Las sagradas responsabilidades del ser padres
Lo que hacemos y enseñamos en nuestro hogar sí importa. Con la proclamación sobre la familia como texto principal, permítanme compartir con ustedes cinco conceptos que nos ayudarán a tener familias felices y seguras.
Como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, participé en el proceso de redacción de “La familia: Una proclamación para el mundo”. Fue una experiencia extraordinaria para todos nosotros. Al viajar por el mundo en calidad de líderes de la Iglesia, vemos cosas, tanto dentro como fuera de ella. Nos preocupaba mucho de lo que veíamos. Nos dábamos cuenta de que la gente del mundo quería definir a la familia de una manera contraria al plan eterno de Dios para la felicidad de Sus hijos.
En medio de todo eso, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles pudieron ver la importancia de declarar al mundo la verdadera y revelada función de la familia en el plan eterno de Dios. Trabajamos juntos, mediante el sistema divinamente inspirado de consejos, que funciona inclusive en los niveles más altos de la Iglesia, para preparar una proclamación que aclarara a tal punto la postura del Señor respecto a la familia, que nadie pudiera malinterpretarla.
Desde la publicación de la proclamación hace casi diez años, el tiempo ha demostrado con creces su carácter profético. Como Iglesia, estamos más centrados que nunca en apoyar y fortalecer a la familia. Lamentablemente, ésta sigue sufriendo constantes ataques en todo el mundo. No hay más que leer un periódico o encender la televisión para ver lo abierta y feroz que es la guerra contra la familia. Hay confusión respecto al género sexual, y los papeles de los sexos son repudiados. Se alienta el matrimonio entre personas del mismo sexo en oposición directa a uno de los propósitos principales de Dios: que sus hijos experimenten la vida terrenal.
La familia no es sólo la unidad básica de la sociedad, sino que es la unidad básica de la eternidad. Antes de esta vida terrenal, vivimos como hijos e hijas espirituales de nuestro Padre Celestial. En ese gran concilio familiar de la vida preterrenal, se nos presentó el plan de nuestro Padre Celestial para la felicidad y la paz eterna de Sus hijos. Entendimos que vendríamos a esta tierra para vivir en familias y que, mediante la autoridad para sellar del Sacerdocio de Melquisedec, podríamos vivir como familias el resto de la eternidad.
Qué alarmante resulta ver lo intensa y abiertamente que se está atacando a la familia en la sociedad actual. La proclamación es muy clara:
“Declaramos que el mandamiento que Dios dio a sus hijos de multiplicarse y henchir la tierra permanece inalterable. También declaramos que Dios ha mandado que los sagrados poderes de la procreación se deben utilizar sólo entre el hombre y la mujer legítimamente casados, como esposo y esposa…
“…Los hijos tienen el derecho de nacer dentro de los lazos del matrimonio, y de ser criados por un padre y una madre que honran sus promesas matrimoniales con fidelidad completa. Hay más posibilidades de lograr la felicidad en la vida familiar cuando se basa en las enseñanzas del Señor Jesucristo”1.
Hermanos y hermanas, debemos mantenernos firmes en esta época en la que el adversario utiliza diversos modos de vida con la intención de sustituir el matrimonio de un hombre con una mujer. Sería aconsejable que todas las personas del mundo leyeran el texto íntegro de la proclamación.
El adversario ataca a la familia
Los ataques que recibe la familia minan también el valor de la vida, concretamente la de aquellos que aún no han nacido. La vida se trivializa y queda sujeta a las ideas pasajeras que más convengan o que sean políticamente correctas. Les resultará perturbador, como a mí, saber que entre 1950 y 1970, unos 46 países industrializados y 9 en vías de desarrollo legalizaron el aborto o eliminaron gran parte de las restricciones legales en su contra. Se calcula que anualmente se practican 46 millones de abortos en todo el mundo. De hecho, algunos datos concluyen que los abortos inducidos ponen fin a una cuarta parte de todos los embarazos.
