Preservada en dos ocasiones
Una suave brisa movía las hojas de los álamos de nuestro jardín. Yo me encontraba sentada en las escaleras disfrutando del cálido sol y maravillándome de los muchos cambios que podían ocurrir en la vida de una persona en menos de un año.
Casi un año antes, en vez de esperar anhelosa la conferencia general y las vacaciones me hallaba imaginando cómo cuidar de mi familia durante los días ajetreados que se avecinaban. Tendría que organizar todas mis actividades y responsabilidades alrededor de mis tratamientos de radiación y quimioterapia. Me resultaba difícil cuidar de mí misma mientras trataba de llevar una vida familiar normal y cumplir con los llamamientos en la Iglesia. Vencí el cáncer y todo lo demás con la ayuda de mi Padre Celestial.
Dejando a un lado mis recuerdos, me levanté para limpiar la perrera. Tomé la pala y la manguera y solté a nuestro viejo perro Hush Pup para que corriera un poco y también él disfrutara del sol.
Entonces, mi esposo, que había estado construyendo una terraza en el patio de atrás, vino, me sonrió, tomó la pala que tenía en las manos y, sin decir palabra, empezó a ayudarme. Yo estaba sorprendida. Mi esposo trataba de terminar la terraza antes de que llegara el tiempo frío; jamás dejaba un proyecto a medio hacer. Agradecida por la ayuda inesperada, empecé a limpiar la perrera con la manguera.
De repente mi esposo empezó a gritar. Al levantar la vista vi que estaba siendo atacado por un enjambre de avispas. Una voz tranquila habló a mi mente, diciendo: “Rocíalo con agua”. Lo hice. Aun cuando él corría, yo seguía echándole agua con la manguera. A pesar de que el agua repelió a las avispas, todavía así le picaron siete veces.
Mientras le atendíamos el brazo izquierdo, donde estaba la mayoría de las picaduras, otro pensamiento acudió a mi mente: ¡Había sido preservada! Yo soy alérgica a las abejas, y a causa del cáncer, no tengo ganglios linfáticos en el brazo izquierdo. Si me hubieran picado, no habría podido contrarrestar el veneno de las picaduras y nadie habría estado allí para rociarme con agua.
Mi corazón se llenó con un sentimiento de amor y calidez; me sentía muy agradecida por que mi esposo hubiera dado oídos a las impresiones del Espíritu Santo. Mi vida había sido preservada por segunda vez.
Pamela M. Moody es miembro del Barrio Murray 1, Estaca Murray, Utah.