2015
¿Quiere las flores?
Enero de 2015


¿Quiere las flores?

Cindy Almaraz Anthony, Utah, EE. UU.

illustration of roses for lds voices

De repente, sentí que el Espíritu Santo me indicaba que la mujer necesitaba las flores más que yo.

Un día, tras una jornada laboral particularmente difícil en la unidad pediátrica del hospital, me hallaba cansada y malhumorada. Al acercarme al mostrador de seguridad vi unas flores hermosas. Cuando le comenté a la mujer del mostrador lo bellas que eran y lo agradable del aroma, me contestó que podía llevármelas.

Me sentí muy feliz; supuse que seguramente el Padre Celestial quería que tuviera las flores para alegrarme el día.

Al encaminarme a la salida, iba detrás de una mujer que estaba en una silla de ruedas. Aquello me impacientó, pero al final pude pasarla conforme ambas salíamos del edificio. Mientras yo pasaba, ella levantó la cabeza y dijo: “¡Qué hermosas flores!”. Le agradecí y me apresuré en dirección a mi esposo, que aguardaba en el automóvil; estaba entusiasmada por mostrarle mis flores.

De repente, sentí que el Espíritu Santo me indicaba que la mujer necesitaba las flores más que yo. En realidad no quería dárselas, pero obedecí la inspiración. Cuando le pregunté si deseaba las flores, yo esperaba que dijera que no.

“¡Claro que sí!”, me respondió. “Me encantaría. Son hermosas”.

Se las entregué, pero al dar la vuelta para salir, comenzó a sollozar. Cuando le pregunté si se sentía bien, me dijo que su esposo había fallecido hacía varios años y que había transcurrido más de un año desde la última visita de uno de sus hijos. Me dijo que había rogado a Dios que le diera una señal de Su amor.

“Usted es un ángel que Dios ha enviado para regalarme mis flores preferidas”, dijo. “Ahora sé que Él me ama”.

Se me partió el corazón; yo había sido muy egoísta. Aquella mujer necesitaba oír alguna palabra cariñosa y ni siquiera había querido hablarle; yo no era un ángel en lo absoluto. Al despedirnos, comencé a llorar.

Cuando llegué al automóvil, mi esposo me preguntó qué me sucedía y por qué había regalado mis flores. Se veía confundido, aunque se sintió aliviado cuando le narré lo sucedido.

“Hoy te envié rosas. Percibí que las necesitabas”, dijo. “Me preocupaba que se las hubieras dado a otra persona. Pero, si ésas no eran las flores que te envié, ¿dónde están?”.

Resultó que la florería había olvidado entregar las rosas, así que manejamos hasta la tienda. Mi esposo entró y enseguida salió con un hermoso ramo.

No pude evitar romper en llanto; el Padre Celestial me había pedido que sacrificara aquellas flores sabiendo que me esperaba algo mejor y que, además, Su solitaria hija necesitaba un recordatorio de Su amor.