La prueba de Kirsten
Kirsten, nuestra segunda hija, nació hace unos 30 años después de un embarazo con complicaciones. Después de haber nacido, los doctores le descubrieron un grave defecto cardiaco. De inmediato se le trasladó a la unidad de cuidados intensivos del hospital pediátrico. Colocando sus manos en el pequeño cuerpecito que se encontraba en la incubadora, mi esposo le dio la primera bendición del sacerdocio de su vida: Un regalo de bienvenida por motivo de su llegada a la tierra.
Durante los días siguientes, solía detenerme delante de la ventana de cristal que me permitía observar la unidad de cuidados intensivos y miraba mientras la niñita se debatía por la vida. No se nos permitía ni siquiera tocarla y no sabíamos qué debíamos esperar de ella.
Cuando se me dio el alta del hospital sin poder llevarme a mi hija, mi esposo y yo sentimos el deseo de asistir al templo. No podíamos hacer nada físicamente por nuestra pequeña Kirsten, por lo que no nos quedaba más solución que confiar en el Señor y en los médicos. En aquel tiempo, el templo más cercano era el de Suiza, lejos de nuestro hogar en Hamburgo, pero sentimos que debíamos ir a fin de adquirir fortaleza para enfrentar un futuro desconocido. Pusimos toda nuestra fe a favor de nuestra hija.
Entretanto, los doctores diagnosticaron un defecto cardiaco poco común y no pudieron operarla en ese momento. La esperanza de vida de pacientes que sufren de este mal era muy limitada, pero cinco semanas más tarde pudimos llevar a casa a nuestra pequeña Kirsten. Aunque su cuerpo quizá estuviera sufriendo, su espíritu estaba lleno de alegría y se mostraba dispuesto a aprender. Se podía ver que disfrutaba de vivir en nuestra familia y amaba mucho a su hermano mayor.
Cuando Kirsten cumplió cuatro años, su estado empeoró y comenzó a debilitarse cada vez más. Tras orar, ayunar y visitar el templo, decidimos operarla en un centro cardiaco de Munich, en el que los doctores habían tratado recientemente y con éxito un complicado problema como el de Kirsten. Los doctores tenían que modificar todos los elementos del corazón: Reducir los ventrículos, cerrar cámaras y reparar ambas válvulas. Se trataba de una verdadera obra de arte. A decir verdad, estábamos muy preocupados por Kirsten y todo nuestro barrio se unió a nosotros para orar por ella.
Los médicos operaron a Kirsten el 21 de mayo de 1980, y cuando había superado lo más difícil y se la transfirió desde cuidados intensivos hacia otra unidad, nos llenamos de confianza. Entonces sucedió algo terrible. Un pequeño coágulo de sangre se desprendió de una válvula cardiaca reparada, se alojó en el cerebro, y en pocos minutos produjo una parálisis total de su lado derecho, así como la pérdida del habla. Los ojos de Kirsten se llenaron de temor y tristeza. Eso resultó muy difícil para nosotros. Todavía puedo vernos a mi esposo y a mí llamando desesperadamente a nuestro obispo desde una cabina telefónica de Munich. En los días siguientes recibimos cartas de apoyo de muchos miembros del barrio. También ayunamos, lo que nos fortaleció para poder animar a Kirsten y aceptar esa aflicción.
Los años sucesivos estuvieron marcados por constantes terapias, y cada pequeño avance nos suponía un gozo enorme. Cuando llegó el momento de que Kirsten fuera a la escuela, ya contaba con la fuerza y la salud suficientes para asistir a ella. Desarrolló fabulosas estrategias de adaptación con su mano izquierda, la única utilizable. Su pierna derecha comenzó a afianzarse y aprendió a nadar, a andar en bicicleta y a montar a caballo. Disfrutaba de la vida. Si algún niño se reía de su manera peculiar de caminar, yo me limitaba a mostrarle fotos de la vida de Kirsten, y su risa se convertía entonces en admiración.
Kirsten recibió mucho amor de sus abuelos y de otros familiares, y los miembros del barrio le extendieron su amistad. A su vez, ella mostraba su gozo por el Evangelio a toda persona que conocía, y ha sido el miembro de nuestra familia que más amigos ha traído a la Iglesia.
Después de graduarse de la escuela secundaria, Kirsten siguió una formación académica comercio- industrial y obtuvo su licencia de conducir. Con su vehículo ligeramente adaptado, logró una mayor autosuficiencia y pudo participar en conferencias para jóvenes adultos solteros y cumplir con llamamientos en la estaca. En 1999 dedicó un año a realizar una misión de servicio de la Iglesia en el Templo de Francfort.
A Kirsten le encantan los niños y siente un amor muy especial por ellos. Su sobrina, su sobrino y los niños de la Primaria la quieren mucho. Es un ejemplo para nosotros y nos enseña que nadie tiene por qué amargarse al enfrentar una grave adversidad, sino que siempre se puede irradiar alegría.
En 2003, un joven muy amoroso se cruzó en la vida de Kirsten y llegó a convertirse en alguien muy importante para ella. Se trata de un ex misionero que creció en el seno de una fiel familia de Santos de los Últimos Días. En agosto de 2004, él y Kirsten se sellaron en el Templo de Francfort. Ahora, juntos, hacen frente a los desafíos de la vida.
Dos de nuestros hijos sufren de impedimentos físicos. Nadie desea esa prueba, pero si se produce, hay que aceptarla incondicionalmente, aprender y luchar por superar las dificultades. Uno logra desarrollar un oído atento a los susurros del Santo Espíritu. Nuestro Padre Celestial sabe qué aflicciones tenemos que pasar en la tierra para progresar. Muchas veces he alentado a mis hijos con estas palabras: “Sólo tendrán estas trabas físicas mientras vivan en esta tierra, y la vida terrenal es muy corta en comparación con la eternidad”.
Angela Diener es miembro del Barrio Langenhorn, Estaca Neumünster, Alemania.