2009
La adoración por medio de la reverencia
Diciembre de 2009


La adoración por medio de la reverencia

La reverencia es mucho más que la ausencia de ruido; la reverencia sincera consiste en la atención para escuchar, en poner los pensamientos en todo aquello que proviene de Dios y en los sentimientos de respeto, amor y honor hacia nuestro Padre Celestial y hacia Su Hijo Jesucristo.

Elder Robert C. Oaks

Estas palabras del presidente David O. McKay (1873–1970) nos dan una perspectiva más clara del tema: “La reverencia es un respeto profundo mezclado con amor”1. Esa perspectiva se ensancha con las palabras de una canción de los niños:

La reverencia es más que estar quietos;

es recordar al Señor,

ver las bendiciones del Padre en los cielos;

es un sentimiento de amor2.

Las palabras esenciales relacionadas con la reverencia que se encuentran con más frecuencia en las Escrituras son: respeto, amor y honor. Si utilizamos la misma norma, vemos que la reverencia indica una actividad del corazón y no simplemente la pasividad de la lengua.

La reverencia es una parte integral de la adoración al Señor. El élder Dallin H. Oaks, del Quórum de los Doce Apóstoles, enseñó esto:

“La adoración al Señor muchas veces incluye acciones, pero la verdadera forma de adorar implica una actitud mental particular.

“La actitud de adoración provoca los sentimientos más profundos de fidelidad, veneración y admiración; en ella se combinan el amor y la reverencia en un estado de devoción que lleva a nuestro espíritu más cerca de Dios”3.

Ciertamente, el propósito principal de entrar en un lugar de adoración es acercarse más a Dios.

Al estudiar la vida y las enseñanzas de Jesucristo y obtener comprensión del extraordinario impacto de Su expiación en nuestra vida, tanto terrenal como eterna, sentimos naturalmente que respondemos a ello con las emociones de respeto, amor y honor. Surgen entonces la obediencia al Evangelio y el servicio cristiano como expresiones apropiadas de esas emociones; pero las manifestaciones de respeto, amor y honor son incompletas sin la reverencia.

Al ir desarrollando la reverencia por Jesucristo, nos habilitamos mejor para modelar nuestra vida siguiendo Su ejemplo perfecto. Esa reverencia presenta muchas facetas, entre ellas la fe en que Él vive, la confianza en Sus prometidas bendiciones y la obediencia a las normas del Evangelio; pero una de las más importantes es el sentimiento de nuestro corazón: el respeto, el amor y el honor que sintamos hacia Dios. Los que respetamos, amamos y honramos al Señor no tomaremos nunca Su nombre en vano y nos disgustarán las bromas degradantes o triviales que se refieran a Él. En cambio, alabamos y veneramos a nuestro Padre Celestial y a Aquél a quien adoramos como nuestro Señor y Salvador.

En Levítico 19:30, el Señor da clara instrucción de lo que Él espera en cuanto a la reverencia, cuando dice: “Mis días de reposo guardaréis, y mi santuario tendréis en reverencia. Yo Jehová”. El respeto que demostremos hacia Sus templos y capillas es una forma de reflejar la reverencia que sentimos por Él en nuestro corazón. El grado de respeto, amor y honor al Señor que sintamos se refleja directamente en la reverencia que demostremos en nuestra actitud y decoro.

Las bendiciones de la reverencia

En 1836, al orar en la dedicación del Templo de Kirtland, el profeta José Smith proporcionó un concepto interesante sobre la reverencia cuando oró suplicando que los arrepentidos pudieran volver y que les fueran “restauradas las bendiciones que tú has decretado que se derramen sobre los que te reverencien en tu casa” (D. y C. 109:21). La oración del Profeta describe cuáles pueden ser esas bendiciones que se reciban por ser reverente: palabras de sabiduría, la plenitud del Espíritu Santo, gracia ante el Señor, el poder de Dios y el perdón (véanse los versículos 14, 15, 21, 22, 34). En verdad, las recompensas de ser reverentes son muy grandes.

Generalmente, la mayor parte de lo que hablamos en la Iglesia sobre la reverencia se concentra en el hecho de guardar silencio en los lugares de adoración, poniendo énfasis especialmente en hacer que los niños permanezcan callados. Ciertamente, el silencio es parte de la reverencia, pero el significado profundo y completo del concepto de ser reverentes abarca mucho más que la ausencia de ruido y conmoción. El silencio no necesariamente equivale a reverencia.

