Mensaje de la Primera Presidencia
Un testimonio vibrante y verdadero
En nuestras congregaciones muchas veces cantamos uno de nuestros himnos favoritos, “Un ángel del Señor”, cuya letra fue escrita por Parley P. Pratt hace más de un siglo y medio1 y que representa su declaración de la aparición milagrosa de un libro extraordinario. En septiembre de este año hará exactamente ciento setenta y seis años que se hizo por primera vez la composición tipográfica del libro y se imprimió en Palmyra, estado de Nueva York.
Es inspirador enterarse de la forma en que Parley P. Pratt llegó a saber del libro sobre el cual escribió la letra de ese himno. En agosto de 1830, siendo predicador, se encontraba viajando desde Ohio con destino a la parte este del estado de Nueva York. En Newark [estado de Nueva Jersey], junto al canal de Erie, desembarcó y caminó dieciséis kilómetros por el campo hasta que se encontró con un diácono bautista, apellidado Hamlin, que le habló “de un libro, un libro extraño, ¡UN LIBRO MUY EXTRAÑO!… El tal libro, dijo, supuestamente había sido escrito originalmente en planchas de oro o de bronce por una rama de las tribus de Israel, y descubierto y traducido por un joven cerca de Palmyra, en el estado de Nueva York, con la ayuda de visiones o del ministerio de ángeles. Le pregunté cómo o dónde podía conseguirse el libro y me prometió dejarme hojearlo en su casa al otro día… A la mañana siguiente, fui a su casa, donde mis ojos contemplaron por primera vez el ‘LIBRO DE MORMÓN’, ese libro de libros… que, en las manos de Dios, fue el medio principal que dirigió todo el curso de mi vida futura.
“Lo abrí ansiosamente y leí la portada. Después leí el testimonio de varios testigos de la manera en que fue hallado y traducido. A continuación, comencé a leer el contenido desde la primera página. Leí todo el día; me parecía una molestia comer, pues no sentía deseos de alimentarme; y cuando llegó la noche, me resultaba una molestia acostarme, pues prefería seguir leyendo en lugar de dormir.
“A medida que leía, el Espíritu del Señor vino sobre mí, y supe y comprendí que el libro era la verdad con la misma claridad con que un hombre comprende y sabe que existe”2.
Parley Pratt tenía entonces veintitrés años. La lectura del Libro de Mormón tuvo un efecto tan profundo en él que al poco tiempo se bautizó en la Iglesia y llegó a ser uno de sus defensores más eficaces y vigorosos. Durante su ministerio viajó de costa a costa a través de lo que es ahora Estados Unidos, así como también a Canadá y a Inglaterra; trabajó en las islas del Pacífico y fue el primer misionero Santo de los Últimos Días que puso pie en América del Sur. En 1857, mientras cumplía una misión en el estado de Arkansas, un asaltante lo mató de un tiro en la espalda. Fue enterrado en una zona rural, cerca de una población llamada Alma, y en ese tranquilo sitio se levanta actualmente un gran bloque de granito pulido que marca el lugar de su tumba. Grabada en él está la letra de otro de sus himnos grandes y proféticos, la que indica su visión de la obra en la cual se hallaba embarcado:
Ya rompe el alba de la verdad
y en Sión se deja ver,
tras noche de oscuridad,
el día glorioso amanecer.
De ante la divina luz
huyen las sombras del error.
La gloria del gran Rey Jesús
ya resplandece con su fulgor3.
La experiencia de Parley P. Pratt con el Libro de Mormón no fue un caso único. Al ponerse en circulación los ejemplares de la primera edición, los cientos de hombres y mujeres fuertes que los leyeron se sintieron tan profundamente impresionados que renunciaron a todas sus posesiones, y en años subsecuentes no pocos de ellos dieron incluso su vida por el testimonio que llevaban en el corazón de la verdad de este extraordinario libro.
Hoy, un siglo y tres cuartos después de su primera publicación, el Libro de Mormón se lee más que en cualquier otra época de su historia. Mientras que en aquella primera edición hubo cinco mil ejemplares, ahora se distribuyen cinco millones por año, y el libro o selecciones de éste están disponibles en ciento seis idiomas.
Su atractivo es tan imperecedero como la verdad, tan universal como la humanidad. Es el único libro que contiene en sus páginas la promesa de que el lector puede saber con certeza, por poder divino, que es la verdad.
Su origen es milagroso; y cuando se relata por primera vez ese origen a alguien que no lo conozca, es casi increíble. Pero el libro está aquí y es posible palparlo, tenerlo en la mano y leerlo. Nadie puede negar su existencia. Todo esfuerzo por explicar su origen, aparte del relato de José Smith, ha demostrado no tener base. Es un registro de la antigua América. Es una Escritura del Nuevo Mundo tan ciertamente como la Biblia lo es del Viejo. Cada uno de estos ejemplares de Escritura habla del otro; cada uno lleva en sí el espíritu de inspiración, el poder de convencer y de convertir. Unidos, son dos testigos, uno junto al otro, de que Jesús es el Cristo, el Hijo resucitado y viviente del Dios viviente.
La narrativa del Libro de Mormón es una crónica de naciones desaparecidas hace largo tiempo. Pero en sus descripciones de los problemas de la sociedad actual, está tan al día como el periódico matutino y es mucho más concluyente, inspirado e inspirador con respecto a la solución de esos problemas.
