comprar varios sitios sagrados para su historia, entre ellos la cárcel de Carthage, donde su padre y su tío habían sido asesinados. Otros sitios históricos de la Iglesia en los estados del este seguían sin estar en posesión de la Iglesia, aunque sus dueños por lo general daban permiso a los santos para que los visitaran24.
En Manchester, Nueva York, el grupo caminó con reverencia a través de la arboleda donde José Smith había tenido su primera visión del Padre y del Hijo. Durante su vida, el profeta y otros santos de vez en cuando habían testificado públicamente de su visión. Pero en las décadas siguientes a la muerte de José, Orson Pratt y otros líderes de la Iglesia habían realzado la función central de la visión en la restauración del Evangelio. Un relato de ella aparecía ahora como Escritura en la Perla de Gran Precio, y los misioneros se referían a ella con frecuencia en sus conversaciones con personas fuera de la Iglesia25.
Una profunda sensación de asombro se apoderó de Susa y sus compañeros mientras meditaban sobre el acontecimiento sagrado. “Aquí se arrodilló el joven con fe absoluta —reflexionó Susa—. Aquí, finalmente, brotaron las fuentes de la tierra, y la verdad, la suma de la existencia, descendió en los rayos de luz de la revelación directa”26.
Más tarde, al regresar a Utah, el presidente Smith dirigió una pequeña reunión de testimonios a bordo del tren. “No soy yo, ni ningún hombre, ni siquiera el profeta José Smith, el que está a la cabeza de esta obra, dirigiendo y liderando —les dijo—. Es Dios, por medio de Su Hijo Jesucristo”.
El mensaje conmovió a Susa, y quedó asombrada por el amor del Salvador por los hijos de Dios. “¡Los hombres son hombres y, por lo tanto, débiles!”, señaló. Pero Jesucristo era el Señor de todo el mundo27.
Mientras los santos celebraban la dedicación del monumento a José Smith, Anna Widtsoe y Petroline Gaarden todavía se encontraban en Noruega, predicando el Evangelio. Habían transcurrido más de dos años desde que las hermanas habían salido de Utah. Su llamamiento misional había sido inesperado, pero no fue mal recibido. Ambas habían estado ansiosas por regresar a su tierra natal para compartir su fe en el Evangelio restaurado con familiares y amigos28.
Anthon Skanchy, uno de los misioneros que enseñó el Evangelio a Anna en la década de 1880, era presidente de la Misión Escandinava cuando las hermanas llegaron en julio de 1903. Él las asignó a trabajar en la región de Trondheim, Noruega, donde Anna vivía cuando se unió a la Iglesia. Desde allí, las hermanas tomaron un barco a su pueblo natal, Titran, en una isla grande cerca a la costa oeste de Noruega. Anna estaba preocupada cuando llegó a la isla. Veinte años atrás, las personas de Titran le habían dado la espalda por unirse a la Iglesia. ¿La aceptarían a ella y a su religión ahora?29.
Pronto se esparció la noticia de que las hermanas habían regresado como misioneras Santos de los Últimos Días. Al principio, nadie, amigo o familiar, les ofreció un lugar para quedarse. Anna y Petroline persistieron y, con el tiempo, algunas personas les abrieron sus puertas30.
Un día, las hermanas visitaron a su tío Jonas Haavig y a su familia. Todos parecían estar prevenidos, dispuestos a debatir con las hermanas sobre sus creencias. Anna y Petroline evitaron el tema de la religión y la primera noche terminó sin conflicto. Pero a la mañana siguiente, después del desayuno, su prima Marie comenzó a hacer preguntas difíciles a las hermanas sobre el Evangelio, tratando de provocar una discusión.
“Marie —le dijo Anna—, estaba decidida a no hablarte de religión, pero ahora escucharás lo que tengo que decir”. Ella compartió un testimonio poderoso y Marie escuchó en silencio. Pero Anna se dio cuenta de que sus palabras no tuvieron efecto. Ella y Petroline salieron de la casa más tarde ese día desconsoladas por lo que había sucedido31.
