El consejo profético y las bendiciones del templo
Testifico que cuando oremos pidiendo guía, sigamos a los profetas vivientes y demos prioridad al templo en nuestra vida, el Padre Celestial nos guiará y nos bendecirá.
Cuando yo era joven, el entonces élder Spencer W. Kimball (1895–1985), que era integrante del Quórum de los Doce Apóstoles, fue de visita a Japón y habló en una conferencia a la que asistí. Todavía recuerdo su consejo: “Los jóvenes deben servir en una misión y casarse en el templo”.
Sentí la influencia del Espíritu Santo y resolví que serviría en una misión y me casaría en el templo, aun cuando en esa época no había ninguno en Japón.
En ese entonces tenía diecinueve años y cursaba el segundo año de mis estudios universitarios. Mis padres, que no eran Santos de los Últimos Días, se opusieron rotundamente a que sirviera en una misión. Todos los días oraba rogando que me dieran permiso y su bendición para hacerlo. Seis meses después, el Señor contestó mis oraciones:
“Estamos teniendo dificultades económicas”, me dijeron, “y ya no vamos a poder pagarte los estudios ni mantenerte. De ahora en adelante, tendrás que hacerte cargo de ti mismo. Además, no nos molesta si quieres servir en una misión”.
Contaba con la bendición de mis padres, así que dejé los estudios, presté servicio en la Iglesia como misionero de construcción y después busqué un trabajo a fin de juntar fondos para una misión proselitista. Con la ayuda del Señor, ¡hallé tres empleos! Durante el año siguiente, todos los días salvo los domingos, repartía periódicos de tres a siete de la mañana, limpiaba edificios de las nueve de la mañana a las cuatro de la tarde, y trabajaba de cocinero entre las cinco de la tarde y las siete y media de la noche; luego me cambiaba de ropa y trabajaba de noche como misionero de distrito.
Cuando tenía veintidós años, me llamaron a la Misión Lejano Oriente Norte. En el transcurso de la misión, experimenté el mayor gozo que había sentido hasta entonces, tuve muchas oportunidades de apreciar el amor de Dios y recibí innumerables bendiciones. También mi familia fue bendecida durante mi servicio misional, ya que mis padres pudieron resolver sus dificultades económicas.
Seguir al profeta
Al terminar la misión, el Espíritu me indujo a seguir la segunda parte del consejo que nos había dado el presidente Kimball y no demorar el casamiento en el templo. Un año antes, los miembros de la Iglesia en Japón habían empezado a hacer planes para realizar un viaje al Templo de Salt Lake City, EE. UU. Como sólo faltaban tres meses para que se realizara el viaje, oré y ayuné a fin de que se me guiara a encontrar a una joven digna a la que pudiera llevar al templo.
Poco después, asistí a una actividad de la Iglesia en el lugar donde vivía, la ciudad de Matsumoto; allí me encontré con Shiroko Momose, una joven que asistía a la misma escuela secundaria que yo cuando me convertí a la Iglesia. Al verla, el Espíritu me confirmó de inmediato que ella era la joven que se había preparado para mí.
Al poco tiempo de empezar a salir juntos, le propuse matrimonio; me hizo muy feliz que me aceptara, pero me sorprendió lo que me dijo después:
“Me alegro muchísimo de saber que tu Señor es mi Señor. Cuando anunciaron el viaje al Templo de Salt Lake, anhelaba poder ir y muchas veces oré pidiendo al Señor que me ayudara a encontrar a alguien con quien casarme allí. Hace aproximadamente un año, mientras oraba, el Espíritu me hizo saber que debía esperarte y que ibas a proponerme matrimonio cuando regresaras de la misión”.
Aquella fue una gran experiencia espiritual para los dos y fortaleció nuestra decisión de casarnos en el Templo de Salt Lake. Teníamos muy poco dinero para el viaje, pero eso no nos desanimó; para entonces sabíamos que, si confiábamos en el Señor y guardábamos Sus mandamientos, Él nos ayudaría a alcanzar todo lo que no podríamos lograr de otra manera.
Suplicamos ayuda a nuestro Padre Celestial en oración e hicimos todo esfuerzo posible por recaudar los fondos que nos hacían falta. Ese empeño, combinado con algo de ayuda económica que recibimos de una persona amiga de Shiroko, nos permitió formar parte del grupo de santos japoneses que fueron al Templo de Salt Lake City, EE. UU.
No es posible expresar el regocijo que sentimos al sellarnos como matrimonio eterno. Jamás olvidaremos aquella experiencia. Algo que aumentó nuestro gozo fue que habíamos investigado cinco generaciones de antepasados y preparado sus nombres para la obra del templo. Mientras estábamos en Salt Lake City, efectuamos las ordenanzas vicarias por esos parientes; el llevarlas a cabo nos hizo sentir más cerca de ellos. Sabíamos que se sentían felices por nuestros esfuerzos.
