Hablamos de Cristo
Una hora para velar con Él
La autora vive en Ica, Perú.
En una ocasión, cuando estaba preparándome para dar un discurso en la reunión sacramental, estudié el artículo “La expiación de Jesucristo”, del élder Jeffrey R. Holland, del Quórum de los Doce Apóstoles, en la revista Liahona de marzo de 2008. En ese artículo, el élder Holland relata un sueño que el élder Orson F. Whitney (1855–1931) tuvo, en el cual vio al Salvador en el huerto de Getsemaní. El élder Whitney describió el dolor y el sufrimiento que vio al Salvador soportar; y luego escribió:
“Poco después se levantó y caminó hasta donde los apóstoles estaban arrodillados… ¡y dormidos! Los sacudió con dulzura, los despertó y, con un tono de tierno reproche, totalmente desprovisto de la menor intención de ira o reprimenda, les preguntó si acaso no podían velar con Él al menos una hora…
“Regresó a su sitio, oró de nuevo y volvió para encontrarlos nuevamente dormidos. Una vez más los despertó, los amonestó y volvió a orar como lo había hecho antes. Eso sucedió en tres ocasiones”1.
Al leer esto, el espíritu de revelación iluminó mi mente. En ese instante me di cuenta de que la manera en que yo podía “velar con Él una hora” era a través de la manera en que participaba de la Santa Cena cada domingo. Desde entonces, he aprendido que ésta es una hora en la que podemos orar a nuestro Padre Celestial de un modo más significativo. La oración es esencial en todo momento, pero el Espíritu que está presente en el momento de la Santa Cena nos brinda la oportunidad de elevarnos y estar más cerca del Padre Celestial y de nuestro Salvador Jesucristo. Cuando centramos nuestros pensamientos en el Señor es, en cierta manera, como si lo acompañáramos durante el momento de agonía que Él padeció cuando tomó sobre Sí nuestros pecados. Es un tiempo para reconocer el dolor que sufrió por nosotros.
La reunión sacramental lo es todo para mí; es la hora de salvación infinita. Se ha convertido en un momento sagrado en el que recuerdo y me comprometo, en oración y en espíritu, a honrar mis convenios y a seguir el ejemplo perfecto de mi Salvador. Sé que Él vive y que me ama. Sé que todos podemos ser salvos únicamente por medio de Su sacrificio y Su preciosa sangre que fue derramada. Sé que esto es verdad porque, a medida que me he esforzado por “velar con Él”, se ha iluminado mi entendimiento, mi vida ha sido bendecida y mi visión de la vida eterna en Su presencia ha llegado a ser más profunda.