Thomas S. Monson
Responder al llamado del deber
Hace mucho tiempo, el presidente Thomas S. Monson se comprometió a cumplir su deber de llevar a cabo la obra del Señor y de seguir el ejemplo de Jesucristo.
El presidente Thomas S. Monson ha dicho en muchas ocasiones: “Me gusta la palabra deber”; la considera “algo sagrado”1. En cuanto a cumplir su deber como decimosexto Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, ha dicho: “Dedico mi vida, mi fortaleza y todo lo que tengo que ofrecer, para servirlo a Él y dirigir los asuntos de Su Iglesia de acuerdo con Su voluntad y mediante Su inspiración”2.
El presidente Monson, conocido por su servicio a los demás, ha regalado sus trajes y zapatos mientras estaba desempeñado sus asignaciones en el extranjero y ha regresado a casa en pantalones y zapatillas. Acostumbra visitar a amigos y conocidos que necesitan ánimo; ha dado bendiciones a innumerables personas en hospitales y centros de salud; ha hecho caso a las impresiones de hacer llamadas telefónicas; y ha hablado en tantos funerales que es difícil contarlos. Ha obsequiado cenas, gallinas para asar y libros con tiernas dedicatorias. Su día como Presidente de la Iglesia está repleto de reuniones y de citas, pero siempre encuentra tiempo para las personas, mayormente una a la vez. En los anales de la historia de la Iglesia se lo conocerá por su amor hacia la gente y la demostración de ese amor al dedicarles su tiempo.
El ejemplo de Jesucristo en cuanto al deber
El testimonio que el presidente Monson tiene del Señor Jesucristo es lo que motiva sus acciones. Él dijo: “Aun cuando vino a la tierra como el Hijo de Dios, sirvió con humildad a aquellos que lo rodeaban. Descendió de los cielos para vivir aquí como un hombre mortal y para establecer el reino de Dios. Su glorioso evangelio dio nueva forma a la manera de pensar del mundo”3. El Salvador expresó Su sentido del deber cuando proclamó: “…vine al mundo a cumplir la voluntad de mi Padre” (3 Nefi 27:13). Con determinación y tierna bondad que nacen de la perspectiva eterna, “anduvo haciendo bienes… porque Dios estaba con él” (Hechos 10:38).
El presidente Monson observa que cuando a Jesucristo le llegó el llamado del deber en el Jardín de Getsemaní, Él respondió: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). El Salvador sabía cuál era Su deber y, una y otra vez, respondió al llamado de guiar, edificar y dar ánimo a todos los hijos de Su Padre. Respecto a ello, el presidente Monson dijo: “El Salvador siempre se encontraba activo y ocupado: enseñando, testificando y salvando a los demás. Ése es nuestro deber personal como miembros”4.
Aprender a cumplir su deber
El presidente Monson se crió en el Barrio Seis-Siete de la Estaca Temple View, Utah. Allí, bajo la guía de líderes del sacerdocio sabios, aprendió en cuanto a su deber de llevar a cabo las asignaciones del sacerdocio, y adquirió conocimiento y un testimonio del evangelio de Jesucristo por medio de maestros inspirados.
En 1950, cuando tenía 22 años, Thomas Spencer Monson fue sostenido como obispo del Barrio Seis-Siete. Puso en práctica lo que había aprendido en cuanto al deber con quienes le habían enseñado su significado. Era el padre del barrio, el presidente del Sacerdocio Aarónico, el sostén del pobre y del necesitado, el conservador de registros exactos y el juez común en Israel. Sus deberes eran muchos, pero los enfrentó con su habitual optimismo.
Uno de los deberes del obispo era enviar a cada uno de los que prestaba servicio militar una suscripción al periódico Church News y a la revista Improvement Era, y escribirles a todos ellos una carta cada mes. Puesto que el presidente Monson había servido en la marina durante la Segunda Guerra Mundial, reconocía la importancia de recibir una carta de casa. Había 23 miembros de su barrio en el servicio militar, por lo tanto, llamó a una hermana del barrio para que se hiciera cargo de los detalles de enviar esas cartas por correo. Una noche, le entregó el montón de las 23 cartas de ese mes.
“Obispo, ¿usted nunca se desanima?”, preguntó. “Otra carta para el hermano Bryson; ésta es la número 17 que usted le envía sin recibir respuesta”.
“Quizás este mes sea el que responda”, dijo. Y así fue. La respuesta del hermano Bryson decía: “Querido obispo, no soy de escribir muchas cartas. Gracias por el Church News y las revistas, pero aún más que eso, gracias por sus cartas. He cambiado mi vida; me ordenaron presbítero en el Sacerdocio Aarónico. Mi corazón rebosa y soy un hombre feliz”.
El presidente Monson vio en esa carta la aplicación práctica del dicho: “Haz tu deber; es lo mejor, y deja el resto al Señor”. Años más tarde, cuando asistió a una conferencia de estaca, habló de la experiencia que había tenido al escribir a los soldados. Después de la reunión, un joven se le acercó y le preguntó: “Obispo, ¿se acuerda de mí?”.
Sin demora alguna, el presidente Monson contestó: “¡Hermano Bryson! ¿Cómo está? ¿Qué cargo tiene en la Iglesia?”.
