Él nos ayudó a comenzar de nuevo
Me bauticé el 5 de febrero de 1995 junto con mi familia, en General Santos, Filipinas. En aquella época yo acababa de empezar la secundaria y tenía una buena vida. Mis padres me daban muchas cosas buenas y me encontraba estudiando en una escuela privada. Mi padre trabajaba en una plantación de piña (ananá) y mi madre administraba nuestro negocio de sierras mecánicas.
Éramos una familia de siete y aun cuando vivíamos lejos del centro de reuniones, siempre asistíamos a los servicios dominicales y a las demás actividades.
En una ocasión, mi padre se tomó el día libre para ayudar a mi madre con el trabajo; ella tenía que ir a la escuela con mi hermano, mi hermana y yo para pagar nuestra matrícula. Ese mismo día, alguien contrató a nuestro operador de sierras mecánicas para que cortara algunos cocoteros y mi padre tenía que supervisar esa operación.
Mientras estábamos en la escuela, uno de los cocoteros cayó sobre un jeep muy caro. Mi madre se dirigió rápidamente hacia el lugar. El propietario del jeep estaba furioso y exigió un pago completo por el destrozo del coche. Mi madre se sintió como si el mundo entero hubiera caído sobre ella. No contábamos con tal cantidad de dinero. Mi padre solicitó un retiro anticipado, pero los beneficios de la pensión no eran suficientes para cubrir los daños. Arrestaron al operario y nos quitaron todas las sierras mecánicas, así como nuestra casa, nuestras tierras y pertenencias. En un instante, todo lo que teníamos desapareció. Mi padre decidió marcharse, dejando que su familia enfrentara sola las consecuencias.
Fue una época muy difícil para todos nosotros, mas no perdimos la fe ni la esperanza. El día en que mi madre tuvo que ir a juicio, ayunamos y oramos, lo cual le dio consuelo.
No nos quedaba nada, ni siquiera un tejado bajo el cual guarecernos, pero el Señor nos ayudó. De hecho, lo hizo a través de nuestro obispo, quien nos llevó a su casa para que viviéramos con su familia. Posteriormente, otro miembro de la Iglesia nos ofreció su propiedad para que viviéramos en ella hasta que pudiéramos proveer para nosotros mismos.
Cuando el nuevo año escolar estaba a punto de comenzar, oré para que mi hermano, mi hermana y yo pudiéramos volver a estudiar, y por medio de la oración, la fe y la esperanza, pudimos volver a la misma escuela en la que nos habíamos matriculado antes, aun cuando no teníamos dinero alguno. En esa época, sentí el amor de nuestro Padre Celestial más que en cualquier otro momento de mi vida.
En una situación difícil, nuestro padre Celestial nos ayudará si nos acercamos a Él por medio de la oración y si permanecemos fieles y obedientes. Él ayudó a mi familia a comenzar de nuevo y a que siguiéramos adelante. Sé que si obedecemos los mandamientos, seremos bendecidos.
Gemma Omandac Taying es miembro del Barrio Polomolok, Estaca General Santos, Filipinas.