El arma secreta
La autora vive en Arizona, EE. UU.
Todo el mundo había subestimado lo que Ivy podía hacer.
“…todos pueden algo dar” (Canciones para los niños, pág. 116).
“¡Ivy no!; es una niña”, susurró Braden detrás de Adam.
Pero ese día Adam era el capitán del equipo de balón prisionero (dodgeball), y ya había tomado la decisión. “Escojo a Ivy”, repitió un poco más alto. Tyler, el capitán del otro equipo, sonrió burlonamente; incluso el entrenador García pareció sorprendido por la segunda elección de Adam.
Ivy también pareció estar sorprendida y dio un paso al frente con timidez. Braden dejó escapar un gemido;
Ivy no era sólo una niña; era la más pequeña de toda la clase; no parecía ser muy rápida, y la pelota parecía más grande que ella. “Tal vez ni siquiera puede levantar la pelota”, dijo Braden, mientras Ivy caminaba hacia ellos.
“Quizás sea nuestra arma secreta”, dijo Adam, tratando de sonar confiado; pero ésa no era la razón por la que la había escogido. Una vez, Ivy le había dicho a Adam que no le gustaba cuando jugaban deportes, porque siempre la escogían al último. Los otros niños se burlaban de ella, pero la mamá y el papá de Adam habían dicho que los niños debían mostrar respeto hacia las niñas. De modo que él escogió a Ivy. Al ver que Tyler escogía al niño más grande de la clase, Adam esperaba haber tomado la decisión correcta.
Después de que todos habían sido escogidos, el entrenador García tocó el silbato y los equipos corrieron a partes opuestas del campo. El entrenador le dio la pelota a Tyler, y éste miró detenidamente el equipo de Adam antes de enfocarse en Ivy; echó el brazo hacia atrás y tiró la pelota con fuerza.
¡Zas! La pelota pegó en el suelo y rebotó sin darle a nadie. Adam parpadeó; Ivy se había movido justo a tiempo. Todos a su alrededor parecían sorprendidos, pero Adam simplemente sonrió; quizás el escoger a Ivy había sido una buena idea después de todo.
El partido continuó. Tyler siguió intentando pegarle a Ivy con la pelota, pero ella seguía esquivándola y quitándose de su camino. Nadie le podía pegar. Tyler y algunos de sus compañeros estaban tan ocupados intentando sacar a Ivy del juego, que casi ni trataban de pegarle a nadie más. Adam sonrió de oreja a oreja; el tamaño de Ivy en realidad la ayudaba a jugar mejor, porque por ser pequeña y rápida era más difícil pegarle.
Al final, el equipo de Adam ganó el partido. “Lo de arma secreta era verdad”, dijo Braden. “Ivy es muy buena”.
“Sí”, dijo Tyler. “La próxima vez, estará en mi equipo y ¡seguro que ganaremos!”. Ivy sonrió al regresar a clase, rodeada de sus compañeros de equipo.
Adam no podía dejar de sonreír mientras seguía al grupo. Él había sido bueno con Ivy, y había ayudado a que otros niños respetaran a las niñas un poco más. El arma secreta más grande no era para nada secreta: sólo consistía en ser bondadoso.