El ex soldado respondió con gran satisfacción que se encontraba bien y que prestaba servicio en la presidencia del quórum de élderes. “Gracias otra vez por su interés en mí y por las cartas que me envió, las que valoro mucho”5.
De experiencias como ésa, el presidente Monson dijo: “Muchas veces, todo lo que se requiere son pequeños actos de servicio para elevar y bendecir a los demás: una pregunta acerca de alguien de la familia, unas palabras de aliento, un sincero cumplido, una pequeña nota de agradecimiento o una breve llamada telefónica. Si somos observadores y nos mantenemos informados, y si actuamos de acuerdo con la inspiración que recibimos, podemos hacer mucho bien”6.
Aprender a cumplir nuestro deber
“Al seguir [los] pasos [de Jesucristo] en la actualidad, también dispondremos de la oportunidad de bendecir la vida de los demás”, dijo el presidente Monson. “Jesús nos invita a dar de nosotros mismos: ‘He aquí, el Señor requiere el corazón y una mente bien dispuesta’”7.
El punto de vista de nuestro profeta con respecto al deber exige ver más allá de la ambición, el éxito, la conveniencia o el placer personales y responder a un bien mayor. “Para hallar la felicidad verdadera”, dijo el presidente Monson, “debemos procurarla con una perspectiva fuera de nosotros mismos. Nadie ha aprendido el significado de la vida hasta que ha sometido su ego al servicio de sus semejantes. El servicio a los demás es comparable al deber, el cumplimiento del cual brinda gozo verdadero”8.
Él considera que la amistad facilita el servir a los demás. “Un amigo se preocupa más acerca de la gente que de recibir méritos”, dijo. “Un amigo demuestra interés; un amigo ama; un amigo escucha; y un amigo tiende una mano”9.
Hace años, el presidente Monson asistió a una conferencia de estaca en Star Valley, Wyoming, EE. UU., con la asignación de reorganizar la presidencia de estaca. Pero hizo más que cumplir ese deber; tocó la vida de todos los presentes con un simple gesto de amor al relevar al presidente de la estaca, E. Francis Winters, quien había prestado servicio por 23 años.
El día de la conferencia de estaca, el edificio estaba repleto de miembros. Parecía como si cada uno de ellos estuviera expresando su “silencioso agradecimiento a ese noble líder”, quien obviamente había llevado a cabo su deber con abnegada devoción. Cuando el presidente Monson se puso de pie para hablar, mencionó cuánto tiempo el presidente Winters había presidido la estaca y que había sido “un perpetuo pilar de fortaleza para todos en el valle”. Entonces sintió la impresión de hacer algo que nunca había hecho antes ni ha hecho desde entonces. Pidió que se pusieran de pie todos los que habían sido influenciados por la vida del presidente Winters. El resultado fue electrizante: Todas las personas que se encontraban en la congregación se levantaron.
El presidente Monson dijo a los miembros de la congregación, muchos de los cuales tenían los ojos llenos de lágrimas: “Esta vasta congregación no sólo refleja sentimientos personales, sino también la gratitud de Dios por una vida dedicada”10.
El testimonio de nuestro profeta en cuanto al deber
El presidente Monson nos ha dado estas alentadoras enseñanzas en cuanto al deber:
“No importa qué llamamiento tengamos, no importa qué temores o ansiedades tengamos, oremos y después vayamos y actuemos, recordando las palabras del Maestro, a saber Jesucristo, que prometió: ‘Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo’”11.
“Podemos fortalecernos los unos a los otros; tenemos la capacidad de prestar atención a aquellos que hayan quedado en el olvido. Cuando tenemos ojos que ven, oídos que escuchan y corazones que comprenden y sienten, podemos tender una mano y rescatar a aquellos por quienes seamos responsables”12.
“Ninguno de nosotros vive solo; ni en nuestra ciudad, ni en nuestro país ni en el mundo; ni hay una línea divisoria entre nuestra prosperidad y la pobreza de nuestro vecino”13.
“…hay pasos que afirmar, manos que estrechar para brindarles ayuda, mentes que alentar, corazones que inspirar y almas que salvar”14.
“Quizás cuando comparezcamos ante nuestro Hacedor, no se nos pregunte: ‘¿Cuántos cargos desempeñó?’, sino más bien: ‘¿A cuántas personas ayudó?’”15.
“En el transcurso de nuestras vidas diarias, descubrimos innumerables oportunidades de seguir el ejemplo del Salvador. Cuando nuestro corazón está en armonía con Sus enseñanzas, descubrimos la inconfundible cercanía de Su ayuda divina. Es casi como si estuviéramos cumpliendo un encargo personal del Señor; y entonces descubrimos que, al hacer lo que Él nos ha encomendado, tenemos derecho a recibir Su ayuda”16.
“Al aprender de Él, al creer en Él y al seguirlo, existe la capacidad de llegar a ser como Él. [Nuestro] rostro puede cambiar, [nuestro] corazón se puede ablandar, [nuestro] paso se puede acelerar, [nuestra] actitud ante la vida puede mejorar. La vida se convierte en lo que debiera llegar a ser”17.
Al igual que nuestro profeta, el presidente Thomas S. Monson, nosotros podemos comprometernos a cumplir nuestro deber para llevar a cabo la obra del Señor y seguir el ejemplo de Jesucristo.