Mi propio héroe
En aquel día de noviembre de 1972, en el que subí al autobús para ir a la escuela, no tenía ni idea de que ese día se convertiría en uno de los más importantes de mi vida.
Tenía 13 años y era un estudiante de lo más normal. Mi principal meta era pasarlo bien en la escuela y tenía muchos amigos que eran como yo; pero Óscar Italia no era como los demás muchachos. Él estudiaba de verdad, por lo que se encontraba en el cuadro de honor de la escuela. Yo no lo conocía bien debido a que era bastante callado.
Cuando entré en la clase aquel día, Óscar llevaba una insignia en la solapa que decía: “Es importante para mí. ¿Y para ti?”. En aquel tiempo, la Iglesia tenía un programa que ayudaba a los miembros a compartir el Evangelio. Los miembros de la Iglesia llevaban esa insignia para que cuando la gente les preguntara qué significaba, pudieran hablarles de la familia y de la noche de hogar.
Le pregunté a Óscar: “¿Qué es eso?”. Él respondió que se había bautizado hacía tres meses y que era el único Santo de los Últimos Días de su familia.
Durante los momentos libres de ese día, él se dio cuenta de mi interés y me explicó el Plan de Salvación, y también me dio un ejemplar del Libro de Mormón. Me leyó la promesa de Moroni 10:3–5 y me dijo que si oraba, sentiría un ardor en el pecho que me confirmaría que el Libro de Mormón es verdadero. Óscar era un estupendo miembro misionero, y le creí.
A la mañana siguiente, mientras mi madre estaba comprando en el mercado local, decidí leer el Libro de Mormón. Cuando casi había terminado la primera página, sentí el deseo de orar. Fui a mi habitación y me arrodillé junto a la cama. Nunca antes había orado, pero recordaba que debía pedir a Dios en el nombre de Cristo. Le pregunté si el Libro de Mormón es verdadero y le pedí a Dios que me dijera si Él existía. Esperaba sentir lo que mi compañero de clase me testificó que sentiría. Al rato, oí que mi madre había regresado y tuve miedo de que me encontrara orando, así que me levanté y me preparé para ir a la escuela.
Por el camino a la escuela, mi cabeza estaba llena de ideas conflictivas. “¿Es verdad o no? No sucedió nada”, pensé. Me sobrevinieron muchas dudas.
No puedo explicar por qué, pero en cuanto bajé del autobús y pisé la acera, mis dudas desaparecieron y supe que era verdad. Fue algo extremadamente simple.
Óscar se me acercó para hablar conmigo a la entrada del salón de clases. Le dije: “Quiero ser miembro de tu Iglesia”. Él no podía creerlo. Un amigo estaba escuchando y les dijo a mis otros amigos lo que estaba sucediendo y no tardaron en venir todos a verme y me preguntaron por qué iba a cambiar de religión. Me dijeron que estaba loco. No pude responder a sus preguntas y comencé a llorar. Entonces terminaron por marcharse y me quedé solo con Óscar. De pronto, me sobrevino un sentimiento de gozo inmenso. Nunca había sentido nada parecido. Era el ardor de pecho que mi amigo dijo que sentiría, el cual confirmaba la decisión que había tomado.
Al día siguiente, Óscar me llevó una insignia y los dos la llevamos con orgullo.
Treinta años después regresé a mi ciudad de origen para hablar en una charla fogonera para jóvenes. Titulé mi mensaje: “Cómo ser un héroe”, y mi intención fue analizar la manera en que Nefi, Abinadí y Alma pueden llegar a ser nuestros héroes. No obstante, mientras esperaba el momento de discursar, vi a mi amigo Óscar y a su madre entre los asistentes. Recordé aquel maravilloso día de hacía treinta años y decidí hablar a los jóvenes de mi propio héroe, Óscar Italia, un valiente joven que estaba empeñado en compartir el Evangelio, un joven que cambió el curso de mi vida.
Jorge Detlefsen es miembro del Barrio Villa Belgrano, Estaca Sierras, Córdoba, Argentina.