Las hermanas volvieron pronto a Trondheim, pero regresaron a Titran varias veces durante los dos años siguientes. Con el paso del tiempo, la gente fue más amable y Anna y Petroline fueron invitadas a todas las casas de la ciudad. Su servicio en otras partes de Noruega también fue difícil, pero las hermanas estaban agradecidas por haber tenido experiencia en el servicio a la Iglesia antes de ir a la misión.
También estaban agradecidas por poder hablar noruego antes de llegar allá. “En todas las ocasiones, nosotras participamos y hablamos más que los misioneros jóvenes que no pueden hablar el idioma, ni cuando llegan ni cuando regresan a casa”, le informó Anna a John en una carta32.
Aunque a Anna la obra misional la hacía muy feliz, ella extrañaba a su familia en Utah. John, Osborne y Leah le escribían con regularidad. En el verano de 1905, John informó que había perdido su empleo en el Colegio Universitario de Agricultura, cuando la administración del colegio lo expulsó a él y a otros dos fieles miembros de la Iglesia de la facultad. La Universidad Brigham Young, el nuevo nombre de la Academia Brigham Young en Provo, lo contrató de inmediato para dirigir el Departamento de Química. Desde su fundación en 1875, la escuela había crecido hasta convertirse en la institución de enseñanza superior preeminente de la Iglesia, y John aceptó con gratitud el trabajo.
Mientras tanto, Osborne se había graduado de Harvard y había aceptado un puesto como director del Departamento de Inglés de la Universidad de los Santos de los Últimos Días en Salt Lake City33.
“Dios ha sido bueno con nosotras —le dijo Anna a John en una carta—. Creo que hemos podido hacer algo bueno con la ayuda del Señor. Hemos visto mucho fruto de nuestra labor aquí, y espero y ruego a Dios que también podamos recibir Su ayuda en el nuevo año como la recibimos el año pasado”34.
En enero de 1906, los líderes de la misión asignaron a Anna y Petroline a permanecer en Trondheim para terminar su misión entre los miembros de su familia y hacer investigación genealógica. Sus familiares aún no estaban interesados en el Evangelio, pero las hermanas ya no percibían hostilidad ni sospechas por parte de ellos. Ellas encontraron consuelo en este cambio. Habían hecho su parte para servir al Señor en Noruega35.
Ese verano, los santos europeos se enteraron de que el presidente Joseph F. Smith estaba haciendo un breve recorrido por su continente. La noticia emocionó a Jan Roothoff, de once años, especialmente cuando oyó que la primera aparición del profeta sería en los Países Bajos, donde vivía Jan. El niño estaba demasiado entusiasmado para hablar de otra cosa.
Varios años antes, Jan había contraído una enfermedad que le infectó los ojos y lo había hecho sensible a la luz. Su madre, Hendriksje, que era madre soltera, no lo llevaba a la escuela y trató de que él se sintiera lo más cómodo posible y colgó cortinas para que pudiera jugar en la oscuridad. No obstante, con el tiempo el niño se quedó ciego y los médicos le dijeron que nunca recuperaría la vista.
Jan ahora llevaba vendas sobre los ojos para protegerlos de la luz, pero él sabía que, si alguien podía sanarle los ojos, era un profeta de Dios. “Madre, él es el misionero más poderoso —dijo—. Todo lo que tiene que hacer es mirarme a los ojos y yo estaré bien”36.
La madre de Jan creía que el Señor podía sanarlo, pero se resistía a animarlo a buscar la ayuda del presidente Smith. “El presidente está muy ocupado en este momento —respondió—. Hay cientos de personas que quieren verlo. Eres solo un niño, hijo mío, y no debemos entrometernos”37.
El 9 de agosto de 1906, Jan y su madre asistieron a una reunión especial en Róterdam, donde el presidente Smith habló a unos cuatrocientos santos. Mientras Jan lo escuchaba hablar, se esforzó por imaginar al profeta. Antes de perder la vista, Jan había visto una fotografía del presidente Smith y recordaba su rostro bondadoso. Ahora también podía oír bondad en la voz del profeta, aun cuando tenía que esperar a que un misionero tradujera las palabras al holandés para poder entenderlas38.