Hay demasiada gente para la que el matrimonio significa una “relación de pareja” que tiene por objeto satisfacer las necesidades emocionales de los adultos en vez de considerarlo una institución para la crianza de los hijos. Los hijos se consideran una opción y no una bendición. Cerca de un millón de niños sufren cada año la experiencia del divorcio de sus padres y las devastadoras consecuencias del mismo, y cerca de un tercio de todos los niños de Estados Unidos nacen fuera de los vínculos del matrimonio. Casi cada estadística indica que nos alejamos velozmente del plan de Dios para Sus hijos. La familia, anteriormente considerada en el mundo como la piedra angular de la sociedad, está perdiendo su función esencial.
Cuando uno se detiene a pensar al respecto desde el punto de vista táctico del diablo, tiene sentido luchar contra la familia. Cuando Satanás quiere desbaratar la obra del Señor, no envenena la provisión de crema de maní del mundo, doblegando así a todo el sistema misional de la Iglesia, ni envía una plaga de laringitis al Coro del Tabernáculo Mormón, ni promulga leyes que prohíban la gelatina verde ni los guisos. Cuando Satanás realmente quiere arremeter y desbaratar la esencia de la obra de Dios, trata de confundir la identidad sexual y ataca el plan de Dios para Sus hijos; intenta provocar desavenencias entre el padre y la madre, incita a los hijos a desobedecer a sus padres, hace de la noche de hogar y de la oración familiar un inconveniente y sugiere que el estudio familiar de las Escrituras no es práctico. No hace falta nada más, porque Satanás sabe que la manera más certera y eficaz de desbaratar la obra de Dios es minimizar la eficacia de la familia y la santidad del hogar.
Fíjense en lo que logra cuando actúa así. Las parejas que no son felices en su matrimonio tienden a no impartir una enseñanza adecuada del Evangelio en el hogar. Existen más probabilidades de que no estén comprometidos personalmente a los principios del Evangelio y algunos se alejan de la Iglesia. La apatía llega incluso a vencer a miembros activos, alejándolos del templo y debilitando su capacidad para ser líderes y maestros eficaces, con lo que un sinnúmero de personas quedan sin una influencia benéfica y la obra de Dios se lentifica. Y cuando Internet no se usa adecuadamente, se convierte en una influencia maligna en el hogar. ¡Sin duda alguna, sabemos que Lucifer es el enemigo de la familia!
Aseguremos la felicidad y la seguridad de las familias
Lo que hacemos y enseñamos en nuestro hogar sí importa. Con la proclamación sobre la familia como texto principal, permítanme compartir con ustedes cinco conceptos que nos ayudarán a tener familias felices y seguras.
1. Relaciones totalmente igualitarias. Los hombres y las mujeres unidos en matrimonio precisan trabajar juntos como iguales. Sin embargo, una relación totalmente igualitaria entre el hombre y la mujer no implica que las funciones que desempeñan los dos sexos sean iguales para ambos en el gran designio de Dios para Sus hijos. Tal como la proclamación expone claramente, el hombre y la mujer, aunque espiritualmente iguales, tienen funciones diferentes pero igualmente importantes y que se complementan. Al hombre se le da la mayordomía de las sagradas ordenanzas del sacerdocio, mientras que Dios concede a la mujer la mayordomía de concebir la vida y criarla, incluso el proporcionar cuerpos físicos para los hijos espirituales de Dios y el orientarlos hacia el conocimiento de las verdades del Evangelio. Esas mayordomías, igualmente sagradas e importantes, no implican ninguna falsa noción en cuanto al dominio y la subordinación. Cada mayordomía es esencial para el progreso espiritual de todos los miembros de la familia, tanto de los padres como de los hijos.
Por ende, las mayordomías familiares deben entenderse en términos de obligaciones y responsabilidades, y en términos de amor, servicio e interdependencia. El hombre que trata de dominar a su esposa, que intenta ejercer injusto dominio sin respetar el consejo ni la sensibilidad de su cónyuge, simplemente no entiende que tales acciones contradicen la voluntad de Dios.
