Los dones espirituales que se otorgan a un presidente de estaca
He conocido a cientos de presidentes de estaca; son hombres de éxito e integridad. Están llenos de fe y tienen un deseo inquebrantable de complacer al Señor.
El llamamiento de presidente de estaca es una experiencia sagrada y espiritual. Bajo la dirección de la Primera Presidencia, las Autoridades Generales y los Setentas de Área tienen esa responsabilidad. Durante los dieciséis años en que he prestado servicio como Autoridad General, he extendido llamamientos en muchas culturas y continentes, de norte a sur en toda América y desde Europa hasta Asia.
En cada una de esas experiencias, he atesorado dos enseñanzas que recibí durante mis primeras semanas como Autoridad General; una, del presidente Thomas S. Monson: “Cuando estás cumpliendo el mandato del Señor, tienes derecho a recibir ayuda de Él”; y la otra, del presidente Boyd K. Packer, Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles: “En tu ministerio tendrás experiencias en las que, a través del velo, harás una pregunta al Señor y recibirás una respuesta inmediata”. En cada uno de los casos se han cumplido ambas promesas.
La experiencia de llamar a un presidente de estaca es siempre la misma pero es siempre diferente. Es la misma en el sentido de que las dos Autoridades Generales o los dos Setentas de Área a quienes se envíe tienen una sensación de enorme dependencia del Señor y ambos deben recibir la misma inspiración antes de extender los llamamientos; el Espíritu del Señor acompaña y confirma siempre el proceso de selección en forma extraordinaria. Y es diferente en el hecho de que los hombres a quienes se llama varían mucho de estaca en estaca; los presidentes de estaca son a veces hombres de gran experiencia y años de servicio, y otras veces son jóvenes y llenos de fe; sus respectivas ocupaciones son también muy variadas y no siguen ningún modelo.
Cómo se confieren las llaves
Aunque, en general, un presidente de estaca se encuentra entre los líderes de la estaca, hay excepciones. En una oportunidad habíamos entrevistado a hermanos hasta bien entrada la noche sin poder sentir la confirmación del Espíritu con ninguno de los excelentes hombres con los que nos reunimos. Al fin, después de entrevistar a todos los que teníamos en la lista que se había preparado, empezamos a hablar con otros hombres dignos que no se hallaban prestando servicio en cargos de liderazgo. A las diez de la noche, al reunirnos con un maestro de Doctrina del Evangelio, el Señor nos confirmó, sin lugar a dudas, que aquél era el que Él había escogido. Sólo después de haberle extendido el llamamiento nos enteramos de que él había estado en su casa, esperando nuestra llamada, porque hacía varios meses, antes de que se hubiese anunciado que habría un cambio en la presidencia de la estaca, que él y su esposa se habían despertado durante la noche con la seguridad de que iba a recibir ese llamamiento.
Los que prestan servicio como presidentes de estaca no han buscado el cargo que desempeñan y, cuando se les llama, todos se sienten humildes y algunos incluso conmovidos. Una vez, en Europa, cuando llamé como presidente de estaca a un hombre que era miembro desde hacía unos diez años, él exclamó: “¡Ay, no, no; no yo! No puedo hacerlo”. Felizmente, su admirable esposa que se hallaba junto a él, lo abrazó y le dijo: “Mi amor, claro que puedes. Yo sé que puedes”. Ella tenía razón, y él sirvió al Señor muy bien.
En Filipinas, al llamar a un hombre que había visto a la Iglesia progresar rápidamente con líderes muy jóvenes, él respondió: “¡No, no, yo no! Soy muy viejo”. Cuando se le hizo notar que algunos de los miembros del Quórum de los Doce eran treinta años mayores que él, aceptó el llamamiento y prestó muy buen servicio.
El Salvador dijo: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto…” (Juan 15:16). Nosotros no buscamos ni rehusamos los llamamientos que recibimos.
En algún momento, ya sea antes, durante el proceso o después, el Señor le confirma al hombre que su llamamiento proviene de Dios. Un joven presidente de estaca relató de esta manera la confirmación que tuvo:
”Cuando me entrevistaron, tenía treinta y dos años y había sido obispo durante unos cuatro años. Uno de los que dirigía las entrevistas me hizo dos interesantes preguntas: (1) ¿Cómo obtuvo su testimonio? y (2) ¿Quiere compartir con nosotros su testimonio del Salvador? Les conté mi experiencia cuando era adolescente, poco después de la muerte de mi madre, cuando llegué a saber, por mí mismo, la veracidad del Evangelio restaurado, particularmente con respecto al Libro de Mormón.
“Al compartir mi testimonio del Salvador, recibí la confirmación de que se me llamaría para ser el próximo presidente de la estaca. Regresé a casa y le conté a mi esposa la experiencia; cuando le dije que pensaba que me llamarían para ser el presidente de la estaca, me contestó: ‘Tú eres apto, pero no tienes experiencia’. Dos horas después sonó el teléfono; me invitaron a regresar con mi esposa y me extendieron el llamamiento”.
