Entre amigos
El amor del Salvador
“Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 15:12).
De una entrevista con la hermana Cheryl C. Lant, Presidenta General de la Primaria; por Kimberly Webb, Revistas de la Iglesia.
Una de mis canciones favoritas de la Primaria es “Siento el amor de mi Salvador” (Canciones para los niños, págs. 42–43). La primera estrofa dice: “Yo siento Su amor en la naturaleza”. Al visitar a los niños de la Primaria alrededor del mundo, veo ese amor brillar en sus bellas caras.
Siento el amor del Salvador especialmente al leer las Escrituras. Ellas nos enseñan las cosas que nuestro Padre Celestial y Jesucristo desean que sepamos y hagamos, y las Escrituras nos ayudan a obtener un testimonio.
Obtuve mi propio testimonio cuando tenía unos 12 ó 13 años. Sabía que debía saber por mí misma que la Iglesia es verdadera. Me puse a pensar en que José Smith tenía aproximadamente la misma edad que yo cuando oró en la arboleda. Acababa de leer en el Libro de Mormón el pasaje donde Moroni nos dice que oremos para recibir un testimonio de la verdad (véase Moroni 10:3–5), y lo hice; oré de verdad y sentí ese testimonio que Moroni le promete a cada uno de nosotros. De allí en adelante, supe que tenía mi propio testimonio.
Uno de mis pasajes favoritos de las Escrituras es Juan 13:34: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”. Demostramos nuestro amor al ser amables.
Cuando era joven, quería que todos se sintieran aceptados por los demás. Si había niños a los que otros alumnos molestaban en el patio de la escuela, yo quería ser su amiga. Recuerdo que me hice amiga de una niña a la que otros niños trataban mal. Posteriormente, después de que me casé, ella fue mi vecina. Cuando la vi, nos saludamos con alegría. Pensé: “Mírenla ahora; es una maravillosa madre que presta un buen servicio y que se esfuerza por enseñar a sus hijos”. Me alegro mucho de haber sido amable con ella cuando éramos niñas. Y después, cuando la vi otra vez, no tuve que lamentar nada. Todavía éramos amigas.
Siempre debemos tener en cuenta los sentimientos de los demás. Debemos ser amables para con todas las personas, así como Jesús lo era. Él nos ama a todos, sin importar qué apariencia tengamos: si nuestra ropa es diferente, si el cabello es diferente, o si hay algo diferente en la forma en la que caminamos o en la forma en que hacemos las cosas. No importa si somos de otro país o si hablamos un idioma diferente. Nuestro Padre Celestial y Jesucristo nos aman a todos, individualmente. Ellos me aman a mí y te aman a ti.
Cuando leemos las Escrituras e intentamos seguirlas, “afirmamos” nuestras vidas en las Escrituras. Cuando nos “afirmamos” en ellas, demostramos el amor por nuestro Salvador y Él nos bendecirá.
Yo siempre lo seguiré,
mi vida le daré,
pues siento Su amor
que me infunde calma.
(Canciones para los niños, págs. 42–43)
Sé que Jesucristo vive. Él me ama. Ésta es Su Iglesia verdadera. Las Escrituras son verdaderas.