2. El padre. La proclamación declara: “El padre debe presidir sobre la familia con amor y rectitud y tiene la responsabilidad de protegerla y de proveerle las cosas necesarias de la vida”. El padre enseña el Evangelio a su familia y la guía con bondad, siguiendo el consejo de la sección 121 de Doctrina y Convenios (véanse los versículos 34–36).
El padre efectúa ordenanzas del sacerdocio y da bendiciones del sacerdocio, entre las que se encuentran las bendiciones que el padre da a sus hijos. Ora con los miembros de su familia y por ellos, en forma colectiva e individual. Da el ejemplo de respeto y amor por su compañera eterna que, a la vez, es la madre de sus hijos. Sigue el ejemplo del Salvador en todo lo que hace y se esfuerza por ser digno de Su nombre y Sus bendiciones. El padre debe buscar constantemente la guía del Espíritu Santo a fin de saber cómo obrar y qué decir, y también qué no hacer ni decir. Sirve a la familia y a la Iglesia con un espíritu de amor y entusiasmo, y por medio del ejemplo prepara a los integrantes de su familia para prestar servicio, en especial a sus hijos varones, para que sirvan como misioneros dignos.
Dios y Sus profetas esperan que el padre no sólo provea para su familia, sino que también la proteja. En este mundo abundan muchas clases de peligros; por lo que es importante contar con protección física contra los peligros naturales, así como contra los humanos. Además, nos circundan los peligros morales que acechan a nuestros hijos desde sus primeros años. El padre desempeña una función vital en la protección de sus hijos contra tales trampas.
Sabemos que la función del padre no se limita a presidir a los integrantes de su familia, a proveer para los de su familia y protegerlos, sino que día con día, el padre puede y debe colaborar con las responsabilidades esenciales que tienen que ver con la crianza de los hijos, las que sirven para establecer lazos afectivos con ellos y que incluyen darles de comer, jugar con ellos, contarles cuentos, amarlos y todas las demás actividades que forman parte de la vida familiar.
3. La madre. La proclamación enseña que “la responsabilidad primordial de la madre es criar a los hijos”. El término criar alude a comportamientos de los padres como lo son el amar, apoyar, establecer vínculos afectivos, mostrar cariño, reconocer las cualidades únicas de cada hijo y atender a sus necesidades. La crianza es, en sí misma, más importante para el desarrollo de un hijo que cualquier método o técnica empleada en su educación. De más está decir que un contexto familiar estable y seguro constituye el mejor entorno para la crianza de los hijos.
Desde sus primeros días en la tierra, el amor de una madre por sus hijos despierta en ellos el recuerdo del amor y la bondad que éstos experimentaron en la existencia preterrenal. Gracias a que nuestras madres nos aman, nosotros aprendemos, aunque es más exacto decir que recordamos, que Dios también nos ama.
En la actualidad, nuestro mundo materialista nos presiona para que tengamos y gastemos más dinero. Lamentablemente, esto hace que las madres casadas deseen trabajar fuera del hogar a fin de conseguir un segundo sueldo. Cuando el esposo, la esposa y los hijos distinguen la diferencia que existe entre las necesidades básicas y los caprichos materiales, alivian a la familia de cargas económicas y contribuyen a que las madres puedan permanecer en casa. Las decisiones respecto a trabajar fuera del hogar son difíciles y deben tomarse tras mucha oración, teniendo siempre presente el consejo de los profetas vivientes respecto a este complejo asunto.
El presidente Gordon B. Hinckley, con su sensibilidad habitual y su espíritu amoroso, nos brinda esta sabia perspectiva:
“Reconozco… que hay mujeres (de hecho, las hay muchas) que tienen que trabajar para atender las necesidades de su familia. A ustedes les digo: Hagan lo mejor que puedan. Confío en que si están trabajando durante jornadas enteras, lo estén haciendo para cumplir con las responsabilidades básicas del hogar y no para darse gustos y hasta lujos materiales. El deber mayor de toda mujer es el de amar a sus hijos, enseñarles, animarlos y guiarlos hacia la rectitud y la verdad. No hay ninguna otra persona que pueda sustituirla adecuadamente.
