¿Cuándo te vimos enfermo?
Araceli López Reséndiz, Veracruz, México
Desde 2003 hasta 2005 presté servicio como presidenta de las Mujeres Jóvenes del Barrio Gutiérrez Zamora, en Veracruz, México. Todas las navidades, las jovencitas y sus líderes horneaban postres para llevarlos a los miembros de edad avanzada de nuestro barrio.
A medida que se acercaba la Navidad de 2005, comenzamos a practicar villancicos, para lo cual nos poníamos bufandas y sombreros rojos. En nuestro pueblo, hay lloviznas constantes y mucho viento del norte durante el invierno. No obstante, eso no impidió que un grupo de aproximadamente doce jóvenes saliera en esas condiciones con los pasteles (tartas) de piña que habíamos hecho.
Al llegar al hogar de nuestros hermanos y hermanas de edad avanzada, cantamos con mucho gozo. Salimos de cada hogar muy contentos, ya que aunque sólo hubiera sido por un momento, habíamos llevado felicidad con nuestras canciones y pasteles.
La última hermana a la que visitamos había sido menos activa durante muchos años. Aunque ninguno de los jóvenes conocía a Juanita, mi esposo y yo la conocíamos desde hacía mucho tiempo. Ahora se encontraba postrada en cama con una enfermedad terminal, y vivía en la pobreza. Unos días antes, el quórum de élderes la había visitado para hacer varias reparaciones en su casa.
Cuando llegamos a su casa, la llamé por su nombre. No contestó nadie, así que seguí llamándola. Pronto escuché una voz suave que decía: “Adelante, hermana Araceli”. Entramos y cantamos con gozo y entusiasmo, aunque su estado nos entristeció. No hacía mucho que Juanita había estado llena de vida, pero cuando se sentó, los jóvenes no pudieron contener las lágrimas. Ella se sintió profundamente conmovida y nos dio las gracias por visitarla y ayudarla a sentir, mediante nuestros cantos, que nuestro Padre Celestial se acordaba de ella y que la amaba.
Al salir de su humilde morada, los jóvenes expresaron gratitud por haber tenido la oportunidad de cantarle. No les importó que hubiesen terminado mojados y con frío; tenían el corazón lleno de gozo por haber compartido una pequeña porción de la felicidad que sentían. Fue entonces que comprendí más plenamente los siguientes versículos:
“…estuve desnudo, y me cubristeis …
“… ¿cuándo te vimos enfermo… y fuimos a verte?
“Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25:36, 39–40).
Unos días después, me entristecí al saber que Juanita había fallecido, pero sé sin ninguna duda que el Padre Celestial ama a Sus hijos. También sé que si seguimos el Espíritu, podemos ser instrumentos en Sus manos para bendecirnos los unos a los otros.