2006
En el equipo del Señor
marzo de 2006


En el equipo del Señor

Rafael Queiroz observa cuidadosamente la red de vóleibol, lanza el balón hacia arriba, después corre unos pasos hacia adelante y salta; permanece en el aire durante unos momentos como si estuviera desafiando la gravedad. En una fracción de segundo más tarde se encuentra con el balón y lo golpea con la mano. El balón sale disparado sobre la red a una velocidad increíble.

Cualquiera que lo ve se preguntaría cómo podría un oponente responder ante los misiles que lanza Rafael. “¡Ah!” es lo único que un observador asombrado puede decir.

Rafael sólo se encoge de hombros, pero dejando entrever cierta satisfacción por el modo en que saca la pelota. “En realidad”, dice este modesto brasileño, “prefiero el fútbol; pero como no soy lo suficientemente ágil para jugarlo bien, juego al vóleibol”.

Quizás sea que con 1 metro 96 centímetros de estatura y un peso de 94 kilogramos no sea tan veloz como los jugadores que tienen menos estatura y peso; pero sí posee la estatura y el peso para colocar un balón de vóleibol a sólo unos cuantos centímetros por encima de una red, con tal potencia que sólo los valientes quisieran interceptarlo.

Es posible que el fútbol sea el deporte de preferencia de Rafael, pero el vóleibol es definitivamente lo suyo. Y él es muy bueno para ello. De hecho, es tan bueno que jugó en la final del campeonato nacional de vóleibol de las escuelas secundarias. “Ése”, dice Rafael, “fue uno de los tres días más felices de mi vida”.

¿Y cuáles fueron los otros dos? “El día en que me bauticé como miembro de la Iglesia y el día en que recibí mi bendición patriarcal”.

A los 19 años, Rafael de Morais Queiroz, del barrio Jardim Massangana, Estaca Boa Viagem, Recife, Brasil, ha aprendido un par de lecciones importantes que muchas personas no llegan a aprender nunca. Él sabe que cuando ponemos al Señor en primer lugar en nuestra vida, suceden cosas buenas. También sabe que en ocasiones hay que modificar nuestros sueños para aprovechar los talentos y las oportunidades que el Señor nos da.

Entrenar para ser fuertes

Los padres de Rafael se unieron a la Iglesia antes que él naciera, por lo que se crió dentro de un hogar en el que el Evangelio era muy importante.

“Al ser criados dentro de la Iglesia, se nos enseña desde una edad temprana los principios del Evangelio y la importancia de guardar los mandamientos”, dice él. “Pero aún así es necesario que obtengamos nuestro propio testimonio”.

Rafael recuerda un día en seminario cuando la clase estaba viendo un video sobre la muerte del profeta José Smith. “Comencé a llorar. ‘¿Por qué?’, me pregunté a mí mismo. Mientras me concentraba en lo que estaba sintiendo, la respuesta llegó: El Espíritu Santo me estaba testificando que José Smith es un profeta y que la Iglesia es verdadera”.

Sonríe al recordarlo. “En las clases de seminario suceden cosas buenas”, dice él.

En la Iglesia también suceden cosas buenas. Durante una clase del quórum de los presbíteros, él sintió que debía pedir su bendición patriarcal. “Para prepararme, comencé a estudiar, después fui con el obispo y él me envió con el patriarca. Me quedé maravillado por lo que escuché. El Señor espera mucho de mí. Me encanta mi bendición”.

Después de esas experiencias, su testimonio se ha fortalecido de muchas formas. El estudio de las Escrituras es una de ellas. A él en particular le gusta el Libro de Mormón. “Admiro a Nefi”, dice Rafael.

Ayuda de la familia

Al igual que Nefi, Rafael nació de buenos padres. La familia es importante para él y en especial mantiene una buena relación con su única hermana, Gabriela, de 18 años.

“Para mi, Gabriela es un ejemplo de rectitud”, dice Rafael. “Siempre sigue las normas de la Iglesia”. Nos cuenta que ella asiste a seminario dos veces al día, una temprano por la mañana y luego por la tarde.

Cuando se le pregunta por qué, ella responde: “Me encanta aprender del Evangelio. Me da una perspectiva diferente en las distintas clases. Además, tengo amigos en la clase de la tarde y me gusta estar con ellos. Pero principalmente me encanta sentir el Espíritu; lo siento muy a menudo en seminario”.

Para Rafael, su hermana es un claro ejemplo de que el poner el Evangelio en primer lugar en tu vida puede darte la fortaleza para resistir las presiones del mundo. “El tener la perspectiva del Evangelio nos ayuda a enfrentar nuestros desafíos”, dice él. “Nos enseña a mantenernos alejados de las tentaciones. Aunque no estoy libre de las tentaciones, siempre trato de evitarlas. Los jóvenes tiene que aprender que la forma de evitar las tentaciones es decidir de antemano cómo las van a enfrentar”.

Él sabe muy bien de las tentaciones que enfrentan los deportistas. “Como atleta, siempre hago lo que hacen los demás atletas, pero no las cosas malas; no quebranto la Palabra de Sabiduría ni hago lo que a veces hacen los jóvenes. Intento ser un ejemplo como Santo de los Últimos Días”.

“Al principio”, dice él, “mis amigos pensaron que mis decisiones eran graciosas; pero después me respetaron por motivo de mis normas”.

Unirse al equipo del Señor

Un amigo fue el que hizo que Rafael comenzara a jugar vóleibol. En 2001, un compañero de su equipo de fútbol, de Recife, le mencionó que había algunas escuelas privadas de secundaria que ofrecían becas de vóleibol. En esa época, Rafael intentaba obtener una beca de fútbol, pero descubrió que su habilidad física no le permitía jugar al nivel que los entrenadores querían; sin embargo parecía tener un talento para el vóleibol que aún no había descubierto. “Así que jugué vóleibol hasta que llegué a hacerlo muy bien”, dice él. Llegó a hacerlo tan bien que hasta pudo obtener una beca que costeaba todos sus gastos en una escuela secundaria privada.

En la escuela jugó en el campeonato de la ciudad de Recife, luego en los campeonatos regionales del noreste de Brasil, que es uno de los torneos más importantes del país. Pero su éxito no terminó allí. No pasó mucho tiempo sin que se le pidiera unirse al equipo estatal de Pernambuco para prepararse para el torneo nacional de escuelas secundarias. Su equipo ganó casi todos los partidos; perdió únicamente el último partido. Tiene las medallas que lo demuestran.

“Como jugador de vóleibol”, dice él, “aprendí a jugar como miembro de un equipo. Una persona no puede ganar por sí sola y hay que cuidarse el uno al otro y ayudarse mutuamente”.

De igual forma, la Iglesia le ha enseñado a jugar como miembro del equipo del Señor. “La Iglesia me ha enseñado a enseñar a los demás y a cuidar de ellos, de estar alerta por si alguien necesita ayuda. No hay mejor lugar para aprender a vivir el Evangelio que en la Iglesia. El Señor desea que todos nosotros pongamos en práctica el Evangelio y es por ello que voy a ir a una misión”.

Rafael hará a un lado una beca deportiva de la universidad para ir a la misión. Muchas escuelas han intentado reclutarlo y se sintió tentado a aceptar la beca que una de ellas le ofrecía; pero en este momento de su vida, prefiere servir en una misión que servir en una cancha de vóleibol. Él sabe que ha tomado la decisión correcta.

“Por más éxito que haya tenido en los deportes”, dice él, “deseo lograr aún más como misionero. Siento que no importa adonde vaya, podré hacerlo bien si permito que el Señor sea mi entrenador”.