“Es casi imposible ser un ama de casa todo el día y al mismo tiempo trabajar fuera de la casa jornadas enteras. Me consta que muchas de ustedes se enfrentan con decisiones difíciles en cuanto a esto. Les repito, hagan lo mejor que puedan”2.
Cuidar de niños pequeños que dependen de nosotros y que exigen mucha atención es una tarea interminable y a menudo difícil. Las madres no deben caer en la trampa de creer que el darles tiempo de “calidad” puede sustituir a la “cantidad” de tiempo. La calidad está en relación directa con la cantidad, y a fin de criar a sus hijos, las madres deben aportar ambas. Ello requiere de una vigilancia constante y de reajustes también constantes de las exigencias en juego. Es una tarea ardua; no hay duda de ello.
El presidente James E. Faust, Segundo Consejero de la Primera Presidencia, nos ha aconsejado sabiamente:
“Hoy día hay quienes instan a la mujer a tenerlo todo en el mundo —por lo general, todo al mismo tiempo—: dinero, viajes, matrimonio, hijos y sus propias profesiones…
“Hacer las cosas consecutivamente —abordar las tareas de una en una en diversos momentos— no siempre es posible, como ya sabemos, pero le da a la mujer la oportunidad de hacer cada cosa bien en su tiempo y de desempeñar diversos papeles a lo largo de la vida. La mujer… puede desempeñar diversas labores en las diferentes etapas de su vida; no precisa cantar a la vez todas las estrofas de la canción”3.
4. Principios para el matrimonio y las familias. De la proclamación para la familia aprendemos que “los matrimonios y las familias que logran tener éxito se establecen y mantienen sobre los principios de la fe, la oración, el arrepentimiento, el perdón, el respeto, el amor, la compasión, el trabajo y las actividades recreativas edificantes”. Los padres deben esforzarse por establecer relaciones amorosas y eternas con sus hijos. A veces es necesario reprender o corregir, pero debe hacerse con sensibilidad, persuasión y demostrando mayor amor hacia el niño, no sea que considere al padre como su enemigo (véase D. y C. 121:43)4.
Puede ser igualmente destructivo que los padres sean demasiado permisivos y que lo consientan todo, permitiendo que los hijos hagan lo que les dé la gana. Los padres deben fijar límites de acuerdo con la importancia del asunto en cuestión y el modo de ser y la madurez del hijo. Ayuden a sus hijos a entender los motivos de las reglas y apliquen siempre la disciplina pertinente cuando éstas sean quebrantadas. Es igualmente importante alabar el buen comportamiento. Mantener este equilibrio va a requerir de toda su creatividad y paciencia, pero las recompensas serán grandes. Los hijos que entienden sus límites mediante la aplicación constante de reglas importantes tienden a ir bien en los estudios, se controlan a sí mismos y están más dispuestos a ceñirse a las leyes del país5.
Los padres deben dar a sus hijos opciones y estar preparados para realizar ajustes en ciertas reglas a fin de prepararlos para las situaciones del mundo real6. Para ello, los padres precisan escuchar —escuchar de verdad— lo que dicen sus hijos y saber qué es importante para cada uno de ellos. Ésta es una lección que aprendí hace tiempo de una de nuestras hijas que, en aquel entonces, no tenía más que cuatro o cinco años. Entró en el cuarto muy animada mientras yo leía el periódico. La cabeza le bullía con cosas que eran importantes para ella y yo le respondía: “Sí, claro, sí”. De repente, me desprendió el periódico con las manos y me agarró el rostro para que la mirara fijamente a los ojos. Allí estaba aquella pequeña de cuatro o cinco años enseñándole una gran lección a su padre: “Papi, no me estás escuchando”. Y tenía razón.