El presidente Smith habló sobre el poder de los misioneros. “La labor de ellos es venir a ustedes y mostrarles mayor luz —dijo—, para que se abran sus ojos, para que sus oídos sean destapados, para que sus corazones sean conmovidos con amor por la verdad”39.
La fe de Jan no flaqueó. Después de la reunión, su madre lo condujo a una puerta donde el presidente Smith y su esposa Edna estaban saludando a los santos. “Él es el presidente, pequeño Jan —dijo Hendriksje—. Quiere darte la mano”.
Tomándolo de la mano, el presidente Smith retiró los vendajes de Jan. Luego tocó la cabeza del niño y miró sus ojos inflamados. “El Señor te bendiga, hijo mío —dijo—. Él te concederá los deseos de tu corazón”.
Jan no entendía el inglés del presidente Smith, pero sus ojos ya habían comenzado a sentirse mejor. Cuando llegó a casa, no pudo contener su gozo. Se quitó rápidamente los vendajes y miró hacia la luz. “¡Mira, madre! —exclamó—. Se han sanado. ¡Puedo ver bien!”.
Su madre se apresuró hacia él y puso a prueba su visión de todas las formas que pudo imaginar. De hecho, Jan podía ver tan bien como podía hacerlo antes de la enfermedad.
—Mamá —dijo Jan—, el nombre del presidente es Joseph F. Smith, ¿verdad?
—Sí —dijo su madre—. Él es un sobrino del profeta José.
—Siempre oraré por él —dijo Jan—. Sé que es un profeta verdadero40.
Después de salir de Róterdam, Joseph F. Smith y su grupo acompañante viajaron hacia el este a Alemania, donde vivían unos tres mil santos. La Misión Suiza-Alemana era la misión de mayor crecimiento en la Iglesia. Sin embargo, las leyes de libertad religiosa de Alemania no reconocían a la Iglesia ni la protegían de la persecución, que iba en aumento después de que llegaran a Europa informes escandalosos sobre las audiencias de Smoot. Algunos ministros alemanes, molestos por la pérdida de miembros de sus congregaciones, trabajaron con la prensa para hacer volver a la opinión pública en contra de los santos. La policía expulsó a los misioneros de las ciudades e impidió que los miembros de la Iglesia se reunieran, tomaran la Santa Cena o utilizaran el Libro de Mormón u otras Escrituras de los últimos días41.
Después de detenerse en Berlín para reunirse con miembros locales de la Iglesia, misioneros y un pequeño grupo de jóvenes estadounidenses Santos de los Últimos Días que estudiaban música en la ciudad, el presidente Smith y su grupo viajaron hacia el sur a Suiza. En una conferencia en Berna, el profeta aconsejó a los santos que se sujetaran a sus gobiernos locales y respetaran las creencias religiosas de otras personas. “No deseamos imponer nuestras ideas a las personas, sino explicar la verdad tal como la entendemos —dijo—. Dejamos que la persona la acepte o no”. Enseñó que el mensaje del Evangelio restaurado era paz y libertad.
“Uno de sus efectos más gloriosos en las personas —dijo— es que las libera de las ligaduras de sus propios pecados, las limpia del pecado, las pone en armonía con el cielo, las convierte en hermanos y hermanas por medio del convenio del Evangelio y les enseña a amar a sus semejantes”42.
El presidente Smith cerró su discurso con una profecía de días futuros: “Aún llegará el tiempo —quizás no en mis días ni en la próxima generación— cuando se establecerán templos de Dios dedicados para las santas ordenanzas del Evangelio en diversos países de la tierra”.
“Porque este Evangelio debe extenderse por todo el mundo —declaró—, hasta que el conocimiento de Dios cubra la tierra como las aguas cubren el gran mar”43.