Nuestras capillas son principalmente casas de adoración en las que podemos sentarnos en silencio durante la música del preludio y reflexionar sobre la belleza del Evangelio restaurado, preparar el corazón y el intelecto para la Santa Cena y meditar sobre la majestad de nuestro Padre Celestial y la magnificencia de la expiación del Salvador. ¿Qué lugar podría ser mejor para considerar asuntos tan sagrados y trascendentales? Esas manifestaciones de nuestra forma de adorar al Señor irán naturalmente acompañadas de una actitud de reverencia.

Las oportunidades de adoración mencionadas son fundamentales para fortalecer nuestra fe y proporcionan un medio por el cual el espíritu de testimonio y revelación puede fluir a nuestra alma. Un día de reposo, sentado durante el preludio de la reunión sacramental, tuve una demostración impresionante de esta realidad: Mi esposa y yo habíamos estado buscando dirección espiritual en cuanto a un asunto que nos preocupaba; afortunadamente, recibimos la respuesta por medio del himno que se había elegido para el preludio, y durante la dulce melodía del preludio el Espíritu nos indicó claramente el curso que debíamos seguir. Pero, lamentablemente, antes de que terminara el himno, alguien que estaba sentado cerca se inclinó y empezó a hablarme; el Espíritu se alejó de inmediato y aquel tesoro de revelación se vio disminuido por la falta de reverencia.

Gracias a aquella experiencia obtuve un aprecio especial por la santidad de un momento sereno de preludio. El presidente Boyd K. Packer, Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles, recalcó esta verdad cuando dijo: “La irreverencia satisface los propósitos del adversario al obstruir los delicados canales de revelación tanto de la mente como del espíritu”4.

Preparativos para ser reverentes

Los preparativos para ser reverentes no son complicados; en lugar de permitir que nuestros pensamientos vaguen hacia los aspectos mundanos de la vida, al estar en lugares y momentos de reverencia debemos disciplinarnos a fin de pensar en todo lo que proviene de Dios: en la majestad de la Expiación, en la familia eterna y en la restauración del Evangelio en su plenitud. Eso incluye también el disciplinar nuestra conducta para que refleje las actitudes de respeto, amor y honor; implica, además, que nos vistamos modestamente con nuestra mejor ropa, evitando las modas extremadamente frívolas que estén al día, así como las conversaciones en voz alta y el comportamiento bullicioso en el edificio de la Iglesia. Y cuando estemos en la capilla, debemos procurar que nuestro silencio tenga un nivel de sosiego y concentración, especialmente durante la Santa Cena.

El deseo de ser reverentes nos llevará a prepararnos de antemano si pensamos que tendremos que salir de la reunión por algún motivo, y a sentarnos en la parte de atrás, cerca de la puerta, para salir silenciosamente. El hecho de salir durante un servicio, particularmente en medio de un discurso o de otra presentación, distrae al discursante y a los que estén sentados cerca de nosotros. Por respeto a los demás, así como al Señor, debemos evitar esos movimientos inoportunos.

Muchas veces relacionamos la reverencia de una congregación con la conducta de los niños presentes. Es cierto que los niños pequeños pueden presentar dificultades para mantenerla, pero la primera regla con respecto a ellos ¡es llevarlos a la iglesia! Se les puede enseñar, se les puede sacar por un momento y volver a llevarlos a la reunión; y para esa enseñanza, es mejor reducir el número de “instrumentos” que se lleven, tales como juguetes y alimentos. Las congregaciones de Santos de los Últimos Días son generalmente bendecidas con un considerable número de niños y jóvenes, y debemos estar agradecidos por eso. Ellos son el futuro de la Iglesia.

La reverencia sincera es una parte importante de nuestra adoración al Padre Celestial y al Señor. Que en todos los pensamientos y actividades de nuestra vida diaria podamos evitar cualquier cosa que indique una falta de reverencia hacia Ellos. Que en todas nuestras acciones de adoración procuremos expandir y profundizar nuestros sentimientos de respeto, amor y honor hacia nuestro Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo. Esos sentimientos son las señales de un carácter verdaderamente cristiano.

Notas

  1. David O. McKay, en “Conference Report”, abril de 1967, pág. 86.

  2. “La reverencia es amor”, Liahona, “Sección para los niños”, febrero de 1992, pág. 5.

  3. Dallin H. Oaks, Pure in Heart [“Pureza de corazón”], 1988, pág. 125.

  4. Boyd K. Packer, “La reverencia inspira la revelación”, Liahona, enero de 1992, pág. 24.

Ilustraciones fotográficas por Cary Henrie.