Éramos una pareja pobre de recién casados, pero dimos prioridad a la asistencia al templo; desde entonces, íbamos al Templo de Laie, Hawái, tan seguido como nuestros medios económicos nos lo permitían.
Bendecidos por el templo
“Necesitamos el templo más que ninguna otra cosa”, dijo el profeta José Smith1.
En el plan de salvación de Dios, el templo es esencial para nuestra felicidad eterna porque allí efectuamos las ceremonias y ordenanzas sagradas de salvación. La Guía para el Estudio de las Escrituras nos dice que el templo es el lugar más sagrado que cualquier otro centro de adoración, y “que el Señor visita sus templos”2.
Si honramos nuestros convenios del templo y asistimos a él “con un corazón humilde, con pureza, honor e integridad”3, sentiremos el Santo Espíritu y recibiremos más luz y conocimiento. Al salir del templo, estaremos armados con el poder del Señor, llevaremos Su nombre sobre nosotros, Su gloria nos rodeará y Sus ángeles nos protegerán (véase D. y C. 109:13, 22).
Cuando regresamos a Japón después de casarnos y empecé a buscar empleo, las promesas del Señor se cumplieron.
El Señor cumple Sus promesas
Al nacer nuestro primer hijo, sólo tenía un trabajo de media jornada; nos sentimos sumamente dichosos pero yo sabía que no podría mantener a una familia sin un trabajo de tiempo completo, por lo que empezamos a orar fervientemente pidiendo la ayuda del cielo.
Antes de ser misionero, había querido trabajar en comercio exterior pero, para ser contratado por una compañía mercantil, el solicitante por lo general debía tener un título universitario y ciertas certificaciones. Yo no las tenía ni había terminado mis estudios universitarios; sin embargo, cuando oramos, sentimos que el Señor nos bendeciría y me ayudaría a encontrar un trabajo.
A pesar de mi falta de estudios, decidí tomar los exámenes para postulantes en varias compañías mercantiles. Las dos primeras me rechazaron, pero tuve una experiencia peculiar al presentar la solicitud en la tercera compañía.
En aquella época, la Iglesia contaba con pocos miembros japoneses y había mucha gente que tenía prejuicios hacia nuestra religión. Cuando me entrevistaron tres representantes de esa tercera compañía, se fijaron en mi currículo y se enteraron de que era Santo de los Últimos Días; entonces empezaron a hacerme preguntas sobre la Iglesia, pidiéndome respuestas detalladas. Por haber regresado de la misión hacía poco tiempo, no tuve dificultad para hablar sobre la Iglesia restaurada de Jesucristo.
Durante por lo menos cuarenta minutos les hablé del Evangelio y expresé mi testimonio de la vida de Jesucristo, de la Apostasía, de la primera visión de José Smith, del Libro de Mormón, de la Restauración y de las enseñanzas de la verdadera Iglesia de Jesucristo.
Ninguno de los que me entrevistaba me interrumpió mientras hablaba. A los pocos días, la compañía me ofreció un empleo con un salario asombrosamente alto. Más adelante, cuando le pregunté al gerente por qué me habían contratado, me contestó: “Durante la entrevista, tuve la seguridad de que eras responsable, sincero y leal, y que así también sería tu trabajo en nuestra compañía”.
Testifico que el Señor cumple Sus promesas. Durante aquella entrevista, sentí sobre mí el poder del Espíritu del Señor, tal como Él lo promete a los que asisten al templo y honran los convenios que hacen allí. También sentí Su Espíritu conmigo mientras trabajaba en esa empresa, donde tuve la bendición de hacer muchas contribuciones importantes.
Un templo en Japón
En 1975, durante una conferencia regional que tuvo lugar en Tokio, el presidente Kimball anunció la construcción del Templo de Tokio, Japón. Sobrecogidos de emoción, los santos japoneses prorrumpieron en aplausos como demostración de regocijo y gratitud ante la noticia.
El Templo de Tokio se terminó en 1980. Durante el programa de puertas abiertas y la dedicación, los santos fueron bendecidos con maravillosas experiencias espirituales e inmenso gozo, lo cual continuó después de la dedicación del templo al comenzar ellos a recibir sus propias ordenanzas y a actuar como representantes de sus antepasados fallecidos.
Actualmente, casi cuarenta y cinco años después de que Shiroko y yo nos casamos, mi decisión de seguir el consejo de los profetas continúa bendiciéndonos a nosotros y a nuestros hijos. Hemos edificado un hogar maravilloso a la manera del Señor, fundado en el evangelio de Jesucristo y en los convenios del templo.
Testifico que cuando oremos pidiendo guía, sigamos a los profetas vivientes y demos prioridad al templo en nuestra vida, el Padre Celestial nos guiará y nos bendecirá.