De amigo a amigo
Hans Nieto de Guayaquil, Ecuador
Hans Eduardo Nieto, un niño de nueve años de edad que vive en Guayaquil, Ecuador, ha sido misionero desde que nació.
La familia de Hans la componen él y su madre. Cuando él nació, su madre no era miembro de la Iglesia, pero los integrantes de la familia para la que ella trabajaba como empleada de hogar eran miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Ellos le pidieron si podrían llevar al bebé a la Iglesia para que recibiera una bendición.
A pesar de que la madre de Hans se negó a ir, les permitió que llevaran a su bebé para recibir la bendición. Desde entonces Hans ha asistido a la Iglesia; dondequiera que él y su madre vivieron, ella buscó miembros que lo llevaran a la Iglesia.
Hans se bautizó cuando cumplió ocho años y se está preparando para ser diácono en el Sacerdocio Aarónico.
¿Por qué razón la madre de Hans nunca lo acompañó a la Iglesia? “Porque tenía un pasado muy triste y desagradable”, dice ella. “No comprendía lo grande que era el amor que mi Padre Celestial tenía por mí; no sabía que Él podía perdonarme mis errores; pero Hans fue una luz que me llevó a la verdad”.
Hans dejó su luz brillar con resplandor, incluso al pasar tiempos difíciles.
Cuando tenía seis años de edad, se cayó y se quebró un brazo, accidente que se convirtió en una gran bendición. Su madre tenía pensado mudarse a los Estados Unidos y dejarlo a él una temporada con su hermana en Ecuador. “Pero cuando se quebró el brazo”, comenta ella, “me di cuenta de que mi Padre Celestial me estaba diciendo que no dejara a mi hijo; si lo hacía, él no podría asistir a la Iglesia”.
Fue así que la madre de Hans, Antonia Yolanda Nieto, se bautizó. Desde ese tiempo, su testimonio ha ido creciendo y ella ya ha recibido su investidura en el Templo de Guayaquil, Ecuador. Hans fue el misionero que le llevó a su madre la luz del Evangelio.
Ella comenta que él sigue siendo un misionero para con ella. “Lo primero que hace por las mañanas es leer las Escrituras durante 30 minutos”, dice la hermana Nieto. “Y por las noches las lee otros 30”. A veces ella lo escucha mientras lee en voz alta; además, lee la sección Amigos de la revista Liahona, y siempre sabe de qué trata el mensaje más reciente de la Primera Presidencia.
Hans le ayuda a su madre con su llamamiento en la Iglesia: el de entregar a los miembros del barrio los ejemplares de la revista Liahona. El obispo las recibe en una caja, y Hans le ayuda a su madre a distribuirlas a las personas indicadas. “Si no están en la Iglesia”, dice él, “doy su Liahona a alguien que los conozca, o yo mismo se las voy a entregar”.
El ser un ejemplo para los amigos de la escuela es otra forma en la que Hans es misionero. Juega al fútbol y al básquetbol y es un buen deportista con un buen espíritu deportivo: “Cuando mis amigos y yo jugamos al fútbol, yo les ofrezco agua para que no tengan sed”, dice él. Algunos de sus amigos y primos lo han acompañado a las actividades de la Iglesia.
Hans asiste a una escuela privada; la mitad de la colegiatura la costean mediante una beca que él recibe por sus buenas calificaciones y su buena conducta. La madre paga la otra mitad con el dinero que gana trabajando como empleada de hogar. “El Señor nos bendice porque pagamos nuestros diezmos y las ofrendas de ayuno”, dice. Hans piensa llegar a ser piloto de avión algún día. “Me gustaría volar”, comenta.
Él espera con ansias el día en que pueda ir al templo, cuando cumpla los 12 años, para ser bautizado por los muertos. Su madre se ha bautizado por algunos de sus antepasados. “Ella dice que es algo hermoso, y yo también quiero sentir lo mismo”, explica Hans.
Con todas las experiencias que ha tenido como miembro misionero, Hans tiene la esperanza de algún día dejar que su luz brille como misionero de tiempo completo. “Sé que hay muchas personas esperando recibir el Evangelio”, dice. Para prepararse, dice él: “obedezco los mandamientos; y siempre que me gano alguna moneda, la ahorro para mi misión”. También se prepara al asistir a la Primaria, donde le encanta cantar canciones e himnos.
“Siento mi testimonio en mi corazón, en mi mente y en mi alma”, dice Hans. Ama el Libro de Mormón y ha memorizado los Artículos de Fe y muchos otros pasajes de las Escrituras. “A veces pienso que no los puedo aprender de memoria”, dice, “pero oro y mi Padre Celestial me ayuda”. Hace poco memorizó Santiago 1:5–6, los versículos que inspiraron a José Smith a orar en la Arboleda Sagrada. “Memorizo Escrituras para que siempre se me queden en el corazón, especialmente cuando tengo problemas”, dice.
El obispo Eduardo E. Martillo, del Barrio Tarqui, Estaca Alborada, Guayaquil, Ecuador, recuerda la primera vez que Hans expresó su testimonio en la reunión sacramental. “Pensábamos que estaba leyendo de las Escrituras porque las citaba de manera perfecta; pero después nos dimos cuenta de que se las sabía de memoria. Hans es un buen muchacho y llegará a ser un líder fuerte de la Iglesia en Ecuador”.
Con una sonrisa feliz, Hans Nieto sigue dejando que su luz brille con resplandor.