2002
Élder Earl M. Monson de los Setenta
febrero de 2002


Entre Amigos

Élder Earl M. Monson de los Setenta

De una entrevista realizada por Janet Peterson

He visitado las Primarias de las islas del Pacífico y de otras partes del mundo y en todas ellas se enseñan los mismos conceptos del Evangelio. Me maravillo al ver que, dondequiera que vaya, sirven líderes y maestras y maestros amables y amorosas en la Primaria.

La música es también una parte magnífica de la Primaria, pues nos enseña verdades que son fáciles de recordar. Mi esposa y yo hemos oído cantar “Soy un hijo de Dios” en unos quince idiomas diferentes y cada vez que oímos a los niños cantarla, tenemos el mismo sentimiento espiritual de gozo, no importa en qué idioma sea. La Primaria es una organización maravillosa.

Cuando yo era pequeño, los martes por la tarde tenía que apurarme para llegar a casa después de la escuela a fin de llegar a tiempo a la Primaria, pues por aquel entonces las reuniones se efectuaban entre semana. Recuerdo a una maestra en particular, la hermana Rawlings, que ayudó a nuestra clase a aprender los últimos cinco Artículos de Fe para que pudiéramos decirlos de memoria. Ella también me contagió su amor por el Escultismo. Cuando cumplí doce años, dediqué toda la tarde a demostrar que conocía los requisitos básicos para ser un Scout. La hermana Rawlings me había preparado bien y cumplí todos los requisitos. Ella me dio la navajita Scout que he atesorado durante años.

La Primaria también jugó un papel importante en el testimonio que yo he adquirido del Evangelio. Muchas de mis maestras me animaron y me ayudaron a entender lo que tenía que hacer para obtener ese testimonio. Fue un proceso gradual y finalmente comprendí que no podía depender para siempre del testimonio de mis padres. Seguí el consejo que me habían dado mis maestras de la Primaria y leí el Libro de Mormón, oré acerca de él y supe por mí mismo que es verdadero.

A los 20 años, me alisté en el ejército. Durante el período de entrenamiento, tuve que hacer frente a varias cosas contra las que me habían prevenido. Estaba muy agradecido por las enseñanzas que había recibido en casa y en la Primaria; fueron una especie de salvavidas. Vi a algunos jóvenes que cambiaron su estilo de vida en el ejército y que escogieron no seguir las enseñanzas de Dios. Después del período de entrenamiento, uno de esos jóvenes me habló en privado. Sollozaba porque había adquirido muchos malos hábitos y, como tenía que volver a casa, no quería que sus padres se dieran cuenta. Yo estaba agradecido por haber estado preparado para hacer frente a esos retos y por haber permanecido fiel a las verdades que me habían enseñado.

Cuando yo tenía 9 años, mi padre, Charles Monson, fue llamado como obispo. Sirvió como tal hasta que yo cumplí 19 años. Tuve experiencias maravillosas viéndole servir y cumplir con tantas responsabilidades y, al mismo tiempo, seguir siendo un padre magnífico.

Cuando tenía 29 años, yo fui llamado a servir como obispo. Me parecía que era algo difícil, pero recordé el ejemplo de mi padre y también a mis maestras de la Primaria que me decían cómo Nefi había recibido la difícil asignación de regresar a Jerusalén y obtener de Labán las planchas de bronce. Nefi no buscó excusas, sino que confió en el Señor y dijo: “…Iré y haré lo que el Señor ha mandado, porque sé que él nunca da mandamientos a los hijos de los hombres sin prepararles la vía para que cumplan lo que les ha mandado” (1 Nefi 3:7). Yo sabía que si confiaba en el Señor, tal como lo había hecho Nefi, podría aceptar el llamamiento que había recibido.

Antes de ser llamado como Autoridad General, era director de la División de Templos y Proyectos Especiales del Departamento de Propiedades de la Iglesia. Durante mucho años, me reunía cada mes con el presidente Gordon B. Hinckley para recibir sus instrucciones. Incluso cuando él servía como Primer Consejero de la Primera Presidencia, era responsable de los templos. Deseo que sepan que él es ciertamente un profeta. Si Moisés o Brigham Young hubieran estado en aquellas reuniones en vez del presidente Hinckley, yo no habría estado más convencido de que el hombre con el que había estado era un profeta de Dios. Con el paso de los años, he observado las muchas ocasiones en las que él ha proporcionado un liderazgo inspirado. Solamente el profeta pudo haber preparado el terreno para la edificación de los nuevos templos en todo el mundo. Hay cosas que hizo tiempo atrás y que sirvieron de inspirada preparación.

El presidente Hinckley dijo que el templo es un lugar donde la gente aprende un modo de vida. Allí se nos enseñan los normas y las características que debemos tener, y debe ser la meta de todo niño no sólo casarse en el templo, sino asistir a él con la mayor frecuencia posible. Ir al templo nos ayuda a vivir bien y a entender quiénes somos: hijos de nuestro Padre Celestial.