No conozco ningún otro escrito que establezca con tanta claridad las trágicas consecuencias que sufren las sociedades que siguen cursos contrarios a los mandamientos de Dios. Sus páginas cuentan la historia de dos civilizaciones distintas que florecieron en el hemisferio occidental; cada una tuvo sus comienzos como una nación pequeña cuyo pueblo andaba con amor y respeto hacia el Señor. Pero junto con la prosperidad aparecieron males que se fueron acrecentando; la gente sucumbió a las artimañas de líderes ambiciosos y astutos que oprimieron al pueblo con pesados impuestos, que lo adormecieron con promesas vacías, y que aprobaron y hasta alentaron una vida ligera y licenciosa. Esos malvados conspiradores condujeron a la gente a guerras terribles que dieron como resultado la muerte de millones de personas y la extinción final y total de dos grandes civilizaciones en dos épocas diferentes.
Ningún otro testamento escrito ilustra tan claramente el hecho de que cuando el hombre y la nación andan con amor y respeto a Dios y obedecen Sus mandamientos, prosperan y progresan; pero que cuando no le prestan atención ni escuchan Su palabra, sobreviene una corrupción que, a menos que se detenga con la rectitud, conduce a la decadencia y a la muerte. El Libro de Mormón es una afirmación de este proverbio del Antiguo Testamento: “La justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta de las naciones” (Proverbios 14:34).
El Dios del cielo habló a esos pueblos de las Américas por boca de los profetas diciéndoles dónde se hallaba la verdadera seguridad: “He aquí, ésta es una tierra escogida, y cualquier nación que la posea se verá libre de la esclavitud, y del cautiverio, y de todas las otras naciones debajo del cielo, si tan sólo sirve al Dios de la tierra, que es Jesucristo…” (Éter 2:12).
Aunque el Libro de Mormón habla potentemente sobre los temas que afectan a nuestra sociedad moderna, el peso grandioso y conmovedor de su mensaje consiste en un testimonio vibrante y verdadero de que Jesús es el Cristo, el Mesías prometido, el que recorrió los polvorientos caminos de Palestina sanando enfermos y enseñando las doctrinas de salvación; el que murió en la cruz del Calvario; el que salió del sepulcro al tercer día, apareciendo a muchas personas. Antes de Su ascensión final, Él visitó al pueblo de este hemisferio occidental, del cual había dicho previamente: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor” (Juan 10:16).
Durante siglos la Biblia estuvo sola como testimonio escrito de la divinidad de Jesús de Nazaret. Ahora, a su lado hay un segundo testigo potente que ha salido a luz “para convencer al judío y al gentil de que Jesús es el Cristo, el Eterno Dios, que se manifiesta a sí mismo a todas las naciones” (Portada del Libro de Mormón).
Como lo mencioné anteriormente, a esta misma altura del año, hace exactamente ciento setenta y seis años, se preparaba la composición tipográfica para el Libro de Mormón, que había sido traducido “por el don y el poder de Dios” (Portada del Libro de Mormón), y se imprimía éste en una pequeña imprenta de Palmyra, estado de Nueva York. Su publicación precedió a la organización de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, que tuvo lugar el 6 de abril de 1830 y fue precursora de ésta.
El año pasado estudiamos el Libro de Mormón en la Escuela Dominical; no obstante, exhorto a los miembros de la Iglesia en todo el mundo y a nuestros amigos de todas partes a leerlo o releerlo. Si leen poco más de un capítulo y medio por día, terminarán de leerlo antes de fin de año. Casi al fin de sus 239 capítulos, encontrarán un desafío escrito por el profeta Moroni antes de dar por terminado su registro hace cerca de dieciséis siglos. Él dice:
“Y os exhorto a que recordéis estas cosas; pues se acerca rápidamente el día en que sabréis que no miento, porque me veréis ante el tribunal de Dios; y el Señor Dios os dirá: ¿No os declaré mis palabras, que fueron escritas por este hombre, como uno que clamaba de entre los muertos, sí, como uno que hablaba desde el polvo?…
“Y Dios os mostrará que lo que he escrito es verdadero” (Moroni 10:27, 29).
Sin reservas les prometo que, si cada uno de ustedes sigue ese sencillo programa, sin tener en cuenta cuántas veces hayan leído antes el Libro de Mormón, recibirán personalmente y en su hogar una porción mayor del Espíritu del Señor, se fortalecerá su resolución de obedecer los mandamientos de Dios y tendrán un testimonio más fuerte de la realidad viviente del Hijo de Dios.
Ideas para los maestros orientadores
Considere la posibilidad de hablar con el jefe de familia antes de la visita, sobre la exhortación del presidente Hinckley para terminar la lectura del Libro de Mormón antes de fin de año. Aliéntelo a analizar esa exhortación con su familia antes de la visita de orientación familiar.
Una vez que se prepare por medio de la oración, comparta este mensaje empleando un método que fomente la participación de las personas a las que enseñe. A continuación figuran algunos ejemplos:
-
Analicen las promesas que hace el presidente Hinckley a los que cumplan la meta de leer o releer el Libro de Mormón.
-
Invite a los miembros de la familia a mencionar sus relatos o pasajes favoritos del Libro de Mormón. Analicen la forma en que ellos puedan mejorar su comprensión y estudio del libro. Testifique de las bendiciones que se reciben por estudiarlo regularmente.
-
Muestre a la familia su ejemplar marcado del Libro de Mormón. Anímelos a expresar con sus propias palabras por qué es importante este libro y explíqueles por qué es importante para usted. Lean juntos la historia de la forma en que Parley P. Pratt obtuvo un testimonio de la veracidad del libro. Exprese su testimonio del Libro de Mormón. Quizás desee mostrarles partes del vídeo producido por la Iglesia, Un legado singular (artículo Nº 53144 002).