5. Los consejos familiares. Como se habrán imaginado viniendo de mí, el consejo familiar es uno de los mejores instrumentos que tenemos como padres. Jamás puedo recalcar lo suficiente su importancia para ayudarnos a entender y abordar los problemas en la familia. Cuando los miembros de una familia empezaban a sentir que una contención inusual invadía su hogar, convocaron un consejo familiar para analizar la situación. El padre primero, y luego la madre, explicaron a los hijos lo que habían observado y preguntaron lo que pensaba cada uno al respecto. La madre y el padre se dieron cuenta que desde que los dos hijos mayores habían salido de casa, uno porque se había casado y otro para ir a la universidad, sobre los dos hijos mayores que quedaban en casa había caído una injusta y abrumadora carga de responsabilidades, lo que les hacía sentirse resentidos. Al aconsejarse juntos y escuchar los sentimientos de sus hijos, la familia procedió a realizar un reparto más equitativo de las responsabilidades de los hijos, acabando así con gran parte de la frustración y la tensión que se palpaba en el hogar7.
Reconozco que hay tantas clases de consejos familiares como familias. Éstos pueden consistir de uno de los padres y de un hijo, de ambos padres y varios hijos, sólo de los padres, sólo de los hijos, etcétera. Sin importar el tamaño ni la composición del consejo familiar, lo que es realmente importante es una motivación amorosa, un ambiente que fomente la libertad para hablar abiertamente y una disposición para escuchar las palabras sinceras de todos los miembros del consejo, así como los susurros del Espíritu Santo8.
Superemos la contención
Si alguno de ustedes tiene problemas de contención en su hogar, sepa que puede cambiar esa situación. Hable con su familia; pídale ayuda. Dígale que no desea que el espíritu de contención reine en el hogar y hablen de lo que puede hacer cada integrante de la familia para evitarlo. El presidente Marion G. Romney (1897–1988), en ese entonces Primer Consejero de la Primera Presidencia, enseñó:
“Estoy seguro de que si, en nuestros hogares, los padres leen el Libro de Mormón con regularidad y oración, solos y con sus hijos, el espíritu de ese libro penetrará en sus hogares y morará con ellos; el espíritu de reverencia aumentará y el respeto y la consideración mutuos serán aún mayores, desvaneciéndose el ánimo de contención”9.
Recuerden también que la oración encierra un gran poder. Les insto encarecidamente a llevar a cabo la oración personal y familiar, que son importantes elementos en la edificación de familias fuertes. Pero deseo recalcar algo más también. Me pregunto si muchos de ustedes, padres y matrimonios, han olvidado el momento esencial de arrodillarse juntos al final del día, ustedes dos, tomados de la mano, para ofrecer sus oraciones. Si esto ha desaparecido de su rutina diaria, les sugiero que lo recuperen… ¡esta misma noche!
A todos ustedes que son padres, les aconsejo simplemente que consigan una copia de “La familia: Una proclamación para el mundo”, que la lean y que se esfuercen por que su matrimonio y su familia se ciñan al consejo inspirado que contiene y que ha sido revelado por el Señor. Entonces esfuércense al máximo por ser las mejores personas posibles y por comportarse de la mejor manera. Dios les fortalecerá más allá de su propia capacidad a medida que se esfuercen por cumplir con la responsabilidad terrenal más sagrada que Él concede a Sus hijos. Den oído a la voz del Espíritu y al consejo de los profetas vivientes. Sean de buen ánimo; Dios no les ha enviado aquí a la tierra para fracasar; sus esfuerzos como padres no se considerarán un fracaso a menos que ustedes se den por vencidos.
Ruego que nuestro Padre Celestial les bendiga a todos y cada uno de ustedes. Dios vive. Somos Sus hijos. Jesucristo es nuestro Señor y Salvador. Ellos nos aman y desean que seamos fieles y felices.
De un discurso pronunciado en una reunión espiritual durante la Semana de la Educación el 19 de agosto de 2003 en la Universidad Brigham Young.