Después del voto de sostenimiento durante la sesión general de la conferencia de la estaca, los que somos enviados para tal ocasión, ponemos las manos sobre la cabeza del nuevo presidente de la estaca y le conferimos las llaves del sacerdocio que serán necesarias para presidir y dirigir los asuntos de su estaca; esas llaves provienen, por delegación, del Presidente de la Iglesia y de los otros catorce Apóstoles que las poseen en la tierra, y llevan inherentes autoridad y poder espirituales.
El Señor ha dado siempre llaves a Sus Apóstoles escogidos. A Pedro le dijo: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos, y todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos” (Mateo 16:19). Algunas de esas llaves se comparten después con líderes locales. En Zarahemla, Alma “ordenó sacerdotes y élderes por la imposición de sus manos, según el orden de Dios, para presidir la iglesia y velar por ella” (Alma 6:1).
La manifestación externa de las llaves
Es interesante notar que hubo un tiempo en que para obtener una recomendación para el templo se necesitaba la firma del Presidente de la Iglesia; hoy día, las llaves delegadas al presidente de una estaca comprenden esa autoridad. Con sus consejeros, él también recomienda obispos a la Primera Presidencia y los ordena una vez que hayan sido aprobados; además, aprueba a los que vayan a ser ordenados al Sacerdocio de Melquisedec, recomienda y aparta a los misioneros de tiempo completo y sirve de juez en Israel para ayudar a los que hayan cometido pecados graves a obtener un perdón completo. También guía en sus labores y decisiones a los obispos y presidentes de rama de la estaca.
En estas funciones, el Señor brinda abundante revelación a Sus presidentes de estaca. Uno de ellos, que vivía en el sur de Estados Unidos, me contó la siguiente experiencia:
“En octubre de 2007, fue a verme una hermana por la recomendación para el templo; durante la entrevista le pregunté si, después de ella, el esposo iba a entrar a verme para su recomendación, y me contestó que él no iba al templo desde hacía más de veinte años y que, en sus cuarenta años de matrimonio, nunca se habían sellado en el templo. Sentí la fuerte impresión de que debía hablar con aquel hermano de inmediato; la impresión fue tan fuerte que salí de mi oficina, lo encontré en el otro extremo del edificio y lo llevé conmigo para entrevistarlo. Después de la entrevista, en la que estuvo presente el obispo de ellos, él recibió su recomendación para el templo. Aquella fue una experiencia muy emotiva para todos nosotros, especialmente para su esposa. Hacia fines de esa misma semana, recibí la invitación para asistir al sellamiento de ambos en el templo.
A principios de 2008, unos cuatro meses después de que el matrimonio se había sellado, el hermano se levantó para ir a trabajar una mañana, se desplomó y falleció en su hogar. Estoy por siempre agradecido por haber escuchado las impresiones del Espíritu y haber animado a aquel hermano a hacer lo que era tan importante que hiciera en vida”.
Los dones espirituales y las promesas espirituales
El Señor ha dicho que una estaca es “para defensa y para refugio contra la tempestad…” (D. y C. 115:6). El presidente de la estaca es el pastor del Señor que debe cerciorarse de que haya entre los miembros de la Iglesia una sensación de protección y seguridad espiritual y debe asegurar que la doctrina que se enseña es verdadera y pura. El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) dijo una vez:
“Los deberes de un maestro en el Sacerdocio Aarónico podrían aplicarse al presidente de estaca, que debe ‘velar por los miembros de toda la estaca, estar con ellos y fortalecerlos;
“‘y cuidar de que no haya iniquidad en la Iglesia, ni aspereza entre uno y otro, ni mentiras, ni difamaciones, ni calumnias;
“‘y ver que los miembros de la Iglesia se reúnan con frecuencia, y también ver que todos cumplan con sus deberes’ (D. y C. 20:53–55)”1.
En su labor se incluye la inspiración para saber cómo fortalecer a las familias, fortificar a la nueva generación, invitar a más hijos del Padre Celestial a entrar en las aguas purificadoras del bautismo, llegar hasta los que se hayan alejado de la Iglesia y tratar de que los miembros de su estaca y aquellos que nos han precedido reciban las ordenanzas del templo.
En todas estas responsabilidades importantes, el Señor bendice al presidente de la estaca con un incremento de dones espirituales. En la sección 46 de Doctrina y Convenios, Él se refiere a los diversos dones espirituales y dice:
“…no a todos se da cada uno de los dones; pues hay muchos dones, y a todo hombre le es dado un don por el Espíritu de Dios.
“A algunos les es dado uno y a otros otro, para que así todos se beneficien” (D. y C. 46:11–12).
Y luego agrega lo siguiente: “…a cuantos Dios nombrare y ordenare para velar por la Iglesia… les será concedido discernir todos esos dones… para que haya una cabeza, a fin de que todo miembro se beneficie con ello” (D. y C. 46:27, 29).
A veces, esos dones se relacionan con promesas espirituales que el Señor cumplirá. Un ex presidente de estaca de Brasil me contó esta experiencia:
“Una fiel hermana con cuatro hijos adolescentes a los que criaba sola, tenía dificultades económicas. Un día le pregunté: ‘Hermana, ¿asisten sus hijos con regularidad a seminario?’, a lo que me contestó: ‘Tengo muchos problemas y vivo muy lejos de la capilla. Es peligroso [el camino]’. En ese momento sentí una fuerte impresión de aconsejarla y hacerle una promesa: ‘Si no tiene dinero para el transporte, usted debe acompañarlos en esos kilómetros que deben caminar; vaya usted también y siéntese en la clase con ellos. Si lo hace, salvará a sus hijos y todos se casarán en el templo’. Me quedé muy inquieto por lo que le había dicho, pero no podía negar la fuerte inspiración que había recibido.
“Ella aceptó el consejo y durante varios años fue caminando con sus hijos a seminario. Aquella promesa ya se ha cumplido: todos se casaron en el templo y su hijo es actualmente obispo del barrio”.
Tal vez uno de los dones más grandes que se dan a un presidente de estaca sea el amor más profundo y cada vez más grande que siente por las personas a las que se le ha llamado a servir. Cuando recibí el llamamiento de presidente de estaca, me asombró el extraordinario sentimiento de preocupación y de amor que me invadió por los miembros de la estaca, incluso por los que habían cometido transgresiones graves; empecé a sentir gran empatía y deseos de ayudarles. Esos sentimientos de amor se combinan siempre con el deseo de ayudar a los miembros a convertirse verdaderamente al Salvador y a Su evangelio. Había prestado servicio muchos años como consejero pero cuando tuve las llaves de la presidencia, los sentimientos se volvieron más potentes y motivadores. Pensé entonces que quizás estuviera recibiendo en parte aquel don de amor al que se refirió Mormón en esta exhortación: “…pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo…” (Moroni 7:48).
Esa manera de sentir lleva al presidente de estaca a extenderse hacia los demás, y entonces ocurren milagros. Un presidente de estaca de América del Sur relató un ejemplo de la forma en que esa clase de amor lo llevó a buscar a alguien que se había perdido:
“Tuve la fuerte impresión de que debía buscar a un hermano que muchos años antes había sido uno de mis compañeros de misión; se había casado y era menos activo en la Iglesia. Su cédula de miembro se hallaba en una unidad pequeña, a ciento cincuenta kilómetros del centro de estaca. Me trasladé allá y hablé con el presidente de la rama, quien me dijo que mi ex compañero de misión vivía lejos, en el campo, y me explicó cómo llegar hasta el pueblito. Después de un rato, el camino asfaltado terminó y empezó uno de tierra; luego de recorrer muchos kilómetros más, me di cuenta de que me había perdido. Detuve el auto, a punto de darme por vencido; era un día de mucho calor y el coche no tenía aire acondicionado; además, el polvo de la ruta hacía el viaje más difícil para mi esposa y mis hijos. Entonces me arrodillé en el camino y pedí ayuda al Señor.
“Unas horas más tarde, llegamos al pueblecito, encontré a mi compañero de misión y lo invité a volver a la Iglesia. Él se activó y prestó servicio en muchos cargos de liderazgo; su hijo cumplió una misión honorable, y en la actualidad mi amigo y antiguo compañero es consejero en el obispado de su barrio”.
En este oficio hay poder. El Señor está con Sus presidentes de estaca. Este relato es del presidente de una estaca en Ecuador: “Observé que había un hombre en la estaca que muchas veces tenía aspecto de tristeza. Un día tuve la impresión de que debía visitarlo y salí de inmediato en dirección a su casa. Hablamos, y él me dijo que estaba muy triste porque desde hacía muchos años no intercambiaba una palabra con su padre; me explicó que éste era un hombre de carácter difícil y que había cortado toda relación con él. Le pregunté si le gustaría resolver la situación, a lo cual accedió. Fuimos hasta la casa del padre y detuve el auto enfrente; llamé a la puerta y oí una voz que preguntaba: ‘¿Quién es?’. ‘El presidente de la estaca, hermano’, le respondí. Él abrió la puerta y me vio, y a su hijo junto a mí. Los dos se abrazaron sin pronunciar palabra y empezaron a llorar. La situación quedó resuelta”.
En el mundo hay más de dos mil ochocientos presidentes de estaca y, en muchos sentidos, son personas comunes, como ustedes y como yo, que están esforzándose por su salvación, igual que nosotros. Sin embargo, ellos han recibido un llamamiento extraordinario; se les han puesto las manos sobre la cabeza y se les han conferido llaves del sacerdocio.
He conocido a cientos de presidentes de estaca; son hombres de éxito e integridad en su vida personal y en su trabajo. Están llenos de fe y tienen un deseo inquebrantable de complacer al Señor.
Me he quedado en su casa, me he arrodillado con ellos para orar y he escuchado sus sinceras súplicas al Padre Celestial; he sentido el poder del Señor sobre ellos. Él los ama y les confiere dones espirituales.
Cada uno de nosotros debe orar por el presidente de su estaca. Debemos apoyarlo y ayudarle, escucharlo y confiar en él. “E Israel será salvo … y será conducido por las llaves que he dado, para nunca más ser confundido” (D. y C. 35:25).